Sobre abolir la historia del arte y el 8M: el giro feminista en las investigaciones de artes visuales contemporáneas

En el contexto del próximo 8M y la Huelga feminista, nos planteamos el rol del arte feminista y su investigación desde dicho compromiso. Un proyecto basado en la aparición protagónica de las mujeres como sujeto y como experiencia legítima de la relación entre dicho lenguaje y su modus vivendi. También en la visibilización de las múltiples complejidades que las propias artistas portan en sus trayectorias, así como su aporte en la construcción de sentidos colectivos desde sus experiencias singulares proyectadas a las vidas de muchas otras dentro y fuera del arte.

Por Carolina Olmedo Carrasco

Imagen | Hermanadas en la revuelta / Yeguada Latinoamericana por Cheril Linett. Performistas: Fernanda Vargas, Fernanda Lizana, Isidoro Sánchez, Daniela Parra y Cheril Linett. Marcha y paro nacional feminista, 6 de junio de 2018. Fotografía: Valeska Flores.


El objetivo de este escrito es reflexionar sobre las llamadas “políticas del género” en el desarrollo del trabajo de investigación en arte: valga decir, el rescate de las producciones artísticas realizadas por mujeres y su sistematización en escritos de historia y teoría del arte. Desde quien se aproxima al tema a partir de las ruinas y vestigios del pasado, a partir de la historia, sistematizar dicha aproximación resulta un verdadero desafío, en la medida que el feminismo no es una fórmula o metodología, sino una actitud voluntaria y política frente al objeto de estudio. Situada además en una parcialidad activa y crítica, para una investigadora o curadora feminista ¿donde empieza la experiencia propia de aquello que ha sido interpretado como el ser mujer, y las experiencias de las artistas que rescatamos en nuestro ejercicio cotidiano de escritura?

Desde el feminismo socialista, este ser mujer no está signado por una esencia, sino que determinado por el rol social que el patriarcado ha otorgado a las mujeres y su “diferencia” a lo largo de la historia, en una deliberada coincidencia con la emergencia y expansión del orden económico moderno-capitalista. La permisión de la desigualdad salarial como legitimación de la dependencia económica patriarcal, la feminización de las profesiones de cuidados y su “natural” minusvaloración, el ejercicio impune o ténuemente penado de la violencia machista y femicida (así como la posterior revictimización de las mujeres afectadas en los tribunales de justicia), la promoción de una imagen femenina basada en la fragilidad y la inofensión, la objetualización y control corporal a través de leyes que despojan a las mujeres de sus derechos reproductivos, y el estímulo a la natural “disposición” de su trabajo en el plano doméstico de manera impaga como la cara oscura de la producción de valor neoliberal. Un particular orden de mercado que remueve los valores sociales otrora intocables y consagrados como un patrimonio de la posguerra de mediados del siglo XX, y que hoy devienen en en llamativas expresiones políticas de derecha como el negacionismo, la relativización de los derechos humanos, y la reafirmación del trabajo “femenino” como una labor de segunda clase, un par de grados más cercana a la esclavitud que el trabajo de sus pares.

Desde este contexto, la investigación feminista no es aquella que busca meramente la visibilización de las creadoras como antes hiciera la “historia de las mujeres en el arte” como un conjunto de biografías célebres, que como actitud contemporánea no hace más que proveer de nuevas mercancías al Duty Free Art de Steyerl sin un sentido determinado. Por el contrario, el objetivo feminista en el arte, como en cualquier otra producción de saberes, memorias y sentidos comunes a la sociedad, es la aparición protagónica de las mujeres como sujeto y como experiencia legítima de la relación entre dicho lenguaje y su modus vivendi: una lectura atravesada por las complejidades que las mismas artistas portan en sus multidimensionales trayectorias, así como en su aportación a la construcción de sentidos colectivos desde sus particulares experiencias, coherentes respecto de las vidas de muchas otras mujeres dentro y fuera del arte.

Con este fin, repasaré seis aspectos de la investigación feminista que me parecen fundamentales para hacer una historia con estas artistas y no a pesar de ellas, sometiendo sus trayectorias al amoldamiento en un ideal vaciado de sentido ya desde múltiples flancos. Atender a estos aspectos es también observar las huellas de nuestro propio tiempo histórico, y las respuestas del presente frente a la amarga pregunta de Linda Nochlin sobre ¿Por qué no hubo grandes artistas mujeres? en el pasado, recién formulada en 1971. Este insondable pasado es también el signo melancólico de nuestro tiempo, que da un buen abono a la crítica feminista a la hora de mirar los procesos en cierre del siglo anterior. Sin embargo, resulta necesario desplegar una creatividad epistemológica en cada campo en reformulación. En esa creatividad es posible la existencia de estas creadoras y sus voces en otra historia, la suya propia, que para nacer no puede ser conciliada con la historia del arte heredada.

