Día del Trabajador. En medio de la pandemia y el “boletariado”

En el contexto del neoliberalismo avanzado que vivimos, el empresariado es muy creativo para enajenar el trabajo de quienes no reconoce como trabajadores, a través del subcontrato, las boletas de honorarios y las apps. Es por esto que, las nuevas formas de explotación, nuevas herramientas sindicales deben surgir, reconociendo que las formas organizativas sindicales ya consolidadas no alcanzan a responder a las realidades laborales que se diversifican. Esto no significa desechar el sindicalismo de este país, sino que debemos mirar lo que se ha avanzado, pero teniendo mayor astucia para encontrar formas de organización sindical propia, que se adapte a la realidad de cada sector, que motive a la afiliación y que logre transformaciones, resistencias y ojalá triunfos para la clase trabajadora.

por Javiera Ortiz Tapia

Imagen / Movilizaciones de trabajadores “a honorarios” del Estado, Chile, 2016. Fuente


La pandemia ha develado el lado más grotesco de la desigualdad en nuestro neoliberal país. Mientras algunos evaden los controles sanitarios en helicóptero, hay sectores que no tienen agua para lavarse las manos. Dentro de toda esta precariedad se ha hecho más evidente para más sectores de la población (fuera de los convencidos de siempre) las pobres responsabilidades de los empleadores, la desprotección que vivimos las y los trabajadores, y cómo los cuidados dependen de los malabares de las mujeres de la familia, pero por sobre todas las cosas, cómo en momentos “de catástrofe”, el poder político le entrega aun más herramientas al empresariado (nacional y transnacional) para desentenderse de la relación laboral y salvaguardar sus ganancias a costa de la eliminación de sueldos. La idea Naomi Klein de que el neoliberalismo aprovecha estos momentos de catástrofe para avanzar en su agenda privatizadora y desreguladora se vuelve a expresar en Chile, no ya en un shock político como lo vivido en el golpe cívico-militar, sino en un shock de origen natural.

En las últimas semanas, en el contexto de la Devolución de impuestos, se ha visibilizado la situación de los trabajadores a honorarios, una situación laboral que no sabemos con exactitud cuántas personas viven, pero sabemos que no es un porcentaje menor y que vive la absoluta ausencia de derechos laborales mínimos, como contar con un contrato de trabajo o un seguro de cesantía. Lo que sí sabemos es que el “boletariado” es muy heterogéneo, pudiendo estar presentes en muchos rubros privados y también en el Estado. Pueden ser efectivamente profesionales “freelance”, y sabemos que la idea neoliberal de hacer un emprendimiento de ti mismo es muchas veces más una necesidad que una opción (es el autoempleo o la inanición). Pueden ser personas de oficio que no sólo trabajan a boletas, sino que incluso pueden pagar una suerte de tributo o impuesto por usar las instalaciones de trabajo, siendo la situación de los empaques en los supermercados o las trabajadoras de la belleza que pagan el “derecho a la silla”.

El principal problema de la realidad del “boletariado” es que somos trabajadores no reconocidos como tal. En términos de definiciones oficiales de la relación laboral, el Código del Trabajo reconoce que el empleador es quien “utiliza los servicios intelectuales o materiales de una o más personas en virtud de un contrato de trabajo” (Biblioteca del Congreso Nacional, 2020), en tanto el trabajador es “toda persona natural que preste servicios personales intelectuales o materiales, bajo dependencia o subordinación, y en virtud de un contrato de trabajo” (ibidem). En oposición a esta definición, el trabajador independiente es “aquel que en el ejercicio de la actividad de que se trate no depende de empleador alguno ni tiene trabajadores bajo su dependencia” (ibidem). Pues bien, el conflicto es precisamente que la boleta de servicios supone la entrega de uno o varios servicios o productos específicos, sin horarios y sin jerarquía laboral. En cambio, la realidad muestra que muchas veces somos trabajadores que dependemos de un empleador, de una jefatura, que cumplimos horarios y que asistimos a un determinado lugar físico a realizar esa labor; la diferencia es que, al no existir un contrato, no existen años de servicio, seguro de cesantía, mutualidad u obligación de pago de cotizaciones. Es la forma extrema de desligarse de un trabajador: contratándolo como “falso honorario”.

