Fútbol feminista

Con la energía del movimiento de mujeres #NiUnaMenos, los equipos de fútbol femenino desafían a los patriarcas del deporte rey en América Latina.

por Brenda Elsey*

Imagen| La selección de fútbol femenino de Brasil celebra su victoria en la Copa América Femenina de Ecuador en 2014. Fuente: Wikimedia.


 

En agosto de este año, las selecciones femeninas de fútbol de Argentina y Puerto Rico se enfrentaron por primera vez en la historia. El partido fue también el primer amistoso internacional que jugara Puerto Rico. Al comienzo del encuentro, las jugadoras portorriqueñas se reunieron en el centro del campo y apuntaron a sus oídos. Guardando respeto, las argentinas patearon la pelota fuera de la cancha y esperaron. Cerca de 5.000 espectadores —una buena cantidad para un partido de fútbol en la isla— las alentaron. La gente comprendió que el gesto significaba que las jugadoras estaban pidiendo que las escucharan. Tan solo un par de meses antes, sus rivales argentinas instauraron el gesto de llevar sus manos a las orejas, tanto al celebrar los goles como en las fotos oficiales de la Copa América, el torneo femenino más importante de Sudamérica. Las jugadoras hicieron suyo un gesto que había hecho famoso Juan Román Riquelme. En 2001, el jugador lo hizo para protestar contra los dirigentes de su club, Boca Juniors, entonces comandado por Mauricio Macri, actual presidente de Argentina.

 

Poco después de la protesta portorriqueña, las jugadoras de la selección de Trinidad y Tobago utilizaron las redes sociales para pedir donaciones, con el fin de llegar a Estados Unidos a competir en el torneo de la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol (CONCACAF) en busca de la posibilidad de jugar en el Mundial Femenino. Dos semanas antes del comienzo del torneo las futbolistas no tenían hospedaje confirmado, director técnico ni cancha de entrenamiento. Lauren Silver, de la selección jamaicana conocida como las Reggae Girlz, publicó una historia en Instagram en la que confirmaba que, al igual que otras selecciones del Caribe, faltando dos semanas para el torneo, las jugadoras jamaicanas no habían recibido una remuneración, cancha de entrenamiento ni ninguna planificación para viajar a las eliminatorias de la CONCACAF. Para profundizar la humillación, al ser entrevistada en un podcast reciente, Silver contó que la federación no le había dado camisetas al equipo femenino, que debió usar las de la selección masculina, con la leyenda Reggae Boyz.

 

Las protestas en el terreno de juego se han vuelto un lugar común mientras las federaciones de fútbol una y otra vez ignoran los correos electrónicos, las llamadas telefónicas y las solicitudes de reunión de sus jugadoras. Llevar su descontento al césped ha ayudado a estas mujeres a llamar la atención sobre su causa. La fuerza que han tomado estas acciones colectivas demuestra que se están observando, contactando y apoyando mutuamente. Durante los últimos tres años, ha irrumpido una ola de protestas en el fútbol femenino latinoamericano. Partieron en el Cono Sur y se han hecho extensivas a toda la región. Las demandas de las jugadoras varían desde acceso a camarines hasta la obtención de seguros médicos, pasando por informes claros sobre el modo en que las federaciones gastan los fondos destinados para su desarrollo. Hoy, los patriarcas del deporte rey se encuentran frente a una serie de acciones colectivas animadas por el movimiento #NiUnaMenos. De tener éxito, las jugadoras podrían revolucionar el pasatiempo más popular en América Latina.

 

 

Una larga historia de omisión

 

Periodistas, dirigentes y hasta académicos han recurrido a borrar la larga historia del fútbol femenino para aplacar las protestas de sus jugadoras, y para justificar que se les niegue la igualdad de recursos. A decir verdad, las mujeres comenzaron a jugar fútbol en América Latina a comienzos del siglo XX. Desde un comienzo se toparon con constantes burlas, prohibiciones y una violenta exclusión. Pese a esta hostilidad, las futboleras consiguieron una gran cantidad de logros destacables. Ejemplo de ello es que hacia 1940 los equipos femeninos de Río de Janeiro habían conformado una liga vibrante que hasta viajaba por todo el país, llegando incluso a jugar frente al presidente Getúlio Vargas en la inauguración del Estadio Pacaembú de Sao Paulo, tal como señalo en mi próximo libro, escrito junto a Joshua Nadel. Al año siguiente, el gobierno de Vargas dictó un decreto que prohibía por ley que las mujeres jugaran al fútbol.

