La Pregunta Estratégica Revisitada: Diez Tesis

“A las diez tesis anteriores añadiría una más: Sí, estamos hablando de una revolución. Es imposible pensar en cambio social y transformación por fuera de un proceso revolucionario. Claro, revolución no es idéntico a insurrección y hace referencia a un proceso más que a un momento, pero es claro que estamos discutiendo secuencias políticas de ruptura, confrontacionales, conflictuantes, secuencias que implicarían largas y duras luchas que no pueden reducirse al funcionamiento normal del proceso parlamentario.”

por Panagiotis Sotiris

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En 2006 Daniel Bensaïd hizo un llamado muy importante a reabrir el debate sobre la pregunta ‘político-estratégica’1. Este llamado se hizo en medio de una serie de discusiones dentro de la Izquierda anticapitalista europea en un momento cuando los signos de esperanza, tales como la nueva ola de militancia asociada con el movimiento antiglobalización, estaban combinados con contradicciones estratégicas, como aquellas que eran ya evidentes en la vuelta del gobierno de Lula en Brasil hacia políticas socialdemócratas clásicas o dentro de los límites de la aproximación de los partidos amplios. Lo que Bensaïd trató de hacer en esa intervención fue recordar la riqueza de las tradiciones revolucionarias estratégicas que habían dominado e incluso obsesionado el pensamiento de los militantes en el siglo XX, la huelga general, la insurrección armada y la guerra popular prolongada, enfrentándolas a las posiciones de desecharlas, ejemplificado para el en las intervenciones de teóricos como John Holloway o Toni Negri, o manteniéndose dentro del marco de las simples políticas electorales. Por, sobre todo, la importancia de esta intervención era exactamente reabrir el debate y volver a pensar en términos estratégicos a pesar del peso de la derrota que la izquierda revolucionaria había sufrido en las décadas previas.

Trece años después, es obvio que esta petición no ha sido escuchada. La crisis capitalista de 2007-2008, fue combinada en muchas instancias con una profunda crisis política y económica. Esto también tomó la forma de un impresionante retorno de las políticas de masas, en algunos casos con dimensiones casi de insurrección. Creó incluso casos tales como el del tipo de crisis de la hegemonía en Grecia que tuvo el potencial de transformarse en una situación del tipo ‘el eslabón más débil de la cadena’. Las preguntas de poder y hegemonía volvieron al foro. Sin embargo, al mismo tiempo podía verse la pobreza en las respuestas ofrecidas y la falta de preparación total de la izquierda para estos desafíos. El resultado fue una serie de derrotas, siendo el caso de Grecia un ejemplo, los intentos de la ultraderecha de recrear el sentimiento de descontento y el hecho de que uno puede ver alzamientos populares como los Gilets Jaunes (Chaquetas amarillas en Francia), ocurrir a una cierta distancia de la izquierda y la izquierda no siendo capaz de tener una ‘relación orgánica’ con ellos. En consecuencia, a pesar de la extensión de la crisis, vemos la ausencia de lo que Gramsci llamaría una ‘iniciativa histórica’ de los subalternos.

De todas maneras, el debate estratégico no es un lujo y preferiría sugerir algunos puntos sobre él, en la forma de diez un tanto dogmáticas tesis.

Tesis Uno: Debemos repensar la soberanía popular en un horizonte comunista

Es obvio que el denominador común en una serie de movimientos y demandas hoy es un ímpetu democrático, una exigencia que la política deje de ser una maquinación eterna y mística en favor de las élites capitalistas en contra de las personas simples. Lo anterior está combinado con una demanda por soberanía, la solicitud de que aquellas y aquellos viviendo en alguna de las singularidades espaciotemporales que llamamos ‘países’ realmente tengan una opinión, que sean quienes decidan y no las dinámicas del capitalismo globalizado contemporáneo, sea en la forma de ‘fuerzas del mercado internacional’ o de lo regímenes más específicos de soberanía reducida tales como el proceso de Integración Europeo. Es por esto que es imperativo entender, especialmente en el contexto europeo, que es imposible tener forma alguna de cambio social radial dentro del contexto de Integración Europea y que insistir en la fantasía de poder cambiar de alguna manera Europa a nivel de Unión Europea, es una negativa muy peligrosa a enfrentar la realidad.

