Imaginando mundos posibles. Sobre “Bienes comunes y democracia. Crítica del individualismo posesivo”, de Álvaro Ramis

“Pero no solo es un ánimo de reconstrucción histórica de los usos y debates en torno a la noción de bienes comunes lo que ocupa a Ramis. Este ejercicio no es solo la apelación a una tradición pasada o la solución conceptual a un problema teórico, sino que es también, y centralmente, la expresión de una voluntad política: la voluntad por imaginar fórmulas alternativas al capitalismo, a la razón neoliberal y al individualismo posesivo y que, reconociendo el fracaso de los proyectos estado-céntricos, permitan avizorar alternativas al primado del mercado y sus lógicas autodestructivas”.

por Carlos Durán Migliardi

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Álvaro Ramis, Bienes comunes y democracia. Crítica del individualismo posesivo. Santiago, LOM Ediciones, 2019 (428 páginas)

Gran parte de la historia política y social del siglo XX se configuró en torno a la oposición entre Estado y mercado. Múltiples conflictos y luchas sociales, ensayos exitosos y proyectos fracasados, víctimas frecuentes y triunfadores predecibles se definieron en la disputa sobre la propiedad, administración, control y distribución de los bienes involucrados en la reproducción social de la vida. En fin, millones de hombres y mujeres partícipes de una disputa que trascendió ampliamente la pura cuestión teórico-especulativa, toda vez que involucró la vida, la muerte y el destino de millones.

En parte como resultado de la crisis de los socialismos reales, del efecto dislocatorio de la globalización y el capitalismo post-fordista sobre la forma Estado, así como del rotundo fracaso de la promesa de auto-realización de la humanidad a base a la espontaneidad de los mercados, esta oposición entre Estado y mercado ha dado paso a la emergencia de una tercera posición dirigida hacia la deconstrucción de este binarismo: la reivindicación del dominio de “lo común”.

Bienes comunes y democracia. Crítica del individualismo posesivo, de Álvaro Ramis, se trata justamente de esto: una reflexión pausada, profunda y problematizadora respecto a los alcances, límites, tensiones y posibilidades de una noción que, como la de bienes comunes, “revela los límites de la antinomia entre propiedad pública o estatal y propiedad privada, en tanto ambas formas se fundan en una noción individualista que presupone una exclusividad excluyente” (p. 15).

A lo largo del libro, la afirmación de la posibilidad de construcción de formas de relación comunales capaces de superar la oposición entre Estado y mercado opera como leit motiv. Un leit motiv cuya némesis, en definitiva, es la célebre alusión a la “tragedia de los comunes” con que –hacia la década de los sesenta del siglo pasado– Hardin clausuraba toda posibilidad de pensar siquiera la producción de formas colectivas de administración de lo común. El libro de Ramis es precisamente la afirmación de la posibilidad política, teórica e histórica de producción de formas alternativas para la administración y goce de la vida en común.

Bien lo subraya Álvaro Ramis cuando, al inicio del libro, hace referencia a las movilizaciones sociales de reivindicación de lo común: la noción de bienes comunes es, antes que todo, la expresión de la movilización de hombres y mujeres que reivindican su derecho a “ser reconocidos en el seno de una comunidad inclusiva y auto-legisladora, formada por personas libres e iguales” (pp. 12-13). Antes que un concepto proveniente de la confluencia entre ciencia económica, ciencia política y filosofía, la noción de bienes comunes constituye el nombre de una experiencia y de una tradición de organización de la vida colectiva que el autor repasa exhaustivamente en la primera parte del libro, mostrando sus tensiones y mecanismos de resolución en contextos tan diversos como el de la polis griega, la Roma clásica, la tradición germánica o la Gran Bretaña de fines de la Edad Media. Todos contextos en los cuales la defensa y reivindicación de lo común operó –no sin contradicciones– en tanto mecanismo de imaginación de formas de organización de la vida que pudieran excluir la centralidad de la propiedad privada.