 

En Costa Rica, las muchachas del equipo Deportivo Femenino actuaron como embajadoras de este deporte durante la década de 1950. Viajaron a Colombia, Curaçao, El Salvador y Honduras, difundiendo la pasión por el fútbol femenino. Por su parte, la liga femenina de México albergó el segundo campeonato mundial de fútbol femenino en 1971. La final de este torneo convocó a cerca de 110.000 espectadores que llenaron el Estadio Azteca, de forma completamente independiente de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA). Pese a los esfuerzos para atraer a más selecciones aparte de las europeas, la única representante latinoamericana fue la selección de Argentina. La delegación albiceleste tenía a algunas de las jugadoras de más edad, veteranas de sus clubes locales de Buenos Aires y La Plata. A estas futbolistas les costó tanto reunir los fondos para viajar a los partidos que llegaban en grupos separados para ahorrar dinero en alojamiento. Su entrenador nunca pudo llegar a México, por lo que se consiguieron un entrenador local para cumplir con el reglamento. Logros como el torneo de 1971 llevaron a los clubes, las federaciones y la FIFA a poner aún más barreras para las mujeres que quisieran jugar fútbol, como multas para los clubes que permitieran que equipos femeninos entrenaran en sus dependencias. Cuando por fin la FIFA decidió organizar una versión del femenina del Mundial masculino, 20 años después, lo hizo en sus propios términos, excluyendo por completo a las mujeres de las posiciones de liderazgo.

 

Las instituciones futbolísticas no apoyaron el progreso de las futboleras en ningún nivel de su organización. Solamente después de que la FIFA decidiera que el fútbol femenino constituía un mercado no explorado, Sepp Blatter —el desacreditado expresidente de la FIFA— declararía en 2011:

—Nosotros siempre hemos creído que el futuro del fútbol es femenino.

Sin embargo, tras el progreso que exhibieron los combinados latinoamericanos que disputaron el paso al Mundial Femenino de 2015, rápidamente las federaciones volvieron a dejar de lado a sus selecciones femeninas. Para 2016, la mayoría de las selecciones femeninas de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) estaban fuera de los rankings FIFA, entre ellas Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. Sus federaciones no habían organizado partidos, ni respondieron a las invitaciones, ni convocaron a sus selecciones por más de un año. Las jugadoras se encontraban en un estado de confusión general.

 

La escandalosa situación en que se encontraba el fútbol femenino empujó a sus jugadoras a la acción, de modos distintos pero conectados. Se debe comprender sus respuestas dentro del contexto de un movimiento global en el fútbol femenino. No es coincidencia que los movimientos que han hecho más ruido, los de Argentina, Brasil y Chile, ocurran en los países que muestran mayor disparidad entre sus selecciones masculinas y femeninas, tanto en términos de éxito como de recursos.

 

 

Las futboleras se rebelan

 

Chile es uno de estos ejemplos. La generación actual de jugadoras chilenas comenzó en su adolescencia, en las divisiones menores de la selección nacional. Entre 2008 y 2014, durante el mandato de un presidente de la federación que les brindó su apoyo, llegaron a estar en el puesto 38 del ranking FIFA. Sin embargo, para 2016 se encontraban relegadas a la categoría de “inactivas”, al fondo de esa misma clasificación. Las jugadoras reaccionaron formando la primera asociación nacional de América Latina, la Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino (ANJUFF): organización que buscó y terminó por conseguir la membresía en el sindicato de jugadores masculinos. La ANJUFF trabajó en conjunto con la recién formada Corporación de Fomento de Fútbol Femenino (COFFUF), un grupo dedicado a apoyar al seleccionado nacional, y juntos lograron convencer a la federación chilena de ser anfitriona de la Copa América Femenina, un hito que devino en su clasificación como selección al Mundial Femenino de Francia 2019, siendo la primera vez que se conseguía este logro en la historia. En la actualidad, han conseguido trepar hasta el puesto 39 del ranking FIFA y recientemente jugaron dos partidos amistosos contra la selección femenina de Estados Unidos. La ANJUFF también se encuentra en proceso de negociar contratos profesionales con los clubes chilenos, cuya liga femenina ha sido, en la práctica, amateur.

