La relación AMLO-Trump y el desencanto de las izquierdas mexicanas

Quienes esperaban que AMLO no hubiera llevado consigo a los magnates en su viaje a Washington y hubiera atendido los reclamos de la diáspora migrante, el enojo por las familias separadas y los niños enjaulados, no entienden una cosa simplísima: AMLO es intelectual, emocional y políticamente ajeno a la izquierda. Los límites de su lenguaje liberal son los límites de su mundo. Respecto a lo que él sí es y se asume, podemos apreciar una coherencia total con su liberalismo político y su austeridad republicana, idéntica a los recortes sociales del neoliberalismo. Porque si bien AMLO ha proclamado por decreto el fin del neoliberalismo, un solo hombre no puede cambiar el funcionamiento de un sistema económico globalizado, por más nacionalista y globalifóbico que sea.

por Adela Cedillo

Imagen / Reunión entre Peña Nieto y AMLO después de las elecciones del 2018. Fuente.


El 27 de agosto pasado, en el ultimo día de la Convención Nacional Republicana, Donald Trump dio a conocer un spot de campaña donde incluyó como uno de los logros de su administración la firma del Tratado de Comercio México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), para lo cual utilizó un segmento de video de la visita del mandatario mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a Washington, D.C. el 8 de julio del presente año. En el mismo spot, el equipo de Trump presumió los avances en la construcción del muro entre México y Estados Unidos y la reducción aparentemente drástica del número de migrantes indocumentados, comprometiéndose a mantener la línea dura contra la migración. Del lado mexicano, el discurso oficial tampoco se ha caracterizado por su congruencia. AMLO ha hecho alardes continuos de defensa de la soberanía nacional a la par que ha acatado las políticas anti-inmigrantes y cuasi fascistas de Trump.

Ambos presidentes han construido una relación diplomática afín a sus intereses político-electorales. Sobra decir que el triunfo del pragmatismo político más descarnado ha sido una fuente de desencanto para las izquierdas mexicanas, que se hacían ilusiones de tener un presidente que representara los anhelos de independencia y soberanía nacionales. El último presidente en esa línea fue el nacionalista revolucionario Lázaro Cárdenas (1936-1940). Después de él, ningún otro se ha librado de las demandas, presiones y chantajes de la Casa Blanca. AMLO no estaba en condiciones de ser la excepción. Sin embargo, sería simplista asumir que el gobierno mexicano es un títere del estadounidense. Vale la pena analizar cómo se ha desplegado el juego de ambigüedades y signos confusos que ha dejado a buena parte de la izquierda mexicana contrariada.

A fines de mayo de 2019, Trump anunció que impondría un 5% de aranceles a las importaciones mexicanas de no resolverse el problema de la inmigración ilegal en la frontera sur. En respuesta, AMLO le escribió una carta, con tono de parábola, en la que lo instruía sobre las relaciones históricas entre ambas naciones, la política de buen vecino de Franklin D. Roosevelt, el derecho internacional, los derechos civiles y las consecuencias éticas del uso de la coerción contra México y contra los migrantes. El estilo adoptado por AMLO era didáctico y conciliador, como cuando un abuelito quiere sostener una conversación civilizada con el chico malo del barrio que aterroriza a los niños. Por supuesto, este gesto le fue completamente indiferente al mandatario estadounidense, quien se anotó una gran victoria en su política xenófoba y racista, al obligar a México a convertirse en “tercer país seguro.”

Dicha medida implica que los migrantes esperen en México a que sus peticiones de asilo sean atendidas, en lugar de poder vivir temporalmente en el país destino. Sin embargo, México de ningún modo puede ser un país seguro para los peticionarios de asilo: es el lugar donde, desde hace décadas, los migrantes centroamericanos y caribeños son sistemáticamente sometidos a toda clase de violencia corporal, incluidas tortura y violación, o son secuestrados por bandas del crimen organizado y obligados a pagar por mantenerse vivos, ya sea con rescates monetarios a cuenta de sus familiares en Estados Unidos o con trabajo esclavo, en calidad de cultivadores de droga, sicarios o prostitutas. En este último escenario, el desenlace final no es la liberación sino la ejecución, seguida de la desaparición de los restos mortales. El gobierno de AMLO básicamente mandó al patíbulo a los migrantes a cambio de la cancelación de la amenaza arancelaria. Asimismo, en virtud de otras concesiones estratégicas menos visibles que la cuestión migratoria, el gobierno de Trump ha optado por no intervenir tan directamente en los asuntos mexicanos, a diferencia de administraciones anteriores. Esto habría demostrado que el equipo de AMLO tiene un gran talento para la negociación, al haber conseguido librarlo de presiones adicionales, aunque debiendo pagar un precio demasiado alto.

