El lugar de las sanciones estadounidenses en la política iraní

Con un sector moderado completamente estéril, deslegitimado y ahora vetado, se está consolidando una erosión de participación de la oposición en el escenario institucional, específicamente en el sentido del voto. Esto supone un peligro para el régimen, el cual necesita la validación ciudadana para su demostrar su solidez. Este fenómeno de retirada electoral de sectores medios y de la juventud expone crudamente, como menciona el intelectual iraní-estadounidense Hamid Dabashi, la diferencia entre soberanía y legitimidad de la República Islámica. Esta última, si quiere perdurar, deberá ofrecer respuestas para reformas que no encontró en dos décadas de ofensiva moderada.

por Amin Gibran

Imagen / Protestas en Irán a favor del movimiento verde y Mousavi, 9 de junio 2009. Fuente: Wikimedia.


El pasado 18 de Junio, el candidato favorito del clérigo y ex primer hombre del sistema judicial iraní, Ebrahim Raisi, se impuso como ganador de las elecciones presidenciales de la República Islámica con un 60% de los votos.1 Sin embargo, las cifras de esta abrumadora victoria están lejos de expresar un consenso o unidad en la sociedad iraní, sino que deben como resultado de dos procesos paralelos. Primero, como una estrategia de reorganización del régimen luego de la histórica derrota del reformismo moderado, que tuvo la presidencia con Hassan Rouhani durante ocho años. Y segundo, cómo influyen en este proceso las sanciones económicas que han sido impuestas durante cinco años por Donald Trump y Joe Biden. En un breve análisis, recorreremos algunos momentos claves en la historia de la República Islámica de Irán que permitan entender mejor ambos fenómenos.

La política en la República Islámica de los 90’s

 A comienzos de la década de 1990 la República Islámica de Irán pasaba por un momento decisivo. Por un lado, debía encarar las consecuencias económicas y sociales que dejaron años de guerra contra la Irak de Saddam, y por otro, debía reorganizarse políticamente luego de la muerte del líder supremo de la república teocrática, el revolucionario Ruhollah Khomeini; quien hasta entonces había sido el principal responsable tanto de la implementación de las reformas económicas y sociales de la revolución, como de las relaciones internacionales del país. Desde ese entonces ya era evidente para todos que, para perdurar, el país necesitaba una reformulación completa de su sistema político y económico. Este período sería conocido como la era de reconstrucción [sāzandegi] y el encargado de supervisarlo sería el nuevo líder supremo, el expresidente y Ayatollah, Ali Khamenei.

Como ya se ha repetido varias veces 2, el funcionamiento de la República Islámica no es democrático en su totalidad. En cambio, la tradición del republicanismo chií sobrepone el poder teocrático a la clásica división tripartita de poderes del Estado. Teóricamente, esto significa que todos los asuntos públicos y privados son supervisados por cuadros formados en la doctrina coránica duodecimana, es decir, un Líder Supremo —como jefe de Estado—, un Consejo de Guardianes Revolucionarios —quienes supervisan a líderes ejecutivos, legislativos y magistrados— y una Asamblea de Expertos — cuyo cuerpo es electo por voto popular y está encargado de aprobar las candidaturas a cargos públicos y seleccionar al Líder Supremo. Sin embargo, en la práctica, significa que tendencias mayoritarias del sector clerical pueden intervenir en el funcionamiento normal del Estado cuando lo consideren necesario. Y justamente será este pragmatismo el que caracterizaría el comienzo de la Era Khamenei.

El primer ensayo llegó en 1989, cuando ganó las elecciones presidenciales el clérigo Akbar Rafsanjani, quien logra una segunda victoria electoral y termina su mandato en 1997. Las políticas que sostuvo durante sus dos mandatos fueron completamente distintas a las que se sostuvieron durante la era Khomeini y, por lo tanto, controversiales para gran parte del espectro político-religioso que había llevado adelante la revolución. Reconocido como uno de los principales cuadros revolucionarios, el pragmatismo económico de Rafsanjani promovió en el régimen la neoliberalización de la economía, la cultura del consumo y la apertura internacional a las privatizaciones de industrias empresas y servicios estatales.