Asumir la realización de la investigación feminista implica la construcción de una intensa crítica a la historia del arte como tradición, pero sobre todo como sesgo en torno a aquello que “merece ser mirado” y cómo mirarlo. Tal como ha afirmado en lo local la curadora Gloria Cortés Aliaga, la investigación feminista hereda en el arte un patrimonio intelectual moldeado en afinidad al régimen patriarcal en que se reprodujeron las artes visuales chilenas del siglo XX. Formador y legitimador asimismo de la “mujer artista” como producto de una casilla predefinida por los límites de la desigualdad de género. Esta forma de interpretación de la participación de mujeres en el arte de fines del siglo XIX también tuvo influencia en la aparición de autorías femeninas en la escritura, dificultando o haciendo contradictoria su organización como escena o grupo articulado desde sus propios intereses. De este modo, la actual proliferación de grupos de “mujeres que escriben e investigan a otras mujeres que crean” en su extensión y diversidad debe ser valorada como una novedad histórica en la construcción de un movimiento feminista que ambiciona la hegemonía cultural de este tiempo, ello tanto por su extensión como por la diversidad de sus epistemologías. La Editafem da cuenta clara de ello, reuniendo a decenas de mujeres de diferentes edades, formaciones y objetos de estudio en torno a la escritura sobre artes visuales. El resultado es un catastro cada vez más extendido, rico y problemático de creadoras de los siglos anteriores.

La investigación feminista tiene por objeto aportar a la construcción de una mirada hegemónica sobre la historia del arte que viene a decretar la muerte de su antecesora, y no a ocupar el lugar del “ensanche” de ésta como historia única, erigida desde el sesgo patriarcal, la invisibilización y el robo intelectual a las creadoras y trabajadoras del arte. En ese sentido, la perspectiva feminista está llamada a superar a la historia tradicional en la instalación de un relato que incorpore la visión de las mayorías desplazadas como “mirada parcial” (posicionada, comprometida, interesada), y no debe limitarse al espacio dado por el régimen establecido: el “arte de mujeres” como una categoría que aliena o genera una separación entre su trabajo y la historia del arte “general” (única, jerárquica, androcentrada), como un modo extendido en la academia de restituir con una mano un valor simbólico en el otorgamiento de un rol forzado mientras que con la otra se clausura el debate sobre la realidad y permanencia de la desigualdad. También la negación total a reconocer la particularidad del trabajo y aportación de las mujeres al arte como una expresión propia y reivindicativa, que cae en exactamente los mismos precipicios aunque en distintas derivas.

Para quienes además somos historiadoras feministas, observar y valorar la emergencia de la política feminista aparejada a una demanda por la “nueva cultura” -de la cual las exposiciones del MEMCh y la movilización actual por la educación feminista son testimonio- no debe hacerse en el vacío, sino atendiendo a su rol en la recomposición de proyectos emancipatorios que continúen estas luchas abiertas a inicios del siglo XX. La persistente inferiorización de la mujer en la esfera del trabajo asalariado y la desvalorización del trabajo femenino de reproducción, así como el control de sus cuerpos en lo público y lo privado a través de la violencia (no olvidamos, no perdonamos: Macarena Valdés, Claudia López, Norma Vergara presentes) dan cuenta de la necesidad del arte feminista como espacio productor de nuevos lenguajes y modelos abiertos a toda la sociedad en transformación. Desde este rol, la investigación feminista tiene por tarea rescatar el sentido coyuntural de dichas prácticas, tejiendo en su escritura una continuidad entre los tiempos de revuelta del pasado y el presente.

Desde esta urgencia, y como planteara la ya mencionada Hito Steyerl, artista y teórica feminista, el arte es concebido como uno de los espacios de trabajo de “la gran política”: atendiendo a lo que el arte hace en lugar de centrarse en aquello sobre lo que habla. Este imperativo, forjado en los sesenta y reemergido extensamente en el arte contemporáneo de los últimos veinte años, también invita a la revisión de cómo producimos saberes y relatos sobre la disciplina. La que Griselda Pollock llama una “escritura enclaustrada en el modernismo disciplinar”, que renuncia a la modernidad completa como tema, debe entonces como primer paso abrirse al mundo que la rodea. Sin este necesario paso, la perspectiva feminista queda suspendida meramente al tema, y no a las formas que en una obra escrita o visual feminista transforma el mundo al que se entrega al circular y encontrarse con el observador. De este modo, para sostener cualquier perspectiva feminista en el arte es necesario hacer lo en contra del arte promovido como “neutral”, “universal” o “contemporáneo” a ultranza: mainstream que refleja, reproduce e interviene activamente en la consolidación de un nuevo orden mundial de empobrecimiento de las mujeres (el neoliberal). Involucrar al 99% de las mujeres desde la mirada feminista en la creación y la escritura sobre arte implica abrirse y encarnar su realidad más allá de las declaraciones, valorando como política gestos que desde la mirada patriarcal no lo son.