 

En la vecina Argentina, las futbolistas se hallaban en una situación similar. No tuvieron entrenador durante la temporada 2015-2016 y no habían jugado por meses. Además, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) no había pagado a las jugadoras sus remuneraciones por los pocos entrenamientos a los que había convocado. Las remuneraciones por entrenamiento son de aproximadamente nueve dólares, los que apenas sirven para costear el transporte hacia la cancha de entrenamiento que la AFA posee en Ezeiza, en las afueras de Buenos Aires. La selección llamó a un paro general en noviembre de 2017. Las jugadoras enviaron una carta colectiva a la AFA, en la que explicaban que no asistirían a los entrenamientos ni a los partidos hasta que la federación otorgara un mínimo de recursos, incluyendo remuneraciones, un entrenador, canchas de pasto, camarines y horarios de viaje que no fueran inhumanos. La AFA contestó reinstaurando al entrenador Carlos Borello y pagando las remuneraciones adeudadas. Fue ese equipo —capitaneado por Estefanía Banini— el que se tomó la foto para la Copa América con las manos en señal de amplificar el alcance de sus orejas, exigiendo que las escuchen.

 

A pesar de estas concesiones, hoy es imposible que alguna mujer argentina pueda vivir de la práctica profesional del fútbol, sin importar su talento. La liga profesional de Argentina ha existido intermitente, lo cual ha llevado a sus mejores jugadoras a buscar oportunidades en ligas recién creadas, como las de Colombia, Estados Unidos y China, entre otras. Las jugadoras mejor pagadas del club más popular, Boca Juniors, reciben cerca de 200 dólares al mes durante la temporada. Las jugadoras han aprovechado las oportunidades que brinda el reglamento de la CONMEBOL, que exige que los equipos que participen en la Copa Libertadores, el torneo sudamericano de clubes, también tengan equipos femeninos. En la vía de dichas políticas institucionales, las futboleras argentinas también han entablado relaciones con políticos interesados en la igualdad de género al interior del deporte. Por ejemplo, la congresista Mayra Mendoza propuso una ley que garantice que las competencias femeninas a nivel nacional se transmitan por la televisión pública. Pero las mujeres hacen mucho con lo poco que se les da. Cuando la AFA olvidó enviar el trofeo de la Copa de Plata, las muchachas del club Estudiantes de La Plata celebraron con alegría en torno a una jarra de agua vacía.

 

Tal vez no haya otro lugar en que el fútbol femenino provoque de modo simultáneo tanta hostilidad y tanta pasión como Brasil. Tras la prohibición de 40 años que sufrió el fútbol femenino entre 1941 y 1981, casi de inmediato las brasileñas se volvieron una potencia continental. Su capacidad para competir contra los mejores equipos del mundo, pese a contar con una fracción de sus recursos, es algo que no puede más que asombrar. Sin embargo, también luchan contra otros desafíos: su federación, la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) es famosa por su corrupción. La CBF ha sido incapaz de mantener a flote una liga doméstica, y las jugadoras jamás han contado con salarios estables en Brasil. En 2016, tras años de desoír los llamados que pedían mujeres en posiciones de liderazgo, la CBF designó a Emily Lima como la primera mujer en entrenar a la selección femenina. Pese a un registro exitoso, despidieron a Lima sin ninguna explicación en septiembre de 2017, lo que llevó al regreso del entrenador anterior, Oswaldo Fumeiro Álvarez -más conocido como Vadão-, recién desvinculado como entrenador del equipo masculino del club Guaraní. Las mujeres denunciaron el hecho, y el despido de Lima se volvió un foco de protestas. Veteranas y jugadoras actuales escribieron peticiones y algunas incluso se retiraron de la actividad, incluyendo a la estrella Cristiane (Rozeira de Souza Silva), que ha jugado en las ligas de Brasil, China, Francia, Alemania, Suecia y Estados Unidos.

