Matar a la marioneta. Sobre “Archipiélago de una vida otra”, de Andreï Makine.

Con este texto de Carlos Alcalde, ROSA inaugura su sección de reseñas y comentarios de libros del catálogo de LOM Ediciones. El propósito de este espacio configurar una escena de crítica y reflexión que sitúe lo más reciente de la producción en literatura, artes, historia, sociología, economía y pensamiento político en el marco de los intereses de la izquierda. En esa clave, convocamos aquí a comentaristas dispuestos a visibilizar y discutir el nervio político de cada libro, contribuyendo así a rescatar el trabajo intelectual de la esterilización operada por el academicismo neoliberal. En esta oportunidad, Carlos Alcalde elabora una lectura de Archipiélago de una vida otra, de Andreï Makine, explorando el huidizo y desafiante problema de la emancipación individual bajo las formas contingentes que adopta la opresión.

por Carlos Alcalde

Imagen / Andreï Makine en la Feria del Libro de Helsinski, 2010. Fuente: Wikimedia.


Andreï Makine. Archipiélago de una vida otra. Santiago, LOM Ediciones, 2019. Traducción de Nicolás Slachevsky Aguilera (178 páginas).

  

Mucho se ha escrito sobre la “novela de formación”, esa literatura que narra los procesos que llevan a la adaptación de un adolescente (un ser incivilizado) al “mundo civilizado”, con todo lo que ello implica: perder la inocencia, aprender a “ensuciarse las manos”, descubrir que “el mundo es más feo de lo que creemos”, en suma, todo lo que impone la “verdadera” formación.

En algunos casos, incluso, la formación se hace a la fuerza, aunque el proceso no necesariamente implique dolor, tal como en el mundo de los caballos está de moda la “amansa racional” y entre los educadores está de (eterna) moda la pedagogía de la reforma. Son procesos que se plantan del lado de la civilización, imponen un camino hacia “arriba” en términos civilizatorios, hacia la autoconciencia histórica hegeliana, hacia la salvación y el disfrute, pero también hacia el consumo, hacia el confort que nos entrega el sentido de pertenencia final. Pero ¿qué pasa si el caballo no quería ser domado, ni siquiera bajo el método “civilizado” de la amansa racional? Quizá el caballo estaba feliz pastando en la pradera hasta que se encontró con un humano codicioso ¿Qué pasa si todo proceso educativo o civilizatorio involucra violencia, y doblemente cruel cuando se encuentra disfrazado de amor y cariño? ¿Qué pasa si no queremos comprar ese celular que nos aparece hasta en la sopa?

¿Qué nombre le pondríamos a aquella literatura que describe el proceso de personajes que se quieren bajar del tren del progreso? ¿“Novela de deformación”? ¿Es posible dejar de jugar a las tacitas en la gran casa de muñecas humana? Se trata de una idea antigua, casi tan antigua como la modernidad europea. En la literatura aparece a mediados del siglo XIX, cuando la civilización muestra su verdadera cara: muerte, asesinatos, genocidios. Existen dos corrientes, una “trascendentalista” o evasiva, cuyos orígenes se remontan al Walden de Thoreau y otra “artesanista”, donde Benjamin sitúa la obra de Nikolai Leskov, en su ensayo El narrador. La primera quiere obliterar los avances del capitalismo para devolvernos a un estado natural, cerca del bosque y el lago. La segunda es nostálgica de una época diferente, su ideal se encuentra no en un futuro viviendo del bosque, sino que en una época en que la verdad descansaba en la experiencia y la experiencia era un bien que se intercambiaba a través de la narración, durante los tiempos “libres”, de noche, alrededor de una fogata…

Archipiélago de una vida otra tiene todos los elementos de la narración que Benjamin le adjudicó a la obra de Leskov: el narrar pausado, claro y rítmico alrededor de una fogata, una taza de té, las estrellas, el paisaje infinito de la taiga: los elementos que consiguen poner de manifiesto el contraste entre la historia humana y la historia natural. Solo que aquí no existe un pasado ideal, un tiempo en que las cosas eran “más simples” o las relaciones humanas más amenas, como sucedía en la obra de Leskov. Aquí pasado y presente son una camisa de fuerza o, por ponerlo en palabras del narrador, una marioneta acomodada, cobarde y llorona que vive dentro de todos nosotros. Y la muerte… la muerte es el faro que guía la narración y que en ningún segundo se abandona:

Y las noticias que les llegaban del exterior probaban que los hombres seguían siendo fieles a sus costumbres: desde la guerra de Corea se habían fabricado bombas suficientes para carbonizar el planeta cientos de veces, y, mientras tanto, se calcinaban bosques y habitantes con napalm, se transformaba a los bosques en desiertos y a los océanos en basurales. Los diarios […] hablaban de la guerra en Vietnam, de la polución, de las pruebas atómicas, de un continente de celulosa, en Baikal, donde se había sobrepasado el plan quinquenal, de los cuatro mil millones de habitantes que había alcanzado la población de la tierra (p. 158).

