La odisea neoliberal

Existe la creencia popular de que un naufragio de proporciones puede arrastrar a sus supervivientes o incluso, a otras embarcaciones. Más allá de si esto es cierto o no, a las fuerzas políticas emergentes o de cambio no les basta con ponerse a disposición del descontento, ofrecer medidas más atrevidas que la agenda del gobierno y apoyar a través de una suerte de obligación moral las movilizaciones. En efecto, el desafío no puede limitarse a salvar su legitimidad y un eventual apoyo electoral: el descontento clama por una nueva forma de organizar la vida, un proceso de superación del neoliberalismo.

por Roberto Álamos

Imagen / Movilización en Santiago, 25 de octubre 2019. Fuente: Flickr


El 17 de octubre de 2019, Sebastián Piñera concedió una entrevista[1] al diario británico Financial Times. En ella se comparó con el héroe mitológico griego Ulises (también conocido como Odiseo), quien pidió ser atado al mástil de su barco y ordenó cubrir con cera los oídos de su tripulación para resistir el canto mortal de las sirenas Escila y Caribdis. Con esta referencia a la Odisea de Homero, Piñera buscaba ilustrar la posición de su gobierno en la región: frente a los cantos de sirena del populismo, las peligrosas olas de la recesión y las marejadas de la crisis, su barco seguía a flote y cual Ulises, llegaría a Ítaca.

Con el inicio de la revuelta popular, la entrevista no tardó en hacerse viral. Días después, el mismo Financial Times que había derrochado elogios para Piñera, ni se molestó en recoger su interpretación de la revuelta e indagó sobre las causas de ésta a través de una nota que incluía las visiones de Marta Lagos, Eugenio Tironi y Patricio Navia[2]. Si bien ahora podemos apreciar con claridad cómo la tempestad del descontento azota la precaria embarcación en la que Piñera y su gobierno navegan, las oleadas del estallido se habían fraguado hacía décadas, en las profundidades del campo social. En efecto, la cera en los oídos no resultó ser ninguna forma de protección frente a la amenaza populista, más bien terminó representando la ignorancia de los Ministros Fontaine, Larraín y Hutt respecto de las condiciones de reproducción de la vida de la clase trabajadora en el Chile neoliberal.

A través de un libreto variopinto de arrepentimientos, discursos y relatos —que fueron desde la “guerra interna” hasta “la unidad y la ayuda de dios”—, los actuales administradores del modelo han intentado desesperadamente salvarse del hundimiento de los partidos e instituciones. Pero no son los únicos: parte de la vieja concertación, una coalición derrotada hace casi dos años en un alicaído padrón electoral, descompuesta y carente de proyecto político, decidió reunirse con Sebastián Piñera el martes 22 de octubre[3]. Su interés era claro: participar de las definiciones políticas del gobierno para superar la rebelión. Tres días más tarde y con una de las movilizaciones más grandes de la historia copando las portadas de diarios en todo el mundo, puede decirse con propiedad que el movimiento popular es testigo del naufragio de una generación completa de administradores del modelo, quienes tienen muy poca o ninguna capacidad e imaginación política para interpretar y dar una salida al malestar social.

Existe la creencia popular de que un naufragio de proporciones puede arrastrar a sus supervivientes o incluso, a otras embarcaciones. Más allá de si esto es cierto o no, a las fuerzas políticas emergentes o de cambio no les basta con ponerse a disposición del descontento, ofrecer medidas más atrevidas que la agenda del gobierno[4] y apoyar a través de una suerte de obligación moral las movilizaciones. En efecto, el desafío no puede limitarse a salvar su legitimidad y un eventual apoyo electoral: el descontento clama por una nueva forma de organizar la vida, un proceso de superación del neoliberalismo.

Dejar atrás la larga noche neoliberal es una transformación que va más allá de la captura del Estado y/o de una abultada victoria electoral, es, ante todo, el desarrollo de una potencia política en las fuerzas sociales que sea capaz de dar un vuelco respecto de la totalidad del régimen neoliberal. El lugar común de la mayoría de los análisis es que, a pesar de la convicción compartida de la necesidad de dar un golpe al neoliberalismo, nadie previó ni dirigió la revuelta. Este diagnóstico aún se mantiene vigente a una semana del estallido y todavía no se vislumbra la emergencia de una dirección política de la movilización.

Una explicación posible a las causas de la conmoción y sorpresa de la izquierda puede hallarse en su lectura de la desafección política en Chile. Aun cuando el distanciamiento de la clase trabajadora chilena con partidos y organizaciones es un proceso que ha estado dando vueltas durante años en los análisis de direcciones y vocerías, su utilización muchas veces ha sido instrumental: constantemente se afirma que existe un enorme desinterés en la actividad política en general, pero antes de profundizar en ello, inmediatamente se intenta construir o caracterizar a un “otro” responsable de dichas condiciones, el que frecuentemente es denominado como “vieja política” o “política de la transición”.