 

La presión llevó a la federación a formar una comisión para responder al despido de Lima, que incluía a Silvana Goellner, activista y profesora de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul. Pero cuando la comisión presentó a la CBF un plan para solucionar la crisis, la federación respondió desmantelando la comisión dos meses después. Pese a la falta de apoyo institucional, Goellner reiteró que la comisión no abandonaría la lucha, entendiendo que estaba conectada a temas más amplios de justicia social en Brasil.

—Quienes han movilizado esta protesta son mujeres que tal vez no se reconozcan a sí mismas como feministas, pero que sin embargo comprenden que las luchas del movimiento feminista son necesarias y fundamentales para empoderar a la mujer en el fútbol y más allá del fútbol —explica Goellner.

 

 

Desafiando al sexismo dentro y fuera de la cancha

 

La hostilidad hacia las mujeres atletas en Latinoamérica va de la mano con la homofobia tanto al interior de las instituciones estatales como, de modo más informal, en la práctica cultural cotidiana. Los programas de educación física, desde sus comienzos a fines del siglo XIX, enseñaban a los estudiantes que las niñas eran biológicamente inferiores, mentalmente inestables, y frágiles. Además, los “expertos” advertían a sus alumnas que practicar pasatiempos tradicionalmente masculinos, como el fútbol, pervertía el correcto desarrollo heterosexual de las niñas, y podía llegar a afectar su salud maternal. A la vez, se aceptaba ampliamente al fútbol como un vehículo de desarrollo de la correcta masculinidad, se dificultaba su práctica para mujeres y niñas. Las mujeres que se dedicaban a deportes de equipo enfrentaron mayor escrutinio que aquellas que se dedicaban a deportes individuales, como el tenis. En parte, la asociación del tenis con una tradición blanca y británica ayudó a facilitar su aceptación.

 

Sin embargo, existía algo peligroso en los deportes de equipo, en los que las mujeres se tocaban, viajaban juntas y se brindaban apoyo mutuo. A lo largo de la historia, las futboleras —tanto quienes se identifican como LGBTQ+ como quienes no— han sufrido abuso homofóbico de parte de federaciones, profesores y hasta de los vecinos. Como recuerda la excapitana brasileña, Sisleide do Amor Lima, “Sisi”:

—Sufríamos en la selección, había consecuencias… Los entrenadores nos decían que no saliéramos del clóset. Si eras gay, podía ser que no te invitaran, que no te llamaran. Te iban a excluir.

El desempeño de la feminidad en la cancha tenía tanta importancia para la federación paulista que hasta la década de 1990 estipulaba que en sus torneos solo podían jugar las mujeres con el pelo tan largo como para hacerse una cola de caballo.

 

La ausencia de rendición de cuentas entre la FIFA, la CONMEBOL y las federaciones nacionales hace casi imposible saber cuánto apoyo recibe el fútbol femenino directamente de la FIFA. Supuestamente, el 15% de los fondos para el desarrollo de la FIFA se asigna a las mujeres. Eso significa que cada federación nacional debería gastar al menos 37.500 dólares al año en fútbol para niñas y mujeres. Sin embargo, no existe un programa de rendición de cuentas que obligue a una confederación a mostrar cómo gasta ese dinero, y la CONMEBOL no tiene un sistema que asegure que los fondos lleguen a las mujeres dentro de las federaciones. La falta de transparencia incentiva la corrupción y el desvío del dinero para el desarrollo hacia las selecciones masculinas. En enero de 2018, la FIFA presentó una nueva estructura de desarrollo, FIFA Forward, que reunía en un solo gran grupo los fondos para el desarrollo femenino y juvenil. Al parecer, incluye mayores exigencias de auditoría y mayores incentivos para fomentar el fútbol femenino. Sin embargo, no queda claro cuánto se obligará a cada federación a gastar en mujeres.

