Las temporalidades de la coyuntura y el ciclo político que se abre

Es el tiempo del volcamiento al espacio público, el trastocamiento, la puerta de entrada, la efusividad del deseo. Desde las evasiones al desborde insurreccional del 18-O, las convocatorias sin nombre, la identificación en los signos comunes de la revuelta (V. Jara, Matapacos, alienígenas, el testimonio de los muros, los monumentos arrebatados por rabias centenarias, los memes, etc.), los llamados a la huelga, la afectación a símbolos del sometimiento y asedio de la cotidianidad, como los metros, bancos, AFP y otros. Esta temporalidad no por ser espontánea, insisto, carece de racionalidad: hay una economía de la energía popular que señala una ruptura, un punto de no retorno con el pasado (de tan solo un mes atrás). Podrá bajar la intensidad de la movilización (o no), pero será muy difícil borrar la huella subjetiva de este momento, las marcas de la represión, pues conecta con procesos profundos que se han gestado por décadas.

por Javier Zúñiga

Imagen / Afiche de protesta en Santiago, Chile. Foto: Rocío Mantis.


“La lucha desesperada de las masas, inclusive por una causa sin perspectivas, es indispensable para una más amplia experiencia de esas masas y su preparación para la lucha siguiente.”

Lenin (1907).

“Únanse al baile de los que sobran
Nadie nos va a echar de más
Nadie nos quizo ayudar de verdad.”

Los Prisioneros (1986).

1.- Podríamos llamar a este momento como un levantamiento de la población sobrante, vinculada a las relaciones entre clases sociales y de estas, a su vez, al modo en que se reproduce el capital: “el concepto de población sobrante excede con mucho el mundo de los desocupados: es la parte de la población que ha dejado de rendir plusvalía en forma directa para el capital en condiciones de productividad media del trabajo mundial. Va desde los desocupados efectivos (en cualquiera de las categorías en que los separa Marx) hasta los “empleados” estatales que constituyen desocupación oculta y los jóvenes que no encuentran ningún trabajo real y viven de los sistemas de caridad pública, pasando por las masas rurales expulsadas del campo y que fluctúan entre las ciudades y la campiña en busca de ocupación, tanto como los obreros formales de las industrias que solo sobreviven gracias a subsidios abiertos o encubiertos (eso que suele llamarse sector “pyme”)” (Sartelli, 2009).

El estallido no es irracional, aunque sea espontáneo y sin conducciones políticas tradiciones, sino que se inscribe en el modo en que se gestiona la vida social por el capital: el peso de la actividad que produce y apropia renta que brota de las mercancías en que son transformados los bienes comunes naturales (minería, energía, forestales, etc.), imprime una orientación al conjunto del metabolismo social. Los principales empresarios que operen en este país provienen de este sector y controlan la política con personal político a su cargo. Se garantiza la preeminencia de esta actividad y vuelca hacia ella al importante sector financiero y otros capitales. Se organizan como clase en gremios y partidos, emplean instrumentos estatales y medios de comunicación para permitir su reproducción y compiten y alían entre ellos también, como todo agente histórico. El capital, a través de la actividad de estos capitalistas, se despliega de tal modo que no puede sostener por medio de su actividad a la mayoría de la población, no puede garantizarle condiciones de vida, esto es, pensiones, alimento, salarios suficientes, vivienda, agua, etc. o solo puede hacerlo a modo de vidas precarizadas. Es esa relación la que se desacopla por el levantamiento al que asistimos, a partir del 18-O. Es esa relación la que se impugna, de ahí su radicalidad.

2.- La población sobrante, esa mayoritaria porción de la población, emerge con fuerza desde el 18-O y abre paso a que se constituya a sí misma como actor político y social. Es toda una franja que aparece descomponiendo el escenario de la política intrainstitucional y que comienza a su vez a organizarse a sí misma. Primero a través de movilizaciones, luego desde el reconocimiento de estéticas comunes y, sobre todo, a partir del rechazo a las múltiples respuestas represivas de Piñera. Pero lo más significativo es que junto a ellas comienzan a brotar formas organizativas, que son también un modo de movilizarse: desde la (re)activación de asociaciones previas al estallido, la conformación de cabildos-asambleas populares, coordinadoras regionales, espacios de encuentro y alianzas entre pueblos (particularmente el pueblo mapuche que no solo genera sus propios espacios de encuentro, sino que también sus aportes en asambleas del Santiago pobre han sido claves para entender la plurinacionalidad del proceso), plataformas multisectoriales como Unidad Social y el Comité de Huelga compuesto por las principales agrupaciones sindicales del país.