Recuperar la soberanía popular no tiene nada que ver con el nacionalismo. Tiene que ver con la democracia, con la habilidad de las clases subalternas de estar realmente en una posición de decidir, de oponerse y resistir a las demandas del capital y a las órdenes del mercado, es poder abrir el camino para un control democrático de la producción capitalista y un horizonte post capitalista. Recuperar la soberanía popular no se opone al internacionalismo o la solidad internacional, en algunos aspectos es una condición previa necesaria. Para dar un ejemplo: para abrir las fronteras a aquellas y aquellos necesitados, es necesario estar en control de ellas de modo de poder abrir las fronteras a refugiados y migrantes y cerrarlas a los flujos de capital.

Sin embargo, la soberanía popular no es un fin en sí mismo. Debemos oponernos a la tendencia a desvincular las formas políticas de las relaciones de producción sobre las cuales están cimentadas. La erosión de la soberanía y la nueva forma extrema de estatismo autoritario internacionalizado para usar la expresión de Poulantzas2 o el nuevo cesarismo burocrático para usar la expresión de Durand y Keycheyan3, son estrategias de clase para sostener el régimen contemporáneo de acumulación. La demanda contemporánea por democracia y soberanía popular es en sí el resultado del extremo aislamiento del aparato estatal capitalista contemporáneo de cualquier intervención popular, y solo puede ser respondida mediante una profunda transformación y repolitización del reino de la economía. En este sentido, recuperar la soberanía popular es también una estrategia de clase. Representa las resistencias, luchas y aspiraciones de un amplio espectro de grupos y clases subalternas que se reúnen en torno no solo a la rabia o la indignación hacia el autoritarismo contemporáneo sino que también alrededor de su condición común de ser explotados, de ser sujetos a las órdenes, a las estrategias, a las exigencias del agresivo régimen de acumulación capitalista, en todas sus formas, desde la violencia del mercado hasta la explosiva combinación de sobre calificación y extrema precariedad, hasta la mercantilización constante de las necesidades y servicios sociales básicos, hasta la paralizante catástrofe ecológica, hasta la articulación de la explotación con la reproducción del patriarcado, racismo y colonialismo.

Por tanto, necesitamos volver a hacer al comunismo nuestro horizonte estratégico4. Es imperativo pensar las luchas democráticas contemporáneas y las demandas por soberanía popular como aspectos de un impulso por el comunismo y reconocer las huellas del comunismo inscritas en ellas. Usando una tipología anticuada, la revolución democrática contemporánea puede solo será profundamente anticapitalista. Esto no es en caso alguno un imperativo ético abstracto ni tampoco un intento por “empujar” la dinámica de las luchas contemporáneas. Se trata del hecho que la forma límite de las resistencias contemporáneas y la única manera de hacer posibles las demandas de democracia, soberanía, justicia, equidad y participación que constantemente emergen, es el insistir y al mismo tiempo reinventar el horizonte comunista.

Tesis Dos: No es suficiente el “Keynesianismo de Izquierda”

No obstante, no es suficiente pensar en términos de un incremento y redistribución del gasto público. Yo diría incluso que no se trata solamente de reclamar la soberanía monetaria en el sentido de una salida de la Eurozona. La Integración Europea, o en general las formas contemporáneas de internacionalización del capital y del imperialismo, tienen efectos penetrantes tanto en la economía como en el Estado, expandiendo la lógica del mercado e introduciendo desequilibrios, formas de industrialización junto con desindustrialización, dependencias y formas de división del trabajo internacional que son antagonistas a cualquier intento hacia una economía de necesidades sociales.

Lo que se necesita es una profunda transformación de la base productiva. El simplemente esperar por los efectos del crecimiento que el retorno a una moneda nacional o el aumento del gasto público pueden traer no es suficiente. Lo que se necesita, desde el “día uno”, es un proceso radical de transformación, tanto en términos de propiedad (por ejemplo, una inmediata expiación de la propiedad pública) como también de formas alternativas no-capitalistas de organización de la producción (como la autogestión) o la distribución. Se necesita no solamente como un horizonte estratégico sino también como un modo de manejar con las urgentes necesidades prácticas tales como el endurecimiento de cualquier proceso de ruptura.

Tesis Tres: Necesitamos poner a la transición de vuelta en el programa transicional

La anti-austeridad no es suficiente. Tampoco lo es la simple defensa de los servicios públicos. Necesitamos que esas demandas, y que esas modificaciones drásticas que realmente cambian la relación de fuerzas bajo la producción capitalista sean formas expansivas de control democrático de la economía, así como un intento de ir más allá de las lógicas de mercado.

