Aspectos de la lucha de las trabajadoras sexuales como posibilidades para la reflexión estratégica dentro de la izquierda en Chile

“…las trabajadoras sexuales estarían más conscientes de la precariedad de las condiciones materiales de su trabajo, así como de los grados de explotación que viven, más que un trabajador de Rappi o Uber, siendo que tanto unas como otros valoran su autonomía y libertad para trabajar. Con el mencionado alcance de que el paso de esta posición de clase en sí a una clase para sí, como en cualquier otro caso, no está garantizada de antemano, pero sí podría ser facilitada por la confluencia de factores que, además para el caso de la organización de trabajadoras sexuales en Chile, se ve más claro en la medida que dentro de su agenda política a corto plazo esté el objetivo de la (re) sindicalización como el principal.”

por María José Clunes

Imagen / María José Clunes, segunda de izquierda a derecha, en el lanzamiento #1 revista ROSA, octubre 8, 2019.


Quiero partir agradeciendo la invitación a exponer en un panel con estas características, la verdad es que el título: “¿Estrategia? Posibilidades para una izquierda chilena actual”, me resultó de lo más sugerente, pero no precisamente por las palabras unívocas y singulares que lo componen, como “estrategia”, “para”, “una”, “izquierda”, “chilena” y “actual”, frente a las que me declaro ignorante e incompetente, sino por aquellas “posibilidades” que serían factibles de plantear en este espacio. Es, desde ahí que me convoco; sobre todo porque provengo (y me considero divorciada) de una cultura de izquierda donde los debates estratégicos se daban a puertas cerradas y el diálogo con otros venía a ser una validación de la propia mirada, una calibración de las estrategias ya en marcha, nunca una conversación genuina, que es lo que pretendo sostener ahora.

También me sentí convocada por lo que me evoca “Rosa” como nombre. Pienso en Rosa Luxemburgo y también en mi abuela materna que se hacía llamar Rosita. En cuanto a la primera, reverenciar esa porfía y sagacidad infinitas, que se fueron plasmando en su trayectoria política y en la mayoría de sus escritos. Los que, en mi opinión, no ganan nada o muy poco al ser (re) leídos “en clave feminista”, debido a que el feminismo de Rosa Luxemburgo fue forjado al calor de su praxis política y no necesitó hacer teoría de ello. A mi parecer para ver su feminismo, basta entender sus ideas por fuera del canon de la izquierda de su época y cómo transitó su tiempo a contrapelo, cuestionando lo que parecía incuestionable, siendo mujer, una que se tomó la tribuna pública y que no temió ser polémica. Sobre mi abuelita, nada, será que, en alguna forma de remembranza, a la revista le tengo cierto cariño.

Necesito –a modo de reducción fenomenológica- precisar el lugar desde donde enunciaré estas posibilidades. Principalmente, lo creo necesario porque me considero como una militante de la trastienda, y lo digo en un doble sentido: en primer lugar, porque fui de aquellas militantes que luego de una larga travesía -o travesura- política, terminé replegándome en lo social.

Notable escisión la que se establecía, y se establece, así como se vive también a partir de la jerga a la que nos acostumbramos buena parte de la izquierda. Y es que los límites analíticos que tenían un valor conceptual para delinear una estrategia se tornaron ontológicos, definiendo una forma también de vincularse en la realidad, adquiriendo ambos conceptos distintas jerarquías. Bajo esa óptica, inclinarse por lo social, implicó reconocer que no se tenían las habilidades necesarias para desenvolverse en lo político. Lo social visto como el lugar del caos, las anécdotas, los afectos y voluntades; mientras que lo político, aparece como el espacio del orden, la planificación, la lógica y la razón. Afortunadamente tremendo binarismo ha ido perdiendo toda operatividad hoy.