Cuando AMLO visitó a Trump con motivo de la firma del TMEC el 8 de julio, en compañía de los principales magnates mexicanos, algunos analistas advirtieron que Trump lo utilizaría con fines de campaña para atraer al voto latino; los menos esperaban algún tipo de reclamo por el trato dado a los migrantes en la frontera y en los Estados Unidos. Unos y otros estaban rotundamente equivocados. Lo que vimos fue al político mexicano con más talento para sacarle la vuelta a sus opositores, metiendo al enemigo a su terreno de juego a través del único lenguaje aceptable para Trump: el de la zalamería y la adulación. A diferencia de otros mandatarios que han visitado la Casa Blanca, a los que Trump les ha hecho algún desplante, a AMLO lo trató con una cordialidad totalmente impropia de él. Trump no actuó así pensando en el voto latino –la influencia de AMLO entre los mexicanos que viven en los EUA es ínfima–, sino en los beneficios espectaculares que representa el TMEC para la economía estadounidense. AMLO era un mero trámite burocrático en este asunto. En su spot, Trump no alardeó de la buena relación con AMLO sino de la entrada en vigor del TMEC.

A pesar de que AMLO no había hecho ninguna otra visita de Estado, el 8 de julio se manejó como pez en el agua, dio un discurso diplomático preciso, apelando a la historia como es su costumbre y al nacionalismo, pero mintiendo descaradamente respecto a que Trump ha respetado a los mexicanos. Ningún otro presidente estadounidense nos ha insultado y humillado tanto a los mexicanos a los dos lados de la frontera y ningún otro nos ha echado encima a sus huestes de supremacistas blancos con tal desparpajo. AMLO esperaba que los mexicanos en Estados Unidos se sintiesen representados por sus gritos de “viva México” en la Casa Blanca. Desde luego, fue un gesto con una carga simbólica enorme, pero era para leerse entre líneas, algo que ni la prensa ni la audiencia estadounidense cacharon. De hecho, la visita de AMLO pasó desapercibida en los medios de comunicación estadounidenses. Los demócratas lo ignoraron por completo, fue totalmente insignificante e irrelevante, de ese tamaño es su desprecio por lo que AMLO representa. En suma, las lisonjas de AMLO a Trump no tuvieron ningún efecto, más allá de apaciguar efímeramente al bully mayor; la parafernalia nacionalista generó un sentimiento de reivindicación de la soberanía nacional entre algunos mexicanos, pero todo fue como los cuetes del cuatro de julio que las familias estadounidenses tiraron en los patios de sus casas: sólo ellos alcanzaron a ver el estallido de sus luces.

Todo lo anterior ha descolocado a las izquierdas mexicanas que –salvo las más anti-sistema– no tienen del todo claro cómo posicionarse frente a AMLO, debido en parte a que la derecha mexicana está invirtiendo cada segundo en derrocarlo. Cuando AMLO era jefe de gobierno de la Ciudad de México (2000-2006), nadie en la izquierda lo veía como uno de los suyos, se tenía muy claro que su política económica era neoliberal y su discurso derivado del liberalismo decimonónico, pero se pensaba que era mejor que él estuviera en ese cargo a cualquier político corrupto de los partidos tradicionales de derecha (si algo hay que reconocerle a AMLO es que no ha estado envuelto en ningún escándalo de corrupción). Al menos hasta el fin del siglo XX, la identidad de izquierda todavía implicaba algún tipo de horizonte socialista, anticapitalista o antineoliberal. En este nuevo mundo de ignorancia y enajenación radicales, hasta las hermanas de la caridad que reparten comida entre los pobres podrían correr el riesgo de ser etiquetadas como de izquierda. AMLO injusta e inmerecidamente ha sido etiquetado como un presidente de izquierda por los medios por su política populista de “primero los pobres,” a pesar de que él no se ha asumido como tal ni una sola vez.

Quienes esperaban que AMLO no hubiera llevado consigo a los magnates en su viaje a Washington y hubiera atendido los reclamos de la diáspora migrante, el enojo por las familias separadas y los niños enjaulados, no entienden una cosa simplísima: AMLO es intelectual, emocional y políticamente ajeno a la izquierda. Los límites de su lenguaje liberal son los límites de su mundo. Respecto a lo que él sí es y se asume, podemos apreciar una coherencia total con su liberalismo político y su austeridad republicana, idéntica a los recortes sociales del neoliberalismo. Porque si bien AMLO ha proclamado por decreto el fin del neoliberalismo, un solo hombre no puede cambiar el funcionamiento de un sistema económico globalizado, por más nacionalista y globalifóbico que sea. La relación entre México y los Estados Unidos, es la prueba más contundente de lo lejos que están los mexicanos de conocer la soberanía nacional y la independencia económica, para enorme frustración de las izquierdas.

Adela Cedillo

Doctora en Historia, académica y columnista de Revista Común.