Todas estas organizaciones, esta capilaridad política del pueblo trabajador, reconoce al menos dos modos de orientarse tácticamente: i) la impugnación al régimen político institucional y la fijación del “malestar neoliberal” como punto de arranque de la acción. Cuestión no menor, más allá de la discusión academicista de si el concepto e adecuado o no, puesto que da cuenta en realidad de un rechazo profundo a la vida social que produce actualmente el capital en Chile ii) el reconocimiento de la asamblea constituyente como mecanismo que procese por vía popular un momento refundacional. Más allá de saber o no la fórmula jurídica para llevarla a cabo, se manifiesta una voluntad política constituyente, que de hecho e la condición lógica para una AC. Una proyección fundamental de esta es que su sola posibilidad permite al menos mantener abierto un escenario de impugnación global.

3.- Toda coyuntura de este tipo es un espacio de condensación de diferentes temporalidades sociales, que sobredeterminan el momento histórico, parafraseando a L. Atlhusser. Todas ellas operan en este escenario. Estamos en presencia de un acontecimiento histórico que dislocará estas temporalidades, cambiará su orientación y significado. Identifico al menos cinco, dando por seguro que hay más en curso:

i) El tiempo lento de recomposición de la clase trabajadora como actriz política. El golpe de Estado y la posterior Dictadura tuvo como principal efecto político la desarticulación de la clase trabajadora como sujeto político. Aquello tendría una proyección estratégica, un estado de descomposición hábilmente aprovechada y tramitada por la Concertación. Pero, a contracorriente de esta larga tendencia y actuando como contraofensivas tácticas, desde el día 1 de la Dictadura hasta el 18-O, ha sedimentado un proceso de recomposición: las luchas sindicales en Dictadura, la organización y llamado a las JPN, el rearme de los partidos de izquierda, la sobrevida en colectivos durante los 90, la reaparición de la huelga sindical en los 2000, las protestas estudiantiles (del ciclo que va del “mochilazo” a 2011), los conflictos ambientales-territoriales del tramo 2011-2013, etc. En este largo proceso que desemboca en la coyuntura, hay que mencionar tres momentos que expresan nuevas tendencias de constitución de lo político: a) la movilización masiva contra las AFP en julio de 2016, que ponía en el centro una demanda desestabilizadora del neoliberalismo y a la vez ponía una lápida a la política de cooptación del movimiento social impulsada por la Nueva Mayoría b) el asesinato de C. Catrillanca en 2018 evidenciaba la militarización criminal impuesta desde el Estado chileno y del “Comando Jungla” de Piñera en particular. A la vez, mostró que las reivindicaciones de autodeterminación política y recuperación territorial del pueblo mapuche son masivamente apoyadas c) el proceso impulsado por las feministas, en especial la CF8M, en el camino hacia la huelga general el 8M de 2019. Antes del 25 de octubre, el 8M de este año había sido la movilización más masiva en décadas, impulsada por un programa transversal orientado plurinacionalmente e impulsado por mujeres del pueblo trabajador. Lograba reinstalar la huelga como instrumento y su sentido más “general” puesto que contemplaba todos los trabajos sociales. En esta temporalidad no hay teleología, nada segura que todo lo recorrido no se pueda descomponer mañana, pro sería un error no reconocer la continuidad del proceso.

Ii) El tiempo de la política institucional, que está procesando la coyuntura en términos de nuevas correlaciones de fuerza al interior del Estado. Este es el ritmo de la acusación constitucional, la reunión de los partidos con La Moneda, el ritmo de los procesos legislativos en curso, de las nuevas plataformas electorales, etc. Pero también el de cambios en los marcos de significado de las decisiones jurídicas o de la labor de instituciones como el INDH, la orientación de las FFAA y de Orden, la Corte Suprema, el Tribunal Constitucional, etc. Todo ello se está modificando en virtud de lo que acontece desde la movilización popular, pero también en función de diferencias al interior del bloque en el poder respecto a cómo afrontar esta crisis desde el Estado. Si esta temporalidad, que implica modulaciones tácticas muy específicas, logra subsumir la impugnación global que viven los partidos (incluidos allí el FA e incluso fuerzas sindicales como la CUT) y la política intrainstitucional e intraelitaria en general, dependerá de si se asume la AC como mecanismo de cristalización de nuevas correlaciones de fuerza no solo al interior del Estado, sino en el conjunto de la sociedad.