Segundo lugar, digo ser una militante de la trastienda, en tanto desde el lugar que hablo, el poder o su ambición, no han ido de la mano con la aspiración a una dirigencia o una conducción como se entiende en la militancia política clásica. Será por mi formación en espacios de educación popular y autonomismo, o bien por simples coincidencias, pero el lugar que decidí integrar junto al colectivo de trabajadoras sexuales, me ha permitido explorar un territorio de la política desde un plano secundario, puesto que mi participación en dicho colectivo carece de sentido si salgo de la trastienda o si aspirase a representar a alguien. Así es que, si hablo hoy acá, lo hago desde el lugar de: “intelectual orgánica”, “investigadora militante”, “facilitadora”, “apoyo profesional”. En ningún caso vengo a hablar por las trabajadoras sexuales, para eso ellas están organizadas y cuentan con grandes líderes entre sus filas. Lo que comparto es mi lectura desde mi experiencia militante particular, que tiene elementos caóticos y afectivos, pero no por ello carece de potencial teórico para replantearnos algunos aspectos presentes en la coyuntura y pensar en posibles estrategias para la política en el Chile actual.

Como marco general, me referiré a los llamados nuevos movimientos sociales considerados “nuevos” hasta hace poco y que hacían su aparición como los habitantes naturales de lo que difusamente hemos entendido como lo social. Y es que la característica principal de éstos, además de coordinarse o emerger por temáticas de la más diversa índole, parecía ser aquella función de cohesión mediante la identificación colectiva, mostrando la fuerza rearticuladora de dichas identidades en un contexto de desmovilización forzada, luego de que las distintas formas de organización popular explosionaran por la acción de los regímenes autoritarios en Latinoamérica. En este sentido, los movimientos sociales vinieron a reconfigurar una identidad apoyada en una demanda sentida colectivamente y se fueron institucionalizando por la vía de la acción o el activismo, más que al denotar una clara intención de convertirse en un referente político al modo clásico.

Acá en Chile se hicieron comunes y más o menos masivas las marchas y con ello -salvo contadas excepciones, como la canalización o instrumentalización del movimiento estudiantil como simiente del Frente Amplio- al interior de los movimientos sociales pareció darse un proceso de desindividuación que, por paradójico que parezca, robusteció identidades individuales al fundirse en un proceso colectivo, masivo. Basta pensar en lo potente que puede ser el identificarse públicamente con hashtags, afiches o lienzos, que contengan una frase sobre la base de una idea que se comparte, ya sea sobre el medioambiente y su cuidado o temas más íntimos como visibilizarse en masa diciendo ‘yo aborté’; ambos ejemplos ofrecen una experiencia de vivencia colectiva sin parangón en tiempos de fuerte individualismo neoliberal, que puede mantenerse firme en el activismo, en el ritual de la visibilización y de la agitación, sin necesariamente decantar en experiencias orgánicas más complejas, estructuralmente hablando, o lograr confluir en un programa o cualquier cosa parecida a aquello -que en la jerga que mencionaba anteriormente- se llamaría lo político propiamente tal.

Con todo, dentro de este paraguas grande denominado los movimientos sociales, ha habido una corriente que ha llevado la porfía por emblema, y ésta no surge ahora, sino que podríamos rastrear sus orígenes en tiempos de resistencia, en plena dictadura. Donde al margen de los espacios institucionales de la bohemia –colonizados por “los Corbalanes”- hubo bares, como los que habitó el rock star post mortem, Lemebel, suburbios de Santiago y provincia, circos y cuanta esquina, de antes y ahora, donde se forjó el territorio de los movimientos de disidencia sexual, que por conjugar ambas categorías –disidencia y sexualidad– rompieron, y continúan rompiendo con aquella función primaria de reforzamiento de una identidad colectiva que se atribuye a los movimientos sociales. Pues lo fijo, la idea de búsqueda de una identidad al fin y al cabo, no se aviene bien con lo disidente y menos aún con la sexualidad. La combinación de ambas nociones supone precisamente la no-fijación identitaria, dejando de ser ésta un fin o un producto; la identidad pasa a ser la operación del movimiento mismo y esto, en un contexto de tal solidez heteronormativa como se ‘padece’ en Chile y sus instituciones, resulta al menos un deliberado desacato que devela el carácter político estratégico de estos movimientos, en la medida en que articulan las vivencias de subalternidad, resistencia y contrahegemonía de un modo sui generis, que resulta, por decir lo menos, atractivo para lo que hoy nos convoca, en la medida en que si hay una elemento de acuerdo en el bloque dominante en Chile, éste tiene que ver directamente con los temas valóricos y relativos a la sexualidad, que han erigido una sociedad chilena capona y dócil, a punta de silencios, miedos y tabúes.

