Entendiendo a los Chalecos Amarillos

Algunos críticos ven a los Chalecos Amarillos como la expresión de una nueva forma de populismo. Aquello es cierto en varios aspectos, en la medida en que sitúan al pueblo en oposición a la élite en el poder: Macron como el presidente de los “ultraricos”, la encarnación de la élite financiera. Al mismo tiempo, sin embargo, rechazan explícitamente muchas de las características del populismo clásico, en particular el nacionalismo y el liderazgo carismático. Ni Marine Le Pen ni Jean-Luc Mélenchon podrían representarlos; defienden firmemente el principio de auto-representación y están orgullosos de practicar una forma de democracia horizontal. Esta es la razón por la que según Etienne Balibar los Chalecos Amarillos están inventando una forma de “contra-populismo”: un populismo democrático y horizontal, en vez de uno vertical y autoritario; un populismo de actores, no de seguidores.

por Enzo Traverso*

Imagen / Champs-Élysées después de la manifestación de los Chalecos Amarillos, sábado 25 novembre 2018. Fuente: Wikipedia.


Los observadores se han sorprendido y desconcertado por las formas, símbolos y prácticas inusuales de los Chalecos Amarillos. Todos reconocen el radicalismo, la determinación y la notable duración de la protesta, pero su movimiento continúa siendo en muchos aspectos un objeto extraño e inclasificable, ya sea ingenuamente idealizado como el anuncio de la revolución u obtusamente estigmatizado como peligroso y potencialmente “proto-fascista”. Los Chalecos Amarillos son apoyados tanto por la izquierda como por la derecha, pero ellos reclaman su independencia; no aceptan ninguna representación o “recuperación” política. Este rechazo de cualquier forma de representación constituye tanto su fuerza como su fragilidad, al menos en cuanto al corto plazo.

El hecho es que los Chalecos Amarillos no pueden ser interpretados con las categorías tradicionales del análisis político. No pueden ser descritos seriamente como un movimiento “poujadista” reaccionario. En una coyuntura política influenciada por el aumento de la xenofobia, el racismo y el nacionalismo radical, ellos no buscan un chivo expiatorio ni exigen la expulsión de inmigrantes y refugiados, y no desean proteger una “identidad nacional” supuestamente amenazada. Más bien plantean la cuestión de las desigualdades sociales como una amenaza para la democracia y la cohesión social. Al hacerlo, no reivindican una identidad étnica, sino una identidad social. Cuando los medios de comunicación los entrevistan, no mencionan sus orígenes [étnicos, nacionales] sino su profesión: trabajador, enfermera, docente, emprendedor, comerciante, chofer, desempleado, etc.

La igualdad social ha sido históricamente un valor de la izquierda, pero ellos no pertenecen a la cultura de la izquierda ni conocen sus símbolos no hay banderas rojas en sus manifestaciones o círculos de tráfico ni adoptan sus formas de organización. Su revuelta es completamente externa a los sindicatos, a pesar de una cierta convergencia reciente y limitada. No actúan como clase, como un cuerpo homogéneo, sino más bien como una comunidad, como un cuerpo heterogéneo y plural. Entre ellos hay muchas personas que están participando por primera vez en sus vidas en una manifestación o acción de protesta. Su símbolo no es una bandera roja, sino un chaleco amarillo. Éste les permite volverse visibles en un mundo que los condena a la invisibilidad pública y al sufrimiento social. No parecen ser conscientes del simbolismo político del amarillo, un color que a principios del siglo XX expresaba uno de los componentes de la “derecha revolucionaria” francesa (les Jaunes), la cual ha sido cuidadosamente investigada por Zeev Sternhell. Un siglo después, el significado de este color ha cambiado; es el color rojo el que ha perdido gran parte de su fuerza simbólica.

De acuerdo a algunos historiadores, su protesta en nombre de la justicia social y la igualdad revela la “economía moral” de las multitudes (un concepto forjado por el historiador británico E. P. Thompson para explicar la rebelión social en los tiempos de la revolución industrial). Es probable que esta comparación sea pertinente, pero también podría interpretarse como el reflejo de una  regresión política gigantesca: dos siglos de historia de la izquierda simplemente olvidados, ignorados y abandonados como un pasado inútil. La manifestación de los Chalecos Amarillos no incluye ninguna referencia a 1848, la comuna de París, la Resistencia o Mayo del 68. En cambio, adoptan algunos símbolos de la Revolución Francesa: los sans-cullotes, los derechos del hombre y del ciudadano, la ejecución del Rey, etc. ¿Significa esto un retorno a la protesta social del Antiguo Régimen? No lo sé, pero esta carencia de memoria histórica ciertamente demuestra la erosión y debilitamiento de muchos de los símbolos de la izquierda. 

Por otro lado, los Chalecos Amarillos no son en absoluto arcaicos y muestran características muy modernas: estructuran su movimiento a través de las redes sociales, usan Facebook como una herramienta de contra-información en oposición a los canales de televisión, y utilizan internet como un organizador colectivo (de forma semejante a las revoluciones árabes de 2011). Han transformado la propaganda del gobierno con respecto a su supuesto vandalismo en una campaña contra la violencia policial. Una de sus últimas manifestaciones fue inaugurada por decenas de Chalecos Amarillos que habían sido heridos y mutilados por la policía. Reclaman el legado de la Revolución Francesa, pero muchas características de su movimiento revelan afinidades significativas con Occupy Wall Street, el 15M español y Nuit Debout.