 

La energía renovada del fútbol femenino en América Latina se construye sobre una vida de trabajo de activistas de base como Lorena Berdula, una de las primeras entrenadoras con licencia de la AFA. Como profesora de educación física de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), estuvo entre las primeras que llamaron a cambiar la idea de fútbol femenino por fútbol feminista. Por casi 20 años, Berdula y otras activistas del fútbol de mujeres y niñas han participado en talleres a lo largo del país, autoconvocados y democráticos, para “explicar el fútbol femenino como un modo de cuestionar las estructuras patriarcales en que vivimos, y de acceder al derecho de disfrutar un deporte tan popular como el fútbol”. Los departamentos de educación física con una perspectiva sociológica crítica, como el de la UNLP, han preparado a una generación de estudiantes para cambiar las concepciones sobre deporte y género en las escuelas públicas, los equipos universitarios y los clubes locales.

 

Tal vez sea paradójico que, a lo largo de la historia, el deporte no haya ocupado una parte significativa de las agendas feministas, pese a su enfoque en la integridad del cuerpo femenino. Sin embargo, numerosos estudios demuestran los profundos beneficios que la práctica deportiva brinda a niñas y mujeres. Además, en el corazón de la lucha por la igualdad de género en los deportes se encuentran temas como el acceso al espacio público, el tiempo libre, los derechos laborales y la representación de la comunidad. El fútbol no solo es uno de los espacios más estrictamente segregados en América Latina, sino que también es central en las identidades comunales, nacionales y continentales. Tal vez las atletas, muchas de ellas de clase obrera, de color, o queer, puedan por fin sentir que el movimiento feminista, en particular #NiUnaMenos, es tan interseccional como para representarlas. Desde su incipiente foco en el femicidio en Argentina, #NiUnaMenos logró expandir las comprensiones populares de la violencia de género y atacó los derechos reproductivos, el acoso sexual y los sesgos mediáticos. Este colectivo organizó un paro general de mujeres en 2016, así como manifestaciones callejeras masivas en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, El Salvador, Guatemala, México, Paraguay, Perú, Puerto Rico y Uruguay.

 

#NiUnaMenos no solo ha dado forma a las protestas de las jugadoras, sino que también a las maneras en que las socias de los clubes y las hinchas organizadas participan del fútbol. Hace mucho tiempo que los estadios de fútbol son lugares peligrosos para las mujeres, pero las hinchas han comenzado a responder con mayor rapidez y energía a incidentes de acoso sexual y violación. En mayo de 2018 un grupo de hombres con camisetas de Universidad de Chile violaron a una mujer que pasaba cerca del Estadio Nacional. El incidente llevó a hinchas de dicho equipo a unir fuerzas con sus contrapartes de los equipos rivales: Colo-Colo y Universidad Católica, para discutir cómo prevenir la violencia de género en los partidos de fútbol.

 

Y existen nuevas organizaciones de hinchas feministas que están creando comisiones de género; que están reescribiendo estatutos anticuados; que están cuestionando el sexismo, la homofobia y el racismo en las letras de los cánticos populares; y que están comenzando a crear espacios para proteger a las mujeres y a quienes se identifican como LGBTQ+. Durante la última marcha del 25 de julio por la legalización del aborto en Chile, las hinchas del fútbol marcharon juntas por primera vez. Mientras tanto en Argentina, la comisión de género de Ferrocarril Oeste, de la segunda división, escribió una carta abierta pidiendo a los directores del club bonaerense que se expresaran públicamente a favor de descriminalizar el aborto.

 

Resulta crucial notar la intersección entre el feminismo y los esfuerzos en contra de la privatización que se dan al interior de los clubes deportivos. En el siglo XX, los clubes de fútbol de América Latina, a diferencia de los europeos, se establecieron como asociaciones civiles sin fines de lucro. Esta modalidad de propiedad compartida significó que los socios forjaron clubes con una estructura democrática, que se volvieron focos de participación comunitaria. Sin embargo, durante las décadas de 1980 y 1990, los clubes se endeudaron gravemente como resultado de altos costos operativos, de bajas asistencias a los estadios, de la corrupción y de la exportación de sus mejores talentos a Europa. A lo largo de toda la región, los clubes se vieron enfrentados a presiones para ser privatizados, en diferentes formatos. Por ejemplo, tras una sospechosa quiebra en 2002, una sociedad anónima (Blanco y Negro) se hizo cargo de la administración y los activos del Colo-Colo de Chile por 30 años, a cambio del pago de su deuda. El Club Social y Deportivo Colo-Colo vio como eran despojados de sus beneficios, reduciendo a la Corporación (CSD) a dirigir “actividades sociales” y a una representación minoritaria en el directorio de la sociedad anónima. El hecho de que el presidente de Chile, Sebastián Piñera, fuera un importante inversionista en Blanco y Negro politizó aún más el asunto. En su lucha contra la arremetida empresarial para apoderarse de Colo-Colo, el CSD encontró apoyo entre sus socias, quienes terminaron por formar una Comisión de Género.