Dentro de este gran marco que he señalado como movimientos de las disidencias sexuales, puntualizaré en uno de sus componentes, el colectivo de trabajadoras sexuales, en el caso de que esté hablando de las trabajadoras sexuales en general y a la “organización de trabajadoras sexuales” para el caso de quienes están organizadas, aunque suene redundante. Cabe aclarar además de esta distinción que su denominación en femenino es deliberada, en tanto utilizo el género femenino al referirme a ellas, decididamente para visibilizar dentro de lo múltiple del colectivo, el hecho de que son las feminidades, cis o trans, las que deben cargar con el más alto estigma y violencia institucional, en comparación con las masculinidades presentes en su interior, sin por ello excluir a éstos últimos en ningún caso.

A continuación, me detendré en algunos aspectos que se presentan en el colectivo de trabajadoras sexuales, su organización y lucha cotidiana, que a mi parecer, adquieren vital importancia cuando hablamos de estrategia/s e izquierda/s, siendo estos señalamientos, conjeturas carentes de toda pretensión de instituir algo o dar por acabado el asunto, tal como ya dije, se trata de: señalar aspectos ilustrativos que puedan gatillar reflexiones y posibilidades de acción al interior de las izquierdas.

Pasaré, entonces, a enumerarlos.

1.- La trampa del liberalismo:

La consigna que dio bríos al movimiento feminista el siglo pasado: lo personal es político, permitiría explicarnos buena parte de las últimas demandas tras las cuales se ha alineado la izquierda en el país en la actualidad, así como también, porqué en la década de los noventa, muchas trabajadoras sexuales decidieron organizarse tras la búsqueda legítima de reconocimiento legal de una identidad laboral, tanto en Chile como en Latinoamérica y el mundo. Una lucha que es levantada a partir de un estado de clandestinidad forzada, que opera en varios niveles, y que somete a quienes se desempeñan en este rubro a condiciones tremendamente injustas, de explotación y violencia institucionalizada. Lo que habla de la gran valentía y toma de consciencia –en algún sentido- que demanda participar de una organización de trabajadoras sexuales; sin embargo, la validación de ese derecho a ser reconocidas e incluso la participación en la lucha por su obtención, no deviene en una toma de posición política de izquierda necesariamente, dado que el reconocimiento y el fin de la clandestinidad, también son condiciones para la regularización de una de las formas de éxito más importantes en nuestras sociedades, que es el éxito económico, y qué mejor que poder ganar plata libre de estigma y penalización social.

De ahí que la lucha del colectivo de trabajadoras sexuales nos alerte palpablemente sobre el liberalismo que se cuela en lo personal devenido en materia pública, tema que debe estar al centro de nuestras interrogantes en torno a la estrategia de la izquierda, ya no como la pregunta metodológica sobre el engarce de lo individual en lo colectivo, sino que más profundamente, se trata de pensar cómo en esa operación de tornar político lo personal se asegura un sentido de emancipación colectiva y no la pura documentación de una sumatoria de emancipaciones individuales.

