No pasarán

El año 1936, Dolores Ibárruri, militante del Partido Comunista español pronunciaba la frase “No Pasarán”, pasando a formar parte del imaginario histórico recogiendo el espíritu de resistencia ante las fuerzas fascistas en medio de la guerra. 85 años después, vemos como crece en nuestro país y en el mundo una política irracional que, basada en la mentira y los discursos excluyentes, busca eliminar al diferente. Transforman la diferencia y la disidencia en seres inferiores, decidiendo a las mayorías expulsarnos de la vida y el espacio público. Si queremos cuidar la democracia, nuestros derechos conquistados tras años de organización y manifestación en las calles, no podemos permitir el avance de este discurso peligroso que busca destruir todo lo que se presenta en su camino, teniendo el deber de desmantelar y desenmascarar el fascismo que utiliza como táctica principal manchar con sus ideas las vivencias cotidianas de las personas.

por Ignacia Gutiérrez Aguilar

Imagen / No pasarán en el Demeure du Chaos, febrero 2018, Saint-Romain-au-Mont-d’Or, Francia. Fotografía de Thierry Ehrmann.


El crecimiento exponencial de los neofascismos en Latinoamérica y el mundo ha llevado a consagrar la llegada al poder de líderes propios y particulares del sector como Jair Bolsonaro en Brasil o como fue Donald Trump en Estados Unidos. Basando sus proyectos de gobierno en el retroceso de derechos, la militarización de los territorios y la instauración de políticas de corte autoritario, no cabe duda que este peligroso ascenso del fascismo y a gran escala no permite descuido para las izquierdas de Latinoamérica y los grupos políticos de masas organizados. En Chile, los discursos de odio y la posición en la escena pública del discurso neofascista dejan de manifiesto que desde la dictadura cívico-militar nunca desaparecieron, siempre estuvieron ahí, marginados, pero esperando abrirse paso en la batalla cultural generando discursos que se amplifican no solo en las clases dominantes sino también en los sectores populares.

El discurso de odio de este sector es utilizado para acosar, marginar y justificar la violencia y el retroceso de nuestros derechos, incrementando la intolerancia y los prejuicios especialmente apuntando hacia aquellos grupos que conciben como minorías, pero que en la realidad no lo son, como las mujeres y disidencias sexuales y de género, trabajadoras y trabajadores, migrantes y todas aquellas vidas precarizadas.

Es ante este escenario político crítico que el feminismo como movimiento político social de masas se encuentra en la mejor posición para hacer frente a las ideas y discursos neofascistas engendrados en el centro del neoliberalismo, planteándose como sentido común con el discurso y diagnóstico articulado del “mezclarlo todo”[1], interrelacionando la violencia económica, violencia laboral, violencia sexual y las violencias sobre los cuerpos racializados.

Hacer frente a los discursos de odio con una comunidad política consolidada es un imperativo político y moral, la capacidad del colectivo tiene que ver con las luchas grupales que aúnan las vivencias personales de violencia cotidiana y exclusión de las identidades y los cuerpos. El feminismo como movimiento que combate la violencia, violencia contra las mujeres, contra las personas trans, migrantes, trabajadoras y estudiantes tiene la virtud de ser potencia internacional que tiene como fundamento la narración y representación de conflictos políticos de forma interseccional. Nos corresponde ser parte de una política de izquierda antiautoritaria, antirracista y por sobre todo antifascista, que se oponga a las formas de opresión/dominación basadas en el género, sexualidad, raza y clase.[2] Ello supone construir una política que se oponga a la precarización y criminalización de la vida.

El año 1936, Dolores Ibárruri, militante del Partido Comunista español pronunciaba la frase “No Pasarán”, pasando a formar parte del imaginario histórico recogiendo el espíritu de resistencia ante las fuerzas fascistas en medio de la guerra. 85 años después, vemos como crece en nuestro país y en el mundo una política irracional que, basada en la mentira y los discursos excluyentes, busca eliminar al diferente. Transforman la diferencia y la disidencia en seres inferiores, decidiendo a las mayorías expulsarnos de la vida y el espacio público. Si queremos cuidar la democracia, nuestros derechos conquistados tras años de organización y manifestación en las calles, no podemos permitir el avance de este discurso peligroso que busca destruir todo lo que se presenta en su camino, teniendo el deber de desmantelar y desenmascarar el fascismo que utiliza como táctica principal manchar con sus ideas las vivencias cotidianas de las personas. El odio no dialoga, se compone de palabras y señales de desprecio que hacen surgir esta lengua de la violencia que solo apunta al retroceso.

 

Notas

[1] Verónica Gago, La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo (Tinta Limón Ediciones, 2019), 14.

[2] Judith Butler, Sin miedo, Formas de resistencia a la violencia de hoy (Taurus, 2020), 15.

Ignacia Gutiérrez Aguilar
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Estudiante de Derecho de la Universidad de Chile.