Dentro de esta amplia revisión de la deriva histórica que la noción de bienes comunes fue adquiriendo, resulta interesante el abordaje que Ramis realiza respecto al avance del propietarismo generado en el contexto de la modernidad temprana. Destacando la forma en que “la clase señorial actuó coaligadamente junto a la monarquía, demandando el acrecentamiento de su poder sobre el territorio bajo su propiedad” (p. 113), Ramis nos muestra cómo Estado y privados, lejos de operar en antagonismo, actuaron en conjunto en pos del objetivo de retirada de lo comunal. Un fenómeno propio de lo que, en definitiva, será conocido como el proceso de acumulación originaria de capital, proceso en el cual el poder político-monárquico jugó un rol central.

La inflexión propietarista de la modernidad occidental derivó en la expansión y naturalización del individualismo como un principio ontológico capaz de imponerse frente a la estela de la comunalidad. Desde las elaboraciones contractualistas de Hobbes y Locke hasta la teoría de la propiedad de David Hume, la crisis de lo común se expandió desde el terreno de lo fáctico al campo de las ideas, hasta que durante el siglo XIX la crítica al individualismo posesivo volvió a instalar el debate sobre el valor de la comunidad en la organización de la vida social. Transitando desde la descripción del desarrollo del pensamiento socialista y anarquista hasta la Comuna de París de 1871, desde el asociacionismo de Thomas Paine hasta el socialismo científico de Carlos Marx, Ramis nos muestra la forma en que, desde el mundo de las ideas y de las luchas sociales, la defensa de formas de organización que pudieran hacer frente al primado capitalista-propietarista encontró su lugar, articulando tradición e innovación, pasado y futuro.

Como un inequívoco síntoma de la retirada que tuvo durante el siglo XX la defensa de lo comunal, Ramis termina su revisión histórica con el resurgimiento –en el contexto actual de auge de la así llamada “economía del conocimiento y la información” (p. 229)– de nuevos debates en torno a las fronteras y relaciones de contigüidad entre lo público y lo privado, y lo individual y lo común, en el ámbito de formas de sociedad en las cuales el conocimiento, la tecnología y la relación con el medio ambiente complejizan los criterios de delimitación tradicionales.

Pero no solo es, como decimos más arriba, un ánimo de reconstrucción histórica de los usos y debates en torno a la noción de bienes comunes lo que ocupa a Ramis. Este ejercicio no es solo la apelación a una tradición pasada o la solución conceptual a un problema teórico, sino que es también, y centralmente, la expresión de una voluntad política: la voluntad por imaginar fórmulas alternativas al capitalismo, a la razón neoliberal y al individualismo posesivo y que, reconociendo el fracaso de los proyectos estado-céntricos, permitan avizorar alternativas al primado del mercado y sus lógicas autodestructivas.

Y es en esta dirección hacia la que apunta la última parte de Bienes comunes y democracia, donde Ramis propone la articulación de la noción de bienes comunes con un proyecto político dirigido hacia la ampliación de “la gobernanza democrática de las instituciones del procomún”. Argumentando acerca de la necesidad de trascender las valoraciones de lo común que se basan puramente en el rescate de la tradición y/o la valoración de las costumbres, avanza hacia su comprensión como insumo para el desarrollo y profundización de formas de deliberación en torno a lo común fundadas en la “ética del discurso”, es decir, en la conformación de un campo –el campo de la disputa democrática– fundado en “una voluntad de inclusión y reconocimiento, que lleve a exigir que ninguna persona sea excluida como interlocutor válido” (p. 16). Una forma de acción más que un punto de llegada, una dinámica de interacción y apropiación más que una disputa por el poder institucional es lo que a fin de cuentas propone Ramis, ubicando a los bienes comunes y su reivindicación en el lugar mismo de la disputa democrática. Una disputa en la que, como dice el autor en alusión a Habermas, se trata de “asediar la fortaleza sin ánimo de conquista”.

Carlos Durán Migliardi
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Investigador del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud en la Universidad Católica Silva Henríquez.