Argentina: El Frente de Izquierda vale mucho más que la suma de sus partes

De esto se desprende una segunda conclusión: no es la izquierda trotskista, sino los anarcocapitalistas los que se están convirtiendo en un nuevo espacio en vías de consolidación como tercer tercio de la política nacional, pues si los resultados de las PASO se repitieran en las elecciones generales de octubre, La Libertad Avanza pasaría de 3 a 41 diputados nacionales (arrebatándole 25 escaños al kirchnerismo y 10 al macrismo). Que los anarcocapitalistas cometan esta hazaña dependerá en gran medida del genio libertariano, pues la pauperización económica ha creado ya las bases.

por Roberto Andrés

Imagen / Acto del Frente de Izquierda y de Trabajadores – Unidad, 1 de mayo 2022, Buenos Aires, Argentina. Fotografía de La Izquierda Diario.


El pasado domingo 13 de agosto Argentina celebró sus nuevas elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) para dirimir las candidaturas que buscarán suceder al actual Presidente Alberto Fernández (Partido Justicialista). Tras celebrarse 40 años desde el retorno de la democracia, los comicios estuvieron marcados por un histórico abstencionismo: 10 millones de personas (casi un tercio del padrón) se negaron a votar, como un crudo indicador de la apatía social que envuelve el ambiente en un país azotado por una inflación interanual del 116 %, lo que ha arrastrado a 18 millones de personas a la pobreza.[i]

Canalizando el descontento popular, el ultraderechista libertariano Javier Milei (La Libertad Avanza) se impuso a nivel nacional con el 30 % de los votos[ii]. Mucho más atrás de él quedaron los candidatos tradicionales: tanto el favorito del Gobierno peronista, el actual ministro de Economía Sergio Massa (21,4 %) –que se impuso ante el candidato de la izquierda peronista Juan Grabois–, así como la referente de la oposición de derecha, la exministra de Seguridad de Mauricio Macri, Patricia Bullrich (16,97 %) –que se impuso al candidato de centronderecha Horacio Rodríguez Larreta-.

 

La interna de la izquierda

En este contexto, la alianza trotskista también tuvo sus primarias. El Frente de Izquierda y de los Trabajadores – Unidad (FITU) obtuvo un 2,6 % de apoyo. La abogada de derechos humanos y actual diputada nacional Myriam Bregman (PTS) se impuso en la interna con 442.085 votos (1,86 %) ante la precandidatura del dirigente del Partido Obrero y actual legislador porteño Gabriel Solano, quien recibió 186.808 (0,8 %). Esa misma noche Bregman destacó la “amplia victoria” de su lista “en las PASO del Frente de Izquierda”. Dos días después, La Izquierda Diario (PTS) hizo lo mismo al señalar que “en una elección derechizada y compleja, el Frente de Izquierda – Unidad sostuvo su espacio” y “volvió a mostrarse como referencia política de sectores de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud”[iii].

Sin embargo, si sumamos el apoyo a ambas listas veremos que se trató de la peor votación al FITU en unas primarias ejecutivas desde su fundación en 2011. Su apoyo bajó a 628.893 votos, muy por detrás de los 723.147 que recibió el FITU en las PASO de 2019 (cifra que a su vez estuvo por detrás de los 732.851 de las PASO de 2015). Pero este descenso de más de 100.000 votos contrasta con el apoyo creciente al frente en las elecciones legislativas, en donde pasó de 732.925 votos en las PASO de 2013 (en la categoría a diputados nacionales) a 924.637 en las de 2017, y 1.115.050 en las de 2021, con el sorprendente resultado de haber conquistado y mantenido cuatro diputados nacionales, algo insólito para la extrema izquierda en el país. Pero de esto se desprende que el apoyo al FITU tiene un carácter contradictorio: el respaldo al rol del frente como control al ejercicio del poder (expresado en votos para legisladores) aumenta en detrimento al apoyo a su rol como alternativa para el ejercicio del poder (expresado en votos para presidente).