Josep Maria Antentas ha sugerido, tomando la noción de C. Wright Mill sobre imaginación sociológica, la necesidad de tener un sentido de imaginación estratégica.5 Agregaría a esto la necesidad de una experimentación estratégica. Crear formas alternativas de organización económica y social, incluyendo formas exitosas de planificación democrática, requiere conocimiento y experiencia, y en este sentido muchas de las prácticas asociadas con los movimientos contemporáneos pueden ser consideradas formas de experimentación: fábricas y compañías autogestionadas, cooperativas, redes de distribución alternativas, etc.

Al mismo tiempo, los movimientos son también procesos de aprendizaje. Si se mira a los movimientos en el área de la salud, educación, o de cualquier otro sector público, pero también a sectores industriales, sindicatos, especialmente los más radicales, estos tienen mucho mejor conocimiento de su propio funcionamiento que sus “administradores”. Puede verse incluso en los nuevos movimientos de trabajadores y resistencias, tales como aquellas que involucran a trabajadores de “plataformas”, donde la gente también discute sobre como recuperar esas prácticas de manera de usarlas como medios para satisfacer necesidades sociales. En este sentido, ellos tienen el conocimiento colectivo y la “experticia colectiva” necesaria para sugerir alternativas. Esto es muy importante si queremos volver a pensar el proceso mismo de elaboración de un “programa transicional”. Y la única manera de manejar esta pregunta es volver a una concepción de la práctica revolucionaria como experimentación, ingenio e inventiva colectiva. “Inventando lo desconocido” como Bensaïd hubiera sugerido.6

En ese sentido, cualquier intento de avanzar realmente no puede ser mediante una especie de forma de desarrollo capitalista eficiente, sino que debe ser un cambio profundo tanto en los patrones de producción y consumo, en cierto sentido, una transformación social y cultural más profunda, una nueva jerarquía de necesidades. Es más, un enfoque como tal es la única manera de pensar en maneras de evitar el desastre ecológico inminente, más allá de los límites del “Green New Deal”.

Tesis Cuatro: No se trata simplemente sobre “gobernanza de izquierda” incluso si eso incluye un gobierno de izquierda

Aunque este proceso pueda incluir un “gobierno de izquierda” no se trata del gobierno de la izquierda. En este sentido, a pesar de su forma institucional “nominal”, estamos hablando de un proceso revolucionario. El otro aspecto es que cualquier intento de iniciar un proceso de cambio será institucionalmente “violento” desde el día uno, en cuanto a imponer límites a la propiedad capitalista y nacionalizar recursos naturales estratégicos, salir de tratados de comercio internacional, anular la deuda y el incumplir obligaciones. Incluso si el proceso es cuidadosamente organizado de manera de evitar el colapso, se encontrará en confrontación tanto con organizaciones internacionales como con aparatos Estatales. Y esto significa que el lado de las y los subalternos no puede simplemente descansar en la llegada al poder de gobiernos que son por definición tanto inestables y propensos a capitular. Lo que se necesita es un contra exceso de poder desde abajo en conjunto con formas expansivas de organizaciones autónomas.

En este sentido, la noción misma de “guerra civil” debe ser traída a colación, no en cuanto a la inevitabilidad del conflicto armado generalizado, sino como un recordatorio de la ferocidad de la confrontación de clase que este proceso debería incluir, la posibilidad de violencia, o en la manera que el fallecido George Labica lo pone: “la imposibilidad de la no-violencia”.7

Tesis Cinco: La insurrección es un arte, pero también necesitamos la ciencia de una guerra popular prolongada

Con esta frase, me gustaría señalar tanto un desafío como una dificultad. Por una parte, tenemos todas estas formas de protesta que al menos en términos simbólicos tienen a lo menos un carácter insurreccional, desde los Indignados, hasta lo ocurrido en Grecia, las protestas de Gezi Park y los chalecos amarillos. Por otra parte, estas protestas son simbólicamente disruptivas, esto ejemplificado en ciertos “momentos” tales como cuando detuvieron una parada militar en Thessaloniki en 2011 o cuando “invadieron” los Campos Elíseos en Paris, pero por sobre todo son no disruptivas del funcionamiento de actividades centrales. Es importante volver a pensar el carácter disruptivo de las movilizaciones políticas y sociales masivas. Es importante que cualquier cambio político sea el resultado de una protesta masificada de una magnitud tal que permita crear una condición de desequilibrio hegemónico, combinado con elementos de una crisis del Estado.