A estos cambios prácticamente se opuso todo el sector de la industria pesada (metalúrgica, automovilística, petroquímica, etc.) junto con sus sindicatos. Además, también se opusieron a las reformas varios sectores dependientes de los servicios estatales, incluyendo los destinados a veteranos de la guerra y sus familiares. Por esto, la ofensiva neoliberal supuso la reconstrucción de la cultura de las clases medias y la segmentación de la clase obrera, lo que produjo el abandono total de la tradición del movimiento obrero iraní ,el que ya había sido víctima de la clientelización del gobierno revolucionario después de 1979 y durante la guerra. Este proceso también fue varias veces entrampado en el parlamento por los caudillos clericales beneficiados por la vieja tradición sindical.

Por otro lado, el correlato internacional de esta maniobra suponía una mayor dependencia del precio internacional del petróleo y el mejoramiento de la imagen internacional del país, que ya venía de una inmensa crisis de la década pasada —que incluyó episodios como el affaire Rushdie con Inglaterra y una crisis con rehenes en la embajada estadounidense. Si bien este enfoque de RR. II. probó ser efectivo para restarse de intervenir en la Guerra del Golfo en 1990, falló estrepitosamente luego de que los altos niveles de modernización militar del país llevaran a la aprobación en el congreso estadounidense de la Ley de Sanciones a Irán y Libia (1996).

Como resultado de la amplia oposición nacional e internacional a estas accidentadas reformas, el 70% de la economía se mantuvo bajo control estatal, se aumentó considerablemente la deuda internacional del país; se infló la moneda y creció el desempleo a un 30%. Pero quizás el resultado más decisivo de este fracaso fue la consolidación de dos bandos dentro del espectro político permitido por el régimen: En un lado, una derecha conservadora, nacionalista y aislacionista, apoyada por bases obreras clientelizadas y dependientes de la extensión de los servicios estatales, y en el otro, un bando social y diplomáticamente moderado, reformista y económicamente liberal, que representa al proyecto de modernización de las clases medias del país.

Las ofensivas reformistas, las resistencias conservadoras, las sanciones internacionales

En 1997 fue electo con un 70% de los votos el presidente el Ministro de Cultura de Rafsanjani, el clérigo reformista Mohammad Khatami. El amplio respaldo de sectores medios—sobre todo, de mujeres, intelectuales y profesionales— que tuvo su agenda durante la campaña, le significó una alta expectativa y reconocimiento tanto nacional como internacional, a tal punto, que el día de su elección fue denominado como el “Épico 23 de mayo” [hamaseh-ye dovvom-e khordad].  Durante su presidencia, Khatami buscó construir bases liberales para la sociedad republicana, que permitieran las “dos grandes reconciliaciones”: Primero, entre Irán y los demás poderes de Occidente, aplicando una estrategia de multilateralismo basada en la amistad diplomática y cultural. Al mismo tiempo, esta aproximación fue contestataria a las teorías de “choque de civilizaciones” que popularizó el intelectual Samuel Huntington en Estados Unidos y su esfera de influencia; Khatami irónicamente llamó a sus misiones diplomáticas al “diálogo entre civilizaciones”. Por otro lado, en segundo lugar, buscó a nivel interno la reconciliación entre Islam y las libertades individuales democráticas, en instituciones políticas que conformaron lo que denominó “la Sociedad Civil Islámica”.

