PISAGUA: UN GRAN CEMENTERIO CON VISTA AL MAR (CARTA A FREDDY TABERNA)

Como parte del libro Vida, pasión y muerte en Pisagua (1990), motivado por el hallazgo y exhumación en junio de 1990 de una fosa común con cuerpos de prisioneros políticos asesinados por la dictadura cívico-militar chilena entre 1973 y 1974, el arqueólogo Lautaro Núñez escribe una carta a un amigo suyo entre los encontrados, el dirigente social Freddy Taberna. En palabras de Bernardo Guerrero, la carta del arqueólogo y premio nacional de historia “nos lleva de la mano por la historia, donde junto a este dirigente socialista, morrino e iquiqueño, buscaban otros muertos. Lo insólito de la vida, hace que Lautaro Núñez busque ahora a su amigo entre éstos”. A treinta años del hallazgo, reproducimos la carta de Núñez como expresión de la memoria incómoda de un territorio marcado por el terrorismo de Estado.

por Lautaro Núñez Atencio

Imagen / Fosa común del cementerio de Pisagua en 2018. Wikimedia Chile.


Iquique, 20 de agosto de 1990

Señor:

Freddy Taberna G.

Pisagua.

 

Estimado Pete:

 

Recibí tu carta con la foto para la publicación que preparamos. Te respondo recién después de 17 años a raíz de que has vuelto a lugares que juntos recorrimos en el año 1971. Allí, entre momias que brotaban de la tierra, de tantos cementerios del pasado, te dije que Pisagua era como un gran cementerio con vista al mar, y así entre pescados fritos y tus célebres artefactos verbales de grueso calibre iniciamos un largo recorrido desde la Plaza de Pisagua al cementerio, y de allí hacia el puerto español (Pisagua Viejo). Estos lugares seguramente que ahora los recuerdas intensamente.

Estabas tan impresionado por tantos vestigios antiguos. Te decía que los ritos funerarios involucrados con el pasaje hacia el misterio absoluto de la muerte era una condición esencialmente humana. Piensa que ya se enterraban con respeto y religiosidad los hombres de Neanderthal y hasta ahora los Sapiens vivimos atrapados sin piedad ante ese más allá incierto, aquel futuro extraño del todo o de la nada. Te parecía fascinante que Pisagua fuera el Puerto de los Muertos, donde “habitaban” más momias que vivos… En esa guirnalda de cementerios que te mostraba con la paciencia de los iniciados. Claro, si aceptamos que el acto de nacer es un hecho involuntario, entonces, la muerte obligada, la “poderosa”, era para ambos como voltear conscientemente una capa rebosante de vida en el desierto. Teníamos que discutir todo esto porque allí la muerte nos salía al paso en cada encrucijada, como extraviados en el enigma final hacia donde solo los mitos, ritos, ideas y mucha fe, acuden desesperadamente al trance.

Te asombraba que ese retazo estrecho de tierra entre la cordillera costeña y el mar, hubiera contenido sepulturas desde hace 5000 años. Recuerdas que cuando supiste que aún no encontrábamos a los pescadores de la Cultura del Anzuelo de Concha, anteriores al quinto milenio antes del presente, querías poco menos que hacerlo en el instante… fue en Pisagua Viejo, en la pendiente que domina la iglesia en ruinas, donde te mostré las excavaciones de esa familia de la Cultura Chinchorro. Los encontré con sus cuerpos momificados artificialmente, extendidos, incluyendo a un joven fracturado en dos porque al enterrarlo dieron con una roca. Esto creo no lo entendiste bien.

Volvimos luego hacia Pisagua (“la huayna”), cruzamos su plaza, los pescadores de siempre, la torre-reloj con el tiempo atrapado, la cárcel tan surrealista como una jirafa en llamas. En Punta Pichalo habían excavado hace tiempo los arqueólogos Uhle y Bird. Todavía se veían restos de los gruesos postes que marcaban las tumbas datadas por el primer milenio antes de Cristo. Ese fragmento de cesto que recogiste era precisamente de uno de los grandes depósitos donde se colocaban los cuerpos con sus cráneos enrollados en turbantes de finísimas lanas teñidas. Cuando te conté que el viejo Uhle había encontrado allí un cráneo-trofeo con turbante entre dos cestos me miraste con asombro… pero al escuchar que entre los cuerpos flectados y recostados, varios tenían arpones atados a las manos entonces me acusaste de fantasioso y otro de tus mejores calibres del estilo de la Nora o del Barril Morrino retumbaron no sé hasta dónde.

