Marcha contra la migración: El porfiado retorno de la lucha de clases

Este domingo 11 de agosto la convocatoria a una “Marcha por Chile” pone al arco amplio de fuerzas antifascistas ante el desafío de salir de la política sectorial y enfrentar al neofascismo como lo que es: expresión de una respuesta desde las clases privilegiadas a un escenario de resquebrajamiento de los consensos instalados desde los 80 en la economía nacional, y a la retirada parcial de la clase trabajadora tras el ciclo de luchas 2001-2011.

por Felipe Ramírez

Imagen / protesta anti-nazi, Hyde Park, Londres, 1935. Fuente: Science Media Museum


La extrema derecha local, en sus distintas expresiones orgánicas pero con especial virulencia en el ahora denominado “Partido Social Patriota”, ha buscado repetir las viejas fórmulas utilizadas por el neofascismo y el ultra conservadurismo europeo para instalarse en nuestro país.

Así, desde un nacionalismo anclado en posturas más bien tradicionalistas que apelan a una supuesta “esencia” de “lo chileno” como mecanismo para excluir a distintos actores sociales de la comunidad nacional, y utilizarlos como chivo expiatorio de las diferentes problemáticas locales -todo con un barniz “antioligarca” al que ya apelara en los años 30 el viejo nacismo chileno[1]-, ha virado a delirios como la teoría del “reemplazo” de la población autóctona por masas de migrantes.

Un rato revisando las cuentas en redes sociales de referentes del PSP o de afiliados a ese y otros grupos y podremos leer alusiones a una supuesta “Operación reemplazo”, y demandas de cierre de fronteras y deportación de inmigrantes, así como el fin de todo tipo de ayudas a quienes “no sean chilenos”.

El discurso del PSP se caracteriza por una crítica a una difusa “élite globalista” que abarca desde conservadores como José Antonio Kast hasta la ONU -si, leyó bien-, el progresismo y la izquierda, todos quienes compartirían una agenda común “cosmopolita y mundialista”.

¿En qué consiste esta supuesta política? El PSP la define de la siguiente manera en su página web: “Una elite mundial, poderosa e inescrupulosa, compuesta por una oligarquía, un pequeño porcentaje de individuos de cada país, pretende terminar con los pueblos y naciones para crear la utopía de la aldea global, un orden mundial con un solo tipo de cultura, con un único sistema económico y con un gobierno supranacional ajeno a los intereses y tradiciones de las distintas identidades. En Chile una amplia red de empresarios, figuras de los medios, gente de la cultura, políticos de todos los partidos, están en la cruzada por el fin de las naciones”.

¿Cuál es el principal problema de esta posición “nacionalista”? Que a pesar de su supuesto carácter “anti-élite”, a la hora de la verdad apunta sus dardos en contra de los sujetos más débiles, como los inmigrantes, a pesar de todos sus balbuceos contra el poder, transformándolos en los chivos expiatorios de los problemas del país. Su desorientación y oportunismo es tal que no han dudado en utilizar de manera inescrupulosa la imagen de Margarita Ancacoy, funcionaria de la U. de Chile asesinada cuando se dirigía de madrugada a su puesto de trabajo, para tratar de difundir su marcha racista del 11 de agosto.

No sólo eso: estos convencidos “anti-globalización de última hora” olvidan convenientemente que fue la izquierda en sus expresiones más radicales la que enfrentó a través de todos los medios la creciente globalización económica desde los años 90. Las calles de Seattle, Génova y Santiago se llenaron de militantes de las más diversas organizaciones políticas de izquierda, sociales y sindicales -y se tiñeron con la sangre de asesinados como Carlo Giuliani- para protestar contra la Organización Mundial de Comercio, el G20, la APEC o el ALCA, mientras el “nacionalismo” representado por estos grupos brillaba por su ausencia.

En realidad hay pocos discursos más “colonizados” que el que desde la derecha replica a una parte de la élite económica que, ante el agotamiento del modelo de acumulación instalado a escala mundial desde los 80 de la mano de la apertura económica y la eliminación de aranceles y otras barreras, busca desde el proteccionismo recuperar competitividad ante el mayor dinamismo de economías como la de China.

En otras palabras, en un escenario en el que el desarrollo de las fuerzas productivas termina atentando contra las relaciones sociales de producción, donde este proceso de desarrollo económico neoliberal termina “jugando en contra” de las mismas fuerzas económicas que lo impulsaron, un segmento de la élite mundial trata de mantener sus tasas de ganancias culpando a un demonio inventado que entremezcla organismos internacionales como la ONU, empresarios como George Soros, conceptos inventados como la “ideología de género” o el “marxismo cultural” e inmigrantes pobres.

La fauna de la extrema derecha nacional se ha limitado a recoger este discurso y adaptarlo a la realidad local, en un ejercicio paradójicamente muy colonizado, sin una lectura propia de la realidad nacional ni menos de los intereses de clase que se enfrentan en una disputa de este tipo en Chile.

