Dossier Los chalecos amarillos I: Comité invisible, Danielle Tartakowsky, Alain Bertho.

En este especial ofrecemos cinco textos sobre los chalecos amarillos publicados en la revista francesa Mediapart, traducidos por Javier Rodríguez Aedo, historiador chileno residente en París. El primer texto, “Disturbio”, es del grupo radical Comité Invisible. Más dos entrevistas, una a la historiadora de los movimientos sociales Danielle Tartakowsky, y la otra a Alain Bertho, profesor de antropología en la Universidad París VIII, director de la Casa de las Ciencias del Hombre París Norte.

Imagen / Olivier Ortelpa, París, 8 de diciembre, 2018. Fuente: Wikipedia.


 

Disturbio

“Se nos mantiene cada año rodeados de miles de amenazas —los terroristas, los alteradores endocrinos, los migrantes, el fascismo, el desempleo. Así se perpetua la imperturbable rutina de la normalidad capitalista: en el contexto de miles de complots fracasados, de cientos de catástrofes aplazadas. Ante la pálida ansiedad que, día tras día, se intenta inocular a punta de patrullas de militares en armas, de breaking news y de anuncios gubernamentales; es necesario reconocer en el disturbio la virtud paradójica de liberarnos de esto. Es lo que no pueden comprender los aficionados a esas procesiones fúnebres llamadas “manifestaciones”, todos los que saborean en un tinto la amarga alegría de ser siempre derrotados, todos los que sueltan un flatulento “o si no, esto explotará” antes de volver prudentemente a sus “por qué”. En el enfrentamiento callejero, el enemigo tiene un rostro definido, ya sea de civil o en armadura. Tiene métodos ampliamente conocidos. Tiene un nombre y una función. Es por cierto un funcionario, como lo declara sobriamente. El compañero también tiene gestos, movimientos y una apariencia reconocible. Hay en el disturbio una incandescente presencia de uno mismo y de los otros, una lúcida fraternidad que la República es totalmente incapaz de suscitar. El disturbio organizado está en situación de producir lo que esta sociedad es incapaz de generar: vínculos, vivos e irreversibles. Los que se quedan con las imágenes de violencia se pierden todo lo que está en juego en el hecho de tomar en conjunto el riesgo de destrozar, rayar y enfrentar a los policías. Nadie sale indemne de su primer disturbio. Es esta positividad del disturbio que el espectador prefiere ignorar y que en el fondo lo asusta más que los daños, las arremetidas y las contra-arremetidas. En el disturbio, hay producción y afirmación de amistades, configuración franca del mundo, posibilidades de actuar nítidas, recursos al alcance de la mano. La situación tiene una forma y podemos movernos a través. Los riesgos están definidos, a diferencia de todos esos “riesgos” nebulosos que los gobiernos disfrutan lanzando sobre nuestras existencias. El disturbio es deseable como momento de verdad. Es una suspensión momentánea de la confusión: entre las lacrimógenas, las cosas son curiosamente claras y lo real es por fin legible. Difícil, por tanto, de no ver quien es quien. Hablando de la jornada insurreccional del 15 de julio de 1927 en Viena, en el transcurso de la cual los proletarios incendiaron el Palacio de Justicia, Elias Canetti decía: “es lo más cercano a una revolución que he vivido. Centenas de páginas no bastarían para describir todo lo que vi”. El disturbio es formativo por lo que permite ver, por lo que muestra”.

Comité Invisible

Maintenant (París, La Fabrique, enero 2018, p. 14-15)

 


 

Danielle Tartakowsky: “Los chalecos amarillos no tienen nada en común con mayo del 68”

Entrevista realizada por Joseph Confavreux (publicada el 06/12/2018 en Mediapart)

Historiadora especialista de los movimientos sociales y las manifestaciones, Danielle Tartakowsky analiza el carácter inédito de los “chalecos amarillos” y desarticula los falsos paralelos con mayo del 68.