En verdad lo que yo intentaba explicarte era como la suma de los cementerios lograba articular una historia cultural deseada. Algo así como el paso del tiempo, entre distintas comunidades, significaba a su vez distintas culturas, a pesar de que todos habían vivido en un medio exactamente igual. Cada lugar con sus entierros conformaba un estilo de vida, un conjunto artefactual, ideales propios, etc. Para ti, entender esta noción de progreso social no podía ser indiferente, siendo tú un Geógrafo Humano por excelencia, no vale la pena extenderse más sobre esto.

Después alcanzamos un cementerio más reciente, a unos 300 metros, al oeste del anterior. Aquí Uhle encontró varios cuerpos flectados con finos camisones bordados del estilo Tiwanaku, de origen altiplánico, reconozco que tu explicación sobre los aymaras en relación a la cultura Tiwanaku me sorprendió, pero ya estábamos en el plano, frente al Hospital, donde el mismo Uhle, identificó un gran cementerio que llamó atacameño. Fueron pescadores que vivieron en Pisagua algo antes de la llegada de los Inkas. Habían tanto huesos, trozos de tejidos, incluso fragmentos de tubos para inhalar alucinógenos. Ahora tengo la certeza que todo lo explicado allí no fue escuchado. Estabas obsesionado con ese cañón medio enterrado, del cual para mayor bochorno yo no sabía si era del 79 o del 91… Creo que se te grabó ese dato de la cerámica con adornos de volutas negras encontradas por Uhle. Recién puedo responderte, puesto que encontré lo mismo en el oasis serrano de Nama, en cantidades, de modo que habían vínculos muy importantes con el interior. Siempre me arrinconas con el argumento de que mi ciencia es muy “muerta”, y yo siempre te hago “andar” a los viejos caravaneros preinkaicos entre los valles y la costa con la ansiedad de los que ponen la última pieza de los “rompecabezas”.

A propósito, aún no se encuentran en Pisagua, los cementerios de los grupos inkas y españoles. Sí, ya sé, me dirás que los últimos están en el atrio de la iglesia de Pisagua Viejo, fuera de la nave. Es probable, vivieron allí desde el siglo XVII para controlar el tráfico a Potosí, despachar vinos, evitar contrabandos y en algún lugar debieron quedar. Pero, todos los vestigios de cuerpos y tejidos que vimos en el atrio pertenecen a enterrados a raíz de las pestes del siglo XIX y comienzos del XX. Sabes que Alfredo Loayza recogió relatos en Pisagua cuando era profesor allí, en el sentido que los apestados eran llevados al “Campo Santo” de Pisagua Viejo (al atrio) para enterrarlos lejos del puerto. No se si te acuerdas de aquel trozo de bloque canteado de la puerta de medio arco abatida. Allí un marinero inglés grabó el año 1850. Ya en esta época era una iglesia en ruina y servía de cementerio ocasional. Todos los que murieron en toda la comarca hasta el año 1830 eran llevados allí porque aún no se construía la joven o “huayna” Pisagua, o sea, el puerto actual.

No vale la pena recordártelo, pero cuando los ingleses inician la explotación salitrera, el puerto español de Pisagua Viejo no les servía de nada. Ellos, venían con la idea de hacer muelles para conectar con lanchas al cabotaje de los veleros anclados. La bahía mansa de la huayna era mejor y en ese borde dispusieron la calle principal hasta crecer y tocar el cerro. Si deseamos hilar fino, la pregunta es ¿dónde se enterraron los que vivieron en Pisagua entre 1800 al 1830?. Es la etapa post colonial y pre salitrera. Como te quedaste escudriñando la iglesia, no viste un pequeño cementerio profanado a unos 400 metros al norte de la iglesia, con restos de ataúdes y ponchos andinos que corresponderían  precisamente a esta etapa.

Tu planteamiento de que el cementerio actual de Pisagua comenzó a usarse por el año 1830 es correcto. Asumes bien que junto con comenzar la explotación de salitre, se hace el puerto y con ello se localiza el cementerio al norte, en el fondo junto al cerro. Hasta ahí llegamos para descubrir que toda la sociedad de la bella Pisagua, viuda del salitre, estaba allí de cara al mar. Siguiendo con tu explicación saliste al borde alto del cementerio, junto al cerro, donde habías descubierto a los primeros ingleses en el profundo sueño de los cleppers. Todos mirando al oeste con sus “in memorian” tallados en tablas de ultramar. Al tanto, por el plano, yo sentía voces en chino, griego, alemán, italiano, español y por supuesto de tantos peruanos con cuyos descendientes todavía podemos compartir nuestras mesas.