 

Un terremoto llamado Milei

El asunto se complica con creces si involucramos el factor Milei en la ecuación política del trotskismo. Aún con todos los datos expuestos anteriormente, pareciera ser que ninguno de ellos tiene la menor importancia, puesto que cualquiera de las cifras palidece con horrores ante los 7.100.000 votos que recibió Milei, economista financiero autoproclamado “enemigo de la justicia social” y que propone un ajuste fiscal mayor al exigido por el FMI. Esto es más grave aún si consideramos que el libertariano lo hizo casi sin ocupar el espacio de la derecha tradicional macrista, pues si bien esta sufrió la peor votación de su historia con 1.300.000 votos menos respecto a las PASO de 2019, esta diferencia no explica su abrumador apoyo. De esto se desprende una segunda conclusión: no es la izquierda trotskista, sino los anarcocapitalistas los que se están convirtiendo en un nuevo espacio en vías de consolidación como tercer tercio de la política nacional, pues si los resultados de las PASO se repitieran en las elecciones generales de octubre, La Libertad Avanza pasaría de 3 a 41 diputados nacionales (arrebatándole 25 escaños al kirchnerismo y 10 al macrismo). Que los anarcocapitalistas cometan esta hazaña dependerá en gran medida del genio libertariano, pues la pauperización económica ha creado ya las bases.

Lo más importante es la trascendencia histórica que tiene para la izquierda todo lo señalado hasta el momento: tras doce años de existencia, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores no pudo convertirse en la gran alternativa obrera y popular. Sin duda, haber mantenido todos estos años un apoyo que oscila entre el medio millón y el millón de votos da cuenta de la efectiva posibilidad para la reconstrucción de una fuerza política y social revolucionaria tras décadas de neoliberalismo. Sin embargo, analizar el apoyo electoral al trotskismo con interdependencia de las tareas de los revolucionarios y los obstáculos originados por la situación objetiva implica necesariamente reflexionar sobre la significación de la correlación de fuerzas que revelan las estadísticas electorales: 628.893 votos para la izquierda trotskista versus 7.100.000 votos para la ultraderecha libertariana.

 

Los Irreductibles

La campaña general del FITU transcurrió durante doce años que estuvieron marcados por el impacto de la Gran Recesión —la peor caída de la producción y el comercio mundial desde la década de 1930[iv]—, en donde el muro de granito de la “ideología neoliberal” sufrió importantes fisuras, poniendo límites a la crisis histórica de subjetividad de las masas heredada de la Restauración Burguesa (1983-2007). Tras la caída del Lehman Brothers vimos la emergencia de importantes movimientos de lucha a nivel internacional: Occupy, Indignados, Primavera Árabe, Paro Internacional de Mujeres, Black Lives Matter, Climate Strike y varias revueltas populares en América Latina que llevaron al capitalismo al banquillo de los acusados.

En el plano nacional, el bloqueo para la construcción de la izquierda revolucionaria que había significado la “década ganada” del kirchnerismo –basado en un crecimiento económico que llevó a que entre los trabajadores y el movimiento de masas predominaran las ilusiones reformistas– comenzó a desmoronarse a partir del ciclo de devaluaciones inaugurado por el propio kirchnerismo en noviembre de 2014 de la mano del por entonces ministro de Economía Axel Kicillof y luego continuado por los ministros del macrismo y el albertismo bajo la tutela del Fondo Monetario Internacional. Hoy la Argentina tiene el triste mérito de abrazar en su territorio a 18 millones de pobres, cuatro millones de indigentes, un 50% de asalariados en la informalidad y 15 millones de personas en déficit habitacional. Lo lógico era pensar que el descontento popular tenía que haber sido canalizado por el trotskismo, pero no ocurrió así.