Resulta interesante, entonces, mirar aquí y comparar la autonomía del cuerpo de las trabajadoras sexuales frente a la autonomía del cuerpo de una mujer proaborto. Hay una diferencia –y una posibilidad– en esa intimidad comprendida como clase, que habla de la maduración de cierto factor subjetivo dentro de ella, frente a lo que podría ser tan solo una secuencia de singularidades en proceso de liberación.

  1. Gradaciones y tensiones de la noción de interseccionalidad

El tránsito a una forma de pensamiento no binario, más complejo y dinámico, empujado probablemente por los avances de la ciencia, la tecnología y su correlación con los modos de vincularnos, hace más evidente la posibilidad de que varias categorías actúen simultáneamente en la definición o explicación de ciertos fenómenos sociales, facilitándonos la aprehensión de éstos en medio de múltiples flujos que atraviesan un presente tremendamente acelerado, algo de lo que podríamos hablar largo y tendido, pero que no viene al caso.

Lo importante en todo esto, es comprender que, en esta época la noción de interseccionalidad aplica perfectamente y se entiende de modo palmario como una posibilidad de la codeterminación, en términos de una operación conjunta de subordinaciones o desigualdades, asumiéndose con mayor claridad, por ejemplo, esa consigna que versa sobre: “todas las luchas son contra un mismo enemigo”, donde ese ‘enemigo’ detentaría una serie indicadores: racismo, clasismo, sexismo, conservadurismo, que lo delinearían como un sujeto más concreto y evidente.

Todo bien hasta ahí, sin embargo, las complejas conexiones que se pueden observar entre las nociones de raza, género, sexo y clase, ordenadas tanto de modo aleatorio o según cierto grado de abstracción o de construcción sociocultural –cuidándome de no decir ideológico y caer en el mismo discurso ultraconservador que habla del género como ideología y que naturaliza el sexo o la clase–, velo por no denostar o desvalorizar unas nociones por sobre otras; se podría decir que hay una gradiente ahí, pero ésta no sería valorativa, sino que –permitiéndome la transdisciplina radical– podría ser física donde hay elementos de esta intersección que tendrían mayor o menor peso al momento de pensar estrategias para la izquierda, o química en términos de densidad.

En relación a esto, el colectivo de trabajadoras sexuales y su organización, nos muestran un elemento insoslayable, y es que dentro del feminismo y de los movimientos de la diversidad sexual (ojo que no digo disidencia), hay una contradicción de clase fundamental. Y son las trabajadoras sexuales a mi modo de ver, las que con mayor énfasis ponen sobre la mesa estas diferencias, que la lucha de las feministas y el movimiento LGBT en Chile, han contribuido a borronear a punta de sororidad, transversalidad y pluralismo –que tal vez son útiles para la masividad en las convocatorias- pero que resultan en un academicismo, un blanqueamiento e higenización de las luchas, procesando los conflictos y disputas. En definitiva, se convierten en soportes de instituciones, como la hetero u homo normatividad, por ejemplo; a veces hasta de modo inconsciente, pero no por ello menos irresponsable, fortalecen sólo a éstas, en lugar de que algún movimiento contestatario acumule estos esfuerzos para que hiciera tambalear en algún aspecto a este sistema de dominación actual.

En este contexto, las posiciones de izquierdas y derechas de la política institucional empiezan a confundirse, debido a que la aceptación de mayores libertades no se les vuelve problemática, encontrando un punto de acuerdo –necesario– para la adecuada administración del poder. Así, se desdibuja un elemento constitutivo de la política, entendida primariamente como aquella diferenciación entre amigos y enemigos que, al menos para la clase trabajadora dentro de la que se identifican las trabajadoras sexuales, es muchísimo más evidente e intransable.