No sugiero esto en el sentido de la obsesión neo-Blanquista de tendencias como el Comité Invisible con la posibilidad de quebrantar y bloquear procesos logísticos del capitalismo contemporáneo. Más bien, quiero insistir en el hecho que las protestas masivas contemporáneas han probado ser más efectivas cuando pueden realmente interrumpir procesos económicos y políticos, en este sentido incorporando elementos de una estrategia de huelga general. Sin embargo, esto no significa un “fetiche” de insurrección, el cual en la presente coyuntura termina en la obsesión con la gran protesta, sin negar lo importante de las protestas. El punto está en encontrar formas de protestar y movilizarse que puedan tener un costo material tanto en la economía como en el funcionamiento del Estado. Pero este es solo un aspecto.

Es obvio que también existe otra temporalidad, que el largo durée de un movimiento, y es allí donde se necesitan formas elaboradas de organizar a las clases y grupos subalternos, tener una base real en ellos, crear colectivos y redes y formas de autogestión que puedan proporcionar la columna vertebral de un movimiento popular potencial, recomponiendo el movimiento obrero, haciéndolo abierto, democrático, inclusivo, pero también político, estableciendo culturas de democracia y solidaridad. Esto no es tan impresionante como lanzar una campaña electoral o tratar de lograr un avance político, pero en momentos cruciales, este puede ser el factor decisivo y al mismo tiempo el medio para garantizar que cualquier levantamiento contemporáneo se combine con formas de organización que puedan tener la duración necesaria.

Tesis seis: Necesitamos una concepción actualizada del poder dual

Es aquí donde una concepción renovada del poder dual se torna pertinente. Yo creo que tenemos que pensar en términos de un poder dual permanente. No estoy sugiriendo esto de manera escolástica, sino que en el sentido que una referencia al poder dual encapsula el hecho de que queremos una politización expansiva de las clases subalternas, una expansión de sus formas de autoorganización, una liberación de su potencial de imponer sus demandas y exigencias y una liberación de amplias prácticas de experimentación colectiva. Referenciar al poder dual también apunta al hecho de que un proceso complejo, desigual y confrontacional, donde luchas no solo contra las fuerzas del capital y el Estado sino que también contra gobiernos de “izquierda” o “populares” estarán a la orden del día, en un proceso dialéctico con un proceso constituyente que trasciende los límites contemporáneos de legalidad constitucional e impone limitaciones actuales a la propiedad capitalista o a la habilidad de “invertir”, junto a las formas reales de control popular de esos aspectos de funcionamiento estatal que tradicionalmente están apartados de la intervención popular.

De particular importancia sería la habilidad de tener ese tipo de movilización popular para asegurar cambios en el orden legal y constitucional que normalmente no serían posibles. Tal proceso constituyente “institucionalmente violento” continúa siendo un prerrequisito de mayores cambios sociales junto a la habilidad de resistir los contraataques del Estado. El caso de Catalunya ejemplifica este reto.

Tesis siete: Debemos pensar en términos de un nuevo bloque histórico

Todas estas consideran un punto muy en particular: no se trata simplemente de “rehacer a la gente” o de tener una campaña electoral exitosa, o conformar un gobierno. Se trata de conformar un nuevo bloque histórico.8 Y la noción gramsciana de bloque histórico apunta a la combinación de una alianza social, con un programa político que expresa la iniciativa independiente e histórica de los subalternos con las formas políticas y prácticas que de hecho crean no relaciones de representación, sino que prácticas de participación democrática masiva y movilización, en un proceso que crea no solo una nueva forma de gobernanza, pero también una trayectoria histórica alternativa para una sociedad. Pero esto requiere mucho más que simplemente dirigirse a la gente, requiere mucho más que prometerles el cambio, significa interactuar con ellos, y escucharlos, transformarlos y al mismo tiempo ser transformados por medio de las muchas instancias de experimentación colectiva y lucha.

Esto también significa trasladarse de la nación hacia la gente. No se puede pensar de soberanía en términos nacional, aún si pensamos en términos de estados-naciones como entidades políticas y entidades espaciotemporales convirtiéndose en los “eslabones débiles de la cadena”, pero sí podemos pensar en la soberanía en términos populares. Y esto significa en pensar en la gente como la verdadera unidad en la lucha de todos quienes sufren de la explotación, dominación, patriarcado e inminente desastre ecológico. No es simplemente sustituir a la nación por medio de un demos postnacional, sino que es un proceso desigual y complejo de reconocer la historia y reescribir la historia y la identidad común como parte de la lucha y desde la lucha, una historia del presente, la lucha de lo que será la lucha de lo subalterno hacia la emancipación y el autogobierno.