Los honorarios del Estado: precarizados pero organizados

Debido a que el objetivo del Estado sería la realización del bien común, existe un mito en torno a la situación de los trabajadores públicos, siendo una suerte de “privilegiados” del sistema (flojos y ladrones, además). Pero la realidad es muy distinta: el mismo Código del Trabajo señala que sus normas “no se aplicarán, sin embargo, a los funcionarios de la Administración del Estado, centralizada y descentralizada, del Congreso Nacional y del Poder Judicial, ni a los trabajadores de las empresas o instituciones del Estado o de aquellas en que éste tenga aportes, participación o representación, siempre que dichos funcionarios o trabajadores se encuentren sometidos por ley a un estatuto especial” (ibidem). Este estatuto especial es el Estatuto Administrativo, que contempla dos tipos de contrataciones de cargos públicos: funcionarios “de planta”, que gozan de gran estabilidad laboral, ya que son los cargos permanentes asignados por ley; y los trabajadores “a contrata”, cuyo carácter es transitorio, renovándose año a año. Pero ¿qué pasa si despiden a un funcionario a contrata? Como no está amparado por el Código Laboral sino por el Estatuto Administrativo, por lo que no existe seguro de cesantía ni pago de indemnización por años de servicio, como sí lo tienen los trabajadores contratados a nivel privado.

Mención aparte merecen los honorarios del Estado, ya que no correspondemos a ninguna figura de cargo público, y sin embargo somos una porción relevante de las y los trabajadores que sostenemos proyectos, planes y programas sociales o de investigación. El SII contabiliza unas 350.000 que alguna vez han emitido boletas a un servicio público, sin saber con exactitud si es un trabajador permanente, es decir un “falso honorario”, o no. Sin embargo, es una situación más común de lo que creemos, siendo trabajadores del Estado no reconocidos como tal, sin derechos tan básicos como vacaciones, licencias de maternidad o seguro de accidentes.

Ya que los abusos del Estado como empleador son iguales que los de cualquier empresario sin escrúpulos, es posible afirmar que el empleo público es precario, de mala calidad y con restricciones para el ejercicio de la negociación colectiva, como lo afirma el Informe Anual de Derechos Humanos, en su capítulo dedicado al empleo público (Varas, 2016).

Ante la situación de desprotección laboral por parte del mismo Estado y el desconocimiento de la situación de las y los Honorarios, hace unos años se formó una Federación sindical, la UNTTHE, Unión Nacional de Trabajadoras y Trabajadores a Honorarios del Estado, y que ha llevado durante unos años un arduo trabajo para frenar la implementación de la Ley de cotización obligatoria, que fuerza a los emisores de boleta a cotizar en salud y AFP, siendo el principal argumento la posición política de no entregarle parte de nuestro sueldo al negocio de las AFP. Aunque esta ley consigue aprobarse el año 2019, al menos la UNTTHE logró la gradualidad de esta medida, ocurriendo un descuento gradual año a año, hasta llegar a la totalidad de la devolución de impuestos en 7 años más.

#DevoluciónCompleta, la demanda que logra unificar

En este contexto de pandemia, la UNTTHE y sus sindicatos federados han levantado la campaña por la #DevoluciónCompleta. Este año es el primero en que comienza a regir la ley de cotización obligatoria, y en este especial contexto, la devolución completa se planteaba como la posibilidad de tener un alivio material para quienes la reciben.

Más allá de no haber logrado el objetivo y de la pobre respuesta del gobierno al adelantar la devolución de impuestos de enero y febrero de 2020, esta demanda logra tanto visibilizar la precaria realidad del boletariado, como comenzar a unificar a un sector de la clase trabajadora heterogéneo y disperso. El éxito de esta acción, más que material, fue político, y es que movilizar (en este caso digitalmente) a cientos de personas en torno a la identidad de trabajadores es un gran logro en este país de emprendedores y empresarios de sí mismos.

En el contexto del neoliberalismo avanzado que vivimos, el empresariado es muy creativo para enajenar el trabajo de quienes no reconoce como trabajadores, a través del subcontrato, las boletas de honorarios y las apps. Es por esto que, las nuevas formas de explotación, nuevas herramientas sindicales deben surgir, reconociendo que las formas organizativas sindicales ya consolidadas no alcanzan a responder a las realidades laborales que se diversifican. Esto no significa desechar el sindicalismo de este país, sino que debemos mirar lo que se ha avanzado, pero teniendo mayor astucia para encontrar formas de organización sindical propia, que se adapte a la realidad de cada sector, que motive a la afiliación y que logre transformaciones, resistencias y ojalá triunfos para la clase trabajadora.