Esta fuerte presencia del componente clasista en las trabajadoras sexuales no se queda solo ahí, sino que habría dos aspectos más relativos a la clase en función de la posición que ocupan y su consciencia. Uno de ellos tiene que ver con que las trabajadoras sexuales son un colectivo particularmente indicativo dentro de la clase trabajadora de las características que adquiere el trabajo moderno, y frente a esto, son bastante más conscientes que otros trabajadores de las condiciones que se imponen a su clase, en términos de precariedad, en la actualidad, y es que tanto el disciplinamiento del cuerpo con fines utilitarios mediante la oferta de servicios sexuales, así como al constante adaptación a múltiples formas y plataformas virtuales o presenciales para el desempeño óptimo de su trabajo, producto de la clandestinidad, la represión y la censura, las surten de condiciones para una subjetivación política muy poderosa y muy actual/moderna.

Dicho de otro modo, comparativamente, las trabajadoras sexuales estarían más conscientes de la precariedad de las condiciones materiales de su trabajo, así como de los grados de explotación que viven, más que un trabajador de Rappi o Uber, siendo que tanto unas como otros valoran su autonomía y libertad para trabajar. Con el mencionado alcance de que el paso de esta posición de clase en sí a una clase para sí, como en cualquier otro caso, no está garantizada de antemano, pero sí podría ser facilitada por la confluencia de factores que, además para el caso de la organización de trabajadoras sexuales en Chile, se ve más claro en la medida que dentro de su agenda política a corto plazo esté el objetivo de la (re) sindicalización como el principal.

  1. Invitación a extremar las posibilidades para la organización

Más sucinto, pero no por ello menos importante, es la convocatoria que nos hacen los movimientos de la disidencia sexual, el colectivo de trabajadoras sexuales y su organización, a pensar inéditas posibilidades estratégicas, orgánicas y de acción, mediante dos pilares claves de su complexión política como lo son lo performático y lo perverso. Entendidos éstos a partir de una distancia de aquellas concepciones fijas, que los consideran únicamente como consumaciones identitarias y, en cambio, comprendiéndolos en función de su operación conjunta y del sentido de la acción que proponen a partir desde su concepción etimológica más básica, que se vincula con el ir más allá, la actualización o la puesta en acto a modo de parodia y el ‘dar vueltas’ o ‘trastocar’ lo que se encuentra normalizado. Se trata de pensar la organización en torno a identidades móviles como ficciones políticas necesarias, que exigen a la militancia una visión crítica de sí misma constante, que limita, entonces, la deriva conocida de estabilización de las identidades, blanqueamiento, institucionalización, ya conocidas de algunos movimientos.

En este sentido, el colectivo de trabajadoras sexuales y su estrategia de organización usan a su favor lo perverso, jugando al límite de lo establecido y levantar consignas desde la clandestinidad o alegalidad; tomando para sí los estigmas, las representaciones del trabajo sexual que habitan las ficciones e imaginarios de esta sociedad, dotándolos de contenido contrahegemónico, subversivo y de resistencia.

Una muestra de esto es por ejemplo, el movimiento de puta feminista llevado adelante por las compañeras de AMMAR en Argentina, donde su presidenta Georgina Orellano ha sido impecable en explicarnos cómo las trabajadoras sexuales se apropian de la estigmatización para transformarla en una lucha, mostrando que el imaginario de la ‘puta’, la perversa, atraviesa el ser mujer en muchos ámbitos y cómo las trabajadoras sexuales organizadas al librar su lucha, luchan contra los prejuicios que afectan al género femenino en general.

De este modo, se ocupan las formas de representación y apropiación de lo que se encuentra fuera de la norma, no como simple orgullo –como se ha ido blanqueando lo queer- sino que como una reivindicación. Esta performatividad nos invita a pensar en otras posibilidades de articulación de las demandas al interior de la izquierda, donde la legitimidad, instalación y reconocimiento de ciertas estrategias, no tienen por qué venir asociadas ya solamente a la sectorización o transversalidad de las demandas, sino que podrían, por ejemplo, ahondar en la densificación de malestares que pudieran expresar, tal como pudo haber sido en algún momento la lúcida propuesta de lucha por el fin del lucro que instalaron los estudiantes secundarios.