Tesis ocho: Necesitamos un nuevo internacionalismo

Algunas de las mayores de las dificultades que tenemos hacen referencia a las presiones que sufrirá cualquier proceso de cambio hoy. Por un lado, un enfoque de “eslabón más débil de la cadena” es más pertinente que nunca, en el sentido de que solo coyunturas singulares de crisis hegemónicas, basadas en dinámicas globales amplias, pero sobre determinadas por formas particulares de antagonismo social pueden conducir a rupturas. Por otro lado, el grado de agresión y chantaje que enfrentarán será tremendo. En este sentido un nuevo internacionalismo es necesario, en el sentido de movimientos expresando solidaridad y neutralizando los esfuerzos de chantajear las iniciativas de transformación social, pero también en el sentido de la búsqueda de nuevas formas de alianzas regionales y en tomar ventaja de cualquier contradicción que exista a nivel internacional, un cierto tipo de “realismo” revolucionario que evita tornarse hacia el cinismo revolucionario. Esta es una de las cuestiones más difíciles y a la vez más urgentes que enfrentamos

Tesis nueve: Necesitamos organizaciones que sean laboratorios de estrategia y esperanza

Contra las formas contemporáneas del Estado burgués integral en su combinación de aparatos hegemónicos “públicos” y “privados”, la violencia sistémica de los apartados y en algunas instancias redes internacionales y los efectos disgregantes de aparatos ideológicos contemporáneos del Estado, formas contemporáneas de la organización política de la izquierda son estructuralmente ineficientes. Esto explica las contemporáneas “crisis de autoridad” de todas las formas contemporáneas de organización política ejemplificadas en la mutación de “partidos amplios” o “frentes” a máquinas electorales, completamente ajustados al modo parlamentario burgués de la política y la serie de implosiones de micro organizaciones supuestamente “leninistas” en la forma de disolución completa, en algunas instancias por las revelaciones de culturas internas que incluían un sexismo generalizado, o la retirada a un sectarismo mezquino y al “negocio usual” de “cuántos estudiantes reclutamos este año”.

En contraste lo que necesitamos es repensar las formas de organización de un potencial “Frente Integral Unido”, la articulación de movimientos, corrientes políticas, sensibilidades, investigaciones teóricas, experimentaciones sociales y políticas, en un proceso constituyente que no crea ni ejércitos ni máquinas electorales, sino que laboratorios de estrategia e industrias de esperanza. Sin embargo, esto requiere un profundo proceso de autocrítica por parte de la izquierda radical actual, un alejamiento de los hábitos y manierismos políticos, un deseo de aprender y experimentar, un profundo cuestionamiento de jerarquías de clase, conocimiento y género al interior de organizaciones de izquierda, un intento en crear no “los cuarteles de la revolución” sino que laboratorios de nuevas intelectualidades y nuevas formas de disciplina política, que hagan evidente que la militancia implica una forma de sociabilidad que es más abierta, democrática, participativa e igualitaria que la sociedad que nos rodea. No como islitas de comunismo, pero como prueba de que las nuevas formas políticas y sociales están ya emergiendo en la lucha y desde la lucha.

Es más, repensar las organizaciones contemporáneas no en términos de “pureza ideológica” ni de eficacia electoral, sino que como procesos políticos que permiten la producción de estrategias, la emergencia de una nueva cultura popular, y una nueva civilidad política subalterna, es la única manera de concebir organizaciones como la instancia principal de producción de un nuevo bloque histórico y como el intento no de representar sino que de ayudar al proceso de “autotransformación” de los subalternos, de ayudarlos a afirmar su autonomía integral como Gramsci hubiera dicho. Es también la única forma de intervenir en la temporalidad compleja y plural de la política revolucionaria y “prepararse para lo inesperado”.

Tesis diez: Necesitamos aprender de la derrota

Desde el desastre de SYRIZA a la crisis de Podemos, la incapacidad de la izquierda francesa de crear proyectos hegemónicos exitosos, aún con la emergencia de movimiento como los Gilets Jaunes, al hecho que lo mejor que puede lograr la izquierda Norteamericana es reunirse alrededor de Bernie Sanders, proporciona la evidencia de una serie de derrotas políticas, la incapacidad de convertir la ola de malestar social y contestación que siguió la última crisis capitalista en un proyecto político coherente de emancipación y transformación.