Para el párrafo anterior, son mucho más apropiadas las palabras de Benjamin sobre un texto de Hebel:

Nunca un narrador ha encajado su narración en la historia natural tan bien como en esta cronología. La Muerte irrumpe en ella en turnos tan regulares como aquella representada en el reloj de la catedral de Münster, al frente de la procesión, que marca las doce al compás de su guadaña.[1]

La muerte, una muerte estalinista absurda y horrible, estructura la narración del protagonista. De hecho, cuando ya no existe la amenaza de la muerte inminente, la narración se hace humo, como le ocurre al marino Sacha, algunas páginas más adelante:

Se pone a hablar más rápidamente, como si tuviera que apurarse para rememorar todos los detalles antes de que se evaporen (p. 164).

En la época en que Benjamin escribió El narrador, todo indicaba que la artesanía tenía sus días contados y que aquellas obras, frutos de un trabajo puntilloso, serían relevadas de su uso diario por la fabricación en serie. El ánimo de Benjamin al escribir sobre Leskov, es de ansiedad ante lo que se viene: un sistema totalitario y asfixiante de ordenamiento humano que acabaría por imponerse a la fuerza. Sin embargo, después de cien años, el fordismo no solo no se impuso, sino que colapsó estrepitosamente (y aún sentimos los coletazos de su colapso). Ahora tiene lugar el colmo de la paradoja: los partidos políticos “de izquierda” añoran esos tiempos de planificación totalitaria de la vida diaria y que se dieron en el mundo entero, desde la URSS de los planes quinquenales hasta la Escocia de las minas de carbón.

¿Por qué Andreï Makine recurre a una narración tan propia del “alto capitalismo” para contarnos una historia contemporánea? ¿Cuál es la nueva muerte que, empuñando su guadaña sobre nuestras cabezas, nos empuja a narrar nuestra experiencia de salida?

A partir de esta pregunta es curioso reparar en un hecho de nuestros tiempos: la proliferación del neo-artesanato. Se trata de una artesanía diferente a la de la Edad Media, un poco plástica y expuesta a las redes sociales, cuyo fin parece ser aumentar los suscriptores de Instagram o YouTube. Pero es una comunidad mundial libre y sedienta de experiencia, que comparte de manera (en apariencia) gratuita, las mejores técnicas para elaborar muebles con marquetería florentina, cotas de malla de acero, amigurumis de seres extraños, o complejos modelos a escala de trenes y los paisajes por donde circulan. El mundo en que vivimos hoy en día es un mundo en que el trabajo asalariado tiene que competir cada vez más con los hobbies, que ahora están a punto de convertirse en ocupación principal.

Y es que, con un poco de voluntad, es fácil revertir la prevalencia que posee el trabajo asalariado por sobre nuestra “verdadera” ocupación, aquella que nos hace felices; el trabajo asalariado cada vez más es un escollo molesto y reducible que nos impide dedicarnos a lo que realmente queremos. Yo mismo descubrí (valga la autorreferencia) que puedo reducir mi trabajo asalariado a unas horas de lavar platos para un restaurant, con el fin de dedicarme a la escritura, una escritura que tiene más de artesanía que de maquinaria de producción.

La novela de Andreï Makine es la descripción de un proceso similar: un ser extraño, huérfano de la máquina de moler carne llamada estalinismo, es forzado a una solución, la única posible: matar a esa marioneta interna, ese ser mezquino y estercolado que llevamos dentro y que alega contra un éxito se mide en autos y en casas y en colegios caros y iPhones y otros vidrios de colores. En otras palabras: la novela narra ese proceso íntimo e indispensable, hoy más que nunca, de atreverse a arruinarlo todo.

 

Notas

[1] Walter Benjamin. Der Erzähler. Parágrafo XI. Retirado el 13/08/2019 de https://blog.zhdk.ch/ftmteuwissen/files/2011/11/Betrachtungen_zum_Werk_L.pdf. La traducción es mía.

Carlos Alcalde
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Escritor, vive en Ámsterdam (NL) con su familia.