Lo cierto es que en nuestro país no sólo conviven distintas naciones -una realidad que resquebraja el discurso oligárquico de una única nación chilena en nuestro territorio construida a lo largo del siglo XIX- a pesar del no reconocimiento oficial de los pueblos indígenas como tales, sino que si algo compartimos los inmigrantes y la gran mayoría de los nacidos en el país es que sufrimos las consecuencias de un sistema económico profundamente injusto que nos somete a condiciones indignas de vida.

El PSP tira por la borda la misma historia del país, olvidando el papel central que los batallones de negros libertos cumplieron en Chacabuco y la fase final de la independencia nacional, o el impulso internacionalista detrás de la formación de la I Escuadra Nacional y la expedición libertadora al Perú.

A diferencia de los “social-patriotas” y otras organizaciones que levantan las banderas del nacionalismo, el ultraconservadurismo y el neofascismo, que finalmente deciden alinearse con los intereses de los poderosos, la izquierda tiene el deber de desarrollar una política que vaya más allá de la defensa de los migrantes en tanto tales, y pasar a la ofensiva incorporándolos a las luchas cotidianas del conjunto de los trabajadores y oprimidos del país: debe, en otras palabras, elaborar una política de clase, y no meramente identitaria.

Los migrantes se han incorporado masivamente al mundo del trabajo: debemos ser capaces de incorporarlos entonces a nuestros sindicatos -el SINTEC por citar sólo un ejemplo, ha desarrollado una notable política en ese sentido-, debemos fortalecer los espacios de encuentro y fraternización en los barrios y territorios, las redes de solidaridad, los grupos de combate al hacinamiento y las malas condiciones de vida, hermanar nuestras luchas en una perspectiva de clase que enfrente y derribe la muralla que grupos neofascistas como el PSP intentan levantar entre distintos segmentos de trabajadores del país.

¿Culpan a los migrantes o a otro grupo específico de colapsar servicios como salud o educación? Debemos develar la falsedad detrás de esto, y articular espacios de lucha para revertir la privatización de los derechos sociales, razón detrás de la precarización de estos servicios.

Sin importar religión, lugar de nacimiento, género, orientación sexual o color de piel, las y los trabajadores enfrentamos la misma precariedad en nuestra vida -o incluso peor si forman parte de algún segmento discriminado-, por lo que es nuestro deber elaborar un programa político y plantear un horizonte coherente de transformación que otorgue coherencia a las distintas particularidades sociales en un proyecto de clase: socialista, feminista, libertario, patriótico e internacionalista.

Lo cierto es que detrás de toda la retórica de este nacionalismo básico y estrecho, se encuentra un grupo que es utilizado para hacer el trabajo sucio de quienes desean proteger sus privilegios y hacer pagar a los más pobres y débiles por las crisis del capital.

Este domingo 11 de agosto la convocatoria a una “Marcha por Chile” pone al arco amplio de fuerzas antifascistas ante el desafío de salir de la política sectorial y enfrentar al neofascismo como lo que es: expresión de una respuesta desde las clases privilegiadas a un escenario de resquebrajamiento de los consensos instalados desde los 80 en la economía nacional, y a la retirada parcial de la clase trabajadora tras el ciclo de luchas 2001-2011.

Algunos continúan argumentando que en función de la libertad de expresión, marchas abiertamente xenófobas y que impulsan el odio como esta, deben ser permitidas, aunque criticadas por su contenido. Por mi parte soy un convencido de que este tipo de expresiones deben ser detenidas cuanto antes, ya que de legitimarse el odio las consecuencias pueden ser irreparables.

Pero como mencionaba en una columna publicada en esta misma revista hace un par de meses[2] y he reafirmado acá, esto no es suficiente. Ya que el auge de estos grupos obedece a una agudización de la lucha de clases a nivel mundial -y a una crisis en un patrón específico de acumulación del sistema capitalista-, nuestra respuesta debe implicar no sólo frenar su crecimiento, sino redoblar esfuerzos para construir un proyecto de liberación para nuestros pueblos.

Estamos ante una oportunidad para que se desarrolle una alternativa política capaz no sólo de sepultar al neofascismo antes de que se desarrolle, sino de dar una respuesta vigorosa a la profunda crisis civilizatoria que afecta a la humanidad, pero esa es una materia que por sus propias características deberá ser tratada en un texto aparte.

 

 

Notas

[1] Ver la serie de 3 artículos publicada en “El Desconcierto” respecto a las características del fascismo y sus diferentes expresiones históricas en Chile. https://www.eldesconcierto.cl/2018/10/25/socialpatriotas-e-identitarios-el-fascismo-chileno-remasterizado-iii/

[2] “¿Cómo enfrentamos a la extrema derecha?” https://www.revistarosa.cl/2019/05/06/como-enfrentamos-a-la-extrema-derecha/

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Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).