El saqueo

No a la condena moral del saqueo, no a su apología, ni tampoco a su pedagogía. Saqueo es la promesa del consumo sin límites en un stock de mercancías insostenible. Su condena es la reafirmación de la exclusión; moral enaltecida, ciudadanía recelosa, civilizatoria y excluyente. Finalmente, civilización del consumo, disciplinaria y correctiva.

por Nicolás Román

Imagen / Disturbios en Valparaíso, Chile. Octubre, 2019.


Los edificios son una tribuna de cacerolas, música y ruido, impensado que las hileras de ventanas serían una columna de solidaridad y expectación. El toque de queda está mudo. La boca de plomo del poder se traga el ruido de la insubordinación general. La segunda jornada de protesta se extendió a nivel nacional y la respuesta gubernamental fue extender el estado de emergencia.

La jornada en distintos lugares de Santiago y el país prendió regueros de pólvora cuya síntoma hemorrágico fue el saqueo. Los medios masivos de comunicación se llevaron la mano al pecho y con la diestra condenaron el saqueo en función de extender la culpa, hacer una cuenta de justificación y adoctrinamiento. El saqueo como el emblema de esa justicia que castiga quien evade treinta y pesos y no trescientos millones.

El saqueo probablemente en la periferia santiaguina es muestra del pacto social que se promueve por medio del consumo y el desenfreno del acceso a las mercancías relucientes de la promesa neoliberal. Ser ciudadano es consumir, consumir es consumar la ciudadanía. La presencia de bienes de uso público se reduce a la interconexión de los deseos privados. Las periferias en Chile carecen de áreas de verde de calidad, centros recreacionales, una red de escuelas públicas abiertas que simbolicen y practiquen un sentido y tejido colectivo. Mall se convirtió en plaza, Mall es Universidad, Mall es un servicio de salud, Mall es un acceso a esa espacio de realización conectiva de los deseos. Las mayores obras de infraestructura pública son una mole privada que se llama mall. El paseo del domingo, los helados, el pasto, una palmera, un teatro, un jardín con peces también tiene ese nombre.

La ciudad arde y el saqueo es el fantasma del consumo reprimido. Forzar la puerta y salir con las mercancías. El saqueo es la promesa de la satisfacción sin el torniquete de la deuda. El saqueo es la consumación colectiva de la promesa de acceso al escaparate de nuestro deseo vuelto satisfacción. El saqueo tiene peligro, goce y transgresión. Probablemente, desde una tribuna moral enaltecida por los ribetes de la civilización, el saqueo es barbarie, la vuelta residual de aquello invisible en el pacto consumista.

Hay un castigo moral al saqueo, una condena a la irrupción indebida y al quebrantamiento del derecho a la propiedad. Sin embargo, no hay una reflexión sobre nuestros pactos de consumo, no hay un acento en la exclusión de lo público del grueso de los habitantes de nuestras ciudades. La condena del saqueo no practica una reflexión sobre una dimensión de lo común que nos envuelve, aquello en común de lo que somos parte sin que sea nuestra propiedad individual. Ese espacio en común negado en nuestros acuerdos neoliberales de la democracia. La rabia del saqueo es la rabia del consumo frustrado, es una protesta individual contra un acto individual vestido de colectivo.

Común es el goce de la mirada en el mar, común es el aire y común es un árbol que dona su sombra. El pacto consumista, con su reverso extractivista, implica privación de agua, aire y tierra. Ese contrato del orden social del consumo implica una ciudadanía en cuotas, en deudas, en silicio y moralidad castigadora. La condena del saqueo es la rememoración del credo civilista de la meritocracia, la justificación de la carestía como un problema individual y no social. La condena del saqueo es revanchismo.

Este texto no es la vanagloria del saqueo, no es su elogio, tampoco su condena, ni su tercera vía. No es la lucidez de la excepción, ni la celebración de una política espontánea del pacto consumista como si fuera la salida al consumo. No es una explicación de la causa sociológica de su acontecimiento, ni tampoco la red intrincada del deseo que lo soporta.

El saqueo acontece como pérdida, cuando hay saqueo pierde la política y pierde la sociedad; pero el saqueo no es nuestro, el saqueo es su saqueo. El saqueo de los recursos naturales, el saqueo de nuestras vidas, el saqueo de lo común en su dimensión esencial: saqueo del agua, el aire, la tierra y el mar. Ese es el saqueo.

Un televisor, una vitrina destruida, un carro con mercaderías son ese residuo malsano de esa promesa enfebrecida por tener, tenerlo todo, el deseo cargado de mezquina desigualdad, el saqueo es consumo cuando excede nuestro sueldo y nos condena en dinero plástico. El saqueo es el vacío del consumo como promesa de satisfacción social. La condena moral del saqueo es nuestra moral enaltecida construida bajo el aprendizaje de que para consumir se debe pagar; sí, se debe pagar, pero ¿cómo pagar, a quién pagar, con qué pagar?

No a la condena moral del saqueo, no a su apología, ni tampoco a su pedagogía. Saqueo es la promesa del consumo sin límites en un stock de mercancías insostenible. Su condena es la reafirmación de la exclusión; moral enaltecida, ciudadanía recelosa, civilizatoria y excluyente. Finalmente, civilización del consumo, disciplinaria y correctiva.

Posiblemente, la postal del cierre del gran comercio transnacional, va ser el consumo en los almacenes de barrio, consumo sin revanchismo, consumo a un nivel de acumulación sin exclusión. La revuelta inventará sus nuevas formas de consumir y consumar su deseo, la revuelta con su fuerza y rebeldía nos entregó algo en común, nuestro descontento en común, nuestra resistencia, una insubordinación que nos excede y nos anima. Cuerpos, voces, presencia y acontecimiento en la recuperación de lo público en común para aprender a desear sin excluir.

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Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.

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