Danielle Tarakowsky es historiadora, especialista en las manifestaciones callejeras y antigua presidente de la Universidad París VIII. Ha escrito, junto con Michel Pigenet, Une histoire des mouvements sociaux. De 1814 à nous jours (Historia de los movimientos sociales. Desde 1814 hasta hoy). Publicó en 2014 Les Droites et la rue – Histoire d’une ambivalence de 1880 à nous jours (Las derechas y la calle – historia de una ambivalencia). Y más recientemente, L’Humanité, figures du peuple (La Humanité, figuras del pueblo), una mirada a los archivos fotográficos del diario francés.

Para el sitio Mediapart, aborda el movimiento de los “chalecos amarillos” y las manifestaciones que tuvieron lugar en París el 1 de diciembre, con el fin de comprender la fuerza política y simbólica del gesto que consiste en revindicar la posibilidad de protestar en los Campos Elíseos, y para advertir sobre algunos paralelismos demasiados simples entre 1968 y 2018.

¿Estamos frente a un movimiento social inédito?

Danielle Tartakowsky: Sí, innegablemente. Siempre se puede comparar con otras manifestaciones, señalar las similitudes con esto o aquello. Pero por el modo en que emerge, por su composición sociológica, por su relación con los poderes y las organizaciones, el movimiento de los chalecos amarillos nos pone frente a algo que nunca antes vimos.

¿Qué nos dice la geografía de las manifestaciones parisinas de estos últimos días?

Mayo del 68 se ha evocado mucho, pero la comparación no me parece pertinente, porque la naturaleza de la violencia no es la misma, ni tampoco la relación con el espacio de las manifestaciones. Los responsables de las barricadas de mayo hacen un uso defensivo con respecto a un territorio, el Barrio Latino (distrito 5 de París), del cual se sentían despojados. Cuando los policías retoman las barricadas de la calle Gay-Lussac, ¡era como ver los grabados de inicios del siglo XIX!

Eso no tiene nada en común con lo que vimos el sábado 1 de diciembre, porque se trata de un territorio que le pertenece a otro, en dos sentidos. Primero, porque hay muchas personas que vinieron de regiones diferentes. Llegar a París es una consigna de los movimientos agrarios de los años 1930, claramente de derecha, como la movilización de Pierre Poujade (movimiento sindical que reivindicaba la defensa de los pequeños comerciantes y artesanos contra el desarrollo del comercio mayoristas y los supermercados). Pero, en realidad, ellos nunca fueron. En segundo lugar, porque estamos en una parte de París en el que en principio no se manifiesta, que es percibida y tratada como el territorio de los ricos y del poder.

¿Nunca nadie se ha manifestado en el París de los Campos Elíseo?

Durante los primeros de mayo, de 1980 a 1906, cuando el partido obrero y las organizaciones sindicales llaman a manifestarse, sin lograrlo, lo hacían en la Plaza de la Concordia. Pero esa elección está vinculada al deseo de llevar los discursos frente a los diputados, de dirigirse a los parlamentarios (la Asamblea Nacional está frente a la Concordia). Para las organizaciones obreras, el trayecto Plaza de la República-la Bastilla es una construcción más tardía, como consecuencia de los años 1934-1936.

Al borde de este periodo se sitúan los eventos del 6 de febrero de 1934 (disturbios antiparlamentarios convocados por grupos de extrema derecha, donde murieron 17 personas), que vuelven ilegítimas no solo las manifestaciones de derecha hasta 1968, sino también las manifestaciones en la Plaza de la Concordia, en razón del traumatismo de 1934.

Durante el Frente Popular, el 14 de julio de 1936, las organizaciones obreras hacen saber, en off, que les gustaría desfilar por los Campos Elíseos. Pero el ministro del interior, que es socialista, les hace saber, siempre en off, que la respuesta sería negativa y que sería mejor no mostrar desacuerdos al interior del Frente Popular.

Es en esta época que los poderes públicos establecen la idea que el este de París será el territorio de las manifestaciones populares y que el oeste lo será de las manifestaciones, no de la derecha, sino de la soberanía nacional.