Es tiempo que aprendamos de la derrota, empezando por reconocerla, en toda su profundidad y extensión, en todas sus formas y variaciones, incluyendo todos los casos que no comprendemos realmente la extensión y la profundidad y la derrota. Y debemos hacerlo no en el sentido de abrazar algún tipo de melancolía de izquierda o pesimismo, sino que para poder hacer una evaluación efectiva de las correlaciones de fuerzas. Y al mismo tiempo debemos siempre participar en los procesos continuos de reconstrucción, refundación y recomposición, por medio de la lucha, experimentación, organización, creando nuevas esferas públicas y escuchando y aprendiendo realmente de los errores de otros. Reapropiarse de experiencias de lucha, siempre aceptando que las luchas y movimientos reales portan más imaginación estratégica que nosotros, siempre proponen más preguntas y hasta a veces más respuestas que las que teníamos, siempre apuntan a nuevas experiencias y sensibilidades y nuevas maneras y nuevas soluciones en una dialéctica incesante de confrontación política pero también de creatividad política.

A las diez tesis anteriores añadiría una más: Sí, estamos hablando de una revolución. Es imposible pensar en cambio social y transformación por fuera de un proceso revolucionario. Claro, revolución no es idéntico a insurrección y hace referencia a un proceso más que a un momento, pero es claro que estamos discutiendo secuencias políticas de ruptura, confrontacionales, conflictuantes, secuencias que implicarían largas y duras luchas que no pueden reducirse al funcionamiento normal del proceso parlamentario. La misma noción de revolución fue en cierto sentido una de las grandes invenciones de la modernidad, sus límites internos y al mismo tiempo su apertura al futuro sigue siendo la mejor descripción de las transformaciones involucradas en cualquier proyecto de emancipación social.

Para concluir: seguimos dentro de los contornos de un periodo de crisis. No solo en el sentido de una crisis abierta del acuerdo del conflicto inter-imperialista que incorrectamente ha sido denominado globalización y tampoco solamente en el sentido de una crisis inminente después de una década de recuperación que falló en responder los aspectos estructurales y sistémico de la crisis del neoliberalismo globalizado, pero también en el sentido de una aguda crisis política, una acechante crisis de hegemonía que a veces, especialmente en el contexto europeo expresado en la incapacidad de las elites políticas de realmente comprender qué sucede con la sociedad, de comprender la raíz y la profundidad del enojo que se viene encima en múltiples formas y de darse cuenta que aún hay concepciones de justicia, equidad y democracia que expresan, aún en forma rudimentaria la resistencia y aspiración de las clases subalternas en su potencial de disrupción y desafío a la configuración contemporánea del poder.

No estoy sugiriendo un tipo de falso optimismo. En contrasto, creo que lo que necesitamos es una inversión de la famosa frase de Romain Rollan que Gramsci usó y sugerir que lo que necesitamos en cierto sentido es el optimismo del intelecto para contrarrestar el pesimismo de la voluntad, una insistencia Spinoziana en las tensiones inmanentes que recorren el imperium contemporáneo y el potencial de cambio inscritas en ellas.

(Traducción por José Manuel Meza y Matías Urzúa)

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Notas

1.Daniel Bensaïd, “On the return of the politico-strategic question,” 2006.

2.Nicos Poulantzas, State, Power, Socialism, Verso, 2000.

3.Razmig Keucheyan and Cédric Durand, “Bureaucratic Caesarism: A Gramscian Outlook on the Crisis of Europe,” Histrorical Materialism 23.2: 23–51, 2015.

4.Isabelle Garo, Communisme et strategie, Paris, Editions Amsterdam, 2019.

5.Josep Maria Antentas, “Imaginación estratégica y partido,” Viento Sur, 150: 141-150, 2017.

6.“Inventer l’inconnu” was the title that Bensaïd chose for a collection of texts by Marx and Engels on the Paris Commune (Paris, La Fabrique, 2008).

7.Georges Labica and Francis Sitel, “De l’impossibilité de la non-violence. Entretien avec Georges Labica,” 2009.

8.Panagiotis Sotiris, “Gramsci and the Challenges for the Left: The Historical Bloc as a Strategic Concept,” Science & Society: Vol. 82, No. 1, 94-119.

Matías Guerra Urzúa
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Estudiante de sociología de la Universidad de Chile, integrante del Centro de Investigación Político Social del Trabajo (CIPSTRA).

Panagiotis Sotiris

Periodista en Atenas y profesor de la Hellenic Open University. Miembro del comité editor de la revista Historical Materialism.