La táctica de diferenciación entre lo nuevo y lo viejo no ha alterado lo que Norbert Lechner llamó la idea básica o tradicional del partido en Chile, que concibe a este instrumento como un “órgano de demandas corporativas. La representación política es interpretada como la organización y defensa de determinados sectores sociales (…) Esta concepción de partido tiene como contrapartida la referencia básica y casi exclusiva al estado: la representación partidista en chile consiste en la reivindicación de los intereses sociales frente al estado.”  (Lechner, 257)[5]. Y es aquí donde pareciera estar parte del problema: existe un descontento frente a la precarización de la vida que, en el contexto de una crisis del sistema de partidos, no puede ser reivindicado por estos últimos frente a un Estado neoliberal que, además, no admite el ingreso de intereses sociales ajenos a los de la burguesía local, regional e internacional, lo que constriñe y vacía de sentido la actividad partidaria de la izquierda, ampliando aún más sus fronteras con la clase trabajadora.

Un buen ejemplo de lo anterior puede verse en el momento en que parte de la racionalidad neoliberal fue puesta en cuestión a través de la evasión en el transporte público o el desafío al toque de queda. Frente a esta situación, el gobierno decidió a llamar a los partidos, no con el objetivo de lograr el cese de las protestas, sino para intentar llenar el vacío de poder del día después de la rebelión. Lo que los administradores del modelo, la burguesía local y sus distintos cuadros políticos y empresariales han comenzado a notar es que, por el momento, los partidos de izquierda no pueden representar o conducir los intereses sociales que amenazan los pilares del neoliberalismo en Chile, por lo que el modelo ya no puede sostenerse a través del sistema de partidos, sino que debe defenderse con el peso de la noche.

Finalmente, uno de los aprendizajes esperanzadores de esta semana ha sido que la desafección política no implica necesariamente el aplacamiento o contención del descontento, al contrario, en Chile terminó generando una autonomía de la protesta y su desarrollo espontáneo. Los diez años de Ulises sin regresar a Ítaca se ven empequeñecidos frente a los cuarenta años de Odisea neoliberal del pueblo Chileno y aun cuando no puede apreciarse con claridad cuánto durará nuestra epopeya, el despertar el pueblo Chileno es el primer paso de una larga senda. Es lo que Mark Fisher llamó la conciencia de la subyugación: “La conciencia de la subyugación es en primer lugar conciencia de los mecanismos (culturales, políticos, existenciales) que la producen: los engranajes que el grupo dominante normaliza y a través de los cuales crea una sensación de inferioridad en los subyugados. Pero, en segundo lugar, es también conciencia del potencial del grupo subyugado, una potencia que depende precisamente de ese alto estado de conciencia. (…) La conciencia en cuestión no es la conciencia de un estado de cosas ya existente. Al contrario, la autoconciencia es productiva. Crea un nuevo sujeto: un ‘nosotros’ que es a la vez por lo que se lucha y el agente de la lucha. “[6]

 

Notas

[1] Parte de la entrevista puede revisarse en el siguiente enlace:

https://www.df.cl/noticias/internacional/politica/pinera-conversa-con-financial-times-estamos-dispuestos-a-hacer-todo/2019-10-17/075829.html

[2] Parte de la nota del Financial Times sobre las movilizaciones puede leerse a través del siguiente enlace:

https://www.df.cl/noticias/internacional/ft-espanol/ft-la-desigualdad-enciende-el-fuego-de-los-disturbios-en-el-estable/2019-10-21/092921.html

[3] De la vieja concertación asistieron a la reunión el Partido por la Democracia (PPD), la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Radical (PR). El Partido Socialista (PS) finalmente no asistió.

[4] Véase, por ejemplo, la “Agenda no más abusos del Frente Amplio. Las propuestas pueden revisarse en el siguiente enlace:

https://revoluciondemocratica.cl/dialogo-con-todas-y-todos-agenda-no-mas-abusos/?fbclid=IwAR1DQ5ukCEUol8KJctEZhpPAm6shaKDf7JqdwXXlml_uTAGA3LkWvehBua4

[5] Norbert Lechner, El sistema de partidos en Chile, en “Obras, Tomo III, Democracia y utopía: La tensión permanente”, (México D.F: Fondo de Cultura Económica, 2014), p. 257.

[6] Mark Fisher, Los fantasmas de mi vida: escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos, (Buenos Aires: Caja Negra, 2018), p. 132.

Roberto Álamos

Egresado de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile.