Descubriendo la pólvora. El clientelismo en Chile

Tras la coyuntura de las elecciones internas en el Partido Socialista ha emergido nuevamente a nivel discursivo el fenómeno del clientelismo político. Ante ello, diversos analistas y actores han aplicado su juicio: esta práctica sería totalmente perjudicial para la democracia, ajena a la tradición republicana chilena así como al propio partido inmiscuido, y finalmente, de existir, no influyó en el resultado final de las elecciones. Mientras que para algunos, su aparición se explicaría por el ingreso de militantes de otras colectividades ajenas al partido, para otros esto sería propio del neoliberalismo. ¿Qué tienen en común gran parte de las miradas que se han puesto en el tapete?, ¿Por qué el clientelismo en Chile tiene esa dinámica tan fantasmal?  Y ¿que posee dicha práctica que saca ronchas en los debates públicos?

por Aníbal Pérez Contreras

Imagen / Cartel de la campaña senatorial 1973 de Eduardo Frei M. Fuente: Wikimedia.


Tras la coyuntura de las elecciones internas en el Partido Socialista ha emergido nuevamente a nivel discursivo el fenómeno del clientelismo político. Ante ello, diversos analistas y actores han aplicado su juicio: esta práctica sería totalmente perjudicial para la democracia, ajena a la tradición republicana chilena así como al propio partido inmiscuido, y finalmente, de existir, no influyó en el resultado final de las elecciones. Mientras que para algunos, su aparición se explicaría por el ingreso de militantes de otras colectividades ajenas al partido, para otros esto sería propio del neoliberalismo.

¿Qué tienen en común gran parte de las miradas que se han puesto en el tapete?, ¿Por qué el clientelismo en Chile tiene esa dinámica tan fantasmal?  Y ¿que posee dicha práctica que saca ronchas en los debates públicos?

Gran parte de quienes han intervenido en la coyuntura poseen en común el supuesto de que el clientelismo es un pecado del sistema, pues al límite de la corrupción, implicaría socavar tanto las confianzas institucionales como ese crisol valórico llamado libertad individual. De esta forma, suponen que la democracia DEBE funcionar ante individuos racionales que, seguidos sólo por ideas programáticas y no representación de intereses particulares, optarían por elegir a un representante. Suponen pues, que el Estado legal-racional sería una maquinaria impersonal que, tal y como una entelequia, operaría mayormente en la tradición democrática chilena. Sin embargo, estos supuestos adolecen al menos de tres grandes problemas. El primero radica en el ejercicio anti-histórico de imprimirle a la realidad un deber ser de la democracia pensada desde ciertas concepciones dominantes. Como si los individuos solo actuaran por procesos únicamente racionales. Olvidan pues, que en los procesos de movilización electoral, el trabajo político militante se entrecruza con otros factores que lo hacen mucho más complejo, erosionando los límites de una propuesta programática con dimensiones afectivas, emocionales, experiencias y trayectorias. Suponer que en Chile las personas adhieren a la militancia de la posdictadura porque se han leído las últimas resoluciones de los congresos partidarios, es no conocer nuestra cultura política. El segundo problema, es pensar que el Estado funciona efectivamente como una maquinaria impersonal, olvidando que dicha institución ha sido creada históricamente y es operada por sujetos de carne y hueso. Pero más  aún, es co-producida por los actores que intervienen en las diferentes disputas. El Estado por tanto, no es una institución que siempre ha existido y que vive de manera atemporal, sino que se crea y reconstituye entre los propios actores. Finalmente, el tercer punto critico, gira entorno a la supuesta tradición republicana chilena. Para ellos, sólo decir que el clientelismo es una vieja costumbre política. Pensar que con la creación de la cédula única se acabaron todos los problemas en los procesos electorales es caer en el juego de una historia tradicional. Para comprender de mejor manera el fenómeno, se requiere indagar en las trayectorias de los militantes junto a los procesos de reclutamiento y mediaciones políticas. De hecho, en esa “época de oro” de la democracia previa al golpe militar, el fenómeno estaba presente y más de lo que uno cree, para ello existe bibliografía clásica.

Ahora bien, la dinámica fantasmal que adquiere el fenómeno en Chile probablemente tiene que ver con dos cuestiones. Lo primero pasa por los destellos que aún proyecta el excepcionalismo chileno. Dado que se sigue pensando tanto a la transición reciente como a nuestra tradición democrática como única en Latinoamérica, para el común de las personas estas prácticas parecieran ser anomalías de nuestra historia. Ello sería propio de países con “democracias débiles” invadidos por un “pasado populista”. Allí, México, Brasil y Argentina serían los lugares comunes. Por lo anterior, es que no es común reconocer el fenómeno de manera constante en los debates públicos, cuando la normalidad funcionaria opera como una pesada costumbre. Sin embargo, el fantasma tiende a emerger en procesos electorales,  una vez que la ansiedad del juego revienta los consensos silentes de las practicas informales. Ahí es cuando el clientelismo adquiere esa visibilización condenatoria a contrincantes que se alejarían de la tradición republicana chilena. En este sentido, mientras que los actores que están inmiscuidos en redes clientelares niegan su participación cubriéndola de todo tipo de adjetivos (ayuda a la comunidad, apoyo a quien nos apoya o evitar que el mal se apodere del aparato), el clientelismo cobra vida como un certero ataque en el debate electoral.

Finalmente, las ronchas que saca la discusión pasa por una articulación de las dos cuestiones anteriormente nombradas. Es decir, porque transgrede las normas del arquetipo democrático construido, así como la supuesta tradición electoral criolla que ha engrandecido el autoestima nacional. Por ello, una vez que emerge, los actores a quienes se les ataca, tienen por opción solo deslegitimar su accionar con toda la limitada fuerza de un debate, puesto que contradice lo que se cree de si mismos y que nadie está dispuesto a reconocer. En ese caso se cercena la memoria del trabajo político dejándola caer al olvido. Sin embargo, cuando pase la tempestad, nuevamente se pondrán en escena un conjunto de costumbres políticas propias de la movilización electoral, pues de lo que se trata es de evitar las incertidumbres que implica la ansiedad de los comicios. El acarreo, la concentración de inscripciones en una dirección, el cuoteo, los premios de consuelo y el lobby, son parte del silente repertorio de acción de nuestra cultura política, donde las cosas se hacen, pero no se dicen.

Con todo, ¿Qué diferencia al clientelismo actual con el pre-dictatorial? Varias cosas, entre ellas el debilitamiento del sistema de intermediación local-nacional que antes estuvo estructurado a partir de partidos con gran presencia nacional. Sin embargo, el elemento más importante tiene que ver con la adhesión a la disputa  entre proyectos políticos diferentes. Ahora en cambio, cuando dicha dimensión es más tenue, tiende a mostrarse la práctica cruda y desnuda, sin el proyecto programático.

Si bien la vinculación con el narcotráfico es a todas luces una gran problemática, no basta con la condena pública. Para eso tenemos de sobra y resulta obvio. Para los investigadores e investigadoras, es mejor alejarse del orgullo excepcionalista, y comenzar a comprender como funciona la democracia chilena en sus contornos y silencios. Ello nos podrá dar luces más humanas y menos heroicas del régimen político construido tras la dictadura.

Aníbal Pérez Contreras

Historiador.