Estas sepulturas medias carbonizadas que vimos en el fondo, ahora sabemos que eran de los apestados por la bubónica del año 1913. Los quemaban en el horno del Lazareto, en la terraza al suroeste de la entrada del cementerio, y los trasladaban al fondo del cementerio donde están las últimas cruces. Sé que este lugar tiene un valor muy especial para ti.

Estaremos de acuerdo que los nortinos sentimos a los muertos como algo muy cercano: ¡esa necromanía tan nuestra de ir visitando cementerios ajenos! Los tratamos con menos formalidad porque vivimos porque vivimos junto a ellos. Sabemos que no desaparecen como en el resto del mundo. Están más delgados, disecados, vestidos como a la espera de algo o alguien. Compartimos un mismo paisaje a lo largo de las travesías del desierto. Es verdad, nos acostumbramos a vivir con la idea cierta que hay más ruinas y muertos que ciudades y vivos… pues ya, aceptemos que para los iquiqueños el acto de morir es un ritual mitad sacralidad mitad festividad de antiguo ancestro. Mucho de dolor y algo de divertimento. Cuando muere el hombre sencillo con virtudes públicas, decimos “¿que has sabido del negro González…?” “se fue con los pies adelante por la calle Zegers, atrás de la Banda del Litro”. Pero cuando los muertos han dañado el alma de  Iquique, entonces los funerales son epopéyicos y sus mártires se llevan en anda como a la “china” del Carmen. Así fue con los caídos en Santa María y en Pisagua: se veían ancianos agitando banderas chilenas sobre los techos de conchuela…

Esa forma tan iquiqueña de enfrentarnos a los vuelos rasantes de la “pelá” la aprendimos desde niño en los entierros del carnaval morrino. Te acuerdas esa vez que volvíamos de noche de Cavancha y había una mujer abatida en el camino. Bajamos súbitamente para salvarla y era Pedrito Faúndez, la “viuda” de la comparsa, después de tragarse dos ráfagas de vino (lee garrafas). Fue en ese tiempo cuando salió un funeral formal, deteniéndose en Juan Martínez con Tarapacá. Allí mismo se abrió el ataúd y Chicote como de un resorte bailó y cantó la cumbia con el texto más existencialista de todos: “tanta incomprensión, tanta alevosía el cuerpo después de muerto va a parar a la tumba fría…”.

Así es, mi querido amigo, platicabamos de esta singular idea de la muerte, cuando no se bien porque causa me hablaste cerca de Playa Blanca (de regreso del cementerio), sobre el desembarco del ejército chileno por el año 1879. Tienes que aclararlo. Creo más bien que ambos estábamos muy compenetrados de la campaña de Tarapacá a raíz de que Patricio Advis, en vez de parir edificios estaba asumido con un cucalón original a conocer la batalla de Tarapacá minuto a minuto, ¿verdad que sus relatos con los tartamudeos era como estar en el campo de batalla?

Fue entonces cuando “observamos” el desembarco chileno bajo la balacera y admiramos la toma del cerro de Pisagua (alto y blando) como el ascenso más dramático y heroico de todo lo conocido. El Morro de Arica fue comparativamente un ejército correcto y rápido de campaña…

Cuando te llevaron vendado al cementerio no lograste ver los hitos blancos que marcan la subida de las tropas de asalto hacia la pampa de Alto Hospicio. Recién supe que allí en la pampa, cerca de la cancha de aterrizaje, había un sector con múltiples montículos que corresponden a los guerreros chilenos y peruanos muertos en combate cuerpo a cuerpo. Una placa metálica antigua, tenía grabado el siguiente texto: “gloria a los héroes de Pisagua”. Guerreros verdaderos entre iguales. Los oficiales chilenos ordenaron sepultar a vencedores y vencidos en Alto Hospicio, hicieron otro tanto en la terraza que domina Playa Blanca, luego más arriba en el Alto del Cerro Pequi y en otra fosa, abierta en el montículo donde hoy se encuentra la torre del reloj.

Veo que esta carta se alarga demasiado pero era necesaria. Tú sabes mejor que yo lo sucedido en el siglo XX. La crisis salitrera y el abandono de su gente fue abatiendo a Pisagua hasta verla así desfallecida en el año 1971.