Por lo mismo, la investigación feminista debe ser sensible hacia aquello que Andrea Giunta llamó los “imaginarios de la desestabilización” para la cultura de los sesenta: el escenario en que habitan las prácticas culturales subalternas, emergido de la fisura social y la violencia política, en el que las artes como espacio simbólico e institucional en disputa posibilitan una mirada histórica otra, disidente, también testimonial. No es posible constituir hegemonía -acceder al mundo transformado- sino es primero a través de la ambición de generar una nueva visión total desde el mundo a partir del feminismo, y por cierto un nuevo rol para la práctica artística cara a todas las mujeres que la atraviesan: creadoras, escritoras, montajistas, mediadoras, funcionarias, educadoras, espectadoras… Una “política feminista de la mirada” implica desde esa sensibilidad atender la potencialidad de la cultura como conformadora de comunidades desde dicho posicionamiento: de autodeterminación consciente en oposición a la abulia, de creatividad en antagonismo a la administración de los sentidos, de irreverencia frente al conservadurismo del status quo.

Hermanadas en la revuelta / Yeguada Latinoamericana por Cheril Linett. Performistas: Fernanda Vargas, Fernanda Lizana, Isidoro Sánchez, Daniela Parra y Cheril Linett. Marcha y paro nacional feminista, 6 de junio de 2018. Fotografía: Valeska Flores.

Como hecho histórico en sí misma, más allá del idealismo, la aparición de las mujeres en la esfera pública nos muestra un cuerpo abigarrado: producido de los resquicios, subdimensiones, márgenes, trincheras críticas que la propia hegemonía del mercado perfila como nuestra “silueta inversa”. Este es quizás el aprendizaje más útil entre las apropiaciones feministas del marxismo, del “materialismo histórico” más bien: la visión material del mundo por parte del feminismo, entendido este como teoría y acción crítica sobre la realidad. El arte de mujeres y en particular el arte feminista, es un arte del estruendo: desagrada, incomoda, desborda, tensiona, descoloca. El papel de la investigación feminista entonces es dejarse incomodar, sospechando intensamente de aquellas categorías que a priori desde la primacía de los saberes académicos clasifica al trabajo de las mujeres artistas desde el prejuicio como “incompleto”, “amateur”, “dependiente”, e incluso de “feo” cuando este se sitúa radicalmente desde la opinión política de sus productoras. Para Carmen Gloria (1986) de Gracia Barrios, realizada en los días mismos del “caso quemados”, es un ejemplo de lo que ocurre con aquellas obras de mujeres que buscan porfiar en su condición de documento histórico desafiando al orden patriarcal vigente en el ejercicio del poder y las instituciones del Estado. Escondida en años recientes en distintos lugares de la institución que la “protege” (bodega, caja de escaleras, tras un mantel), su destino material da cuenta de la fragilidad de la historia de las artistas frente a las fuerzas normalizadoras de dicha administración del poder.

Es así que llegamos al presente, cuando en nuestros actos se propone a diario que la investigación feminista debe disponerse al trabajo sobre estas obras “en todas sus consecuencias”, como expresiones reales de la vida en su contrariedad, opuesta a la visión “articulada y coherente” de la modernidad androcentrada. Concebidas desde este paradigma como “prácticas anómalas”, su sola existencia las sitúa en una configuración opuesta o a lo menos crítica del contexto neoliberal imperante, y la administración absurda de los recursos en el vaivén del mercado: el arte feminista -como el feminismo en toda su extensión- propone una nueva economía de la vida, que incluso en sus tiempos se caracteriza por el uso del resto, la sobra, el reciclaje, no calzando en sus políticas de la eficiencia, el productivismo y el derroche. Nuestras nuevas colectividades nacidas desde sus propios intereses, como un efecto indeseado de un nuevo orden que expresa las luchas del anterior, abren paso a un nuevo sentido para los actuales cuerpos oprimidos y su irrenunciable necesidad de liberación. Mientras en los espacios del mainstream se continúa procesando al feminismo desde las políticas de la fracción, otras abrazamos nuestra parcialidad y quebramos, en creación e imaginación, irreversiblemente con el ideal de “lo femenino en el arte” que domesticó a las que nos antecedieron. Un método que, por cierto, se demuestra como fallido en nuestra inclasificable persistencia.

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Historiadora feminista del arte y crítica cultural, integrante fundadora del Comité Editorial de Revista ROSA.