 

Para muchas colocolinas, la privatización del club se opone completamente a su comprensión de la práctica feminista y su crítica al capitalismo como la raíz de la inequidad, específicamente la de género. Daniela Molinet, socia que forma parte de la comisión, explica: “A lo largo del proceso de lucha contra la turbia sociedad anónima ha habido un aumento constante en la participación femenina al interior de la organización”. Los defensores del club social se dieron cuenta de que incluir a actores sociales que antes habían sido excluidos, además de ayudar a su causa, es la actitud correcta en su lucha por una organización más democrática y por mayor integración social. Como dice Molinet: “La comisión se declara feminista. Esto no es casualidad, sino que responde a la voluntad de integrar a las mujeres en la reconstrucción del tejido social del Club”.

 

La intensa actividad alrededor del fútbol femenino culminó en una reunión histórica el 24 de agosto de 2018, en la sede de las Naciones Unidas en Santiago de Chile. El foro reunió a jugadoras de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay y Venezuela. Representantes del sindicato internacional de futbolistas, FIFPro, dieron cuenta de las maneras en que las jugadoras se han organizado alrededor del mundo para conseguir mejores condiciones laborales. El foro fue posible gracias al apoyo de los aliados de FIFPro, junto a la red FARE (Fútbol contra el racismo en Europa).

—Hemos decidido crear un movimiento en esta región del mundo para levantar nuestra voz y desarrollar constructivamente el fútbol femenino en Latinoamérica —explica Camila García, una de las primeras mujeres en ser parte del comité ejecutivo de FIFPro y cofundadora de la ANJUFF—. La idea es permitir que las jugadoras desarrollemos una carrera sustentable y alcancemos el potencial del inmenso talento que tenemos- agrega.

 

Por restricciones de presupuesto y agenda, no todas las federaciones pudieron asistir, pero la organización espera crear un evento anual y una asociación internacional. Durante la reunión se podía palpar la sensación de urgencia y preocupación. La jugadora uruguaya Valeria Colman puso énfasis en la importancia de aprovechar este momento de actividad enérgica, así como el movimiento transnacional por los derechos de las mujeres. Muchas de las jugadoras preguntaron a sus colegas colombianas cómo va a su liga, recién formada. Catalina Usme suspiraba y miraba hacia abajo, diciendo que las jugadoras estaban dando todo de sí para que sea un éxito. Su compañera de equipo, Orianica Velásquez, dijo que quería volver a Colombia con este mensaje para sus compañeras: “hay gente a la que le importamos, gente que quiere ayudarnos”. Velásquez reflexionó: “Aprendimos que hoy muchas más de nosotras podemos vivir del fútbol, podemos representar a nuestros países y familias, gracias a las mujeres del siglo XX que le dijeron no al machismo. Tal vez en otros cien años, la historia pueda decir que yo formé parte de un grupo de mujeres que se impulsaron unas a otras y cambiaron la mentalidad de la gente”.

 

Nota:
Este artículo es una traducción de un artículo publicado en NACLA Report on the Americas, el 10 de diciembre de 2018. Disponible online en:  https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/10714839.2018.1551466.

 

Brenda Elsey
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Profesora asociada de historia y codirectora del programa de Estudios Latinoamericanos y del Caribe de la Universidad Hofstra. Es la autora de Futbolera: A History of Women and Sports in Latin America junto a Joshua Nadel (University of Texas press, 2019), Football and the Boundaries of History junto a Stanislao Pugliese (Palgrave, 2016), y Citizens and Sportsmen: Fútbol and Politics in Twentieth Century Chile (University of Texas, 2011). Ha escrito para The GuardianSports’ Illustrated y The New Republic. Es coanimadora del podcast semanal sobre deporte y feminismo Burn It All Down, y su cuenta de twitter es @politicultura.