Los viejos conflictos que asoman en la novedad de la pandemia

La primera semana de abril el Sindicato de Honorarios de la U. de Chile realizó una charla online para resolver dudas sobre la declaración de impuestos y promocionar la campaña de la devolución completa. Personalmente, me sorprendió la cantidad de personas que no entendían por qué en su devolución les descontaban tanto para salud y AFP, es decir, no conocían la nueva ley que les estaba afectando. Este pequeño episodio muestra la necesidad, siempre vigente, de potenciar en Chile las herramientas sindicales y de difusión de derechos laborales. Desde la revuelta de octubre “nos volvemos a llamar pueblo” (como versaba un lienzo en la Villa Olímpica), y en este contexto de pandemia se demuestra con una claridad prístina quiénes debemos trabajar para vivir y quiénes viven del trabajo ajeno (una vez más, el viejo problema de la lucha de clases), por ello es radicalmente necesario volver a llamarnos trabajadores y trabajadoras, y recurrir a la organización colectiva, que en estos últimos meses ha demostrado tener una vocación de sobrevivencia y solidaridad.

Pero esta clase trabajadora, informal y precaria tiene rostro de mujer: no sólo se debe trabajar para vivir, ya sea saliendo a la calle o trabajando desde la casa, sino que se debe trabajar al mismo tiempo que se cuida el hogar y a los hijos (el viejo problema del género). Si antes las mujeres trabajadoras y madres vivían la llamada “doble presencia” (trabajar en un lugar físico mientras también se resuelven las necesidades y conflictos de otro, específicamente el hogar), en este contexto de pandemia derechamente se vive la doble explotación de los cuidados y del hogar, haciendo más evidente sobre quiénes pesa el trabajo que mantiene a la bendita economía funcionando. Han sido las mujeres-madres-trabajadoras las que han tenido que hacer malabares para acomodar sus espacios, tiempos y rutinas y seguir cargando en sus hombros el trabajo social que requiere que funcione el sistema.

En este 1° de mayo que vivimos de forma diferente, se hace más que necesario volver a los viejos problemas, mirando con los ojos y los cuerpos del presente, buscando la agrupación como sobrevivencia y la protesta, digital o a distancia, como denuncia de esta realidad que se vuelve tan aberrante que muchas veces está al borde de la distopía. En este escenario dantesco e históricamente excepcional, las grietas que se abrieron en octubre solamente han sido profundizadas, y así mismo deben hacerlo las herramientas de los y las dominadas.

Agradecimientos:

Quiero agradecer al Sindicato de Honorarios de la U. de Chile, organización a la que pertenezco hace poco, por su incansable y desinteresado trabajo. Ha sido un lugar de compañerismo y construcción colectiva con vocación de triunfo.

Agradezco el apoyo técnico de Juan Mena, futuro abogado, quien ayudó al SITRAHUCH en la exposición online que organizamos, y me apoyó con la parte leguleya de esta columna.

Agradezco también a Eduardo Toro, sociólogo y trabajador del INE quien, con sus ácidos y agudos comentarios me ayudó con datos y reflexión para esta columna.

Referencias:

Biblioteca del Congreso Nacional (2020). “Fija el texto refundido, coordinado y sistematizado del Código del Trabajo”. Edición en línea http://bcn.cl/1uvqw, consultado el 27 de abril de 2020.

Biblioteca del Congreso Nacional (2005) “Fija texto refundido, coordinado y sistematizado de la ley nº 18.834, sobre estatuto administrativo”. Edición en línea: https://www.leychile.cl/Consulta/m/norma_plana?idNorma=236392&org=nxc2%3Fid_c%3D1027, consultado el 30 de abril de 2020.

Varas, Karla (2016). “Radiografía del empleo público: Derechos laborales de los funcionarios públicos”. En: “Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile 2016”. Edición en línea http://www.derechoshumanos.udp.cl/derechoshumanos/informe-ddhh-2016/, consultado el 27 de abril de 2020.