Hay que esperar hasta la manifestación gaullista del 30 de mayo de 1968 (convocada por el Gaulle en “defensa de la República”), la cual resulta particular porque todos los ministros se encuentran a la cabeza de la marcha, para que los Campos Elíseos sean reutilizados. Esta manifestación fue convocada en la Plaza de Concordia, pero hubo mucha más gente de la prevista y la marcha alcanzó hasta el Arco del Triunfo. Se trata de un registro particular, de una manifestación de reapropiación, comparable al llamado a las armas por la patria (de 1940), o del régimen en peligro, que no es revindicada como una manifestación de derecha.

A partir de los años 1980-1990, ciertas organizaciones intentan solicitar los Campos Elíseos. De hecho, la primera marcha del orgullo gay lo intenta, pero fue rechazada. Aunque la autorización nunca ha sido dada, el hecho que algunos puedan demandarla constituye un cambio. Así como fue imposible desligarse de la inapropiada historia de febrero 1934, asimismo fue posible reapropiarse de los Campos Elíseos luego de la gran manifestación del 30 de mayo de 1968.

Las únicas excepciones están vinculadas con momentos de unanimidad nacional, como fueron las celebraciones de las Copa del mundo, o también la “Gran cosecha”, organizada por la Federación nacional de sindicatos de explotación agrícola en 2010. Se necesita entonces una forma de unanimidad o reflejar cierta imagen de Francia.

¿Cuál es la historia de la presencia de La Marsellesa, que tanto hemos escuchado durante estos últimos días, en las manifestaciones callejeras?

Si remontamos al siglo XIX, las organizaciones obreras francesas comprendieron rápidamente que la simbología republicana era muy poderosa y que era necesario desmarcarse de ella proponiendo otros marcos simbólicos igualmente sólidos. Que el primero de mayo haya sido una propuesta francesa, o que La Internacional haya sido escrita por Eugène Pottier (escritor y cantante aficionado) se inscribe en esta clara percepción que era necesario crear una fuerte identidad obrera, frente a una identidad republicana que ya lo era.

Hasta 1935, existe una clara oposición entre La Marsellesa, cantada en las manifestaciones de derecha, y La Internacional, entonada en las manifestaciones obreras. Esto cambia el 14 de julio de 1935, cuando las organizaciones antifascistas llaman a participar de una manifestación organizada por la Liga de los Derechos Humanos, mezclando las banderas rojas y tricolores, cantando al mismo tiempo La Marsellesa y La Internacional. Los archivos muestran que algunos manifestantes, especialmente del norte de París, se inquietaron, pero esto forma parte de la aparición de la cultura frente-popular, que se caracteriza por el vínculo indisociable que tiene tanto con la cultura republicana como con la cultura de clase, lo que anticipa en muchos sentidos la victoria electoral del Frente Popular (1936-1938).

Después, durante la Segunda Guerra Mundial y la Resistencia, La Marsellesa se transforma en un bien común, que se puede escuchar en las manifestaciones obreras. Y luego, mayo del 68 es el momento en que retorna la simbología obrera, con el resurgimiento de La Internacional y la desaparición de La Marsellesa, que será cantada en la contramanifestación del 30 de mayo de 1968.

Después de las grandes huelgas de la siderurgia, en los años 80, el uso de La Internacional se debilita. Es el momento en que surge la canción Le chiffon rouge, paño rojo, que simboliza un trozo de la bandera roja, un retazo. La Internacional retrocede frente a canciones populares de dimensión política. En este contexto donde la oposición entre los dos cantos disminuye, La Marsellesa puede ser reapropiada en un marco más amplio.

¿Por qué, luego de los eventos del sábado 1 de diciembre, la comparación con mayo del 68 ha sido tan evocada, mientras que usted la cuestiona?

Porque permanecemos prisioneros de las imágenes y porque algunas fotos de los chalecos amarillos, lanzando adoquines, corresponden exactamente a ciertas imágenes de la época. En términos estéticos, podemos comparar, pero si profundizamos un poco, esto nos ayuda muy poco.

Contribuye también el hecho que el Arco del Triunfo fue violentado ese día y que los periódicos de la derecha vieron la forma de vincularlo con mayo del 68, cuando algunos estudiantes profanaron ese lugar santuarizado para cantar La internacional. Pero en 1968, la agresión es puramente simbólica.