Iii) El tiempo de la movilización. Es el tiempo del volcamiento al espacio público, el trastocamiento, la puerta de entrada, la efusividad del deseo. Desde las evasiones al desborde insurreccional del 18-O, las convocatorias sin nombre, la identificación en los signos comunes de la revuelta (V. Jara, Matapacos, alienígenas, el testimonio de los muros, los monumentos arrebatados por rabias centenarias, los memes, etc.), los llamados a la huelga, la afectación a símbolos del sometimiento y asedio de la cotidianidad, como los metros, bancos, AFP y otros. Esta temporalidad no por ser espontánea, insisto, carece de racionalidad: hay una economía de la energía popular que señala una ruptura, un punto de no retorno con el pasado (de tan solo un mes atrás). Podrá bajar la intensidad de la movilización (o no), pero será muy difícil borrar la huella subjetiva de este momento, las marcas de la represión, pues conecta con procesos profundos que se han gestado por décadas.

iv) la temporalidad de las políticas de contención, dominación y reproducción hegemónica. Si es cierto que hay una continuidad en el proceso de recomposición de la clase trabajadora, lo es también que se modifican y adaptan a ello los mecanismos de contención y desactivación impulsados por el empresariado y su influencia en el Estado. Los reacomodos de la inteligencia, la profundización de los espacios “securitizados” y la militarización, las políticas de seguimiento a dirigentes y organizaciones sociales, etc., hasta llegar a la respuesta militar de Piñera: ¿Cómo podrían recomponer esta ruptura en la capacidad de dirección política tras el quiebre del 18-O? ¿Cómo podrían rehacer cierta capacidad hegemónica -que era un objetivo de Piñera al ser Presidente- y legitimidad, si los ánimos refundacionales no son solo discursos, sino voluntades sustentadas en potentes bases sociales y masas con iniciativa política? El largo tiempo de las políticas de contención para asegurar el dominio de los capitalistas, pareciera estar abriendo un ciclo en donde estos podrían iniciar maniobras defensivas que, no obstante, les aseguren posibilidades de conducción política y ganancia económica. El punto es hasta dónde aquello obtiene rendimiento en el marco de una creciente y generalizada impugnación.

v) La temporalidad del capital. Esta no es la temporalidad de los capitalistas, de los empresarios, sino la de una relación social, la de un conjunto de tendencias organizadas por la necesidad de producir ganancias, apropiar el beneficio de la renta de la tierra, el interés financiero, reproducir los mecanismos generales de valorización del valor. En América Latina esto se expresa en la caída de los precios de las materias primas y, por lo tanto, de la obtención de los beneficios que traen consigo las mercancías portadoras de renta de la tierra y la serie de mecanismos sociales asociados a la mantención de población sobrante a través de la distribución (en cualquier magnitud) de los ingresos de la renta. Esto se acompaña de importantes procesos migratorios, agitación política, intentos limitados por recomponer por derecha la estabilidad social, la reposición de la violencia patriarcal frente a la organización feminista, el surgimiento de choques de legitimidad al interior de los estados, el afianzamiento de fuerzas paraestatales e ilegales para apropiar renta, etc. Esta temporalidad va más allá de la voluntad inmediata de los sujetos, es una pieza más del escenario mundial de crisis en la cual la población sobrante como realidad histórica de la clase trabajadora es una de sus formas principales.

4.- Todas estas temporalidades requieren considerar un dispositivo táctico que no sucumba a ninguna de ellas por sí sola Por lo mismo, si se reconoce que al menos un aspecto fundamental del estallido social se trata de una revuelta de la población sobrante del capital, se vuelve necesaria la construcción de un programa que se haga cargo de la imposibilidad de reproducir la vida social en las actuales condiciones y proyecte, en su lugar, una salida no solo para la crisis política, sino para el malestar neoliberal en general. Un programa que confronte en el corto plazo la impunidad que quiere instalar el gobierno por su responsabilidad en violaciones a DDHH, que se haga cargo de perfilar institucionalmente los mecanismos para una asamblea constituyente y responda en torno a reivindicaciones inmediatas. Un programa que piense en contribuir a orientar en sentido unitario a la clase trabajadora, que capte sus nuevas fisonomías y su dimensión “sobrante” (migrante, pobre, plurinacional, afectada ambiental y socialmente por el capital, de mujeres que desmontan los múltiples lugares de subordinación a los que la sociedad de clases les intenta confinar, a ese sector movido por las tendencias a “lumpenizar” y encarcelar a la población que no encuentra otros medios de reproducción, etc.). Un programa que se monte sobre las largas trayectorias de recomposición de la clase trabajadora como actriz política y que comprenda que hay una serie de condicionamientos que una sociedad dependiente de la renta supone y que no son posibles de evadir.

En otras palabras, rechazar la idea de que hay que resolver coyunturalmente esta crisis. Como si se tratara de una “rebelión en la granja de animales” que hace falta calmar. Una visión que identifique la profundidad estratégica de este momento histórico debiera a lo menos operar simultáneamente en las líneas temporales aquí descritas, aportando a definir los perfiles de n nuevo escenario marcado por la emergencia de la clase trabajadora, la definición de sus elementos embrionarios de organización y la posibilidad cierta de que se dote a sí misma de formas que garanticen su independencia política Al menos hoy, esta amplia franja movilizada expresa su voluntad a decidir por sí misma.

Javier Zúñiga T.
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Activista de causas socioambientales, parte del Grupo Naturaleza Crítica. Magister en Historia y estudiante de Doctorado en historia.