En el concierto internacional, Khatami fue un actor decisivo para que Irán se restara de intervenir en la Invasión estadounidense a Irak, al mismo tiempo que promovió la lucha contra el terrorismo en la región, reabrió las embajadas en Europa y, por último, fue el principal promotor de la industria del cine iraní en el extranjero. Económicamente, reabrió la bolsa de valores de Teherán en 2001 y logró un crecimiento económico sin antecedentes en la joven historia republicana del país. El caso de la política doméstica fue diferente, pues la agenda de reformas le significó un permanente desafío y medidas de fuerzas con los poderes teocráticos soberanos. Khatami buscó fortalecer los poderes fiscalizadores en un Estado reconocido por la corrupción y el nepotismo, al mismo tiempo que intentó extender las garantías constitucionales de libre expresión, permitir las críticas públicas al régimen y extender la educación universitaria a nivel universal. No obstante, muchas de estas reformas fueron entrampadas en el parlamento o por veto de los poderes teocráticos, y para el final de sus dos mandatos se produjo un gran vacío interno en una sociedad que, mientras más educada y asociada a un mayor crecimiento económico y cultural, aumentaba sus expectativas en cuanto a las libertades democráticas y políticas que no llegaban.

El golpe de gracia a la Era de Reformas de Khatami vendría desde la Casa Blanca, luego del aumento de las tensiones con Estados Unidos, principalmente a partir de las amenazas y sanciones que George Bush y su secretario John Bolton promueven en su reconocido discurso de tono intervencionista previo al derrocamiento de Saddam y la presencia de las tropas en Afganistán (ambos países vecinos). Lo cierto es que este aumento de la incertidumbre por la seguridad nacional fue la principal excusa para que el clero asumiera el liderazgo de la política interna, retomando el tono desafiante de los años de Khomeini y volviendo a insertar al nacionalismo islámico al medio de la agenda política. Fueron las agitaciones patriotas en contra de los “enemigos del Estado y la Ummah” (comunidad musulmana) que pusieron en el poder al político títere del régimen, el populista Mahmoud Ahmadinejad.

Los períodos de Ahmadinejad pueden ser considerados como una verdadera reacción conservadora al avance social y cultural de los valores modernizadores en la sociedad iraní. Este período comenzó con el debilitamiento de los lazos de Irán con la comunidad internacional a partir de su respuesta a las amenazas de Bush, y luego de Obama: lo que consistió en agitar internacionalmente el programa nuclear de enriquecimiento de uranio, y luego movilizar a los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (dirigidos por Ghasem Soleimani) especialmente en Siria, pero también a lo largo de toda la región. Luego, en términos internacionales, este se limitó al estrechamiento de los lazos entre el gobierno de Irán y Bashar al Assad y el partido Hezbollah en el Líbano. Asimismo, fortaleció las misiones diplomáticas y culturales de Irán en Latinoamérica, sobre todo con gobiernos petroleros como la Venezuela de Chávez, para así adquirir mayor coordinación en la tasa del combustible, construir lazos productivos y formar una coalición frente a la presión de Estados Unidos. Internamente hablando, Ahmadinejad hizo eco del llamado del Líder Supremo a privatizar la economía, y pusieron a disposición del capital privado aproximadamente el 80% de las empresas estatales para así reponer sus lazos con la maltratada clase obrera, a través de un plan de subsidios y justicia social. Lo cierto es que el gobierno de Ahmadinejad, aunque significó más sanciones y restricciones para las clases medias, significó un nuevo aire para el sector clientelizado de la sociedad, el cual sorteó años de inflación y devaluación de la moneda a través de transferencias directas y garantías de servicios proveídos por el Estado.

Ahmadinejad durante su primer mandato logró irritar a las clases medias a un punto en que estas se radicalizaron principalmente entre los sectores universitarios y de los nuevos profesionales del país. Por esto, el año 2009 levantaron como favorito para suceder a Ahmadinejad al cuadro progresista Mir-Hossein Mousavi. Con la elección encima y ante una notable baja en su apoyo, Ahmadinejad y Khamenei, se encontraban en un aprieto que podría significar por primera vez el acorralamiento del clérigo. Fue entonces cuando los poderes soberanos de la República Islámica decidieron intervenir groseramente en los resultados tomando provecho de la militarizada política interna del país a partir de la tensión internacional en los contextos de la primavera árabe, los reanudados ataques de Israel en la franja de Gaza, y las crisis extendidas por todo el Medio Oriente por Estados Unidos. De esta forma, estalló una ola de protestas que fue conocida como “el movimiento verde” [yanbesh sabzi], que buscaron por la vía de la insurrección la democratización nacional y restringir la intervención teocrática en la sociedad, llegando al punto de demandar el término de la República Islámica. Estas protestas terminaron violentamente luego de que Ahmadinejad permitiera la participación de la Guardia Islámica en la represión. Mutilados en las calles y juzgados como “interferencia extranjera en asuntos domésticos”, varios de los sectores medios se retiraron para siempre del escenario político iraní, incluyendo a Mousaví, quien luego de liderar las protestas es retenido en prisión domiciliaria hasta el día de hoy. Durante su segundo período, Ahmadinejad profundizó aún más la crisis diplomática del país, recibiendo más sanciones estadounidenses que encontraron su justificación en el programa nuclear para la independencia energética y seguridad nacional. Estas terminaron por restringir la mayoría de las exportaciones y reducir por varios años consecutivos la actividad económica.