Que el FITU no lo haya podido hacer no niega su importante inserción en sectores de vanguardia del movimiento obrero, como en ferroviarios (UF), Subte, industria (SUTNA), estatales (ATE), docentes (SUTEBA) y salud (CICOP), además de su llegada en el movimiento estudiantil y en el de mujeres. Esto le ha dado al trotskismo argentino la suficiente consistencia como para persistir con determinación en su independencia política de clase, valiendo así su reciente calificativo de Los Irreductibles[v], por parte del periodista Pablo Stefanoni. De hecho, el mayor apoyo recibido por el FITU como “alternativa para el ejercicio del poder” —cuando Nicolás del Caño alcanzó los 812.530 votos como candidato a presidente en octubre de 2015— fue durante el clímax de conflictos laborales con paro que vivió la Argentina en el ciclo 2006-2022, con 1336 casos en 2014 y 1321 en 2016, en contraste con los 785 de 2006 (al comienzo del ciclo) y los 724 de 2022 (al final del ciclo)[vi]. El trotskismo argentino ha sido protagonista de importantes gestas obreras en el periodo en cuestión. Algunas triunfaron, como en el conflicto salarial del neumático, el único sindicato industrial dirigido por la izquierda en el país; otras fracasaron, como en la lucha contra los despidos en la autopartista Lear. También ha dirigido reconocidas experiencias de gestión obrera en fábricas expropiadas, como Zanon y Madygraf, además de contar con un importante trabajo de contención y organización en el movimiento de desocupados para que estos no sean usados como fuerza de choque por las patronales contras los obreros ocupados. El trotskismo es la vanguardia obrera en Argentina, toda una generación de trabajadores se forjó bajo su influencia en mayor o menor medida.

 

La reacción pospandemia

El ascenso del líder de La Libertad Avanza es el resultado del fracaso de la democracia capitalista, como analiza correctamente Gabriel Solano en su libro Por qué fracasó la democracia. Sin embargo, hay que incluir otro elemento –ecológico y determinante– para la comprensión de las condiciones específicas que permitieron este ascenso: sólo tras la pandemia Milei aumentó en un 1300% los votos que había obtenido su exsocio libertariano José Luis Espert en las PASO de 2019 (550.000 votos). El rol que cumplió el COVID-19 ha sido un factor clave para entender este hecho, aunque extremadamente devaluado en los análisis políticos. La pandemia, además de implicar una severa contracción de la economía mundial, también sirvió como dispositivo global de disciplinamiento social (y en consecuencia como factor de derechización o giro conservador en la subjetividad de las masas). Así, puso fin al periodo de luchas internacional 2007-2022. La lucha de clases se planchó, la reacción no encontró resistencia y en ese claroscuro aparecieron los monstruos. Hoy ingresamos a lo que podríamos denominar como una cuarta etapa histórica de la época imperialista: la Reacción Conservadora Poscovid-19. La primera etapa irrumpió entre 1914 y 1945, y la podemos definir como (1) periodo clásico de Crisis, guerra y revolución; tras la reconstrucción de Europa, el capitalismo contemporáneo dio a luz una segunda fase cualitativamente distinta conocida como (2) Boom de Posguerra, que tocó fondo a finales de los años sesenta, cuando el Mayo francés dio el puntapié inicial al ascenso internacional que las masas protagonizaron en la década del setenta. Este ascenso finalizó con el aplastamiento del levantamiento obrero polaco de 1982, y la derrota del “setentismo” inició una tercera etapa del capitalismo, que podríamos definir como de (3) Restauración Burguesa (en alusión a la Restauración Absolutista de 1815-1848)[vii]. Esta tercera etapa tuvo a su vez tres fases internas: una inicial conducida por las contrarreformas neoliberales impulsadas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher a comienzos de los años ochenta, la restauración capitalista propiamente tal a partir de la caída del Muro de Berlín, y la consolidación del neoliberalismo a partir del 2002 cuando se desarrolló un nuevo ciclo de crecimiento de la economía mundial. La Restauración Burguesa llegó a su límite con la crisis abierta a partir de la caída de Lehman Brothers, lo que abrió un nuevo periodo internacional de luchas, aunque de menor intensidad que la vivida entre 1968 y 1982. El COVID-19 puso fin a este proceso e ingresamos ahora a una cuarta etapa, que provisoriamente podríamos denominar como de Reacción Conservadora, en alusión a la “Revolución Conservadora”, una enérgica y duradera reacción ideológica de la derecha norteamericana ante los efectos de la oleada progresista de los años sesenta. El derrotero de esta fase inicial dependerá principalmente de la actuación de la dirección del proletariado mundial organizado, esto es, de las direcciones de las dos principales centrales sindicales del mundo: la International Trade Union Confederation (ITUC) y la World Federation of Trade Unions (WFTU).