Algunos críticos ven a los Chalecos Amarillos como la expresión de una nueva forma de populismo. Aquello es cierto en varios aspectos, en la medida en que sitúan al pueblo en oposición a la élite en el poder: Macron como el presidente de los “ultraricos”, la encarnación de la élite financiera. Al mismo tiempo, sin embargo, rechazan explícitamente muchas de las características del populismo clásico, en particular el nacionalismo y el liderazgo carismático. Ni Marine Le Pen ni Jean-Luc Mélenchon podrían representarlos; defienden firmemente el principio de auto-representación y están orgullosos de practicar una forma de democracia horizontal. Esta es la razón por la que según Etienne Balibar los Chalecos Amarillos están inventando una forma de “contra-populismo”: un populismo democrático y horizontal, en vez de uno vertical y autoritario; un populismo de actores, no de seguidores.

El posible desarrollo futuro de los Chalecos Amarillos es impredecible. Todas las encuestas indican que son extremadamente populares y que son apoyados por la gran mayoría de los ciudadanos franceses, pero representan y movilizan solo a un segmento de la sociedad civil. Ese segmento es ciertamente muy grande, heterogéneo y, en teoría, sin fronteras, en la medida en que pretenden encarnar al “pueblo”, pero les es imposible ganar solos. Un movimiento exitoso debe incluir y movilizar a otros segmentos de la sociedad francesa, desde los trabajadores asalariados de las grandes empresas y los empleados públicos, hasta la juventud de los suburbios (les jeunes des cités), más allá de los estudiantes de los institutos y universidades. Todavía no existe un nuevo “bloque social” contra el neoliberalismo, para usar las categorías de Gramsci. En cualquier caso, lo que está claro es el fracaso del proyecto de Emmanuel Macron de crear un “bloque histórico” neoliberal hegemónico para imponer el neoliberalismo como un modelo económico para la sociedad y como un modelo antropológico para sus ciudadanos (un modelo basado en el consumo, la posesión, el individualismo y la competencia). Elegido triunfalmente hace menos de dos años como un hombre del futuro inteligente, cultivado (muchos periodistas serviles lo retrataron como un filósofo), enérgico y modernizador Macron se ha convertido rápidamente en un político muy despreciado y aborrecido: el presidente de los “ultraricos”. La protesta social actual se enfoca en su firmemente defendida medida de abolición del “impuesto a la riqueza” (ISF), la cual se ha convertido en el símbolo de las desigualdades sociales.

Macron considera a los “ultraricos” como una especie de vanguardia del progreso, como un modelo para la gente común. Su visión de progreso como un movimiento de goteo natural de los ricos hacia los pobres (le ruissellement) es ridiculizada y mofada en todas las manifestaciones de los Chalecos Amarillos. Su proyecto de transformar Francia en una capital europea del neoliberalismo victorioso, se ha derrumbado. Gracias a las instituciones de la Quinta República que le otorgaron una fuerte mayoría en el parlamento, probablemente completará su mandato, pero el macronismo ha fracasado. Parece que Macron ya ha abandonado la idea de detener las protestas haciendo concesiones y dando explicaciones acerca de los efectos beneficiosos de sus políticas y ha decidido compensar su falta de legitimidad con represión violenta. Este es el significado de las últimas leyes “antidisturbios” que refuerzan las medidas de “estado de excepción” que ya habían sido introducidas tras los ataques terroristas de 2015. En este caso, su neoliberalismo “jupiteriano” se mantendrá como una forma de bonapartismo autoritario. Su presidencia es ciertamente la más represiva desde los años de la Guerra de Argelia.

El fracaso del macronismo como proyecto social es uno de los mayores logros de los Chalecos Amarillos. Según muchos de ellos, el significado del movimiento trasciende sus pretensiones. Los círculos de tráfico son mucho más que formas de acción; se han convertido en campos de nuevas prácticas sociales en las que las personas, siempre acostumbradas a vivir solas y a considerar sus dificultades como problemas individuales, han descubierto valores colectivos como la solidaridad, la ayuda mutua y la fraternidad, lo que Jacques Rancière llamaría “le partage du sensible” [el compartir de lo sensible]. Hemos descubierto un sentimiento de comunidad en contra del individualismo. Y ésta es la clave para la auto-emancipación.

Hasta ahora, en Francia, la principal alternativa al neoliberalismo era el populismo conservador, nacionalista y pos-fascista. Hoy, los Chalecos Amarillos trazan una salida diferente; una basada en la igualdad social y la democracia horizontal. Estamos experimentando nuevas formas de autodeterminación y nuevas prácticas de deliberación colectiva que involucran a la gente común con su inteligencia y creatividad, pero también con su ingenuidad y sus prejuicios. Una señal de esta ambigüedad es cuando pretenden ser un movimiento “antipolítico”, una declaración con significados múltiples y contradictorios. Un movimiento auto-organizado desprovisto de cualquier tradición y memoria histórica aprende de su propia experiencia y de sus propios errores; no acepta lecciones externas y tiene sus propios tiempos de aprendizaje. Lamentablemente no estoy seguro de que dispongan de mucho tiempo.

*publicado originalmente en inglés en el blog de Verso Books. Traducción del inglés por Rodrigo Córdova y Rafaela Apel

Enzo Traverso
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Historiador, académico en la Universidad de Cornell, EEUU.