[ROSA #02] Editorial – Falta calle…

En tiempos de datos equívocos, tenemos uno cierto: cualquier otra política no puede prescindir del empuje de las masas que están dispuestas a la lucha. No tienen plan, no son sofisticadas, no son altruistas ni pasaron por escuelas de formación. Pero esas son las masas que sostuvieron octubre y que en los últimos meses vieron desnudos los resortes últimos de su subordinación. Nadie se ha transformado del todo, pero hoy sabemos cosas que desconocíamos. Es sobre esa desafección que debemos trabajar, repitiéndonos por enésima vez que en ese transcurrir desprolijo, rugoso, opaco y áspero que es la historia, no hay lugar para las formas puras ni momentos perfectos. En la permanente insatisfacción que alimenta nuestras subjetividades neoliberales, perdimos de vista que no puede haber mejor noticia que la existencia de un colectivo dispuesto a luchar por una mejor existencia. Por eso este número está dedicado a la revuelta.

por Comité Editor Revista ROSA

Imagen / protestas en Santiago de Chile, 2019. Fotografía de César Sanhueza S.


 

[Escribí Gangraena] por el orgullo y la vanidad de mi propia mente,

por el desprecio que suponía que hombres sencillos e ignorantes

buscaran el conocimiento de otra manera que no fuera siendo dirigidos

por los que somos instruidos; por el vil temor de que, si empezaban

a enseñarse los unos a los otros pudiéramos [] perder nuestra autoridad

de ser jueces exclusivos en materia de doctrina y disciplina,

con lo que nuestros predecesores dominaron los Estados y los reinos;

o, en última instancia, por temor de que pudiéramos perder nuestros

beneficios y nuestro abundante sustento debidos a los diezmos []

Yo veía venir todo esto junto con esa libertad

que los hombres humildes se tomaban

para juzgar y examinar las cosas []

William Walwyn (1646)

 

Sin calle no hay oposición. Se podrían plantear varias precisiones, pero a la hora del balance no hay cómo esquivar este bulto. Basta mirar lo que ha sucedido desde el tiempo que abrió la pandemia para constatar que sin ese motor colectivo prácticamente no hay guion (y lo que hay se desentiende de quienes debiera priorizar). No estamos suponiendo que ese algo llamado oposición deba operar a un ritmo ajeno a la actual crisis, como si pudiera ignorar la relación entre lo sanitario, lo institucional y lo económico. Al contrario. En esta hora crítica es cuando más se necesita de una propuesta popular inteligente e insumisa, una que llevando el pulso de la crisis sea capaz de sacar ventajas concretas –y no meramente simbólicas– del desorden hegemónico. Es ahora cuando cobra pleno sentido la indisposición frente a los engrudos nacionalistas y las fantasías de comunidad que siempre buscan ahogar las disidencias en épocas decisivas. Ahora y no en otro momento es cuando debiéramos probar el espesor político de nuestras estéticas, siempre que no sean mera impostura. ¿Seguimos en el páramo? ¿Tenemos más y mejores herramientas que hace unos meses?

No se trata de pedir imposibles. La historia, siempre inoportuna, cuenta que han existido oposiciones robustas en momentos excepcionales. Dice algo peor. Dice que hay oposiciones que han triunfado en condiciones tanto o más adversas. Triunfan por razones diversas, pero las une una disposición política que conjuga dos tiempos: desafección por lo circundante y hambre por el porvenir. Habría que preguntarse en qué otro momento de la historia del neoliberalismo hemos tenido razones más concretas, palpables y amenazantes para canalizar políticamente la desafección por lo que nos rodea. Para ver esto hay que sacudirse. Los medios dominantes y la intelectualidad que le acompaña se esfuerzan en repetir la argumentación dizque histórica con que se blinda la acción gubernamental en la emergencia: esta sería la peor crisis sanitaria y la peor recesión económica de los últimos cien años. Presentan el acontecimiento agotado en sí mismo, consumido en su propia espectacularidad, atado a una cronología propia de las escatologías cívicas para pedir lo obvio, que extendamos los sacrificios poniendo a prueba el patriotismo. Pero esta no es una crisis secular. Esta es una crisis sanitaria que está teniendo lugar bajo una forma de orden con una historia definida, concreta, y que en su despliegue (es decir, para ser orden) debió desterrar toda capacidad de respuestas colectivas para la vida normal y sus excepciones. Aunque suene insultante, esta no es una crisis enviada por los dioses para probar la consistencia de nuestro sentido de humanidad o nuestro talante republicano, sino una crisis sanitaria cuyos efectos dejan en evidencia (como si algo así nos faltara) la incompatibilidad del orden circundante con la posibilidad misma de la vida. Con esa constatación deberíamos tratar el hambre que nos empuja al futuro.