El sector moderado tuvo que enfrentarse a un duro dilema: restarse de participar por dentro del sistema político, asumir una agenda aún más moderada o enfrentarlo directamente. La postura no logró ser unitaria, y muchos cuadros se exiliaron o decidieron poner fin a su camino en la política después de las amenazas del régimen. Sin embargo, curiosamente, la reorganización política y electoral del lastimado sector moderado vendría de la mano del clérigo Hassan Rouhani, un activo seguidor de Khomeini en sus años en Francia y jefe del consejo de negociación nuclear en la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) designado por Ahmadinejad entre 2003 y 2005. Luego de que varios candidatos moderados que participaron en las protestas fuesen descalificados por el Consejo de Expertos para participar en las elecciones presidenciales del 2013, el mérito de Rouhani fue aprovechar la desorganización de los conservadores, que tenían varias dificultades para desmarcarse de los devastadores años de Ahmadinejad. Posicionado como el principal crítico del presidente saliente, Rouhani supo conseguir apoyos estratégicos de los expresidentes Rafsanjani y Khatami, y así lograr conformar una mayoría de sobre el 50% en la primera vuelta.

Desde su primer día en el cargo, Rouhani estaba sobre un hielo muy delgado. Por un lado, debía retomar una agenda interna progresista y por otro, restablecer la comunicación con occidente perdida por Ahmadinejad. Rouhani comenzó por lo último, dando un reconocido discurso de reconciliación en la Asamblea General de las Naciones Unidas en agosto de 2013 en el que enfatizó la voluntad de comprometer el programa nuclear iraní con los estándares occidentales y retomar lazos que se consideraban perdidos. Esta osada jugada, aprobada previamente por el Líder Supremo, significó captar el interés del segundo gobierno de Obama, el cual instaló la mesa de negociaciones que terminó en el acuerdo mutuo y con el grupo de naciones 5+1 para levantar las sanciones (JCPOA), firmado por los siete gobiernos en Suiza el año 2015. Esto le permitió a Rouhani llevar adelante un anhelado plan de apertura internacional que significó el más alto aumento del PIB nacional que Irán haya tenido en su historia, y la baja de la inflación al menos del 10%. Asimismo, se restablecieron las cuentas y ventas de Irán en el extranjero. Esto le valió un amplio apoyo nacional e internacional a Rouhani, quien logró la reelección con un 57% de los votos frente al candidato conservador Ebrahim Raisi. Por otro lado, Ia República Islámica se anotó otra victoria internacional luego de que la Guardia Revolucionaria, liderada por Soleimani, hubiese jugado un papel clave en la erradicación del Estado Islámico (ISIS/DAESH) de Irak y luego de Siria en los años 2016 y 2017. Esto último supuso un estrechamiento de las relaciones internacionales del país con gobiernos claves en la región y la expansión de la base de consumidores de su industria interna.

