¿Cómo enfrentamos a la extrema derecha?

Nos gusta asistir a conferencias de líderes como Errejón en las universidades y seguimos por redes sociales sus debates, pero no tenemos idea si las bases de Podemos están participando en luchas sindicales, cómo enfrentan la crisis migratoria o el alto costo de la vivienda. Es ahí cuando abrimos la cancha para que la ultraderecha avance sin disputa en los sectores populares: cuando los miembros de nuestros partidos transforman el “militar” en asistir a reuniones o cuando las luchas sociales (o los problemas que afectan a la mayoría popular que decimos representar) son tercera o cuarta prioridad.

por Felipe Ramírez

Imagen / Nazis chilenos, registros de la Policía Civil. Fuente: Santiagonostalgico


Tal como nos demuestra el auge de fuerzas políticas neofascistas, ultraconservadoras o nacionalistas, la respuesta a esta pregunta es sumamente difícil, y no es objetivo de esta columna intentar presentar fórmulas simples para enfrentar esta problemática. Si pretende entregar algunos elementos que sirvan de base para que la izquierda, y en particular el Frente Amplio, tome en serio la cuestión.

Desde hace algunas semanas el Movimiento Social Patriota ha hecho pública su decisión de reunir firmas a partir del mes de junio para constituirse como partido político, con un amplio despliegue en redes sociales: nueva página, videos y propaganda en distintas plataformas son algunos de los mecanismos con los que apuestan por llegar a un amplio número de personas a pesar de sus por ahora exiguos números.

El ahora autodenominado “Partido Social Patriota” (PSP) apuesta también por aprovechar distintas polémicas en las que se ha visto envuelto en el ámbito de la derecha: mientras alaban a la extrema derecha internacional por el acercamiento entre Víktor Orban y Mateo Salvini, critican a José Antonio Kast y respaldan públicamente la nacionalización del cobre por parte de Allende por ser una medida “nacionalista”.

La pregunta que se instala de cara a la izquierda es ¿cómo enfrentamos el surgimiento de una extrema derecha que, según se analizaba en una serie de artículos previos, representa en sus diferentes estructuras partidarias distintos intereses de clase?

Se ha hecho costumbre entre la gente de izquierda -sea o no militante- tratar a la derecha, desde RN “hacia allá”, calificándolos a todos bajo el epíteto de “fascistas”, terminando por vaciar de contenido una categoría de análisis que históricamente mantiene un contenido concreto y en los hechos desarmándonos. Por el contrario, analizar de manera real los intereses de clase y el contenido político de cada uno de los grupos nos permite elaborar una estrategia adecuada para enfrentarlos políticamente.

¿Son lo mismo entonces grupos como el PSP o Acción Identitaria, que Acción Republicana de José Antonio Kast, o Fuerza Nacional que agrupa a los “viudos” de la dictadura? No, y no podemos reaccionar ante cada uno de la misma forma, bajo riesgo tanto de unificarlos como de que se instalen como víctimas bajo un aura “combatiente”.

¿Qué opciones tenemos entonces?

En términos de contexto, el caldo de cultivo de estas fuerzas siempre tiene relación con momentos de crisis de los sistemas políticos y de ciclos críticos del modelo de acumulación capitalista a escala internacional. Así fue en la década de los 30 con el fascismo original, así ocurrió en los años 60 y 70 en Chile y en Europa, y así es también en la actualidad.

En la contracara, en todos esos escenarios ha existido también un auge de fuerzas políticas de izquierda, y sobre todo, de luchas sociales de masas. Si los 30 fueron el corolario de la derrota del ciclo revolucionario europeo tras la revolución rusa, los 60 y 70 vieron amplias luchas estudiantiles y obreras.

En otras palabras: el desarrollo de estas fuerzas -tanto en la izquierda como en la derecha- obedece a la agudización de la lucha de clases y la búsqueda de respuestas a la crisis por parte de diferentes segmentos de clase.