Esa es la discusión en la que estábamos desde hace décadas y a la que pusimos urgencia hace seis meses. No hay razones para aceptar que estas preguntas deban diferirse o buscar un mejor momento. Eso es rendirse al sentido escatológico de la actual crisis o sostener, como se repite en otros círculos, que estamos en un simple entretiempo y que la pesadilla terminará tarde o temprano. Ninguna de esas lecturas del tiempo nos sirve. Por eso este número está dedicado a la revuelta y a la necesidad de seguir trabajando sobre las grietas que abrió. Sobre todo ahora, que la escatología presenta toda parcialidad opositora como anti-cívica, despiadada e inhumana. Sobre todo ahora, cuando echamos en falta ese ritmo urgente e incómodo que imponía la movilización callejera y cuya ausencia explica que lo poco que tenemos termine consumido en los pasillos de una política que no se atreve a ser otra política.

En tiempos de datos equívocos, tenemos uno cierto: cualquier otra política no puede prescindir del empuje de las masas que están dispuestas a la lucha. No tienen plan, no son sofisticadas, no son altruistas ni pasaron por escuelas de formación. Pero esas son las masas que sostuvieron octubre y que en los últimos meses vieron desnudos los resortes últimos de su subordinación. Nadie se ha transformado del todo, pero hoy sabemos cosas que desconocíamos. Es sobre esa desafección que debemos trabajar, repitiéndonos por enésima vez que en ese transcurrir desprolijo, rugoso, opaco y áspero que es la historia, no hay lugar para las formas puras ni momentos perfectos. En la permanente insatisfacción que alimenta nuestras subjetividades neoliberales, perdimos de vista que no puede haber mejor noticia que la existencia de un colectivo dispuesto a luchar por una mejor existencia. Por eso este número está dedicado a la revuelta.

Durante estas semanas pensaremos más de lo acostumbrado en la inusual forma de conjugación que nos impuso la epidemia. Sí, deberíamos estar hablando de los resultados del plebiscito y expuestos a cualquiera de las tormentas que seguiría a lo que iba a ser la jornada electoral más decisiva desde los gobiernos de la Concertación. Parece una mala broma, pero cuando se impuso lo que hace unos años parecía imposible, advino lo impensable. Con todo, en ese simulacro de nostalgia que nos inundará por estos días debemos renunciar al espejismo y aferrarnos a la inteligencia ganada en los últimos meses. Nos interesa el itinerario constituyente no porque sea la respuesta republicana y democrática a una impugnación que se mostró insolente, desbordada e inoportuna. Bien sabemos cuánto y cómo se paga ese tipo de excentricidades de salón. Hoy que no sentimos la urgencia que instalaron las masas movilizadas, podemos ver con nitidez el vértigo que imponían y cuánta falta nos hace ese mismo vértigo o lo que se parezca. No sabemos todavía de qué forma la pandemia modificará la expresión de esas fuerzas. Mientras no lo sepamos, debemos seguir apostando a la articulación y rechazar el ensimismamiento del populismo mediático. Seguir preparándonos para ir por todo y echar mano a todos los recursos disponibles. No se pelea una nueva constitución solo para que lleve la propia firma. No basta con el consuelo de que el texto se redacte de forma participativa. La única constitución que nos sirve es la que eleva la vida presente y garantiza la futura.