Esa cárcel construida en el año 1910 más parecía un inocente internado de Escuela. Me miraste algo extrañado: “¿fue aquí?”. Preguntamos. Caminamos hacia el Retén de Carabineros (no el actual) y se nos dijo que desde allí hasta la estación de ferrocarril estuvieron las barracas de los presos políticos. Nos pareció increíble: vivían junto a sus familiares. Te canté sin ganas eso de la “sangre del pueblo es como un rojo clavel que llevará a Gabriel al sillón presidencial”… se lo había escuchado cuando niño a un viejo comunista. González Videla los llevó a Pisagua entre los años 1947-1948. Ibáñez del Campo en 1956 reactivó el campo por solo dos meses con “zurdos” y “diestros”. Todos fueron liberados y obviamente ninguno ejecutado.

Pero la imagen de Pisagua nos persiguió en el Tacnazo. Estabas en Antofagasta cuando culminábamos el Primer Congreso del Hombre Andino. Te pregunté sobre las Barracas de Pisagua. Tu respuesta tuvo la firmeza de un estornudo: “saldré más educado políticamente…”.

En fin, llegó tu carta, la foto, el golpe del 73 y todo lo que viviste será recordado por tu familia. No debes responder ahora.

En una “catacumba” del sótano de la cárcel te despediste de tu hermano “Pichón”. Después los llevaron hacia la capilla. Te subieron vendado al jeep. Los bajaron en la puerta del cementerio. El capellán te tomó del brazo y comenzó su letanía por el camino del centro del cementerio, aquel que hicimos el año 1971 (¿por quién realmente rezaba el capellán?)…

Perdóname que trate de resumirte lo que no viste. Pasada la pirca, al fondo del cementerio, en una canaleta de un desagüe natural estaban los ocho fusileros. A tu derecha un oficial con el brazo alerta. Junto a tu lado izquierdo la letanía del capellán. Así te ataron al durmiente con el cerro a tu espalda. A pesar de tantas torturas se te veía erguido, muy delgado y joven, con ese mentón desafiante más acentuado por la barba rasurada y el pelo corto.

Estabas ahí como clavado a un escenario azul y húmedo de los amaneceres de la costa. Esa bruma pegajosa te rozó las vendas. Sentiste luego que algo sucedía por tu mejilla izquierda. Eran los rezos que se alejaban lentamente. Sabemos en qué pensabas. El oficial bajó el brazo…

Ahora eres tú quien está enterrado en algún lugar de Pisagua. Así, extendido entre dos sacos de carga, si está completo, a la espera de tus arqueólogos amigos…

Más atrás del oficial había una fosa rectangular donde yacían los fusilados que te precedieron cubiertos con algo de tierra. Los que ejecutaron después los arrojaron, allí, como sería de esperar. Entonces: ¿por qué a ti con los que cayeron ese día los trasladaron a otro lugar?

El arqueólogo Olmos excavó la fosa. Vine a ayudarle, pero tú no estabas. Quedaban allí las pequeñas cruces y florcitas artificiales que los soldados enterradores ofrendaron con respeto clandestino. Con Olaf, Carlos y Varela te hemos buscado sin acertar el escondrijo. A lo menos deberías estar orgulloso: Eres un muerto peligroso.

Esperamos que estés junto a Sampson, Fuenzalida y Ruz conduciendo una reunión a todo calibre como en tus mejores tiempos del Pedagógico. Tal vez no apareces porque deseabas tanto encontrarte con Larraín. Debió ser un encuentro magnífico. Sin comentarios. A su haber está el hecho de que una vez consumada tu ejecución hizo formar a los prisioneros y reconoció tu valentía. Considéralo. No está demás preguntarle por qué ahora ya no se estila dar sepultura y honor a los vencidos en “guerras” desiguales.

Yo sé que ahora tienes claro toda la discusión: autocrítica, Ginebra, vicaría, Plan Zeta, fanatismo, amnistía, crímenes contra la humanidad, fiscalía, fosas ilegales… Está bien, al margen del debate, danos una señal para encontrarte y llevarte por fin a un cementerio más formal. Debo acaso recordarte que los iquiqueños vivimos entre la sacralidad y el humor. Cuando te pensamos, ¿hacia dónde dirigimos nuestras copas?. reconsidéralo.

Por todo lo sucedido nos queda claro que toda matanza que deliberadamente oculta gentes, por su voluntad inhumana es un anatema flagrante. Debe ser constatado a través de la arqueología de fosas, con su derivación natural: la antropología forense. Es decir, cada vez que la intolerancia conduzca al exterminio habrán ejecuciones masivas. Nadie está exento de la barbarie del fanatismo. Nadie podría decir de esta fosa no beberé. Ojo amigo: la humanidad vive un proceso civilizatorio esencialmente inconcluso.

