(El) Perú

Ahora se trataría de una descomposición social que el neoliberalismo ha venido engendrando desde Fujimori, y ante la cual la política institucionalizada ha tomado palco en un Congreso colonizado por el empresariado y sus infinitas fórmulas de corrupción.

por Aldo Bombardiere Castro

Imagen / Tacnazo, 1975, Perú. Fuente.


Un Perú que es muchos, innumerables, miles y milenarios millones de Perú. Pero, pese a ello, un Perú marcado por la heterogeneidad cultural cuya oligarquía limeña, tras doscientos años de República, ha hecho todo lo posible por conducir, gracias a una multiplicidad de modos de violencia colonial, a su propia catástrofe inducida

Con el arraigo y derivas de sus diversos modos de habitar -desde la Amazonía hasta la sierra, pasando por la cóncava costa y por el polvo y la aridez sureña-; con la pluralidad de teorías, estrategias y tácticas de lucha y convivencia -desde los mitos incaicos hasta el mesianismo revisitado, desde Mariátegui hasta Túpac Amaru, incluyendo las atrocidades de Sendero y los grupos maoístas-, la policromía del Perú negro, indio, mulato, mestizo, cholo, ha quedado confiscada por los dispositivos de dominación, tanto disciplinar como derechamente militar, de una oligarquía blanca que mira hacia el hemisferio norte.

Más específicamente, durante los últimos 30 años luego de modelo neoliberal, tal policromía cultural ha devenido un exotismo turístico y folklórico sólo valorable para la elite política y empresarial limeña en cuanto capaz de traducirse en imagen-país y dólares frescos. Es decir, sólo valorable en cuanto valor de cambio.

A veces, las imágenes más caricaturescas son las más inexplicables, pero, al unísono, las más reveladoras de un problema que excede cualquier análisis sociológico y solución religiosa (Bartolomé de Las Casas), moralista (Vargas-Llosa) e “inclusiva” (la intelectualidad limeña). En una entrevista dada a Jacobin, Héctor Béjar -intelectual peruano, exguerrillero y exministro de Castillo- cuenta que hoy las mujeres peruanas de las periferias de Lima llevan fajos de dólares -quizás falsificados, agrego yo- bajo sus polleras quechuas (Béjar, 2023)[1]. En tal imagen se condensan asuntos sociológicos, macroeconómicos y microeconómicos, como serían tal vez, la derogación del paralelismo directo entre raza y clase, la altísima tasa de informalidad laboral y la consolidación de un mercado negro, pero también señales vinculadas con procesos de aculturación, con nuevas formas de subsistir a la miseria e, incluso, con un acelerado crecimiento de nuevos sectores burgueses de perfil indígena

Este escenario ya no es susceptible de analizarse bajo clivajes facilistas y dicotómicos. Es mucho más complejo que la articulación de categorías raciales y económicas, con todas sus intermediaciones epocales (ya pensadas muy lúcidamente por Mariátegui, quien escapó al universalismo marxista de carácter abstracto para construir la revolución de forma situada).

Así, para hacer uso de lo mejor del Perú, no se trata sólo de la contienda entre los versos del trujillano indio César Vallejo, por un lado, y la prosa del liberal Vargas-Llosa, lamentándose desde Madrid porque se jodió el Perú, ni tampoco de los estudios literarios de una supuesta patria, amparado en un presunto Estado Nación multicultural, que los unificaría a la sombra de la bandera roja y blanca (esa “paloma de alas ensangrentadas y alarido”, como cantara Martina Portocarrero).

Ahora se trataría de una descomposición social que el neoliberalismo ha venido engendrando desde Fujimori, y ante la cual la política institucionalizada ha tomado palco en un Congreso colonizado por el empresariado y sus infinitas fórmulas de corrupción. Empresariado que -mal de Latinoamérica- concentra los medios de comunicación de masas donde reina el escándalo, la violencia, el machismo, la humillación, la vulgaridad y, por supuesto, el racismo más descarnado. Pero en ese mismo escándalo mediático hay algo de verdad por omisión: al igual que durante la revuelta del 2019, en Perú los medios hoy criminalizan y condenan aquello que no alcanzan a comprender, aquello dónde no ven más que caos y negatividad.

Sin embargo, algo ocurre con estos levantamientos populares en Perú, con esos indios que bajan de los cerros y vuelven a despertar la paranoia asesina de la oligarquía militar-empresarial. Ellos, lejos de toda la tradición histórica peruana, no requieren de la existencia de un caudillo, de una cabeza que reproduzca, invertidamente y a microescala, el autoritarismo estatal en los de la conducción del rebaño. Lo que se mueve, lo que avanza cerro abajo, es la efusión y la imaginación popular: ir en camino, y a paso firme, desde las provincias a la capital, desde los márgenes hacia el centro. Pero dicho ir hacia el centro no significa necesariamente “ir a tomar el centro por asalto”, sino más bien un des-centramiento del centro para tras-tornar sus con-tornos limeños, para abrirlos al delirio y al peso de la historia no-oficial, para ensuciar los hoteles y sus cartas gourmet, para plantear la justicia, la participación y la redacción de una nueva Constitución como demanda política y, así, volver a sacarle suspiros a esa casta limeña que compró a Dina Boluarte. Porque la sangre de esos 62 cadáveres hoy nutre la caminata de un pueblo que irrumpe desde el fondo de los siglos y el cual está dispuesto a ir más allá del Sol.

 

Notas

[1] Héctor Béjar, “El enigma peruano”, entrevistado por Pablo Toro y Jorge Ayala en Jacobin América Latina, https://jacobinlat.com/2023/01/18/el-enigma-peruano/

Aldo Bombardiere Castro
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Egresado de Licenciatura en Filosofía de la Universidad Alberto Hurtado. Administra el blog La Plaza de la Hibridez (http://payasocontradictorio.blogspot.com).