El Arco el Triunfo es desde hace mucho tiempo un lugar en disputa para la definición de la nación. El 11 de noviembre de 1934, la Cruz de Fuego, organización de derecha, conformada por antiguos combatientes, se manifiesta en torno al Arco del Triunfo durante la mañana y, en respuesta, los antiguos combatientes vinculados al Partido Comunista francés y a los socialistas se manifiestan en el mismo lugar durante la tarde. Al día siguiente, el periódico comunista L’Humanité titula en su portada: “El soldado desconocido rencontró a sus compañeros”, con el fin de afirmar que son ellos la expresión legítima y verdadera de la nación.

Usted mostró en un libro reciente que la izquierda no tenía el monopolio de la calle. ¿Asistimos hoy a un tipo de manifestación que no sería ni de izquierda ni de derecha?

Claramente estamos frente a manifestaciones que constituyen una suerte de espejo del discurso de Macron, al mismo tiempo de derecha y de izquierda, en lugar de “ni de derecha ni de izquierda”. Los chalecos amarillos son claramente un reflejo, o una consecuencia, del discurso de Emmanuel Macron y de prácticas que han destrozado a las organizaciones que permitían posicionarse en el escenario político. La dimensión de derecha y de extrema derecha que se sentía al inicio de la movilización de los chalecos amarillos ha sido derribada y se convirtió en otra cosa.

Se tiene la sensación de que ciertos grupúsculos de extrema derecha retoman sus métodos del periodo de entreguerras: ¿es llevar al extremo el paralelismo?

Hay que ser muy prudentes si se quiere comparar con 1934. La cultura de la ultraderecha es fuerte y ciertos grupos pueden utilizar esos referentes. Pero nos enfrentamos a algo inédito. Existe un caleidoscopio de apropiaciones de diferentes tipos, en una coyuntura nacional e internacional particular, que hace que efectivamente no se trate de una repetición. Querer comparar en demasía puede alejar y no permitir ver lo que hay de original.

 


 

 

Alain Bertho: “No se trata de un simple movimiento social”.

Entrevista con Alain Bertho, antropólogo especialista en disturbios, realizada por Joseph Confavreux (publicada el 08/12/2018 en Mediapart)

Alain Bertho es profesor de antropología en la Universidad París VIII, director de la Casa de las Ciencias del Hombre París Norte. Ha consagrado una gran parte de su trabajo a los disturbios urbanos en Francia y el extranjero, con el fin de comprender la globalización de este vocabulario de la protesta e identificar las formas nacionales o locales. Autor de dos obras que abordan estas temáticas – Les enfants du chaos (Los hijos de caos) y Les temps des émeutes (Tiempos de disturbios), examina las características tomadas por el movimiento de los chalecos amarillos.

¿Cuál lectura hace sobre lo que ocurrió en París el 1 de diciembre?

Alain Bertho: Tengo una lectura bastante clásica, teniendo en cuenta lo que he estado observando desde hace más de 10 años. La violencia contra los bienes, incluso contra las personas, emerge cuando hay cosas que se quieren decir y que no podemos decir, no porque no tengamos las palabras, sino porque no tenemos interlocutores.

El paso a la acción expone esta ausencia. En París, es evidente que había manifestantes, y que este no era su primer paso a la acción, ya sea del lado de la extrema derecha o de lo que se denominan “encapuchados”.

Estaban presentes, pero esto no explica todo, porque ellos no fueron rechazados por el resto de la manifestación. Los primeros en pasar delante del tribunal, al momento de las comparecencias, mostraron que se trataba de personas comunes que fueron apresadas con un adoquín o un arma impropia. Los que tienen como estrategia política el enfrentamiento con la policía han abierto una brecha a la cual muchas personas se han lanzado, dando el paso.

Observando las situaciones de enfrentamiento, siempre me he sorprendido por lo que pasa en las cabezas y los cuerpos cuando se decide que es necesario pasar por esto para decir algo. He visto a muchas personas olvidar las posibles consecuencias de sus actos. Se habla mucho de la violencia contra la policía, pero no hay que pasar por alto la violencia contenida en el hecho de ponerse en peligro.