 

Crisis y oportunidad

Si el espanto de la proscripción unió a los trotskistas argentinos en 2011, el espanto de la Alt+Right en el poder (con una narrativa muy distinta a la de la “Revolución de la Alegría” de Macri de 2015) debería hacer reflexionar a los dirigentes del FITU para superar su fase de coalición electoral y pase a actuar como un partido trotskista unificado de acción. Se trataría de un “salto cuántico”, aunque necesario (y una abominación para el sectarismo conservador de larga tradición en el movimiento trotskista). La iniciativa debería incluir la fusión de sus comités centrales, sus periódicos y sus agrupaciones sobre la base del programa común del FITU, respetando la libertad de tendencias, educando a la militancia en la concepción de un reactualizado materialismo dialéctico y construyendo comités FITU en todos los lugares de trabajo y estudio. Sería una invaluable oportunidad para debatir con honestidad los desafíos de la izquierda trotskista en la época que se abre, desde nuevos métodos de dirección y práctica militante (barrer definitivamente con el mobbing[viii], por ejemplo, naturalizado como un “gaje del oficio”), hasta la reactualización del marco teórico-estratégico de la revolución permanente en el siglo XXI, incorporando y dándole un valor concreto a nuevos fenómenos como el Antropoceno, la reconfiguración del proletariado, la extensión de capas medias urbanas asalariadas precarias, la cuarta revolución industrial, la guerra asimétrica y el progresivo traslado del centro de la política internacional desde el Atlántico Norte al Asia Pacífico.

Algunos objetarán que unificar al FITU en un solo partido será mezclar revolucionarios consecuentes con revolucionarios oportunistas, y apelarán a la fallida experiencia del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia como ejemplo. Sin embargo, este se trató de un “partido amplio antineoliberal” en el que confluyeron distintas corrientes ideológicas, lo que trabó su capacidad de acción. Por el contrario, el FITU es un frente de partidos trotskistas que por doce años ha actuado unido reivindicando la independencia de clase, el internacionalismo proletario y desde el primer momento se ha puesto como objetivo un gobierno de los trabajadores. El llamado a paro nacional hecho tras los comicios ante la embestida devaluatoria de Sergio Massa es uno más de los tantos ejemplos de sus potencialidades. El FITU vale mucho más que la suma de sus partes. Convertirlo en un partido nacional, lejos de alimentar la confusión, le dará claridad a la clase trabajadora y su vanguardia para aprender a diferenciar a consecuentes de oportunistas sobre la base de la defensa de la clase, la democracia partidaria y la unidad en la acción. Trotsky observó alguna vez que tanto las unificaciones como las escisiones son métodos para construir un partido revolucionario. Es muy difícil encontrar experiencias positivas en la actualidad, y en ocasiones nos vemos obligados a recurrir a experiencias históricas (a riesgo de abrir el flanco para interpretaciones mecánicas y analogías ahistóricas propias del pensamiento refractario). Una experiencia positiva podría ser la del propio Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, que en su primer congreso unificó a varios círculos socialistas dispersos, alentando la consistencia y la organicidad. De esta experiencia surgió luego la división entre bolcheviques y mencheviques (consecuentes y oportunistas), división sin la cual habría sido imposible la construcción del posterior Partido Comunista de la Unión Soviética.

 