Aunque Rouhani a punta de diplomacia logró cambiar el rumbo de la macroeconomía, la privatización siguió afectando a los sectores más populares, los cuales no dudaron en levantar masivas protestas en contra del alza del precio del petróleo y en contra del recorte a sus beneficios en el año 2017-2018. El ejecutivo no tuvo capacidad para controlar la protesta y esta devino rápidamente en un espacio para que se infiltraran las demandas del movimiento verde de 2009, el que buscó otra vez poner en jaque a la República Islámica. La radicalización llegó al punto en que los manifestantes pedían la cabeza del Líder Supremo, al que llamaban dictador. La teocracia rápidamente intervino por encima de la oficina de un shockeado Rouhani, primero, organizando contraprotestas en apoyo al régimen, y segundo, orquestando una brutal represión y cancelando servicios como la prensa y el internet para llevar a cabo masacres en las que se perdieron decenas de vidas y hubieron más de 4000 arrestos. Todo este escenario se profundizó con el término de la Era Obama y la llegada del magnate Donald Trump.

Ya en su controvertida campaña presidencial, Trump daba luces de lo que sería su aproximación a las relaciones con Irán: para el candidato republicano, el JCPOA era “el peor acuerdo jamás firmado”, pues la apertura de Irán debilitaba la posición de los aliados estadounidenses y del mismo país en la región. Principalmente a partir del levantamiento de barreras económicas que significaron que Irán vuelva a competir en los precios del petróleo con los Emiratos Árabes y Arabia Saudita; junto con la alerta que hacía el Estado de Israel sobre la amenaza en la seguridad regional que significaba permitir el crecimiento comercial y diplomático iraní. Cumpliendo su palabra, Trump en su primera semana de gobierno ocupa la represión de 2018 como una excusa para vetar al acuerdo nuclear, dando término unilateral a años de diplomacia de los políticos moderados iraníes.

Pero la ofensiva imperialista no terminó ahí, Trump a lo largo de su gobierno se dedicó a asfixiar económicamente a Irán, esperando que así se pudiesen retomar las protestas, derrocar al régimen islámico y así instaurar un gobierno títere de Estados Unidos. Los estragos se hicieron sentir en un dolido país, que caía a los niveles de inflación previos al acuerdo y ponía en jaque todo el proceso de apertura de su economía. Sin embargo, las sanciones no pudieron estar más lejos de cumplir su objetivo. Varias fueron las crisis diplomáticas que amenazaron con un conflicto directo entre ambos países, pero ninguna tan pronunciada como el asesinato de la CIA al líder militar del régimen, Ghasem Soleimani, luego de un bombardeo en Baghdad el año 2020. El conflicto supuso la coartada perfecta para que el Líder Supremo volviese a ponerse encima del ejecutivo y comenzara a coordinar la política doméstica una vez más y así lo hizo, primero, martirizando al general asesinado y segundo, acallando definitivamente las protestas en contra del régimen movilizando a un revitalizado movimiento patriota y nacionalista.

Ante estas acciones, al gobierno de Rouhani no le quedó más que acatar su posición en el manejo de la crisis de la economía interna, y organizando una prolongada maniobra de regionalización a través de su ministerio de relaciones exteriores, y su encargado Javad Zariff. Zariff era el hombre fuerte del gobierno de Rouhani y su supuesto sucesor. Durante su gestión,  y principalmente por su rol en la apertura del país, muchos lo compararon por su popularidad con figuras de históricos modernizadores iraníes como Amir Kabir. Sin embargo, si bien Zariff fue la cara visible en el manejo diplomático de la crisis que provocó el asesinato de Soleimani, también fue sorprendido por la prensa criticando duramente al general, lo que le valió un penoso tirón de orejas del Líder Supremo y su completa eliminación del puesto presidencial. Luego de ese episodio y hasta el fin del mandato de Trump en 2021, Zariff se limitó a sortear las sanciones  estadounidenses durante la crisis del COVID 19, que hasta hoy tiene a Irán en una situación delicada en el que no tiene acceso a ayudas internacionales claves para abastecer a su sistema sanitario y para inmunizar a la población.

No obstante, con la llegada al poder de Joe Biden, el gobierno de Rouhani a través de Javad Zariff busca contrarreloj la aprobación de un nuevo acuerdo nuclear que le permita un respiro al país, combatir la crisis del coronavirus, y quizás, en un futuro, recomponer económicamente a las bases del sector moderado para volver al gobierno.