Por lo tanto, lo que pasó el 1 de diciembre no fue anecdótico, y no fue un simple hecho relacionado con violentistas más o menos profesionales. Es algo que adquiere aún más sentido en el contexto de un poder que promovió hasta el final el desprecio hacia los cuerpos intermedios y bloqueó los canales de comunicación y de interlocución.

¿Estamos entrando en una nueva fase del tiempo de disturbios, retomando el título de su libro del 2009?

Seguimos ahí, pero es una nueva fase. Lo que caracterizaba a los disturbios recientes, ya sea en Francia el 2005, en Grecia el 2008, en Londres en 2011 o en Baltimore el 2014, y a excepción de la primavera árabe, es que los participantes no pensaban poder lograr algo, incluso estaban seguros de perder. Hace algunos años, en Thiaroye, en Senegal, vi a jóvenes tomar enormes riesgos contra las fuerzas especiales frente a las cuales no tenían ninguna oportunidad.

No es el caso hoy. Los enfrentamientos que vimos nacen de una movilización que piensa poder ver realizadas sus demandas y ve vacilar al poder. Se inscriben en una estrategia. Y esto me parece totalmente novedoso. Tuve un error de diagnóstico al comienzo. No se trata de un simple “movimiento social”, una expresión que se integra más a una visión más elaborada, heredera del siglo pasado, donde la convergencia de reivindicaciones permite construir un sentido común, luego un programa y eventualmente ganar las elecciones.

Aquí, a los manifestantes no les interesa el programa electoral y juzgan que las elecciones serían una forma de dilatar la respuesta. No se trata por tanto de un movimiento social, sino de un movimiento directamente político.

Las personas han pasado horas bloqueando vehículos en conjunto, discutiendo unos con otros. Han construido un discurso común que se articula en dos cosas: el tema de la desigualdad y la responsabilidad que le cabe al Estado en esto; y el hecho de no confiar en ninguna forma de delegación o representación. Ni de parte del poder, ni tampoco de los propios manifestantes.

Asistimos, en Francia, a la puesta en práctica de una idea presente desde la plaza Tahrir (Cairo) a la plaza Syntagma (Atenas), pasando por la Puerta del Sol (Madrid) y Occupy Wall Street (Nueva York), que consiste en querer construir este discurso común sin delgados y sin portavoces. Estamos frente a un movimiento político de nuevo tipo que se instala en la crisis de representación y de los parlamentarismos.

¿Cuáles similitudes y diferencias podemos constatar con los disturbios del 2005?

Hubo un debate, en la época, acerca de si esas revueltas eran un movimiento político, proto-político o apolítico. La respuesta que me dieron los que habían quemado en ese entonces los vehículos me quedó grabada: “no, no es político, pero queríamos decirle algo al Estado”. ¿Cómo no decir de manera más clara que para ellos la política de partidos y parlamentarios no servía de nada para decirle algo al Estado?

En 2018, el movimiento también afirma no tener vínculos partidarios, pero expresa algo sobre la manera de gobernar el Estado que no estaba presente en 2005. No se trata solamente de ser escuchados, sino de expresar lo que la política debe ser.

¿Es necesario distinguir los disturbios con saqueos y los disturbios sin saqueo?

De hecho, es necesario prestar atención al repertorio de acción que constituye el lenguaje del disturbio. Hasta inicios del 2010, yo no vi saqueos. Incluso el 2005, asistí en Saint-Denis, la periferia norte de París, a una escena donde todas las vitrinas del centro comercial fueron quebradas una tras otra, a excepción del cine, pero donde nada fue robado.

La aparición del saqueo data de los disturbios británicos del 2011 y no ha hecho más que expandirse posteriormente. El aumento del problema de las desigualdades, hasta la cuestión de la subsistencia, no resulta algo ajeno. En este sentido, los disturbios en Occidente se alinean con lo que ya se conocía en América latina, especialmente.

¿Existen especificidades nacionales en los disturbios?