  1. El lugar de la diferencia:

Por último, me es preciso cerrar esta exposición con una última reflexión que retoma algo que ya he dicho, pero que no he explicitado y que tiene que ver con la importancia de entender hoy en día la diversidad como un componente necesario en nuestras luchas, pero siendo cautxs en discernir desde dónde y para qué se plantea una mirada diversa. Y es que con el sólo hecho de atender a la existencia de múltiples realidades, identidades, corporalidades, etcétera, no logramos sortear la trampa primera que mencionaba aquí sobre el liberalismo, debemos saber que, si bien el ser diferente hoy en día puede ser concebido como un derecho, esta pura acepción nos depara simplemente la construcción de espacios seguros –safe places- libres de discriminación y fértiles en tolerancia. Lo que no está mal en ningún caso, pero que, sin embargo, distan de lo que podríamos considerar una estrategia útil a la izquierda en nuestros tiempos. De ahí que la diferencia o la diversidad debamos plantearla entonces ya no como un derecho que se adquiere y que se reconoce simplemente, sino como una lucha constante y permanente, necesaria para mantenernos conscientes de quiénes son los que acumulan con nuestras acciones y velar por que nuestros esfuerzos no sean absorbidos –con el peligro de ser por ello diluidos– por el enemigo.

Dicho esto, para cerrar tomando las interrogantes planteadas por la organización de este conversatorio: ¿Cómo podemos evaluar las estrategias de izquierdas elaboradas en el ciclo reciente, considerando sus avances y retrocesos?, ¿cómo cambia la posición de la izquierda tras insertar dirigencias sociales en puestos institucionales? y ¿cómo se proyectan estas estrategias y qué redefiniciones les son necesarias para enfrentar los nuevos desafíos de la izquierda?

Señalar tal como quise esbozar un poco antes, no sé si estoy en condiciones de evaluar bien o mal las estrategias de izquierdas del ciclo reciente, sin embargo, tal como planteé se ha estado corriendo permanentemente el riesgo de caer en la pirotecnia cuando la coyuntura llama más bien a fortalecernos orgánicamente, internamente, ya que habitamos un entorno sumamente hostil con una fuerza de succión de las problemáticas sociales muy potente y la posición de la izquierda al integrar espacios institucionales corre el riesgo de convertirse en un pequeño subconjunto de un conjunto mayor, en este caso, sus límites se establecerían en la aspiración de ser una disidencia simbólica dentro la oposición a Piñera.

En este sentido, se torna necesario evaluar quién acumula entonces con todos los esfuerzos desplegados desde la izquierda. Para ir cerrando (o abriendo) el debate, reiterar la atención necesaria frente a las trampas del liberalismo, la reivindicación del componente de clase y su relación con las luchas en torno a la raza, género y sexualidades disidentes, cuidando el procesamiento institucional de estas por parte de cualquier organismo por más mínimo e inocuo que nos parezca y la instalación aquí y en todos lados de la diferencia como una lucha que se libra colectiva y cotidianamente, no como un derecho al que se accede individualmente. Por otro lado, puntualizar en la preocupación constante de la izquierda en la construcción de un sujeto político, creo que mientras la izquierda se arrogue esta tarea, seguirá existiendo ese distanciamiento entre lo social y lo político, creo que se debe asumir realmente la comprensión de que uno no existe sin lo otro, asumiendo la tarea de reintegrar la complejidad de lo social en lo político como un desafío permanente.

María José Clunes Squella
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Licenciada en Sociología, Universidad de Chile; y Magíster en Afectividad y Sexualidad, Universidad de Santiago de Chile. Desde 2012 integra la organización de trabajadoras sexuales en Chile, Fundación Margen de Apoyo y Promoción de la Mujer.