Ebrahim Raisi y la acelerada erosión de la legitimidad de la República Islámica.

En este contexto llegamos a 2021, año en que Rouhani termina su período en la presidencia. Sin ya legitimidad para competir políticamente con el régimen, el sector moderado se presentó bastante debilitado a las elecciones de este período. Sin embargo, otra intervención más de la autoridad teocrática en la sociedad dio cuenta de la radicalización por la que pasa el sector conservador, en miras de recuperar su conducción sobre la sociedad iraní. En la presentación de los candidatos a la presidencia (más de 1000), la asamblea de expertos, dominada por cleros conservadores y supervisada por el Líder Supremo, puso fin a cualquier especulación y descalificó a todos los candidatos moderados de la carrera presidencial, dejando sólo a siete que representan prácticamente al mismo sector de la sociedad. Entre estos siete, el único competidor con opciones reales fue el ex jefe del poder judicial, el ortodoxo Ebrahim Raisi.

Raisi fue el favorito del régimen para ocupar la presidencia. Este tuvo una serie de altos cargos en la República Islámica. Especialmente, amnistía internacional destaca una participación clave en el asesinato de prisioneros políticos luego de la guerra de Irak el año 1988. Mientras era parte del denominado “comité de la muerte”, que ordenó la ejecución extrajudicial de los militantes de los partidos de izquierda, especialmente del partido comunista y del insurreccional partido “Muyahidin (guerrilas) del Pueblo”. Raisi también fue un actor clave en la designación de Khamenei como Líder Supremo, al presionar a favor de la marginación del sucesor de Khomeini, Hosein Montazeri. Finalmente, varios medios especulan con que este cargo presidencial es una forma de legitimación pública de su nominación como Líder Supremo una vez que fallezca Ali Khamenei, quien por cierto ya se encuentra en un delicado estado de salud.

Como mencionamos al comienzo, Raisi ganó con una diferencia abrumadora de los votos emitidos. Sin embargo, estos fueron los números más bajos de participación electoral en la historia de la República Islámica. Con un sector moderado completamente estéril, deslegitimado y ahora vetado, se está consolidando una erosión de participación de la oposición en el escenario institucional, específicamente en el sentido del voto. Esto supone un peligro para el régimen, el cual necesita la validación ciudadana para su demostrar su solidez. Este fenómeno de retirada electoral de sectores medios y de la juventud expone crudamente, como menciona el intelectual iraní-estadounidense Hamid Dabashi, la diferencia entre soberanía y legitimidad de la República Islámica. Esta última, si quiere perdurar, deberá ofrecer respuestas para reformas que no encontró en dos décadas de ofensiva moderada.

Este breve repaso por la era de Khamenei nos permite delimitar el rol de las sanciones en la política nacional iraní y ver hacia qué lado de la balanza pesan. El boicot al proceso de apertura a través de sanciones sólo fortalece al sector conservador, que es el que más afinidad tiene con el Líder Supremo y el régimen. Lo cierto es que Raisi y los conservadores están más en deuda con las sanciones económicas de Trump que con cualquier otro factor relativo a su elección.

La estabilidad interna y externa que permitió el crecimiento de las clases medias dentro del país amenazó por mucho tiempo la legitimidad del poder clerical en la República Islámica. Hoy, esas mismas clases, profundamente afectadas por las sanciones, buscan contrarreloj una aprobación del acuerdo nuclear y así poner fin a su aislamiento y marginación del mercado mundial. Por otro lado, la reacción del sector conservador puso fin a su cautela y hoy busca el aprovechamiento de la crisis económica y política del sector moderado con todos los medios que dispone. En ese contexto, las sanciones fueron un factor clave para volver a instaurar una barrera de contención nacionalista al desfonde de su legitimidad, que sólo se fortalece con la militarización de la política.

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Amin Gibran

Estudiante de doctorado en American University, Beirut.