En Francia coincide con una norma que ya hemos visto en otras partes, pero que es particularmente visible hoy porque se concentró en los barrios ricos de París. Durante los disturbios de Londres en el 2011, el diario The Guardian había hecho una cartografía muy interesante que mostraba cómo los enfrentamientos se habían localizado en las zonas fronterizas entre los barrios ricos y los barrios populares. Acá, esto ocurre en el corazón del París más favorecido.

Los disturbios están vinculados a fenómenos globales, pero se encarnan localmente, en una historia nacional precisa, relacionada con las formas de represión, de la acción de las fuerzas del orden, del peso de la corrupción o de las tradiciones democráticas. En África o en América latina, vemos disturbios dirigidos directamente contra la corrupción, lo que no existe en Francia. La subjetividad de la revuelta varía en función de la historia de los Estados-nación.

¿Cómo explicar que el nivel de violencia relativamente inédito no haya suscitado tanta indignación, y que el apoyo a los chalecos amarillos no pareciera disminuir mucho?

Lo que se siente en los fenómenos del paso a la acción, es que estamos en un momento donde las transformaciones en las cabezas ocurren rápidamente. Querer deslegitimar un movimiento poniendo en primer plano la violencia tiene un doble filo. Si la cólera es demasiado fuerte, puede resultar contraproducente porque la rabia se extiende y es compartida.

Estamos en un momento de cambio. Si, hasta en la opinión pública francesa, las “escenas de guerra” no hicieron retroceder el apoyo hacia los chalecos amarillos, esto quiere decir algo. Para mí, la situación es inquietante, porque se siente la dificultad en encontrar formas de interlocución entre los pueblos y los poderes, que vayan más allá de un parlamentarismo desvalorizado.

¿Lo que ocurrió en Puy-en-Velay, donde los manifestantes incendiaron el edificio de la Prefectura, tiene la misma lógica de lo que pasó en París?

Se trata del mismo movimiento. Al igual como los disturbios responden a culturas nacionales, existen cultural locales. Y cuando no tenemos muchos bancos importantes o tiendas de lujos en la mira, como es el caso en los barrios de París oeste, se tiende a apuntar más bien a la representación del Estado, es decir a la prefectura, que también estaba mucho más accesible que el Palacio del Elíseo.

¿Cómo terminan los periodos de disturbios?

La mayoría de los disturbios, cuando no tienen estrategia, terminan de forma inesperada. Así fue en 2005. Los disturbios se terminaron el 17 de noviembre sin que la declaración del Estado de Emergencia haya afectado en algo. Después de tres semanas de disturbios en Grecia, en diciembre del 2008, estos se terminaron también repentinamente.

Cuando no hay nada que negociar, hay un momento en que la vida retoma su curso, aunque permanezcan el rencor, el conflicto, el resentimiento, que pueden resurgir más adelante, incluso bajo formas políticas y electorales sorpresivas. Me parece, por ejemplo, que se pueden establecer puentes entre la elección de Bolsonaro en Brasil, y las manifestaciones a veces violentas que tuvieron lugar en torno al mundial de fútbol, a los juegos olímpicos y la atribución del financiamiento público. Y pienso que el hecho de no haber dado una respuesta a las personas que participaron de los disturbios del 2005, en Francia, pudo abrir el camino y provocar que algunos de ellos se embarcaran en la yihad.

Con la moratoria de los impuestos, los chalecos amarillos no habrían obtenido una concesión real. Cuando esta moratoria se transformó en el abandono del cobro de estos impuestos durante el 2019, los chalecos amarillos obtuvieron sobre todo la confirmación que el poder tiene miedo. Esta lección ha sido escuchada por otros, especialmente por el movimiento estudiantil siempre listo a desarrollar una movilización más grande, como en 2006 o 2010. Es un movimiento que rápidamente puede encenderse, habida cuenta que se ha endurecido desde el 2006, y sobre todo porque la juventud de hoy no solamente choca contra el Estado, sino también contra el futuro.

Javier Rodríguez Aedo
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Historiador y musicólogo chileno.

Danielle Tartakowsky

Historiadora de los movimientos sociales, Paris VIII.

Alain Bertho

Profesor de antropología en la Universidad París VIII, director de la Casa de las Ciencias del Hombre París Norte.