Para la socialdemocracia y la derecha liberal la respuesta a la extrema derecha ha sido intentar generar lo que se conoce como “cordón sanitario” en torno a estas organizaciones luego de que irrumpen en el sistema político ante el desprestigio del sistema político. Es así como se ha buscado impedir su participación en gobiernos parlamentarios a través de alianzas amplias entre la centro-izquierda y la centro-derecha en Alemania, o el auge de partidos “de centro” en Francia con Emmanuel Macron.

Lo cierto es que nada de esto ha funcionado. La exclusión ha vuelto más fuertes a los grupos aislados que hoy gobiernan en buena parte de la Unión Europea, o son fuertes referentes en la oposición, incluyendo países “ejemplo” del progresismo socialdemócrata, como la región de Escandinavia.

En la izquierda la respuesta ha variado desde la confrontación callejera, sobre todo en contra de grupos abiertamente neonazis, como es el caso de Amanecer Dorado en Grecia, a la denuncia del carácter reaccionario de sus postulados en el caso de fuerzas neoconservadoras, o nacionalistas, y del peligro del retorno del fascismo. Tampoco parece ser una respuesta exitosa, si vemos el fracaso de la izquierda por instalarse como una alternativa en los países europeos.

Quizás una forma para buscar indicios para construir una respuesta, tiene que ver con revisar el carácter de las organizaciones políticas que estamos construyendo. Si bien nuestro discurso alude mucho a las formas de una izquierda radical, lo cierto es que nuestros debates y discusiones -y nuestras prácticas también- tienen mucho más que ver con la política institucional -la “vieja política”- que con una política construida en las luchas y problemáticas que afectan a los explotados y oprimidos de nuestro país. En los hechos, seguimos viviendo del “aura” construida por el 2011, cuando en ocho años mucha agua ha pasado bajo el puente.

Mientras las organizaciones de la derecha más dura no temen ir a disputar con su discurso y su acción sectores populares, nosotros nos vemos ajenos a las luchas cotidianas que se desarrollan en Chile. Esto tiene también mucho que ver con los referentes que observamos afuera. Con todo lo interesante que pueden tener el laborismo de Corbyn, los debates al interior de Podemos, o el avance de candidatos abiertamente socialistas en Estados Unidos, poco sabemos, comentamos o revisamos cómo se relacionan ellos con sus luchas cotidianas, o si es que lo hacen.

Nos gusta asistir a conferencias de líderes como Errejón en las universidades y seguimos por redes sociales sus debates, pero no tenemos idea si las bases de Podemos están participando en luchas sindicales, cómo enfrentan la crisis migratoria, o el alto costo de la vivienda.

Es ahí cuando abrimos la cancha para que la ultraderecha avance sin disputa en los sectores populares: cuando los miembros de nuestros partidos transforman el “militar” en asistir a reuniones, o cuando las luchas sociales (o los problemas que afectan a la mayoría popular que decimos representar) son tercera o cuarta prioridad.

Otro problema puede estar relacionado con algunos “tabúes” discursivos que existen en la izquierda. Como se abusa de categorías como “fascista” para criticar a cualquier cosa que no se inscriba en nuestras coordenadas políticas -a veces incluso a demócratacristianos por ejemplo-, somos incapaces de responder políticamente ante las posiciones que instala la ultraderecha: si critican a los migrantes o levantan un discurso patriota, nuestra respuesta primaria es muchas veces -demasiadas- insultar a quienes pueden sentirse atraídos por esas ideas, en vez de disputar su contenido. “Un patriota, un idiota” sigue siendo un dicho muy extendido entre jóvenes de izquierda.

Es posible que haya llegado la hora de abandonar las consignas vacías -que sólo develan una falta de política y de argumentos para disputar a la derecha más dura espacios- y decidirnos a salir a militar en las luchas populares, ya no como jóvenes puros sin contaminarnos con la vieja política, sino como trabajadores y trabajadoras que deciden enfrentar las difíciles condiciones de vida en nuestro país para construir una alternativa a la política existente.

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Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).