Un objetivo realista

Es muy probable que Milei sea el próximo presidente de la Argentina (hace poco parecía imposible, pero hoy se está presentando como inevitable). Si bien es cierto que en los ballotages el candidato que se impone en la primera vuelta suele estar condenado a la derrota (Menem 2003, Scioli 2015), no olvidemos que el libertarianismo es un fenómeno nuevo al que aún no se le conoce techo. Aunque su voto se impuso en los municipios cuyo salario promedio es medio (entre 230.000 y 460.000 pesos) y alto (mayor a 460.000 pesos)[ix], a diferencia de los espacios tradicionales –cuyo electorado está bien definido–, los votantes de Milei aparecen como transversales, rompiendo con la lógica etaria, económica y en cuanto al voto anterior, como reveló recientemente el análisis de datos de Betta Lab[x]. Si el candidato de La Libertad Avanza no llega a la presidencia, no importa. Su objetivo estratégico pasa por “despertar leones” para imponer una nueva correlación de fuerzas entre las clases a favor del gran capital y en contra del trabajo, y ha corrido el cerco lo suficientemente a la derecha como para que el próximo Gobierno capitalista tome la posta. Ignorarlo ya ha dejado de ser algo criminal; hacerlo en la actualidad es simplemente suicida. La principal tarea de los revolucionarios hoy es prepararse para resistir a la Reacción Conservadora Poscovid-19, organizar la resistencia obrera, y para eso, tal como la semilla debe morir para que pueda nacer la planta que dará el fruto, los partidos que constituyen el FITU deberían crear las condiciones para que el propio FITU pueda terminar de nacer como la alternativa obrera y popular que Argentina necesita: un gran partido unificado. Es un objetivo absolutamente realista y realizable. Para esto se requiere un balance y una autocrítica: ¿Por qué el Frente de Izquierda no fue alternativa para los millones de desesperanzados de la Argentina si tenía los recursos para hacerlo tras doce años de trabajo? Responder a esta pregunta permitiría rearmar al electorado firme del frente para las luchas en camino, de lo contrario sentiremos el filo de la motosierra. Como dijo el Julio César de Shakespeare: “La culpa, querido Brutus, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos que consentimos en ser inferiores”.

 

Notas

[i] Según la base de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), en el primer trimestre la pobreza llegó al 38,7%, lo que significa que ya hay 18 millones de persona en Argentina que no ganan lo suficiente para cubrir el costo de una Canasta Básica Total (CBT). Indec, www.indec.gob.ar

[ii] Resultados de las elecciones Argentina 2023 en www.resultados.gob.ar

[iii] “Argentina: en una elección derechizada y compleja el Frente de Izquierda Unidad sostuvo su espacio”, La Izquierda Diario, www.laizquierdadiario.com.ar

[iv] El término fue acuñado por el economista Michael Roberts, quien pronosticó que sucedería unos años antes. En su libro The Great Recession: Profit cycles, económica crisis (A marxist view) de 2009 explica por qué ocurrió, basándose en el análisis de Marx de las leyes del movimiento en una economía capitalista.

[v] Pablo Stefanoni, “Los Irreductibles trotskistas argentinos”, Revista Nueva Sociedad, www.nuso.org

[vi] Sinopsis Consultores, a partir de datos del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social (METySS) y la Dirección de Estudios y Estadísticas de Relaciones del Trabajo, en Argentina en Datos X, www.twitter.com

[vii] Emilio Albamonte y Matías Maiello, “En los límites de la Restauración Burguesa”, Revista Estrategia Internacional N° 27 (2011): 57-89.

[viii] Trato hostil o vejatorio al que es sometida la militancia o el activismo de manera sistemática con la finalidad de doblegar su voluntad quebrando su moral, con serias consecuencias psicológicas y laborales. Esta definición constituye una adaptación de la psicología laboral. Ver: La evaluación del mobbing: cómo peritar el acoso psicológico en el ámbito forense. Iñaki Puñuel y Ariana García (2015).

[ix] Florencia Fernández Blanco, Pablo Loscri y Juana Copello, “Mapa electoral. Los resultados en todo el país: Ganadores y perdedores en cada provincia, distrito y comuna de las PASO”, La Nación, www.lanacion.com.ar

[x] Antonio Milanese y Juani Belbis, “Los mitos del votante de Milei”, Medium Betta Lab, www.medium.com

Roberto Andrés

Periodista chileno radicado en Argentina. Militó en el Partido de los Trabajadores Socialistas de Argentina entre 2010 y 2021, y fue editor de la sección Ecología y ambiente de La Izquierda Diario (Argentina) entre 2016 y 2021. Exbecario de Climate Tracker y diplomado en periodismo ambiental en TEA, también ha colaborado con otros medios tales como Perfil.com, ElDiarioAR y Revista Jacobin. En 2022 publicó "La geología del Antropoceno: investigación, genealogía y controversia sobre el impacto humano contemporáneo en el ambiente global", un reportaje independiente sobre la posible modificación de la escala geología de tiempo a causa de la industrialización moderna y la globalización.