Veamos algunos casos. En el Perú hay fosas con militares y otras con senderistas. En Argentina solo una contenía a más de doscientos civiles disidentes. Las de Chile comienzan a conocerse y sabemos quiénes están allí. Ya, al menos los de Pisagua y Calama. En el campo de Auschwitz los abatidos eran judíos. En Lidice los nazis por venganza acribillaron y enfosaron a una población de mujeres, niños y hombres, al azar…

Agrega este dato que es nuevo para ti. Se acaba de reconocer en la Unión Soviética que por orden del mariscal Stalin, vencedor de los nazis, algunos generales stalinistas dieron orden de acribillar a quince mil militares polacos en los bosques de Katyno, (región fronteriza Polaca-Ucraniana). Están aún en sus fosas…

Esto era lejos el secreto militar más rigurosamente guardado por la élite stalinista-comunista. Pero ya ves, la verdad como la ebullición es un proceso lento que cuando se desata hace brincar a los victimarios hacia los verdaderos tribunales. Me parece que algo de esto lo he leído en la Biblia. Si es así, sería palabra de Dios y yo creo en la Vicaría. Pero también en el nombre de la Divina Providencia…, ya se han ejecutado a muchos inocentes. Esto no está claro. Indágalo.

Mi querido amigo, creo que deberías mandar un “propio”, una señal. Haz lo que quieras, canta la llorona a las 4 AM o persuade a tus enterradores para que señalen el lugar. Es cierto, ellos podrían ser más efectivos que Nelson, el inteligente Juez de Pozo y de Hernán el buen Ministro en Visita, y que todos los arqueólogos juntos. Si los jóvenes soldados que te trasladaron al “cementerio privado” tienen conciencia, o mejor si aspiran a vivir en paz, que entiendan que la justicia y la ciencia ya hicieron lo suyo, ahora es el tiempo de las conciencias… Para luego acceder a la justicia definitiva.

Me temo que sea esto una de tus últimas brotes de bella rebeldía, sea como fuere, falta aún la última excavación, la que te llevará al país del silencio definitivo. Allí al final todos beberemos la más larga noche, “por horas, días, años, edades ciegas, siglos estelares”. Neruda, es cierto, se que te gusta. Dónde estás enterrado ahora, Pablo que anda por ahí buscando camarones, te dejó este verso:

“Era lo que no pudo renacer

un pedazo de la pequeña muerte

sin paz ni territorio:

un hueso, una campana que morían en él…”

En suma, deseo que entiendas mi naturaleza: yo soy arqueólogo y creo en los ritos funerarios. Ni los Dioses determinarían sus prohibiciones. Sería su propia negación. El genio de Goethe con su Mefistófeles, es un sainete trasnochado. Los círculos del infierno de Dante son meras entelequias. Los monstruos del Mare tenebrosum son ángeles barrocos en el confesionario… Quienes lo ordenaron son series de otra especie cuya raciología se desconoce. Bien Pete, querido amigo: morrino, iquiqueño, bailarín moreno, geógrafo, político, esposo, padre, fusilado y reivindicado, hasta muy pronto.

 

Avísale.

 

Dr. Lautaro Núñez Atencio

El Wagon

Thompson 85

IQUIQUE

 

PS.: Giny vino a encontrarte. Está bien y muy fuerte. Tus hijos bellísimos y talentosos, tu hermano Pichón te ha escrito otras cartas.

Otrosí: te recuerdas que Raúl Hidalgo sugirió en una amanecida que Paul Gauguin vivió en Iquique en la casa de las Bienlancic (Aníbal Pinto con O”Higgins y Zegers). Es cierto. Leímos a Pyró y debió pasar un segmento de su infancia en algún lugar iquiqueño de la Puntilla enfrentando a amaneceres luminosos. En relación con la casa de Aníbal Pinto, Hidalgo reconoció públicamente que fue el efecto de un “Casillero del Diablo” cosecha 1983. Advis está al tanto, lo verificó en un archivo que guarda en un tabique. Verónica Cereceda con Gabriel Martínez y aquel carabinero de la calle Baquedano te recuerdan mucho, a raíz de esa vez que hicimos la marcha de protesta entre seis ciudadanos con pancartas alusivas al iceberg impertinente y ridículo. Aquel que sería remolcado desde la antártica hasta la caleta Infochi (El Morro), para saciar la sed de los habitantes del desierto más seco y bello del mundo…

Lautaro Núñez Atencio

Arqueólogo, Doctor en Ciencias Arqueológicas por la Universidad de Tokio y Premio Nacional de Historia (2002). Actualmente es docente titular del Instituto de Antropología y Arqueología de la Universidad Católica del Norte, en San Pedro de Atacama.