VIDA, PASIÓN Y MUERTE EN PISAGUA

“Iquique lloró a sus muertos, por la sencilla razón de que esos muertos eran nuestros muertos, vecinos, amigos, profesores, compañeros de idealismo. Sus nombres, vivieron con los nuestros en la escuela, en el club deportivo, en el barrio, en el liceo o en el ‘Camino’ en Cavancha o en los paseos de domingo en la Plaza Prat. Sus vidas cotidianas la tuvimos que confrontar con la muerte nada de cotidiana. Cuando los enterramos, nos fuimos un poco con ellos también”, escribía el sociólogo Bernardo Guerrero en agosto de 1990, recordando su participación en las excavaciones forenses iniciadas en Pisagua tras el hallazgo de una fosa común con cuerpos de prisioneros políticos asesinados por la dictadura cívico-militar chilena entre septiembre de 1973 y febrero de 1974. Al cumplirse treinta años desde este hito en la historia del norte, reproducimos el ensayo escrito por Guerrero como introducción al libro Vida, pasión y muerte de Pisagua (1990), que durante la transición buscó reponer la memoria incómoda de un territorio marcado por la muerte y el terrorismo de Estado.

por Bernardo Guerrero Jiménez

Imagen / Cementerio antiguo de Pisagua en 2008. Wikimedia Chile.


“He vuelto a Pisagua. ¡Qué cosas extrañas cuenta el silencio de esta ciudad en agonía! Porque Pisagua muere calladamente, allí ante el soberbio espectáculo de un mar azul como ninguno, y de la majestuosa bahía que lo encierra. Conocedora de su irremediable destino, desea que la muerte la encuentre engalanada”. Así escribió, Alfredo Wormald Cruz en su Historias Olvidadas del Norte Grande, acerca de Pisagua.

Pareciera que este puerto o caleta como quiera que se llame, ha logrado cautivar, en una especie de macabra vocación a la muerte. Alguien ha dicho que en Pisagua hay más muertos que vivos. Incendios, peste bubónica, maremotos, etc., han contribuido a ello. Pisagua Puerto Mayor de la Muerte parece ser su verdadero nombre, independiente de lo que quiera decir en otra lengua.

Me tocó subir un día miércoles 6 de junio de 1990 a Pisagua, llevando algunos implementos como carpas, sacos de dormir, lámparas, cocinas y otros pertrechos que hicieran posible que un grupo de hombres pernoctara de modo mejor en ese puerto. Se estaba cavando una fosa en busca de nuevos cuerpos de prisioneros políticos asesinados entre septiembre de 1973 y febrero de 1974.

En el trayecto a Pisagua y en el lugar mismo de los sucesos, me fue madurando la idea de escribir algo acerca de Pisagua que ayudara a que este negro episodio no volviera a suceder nunca más. Siempre la letra impresa ha de perdurar por el tiempo. Por eso, un libro acerca de Pisagua ha de cumplir la misión de perpetuar el dolor, la gloria y la esperanza de ese puerto-caleta. Pero, se hace necesario también saberlo todo acerca de Pisagua. Aunque ese “saberlo todo” suene a ambición desmedida.

Fosa común en el cementerio de Pisagua, 6 de junio de 1990. Fotografía de Octavio López. Cortesía de Bernardo Guerrero

 

¿Qué sabemos acerca de Pisagua?. Creo que muy poco, y lo que sabemos siempre está en relación a hechos puntuales y dramáticos. Y si son estos hechos puntuales, conocemos solo situaciones fragmentadas, producto de la situación o ubicación de quien la cuenta. Chile y el norte grande de la patria, reclaman conocer la biografía social del dolor y la esperanza de este Pisagua, que vive de espalda al cerro y al mar, pero que siempre ha sabido estar a la hora puntual cuando la historia lo reclama. Aun cuando esta puntualidad signifique la muerte para los hombres.

Un libro pretende cumplir esa misión: develar los principales hitos históricos en la que se ha visto envuelto Pisagua. Y decimos pretende, por la sencilla razón, de que un puerto-caleta como éste, abriga muchas más historias que las que aquí se esbozan. En ese sentido, éste sigue siendo, afortunadamente, un libro incompleto. Digo afortunadamente, porque a todas luces, hace falta más investigación arqueológica, histórica, arquitectónica, sociológica, etc. y este estudio, debe ser encarado bajo la premisa de que el conocer ayuda también al que el tan apreciado “nunca más” sea una realidad, y no solamente una consigna.

Este es un libro que tiene un doble componente. Por un lado, es histórico, y por el otro, testimonial. Y hemos querido combinar esos dos aspectos por las mismas características de lo que ha ocurrido en este puerto-caleta. Hemos querido rescatar el análisis histórico, como un modo de entregar al lector una visión sistemática de los principales hitos históricos por el cual ha pasado Pisagua.

En este sentido el trabajo de Lautaro Núñez A., logra esbozar con amena prosa, lo que ha sido Pisagua desde la prehistoria hasta hoy: una continum de cementerios. En carta a Freddy Taberna nos lleva de la mano por la historia, donde junto a este dirigente socialista, morrino e iquiqueño, buscaban otros muertos. Lo insólito de la vida, hace que Lautaro Núñez busque ahora a su amigo entre tantos muertos.

Cuando el sábado 10 de junio de 1990, las campanas de la Catedral doblaron por los muertos de Pisagua, esas campanas tuvieron el sabor de la sal de la pampa y del mar de ese puerto. Fueron campanadas de dolor, pero también de alegría. De dolor, por cuanto la duda se convertía definitivamente en certeza bajo la palabra muerte. De alegría, por cuanto el peregrinar había llegado a su fin, y en consecuencia, gracias a la democracia, los muertos de Pisagua desfilaron por última vez por sus calles: Obispo Labbé, Tarapacá, Vivar, Zegers hasta llegar al Cementerio N° 3 justo al lado del regimiento Telecomunicaciones, donde casi todos ellos pasaron sus primeras horas detenidos, acusados del “delito” de querer cambiar la sociedad.

Ese fue un peregrinar que sirvió para expiar las culpas de todo un pueblo, que aun no logra sobreponerse de tanta barbarie. Ese día Iquique entero se desgarró entre el dolor y la impotencia. El dolor que sus profesores como Humberto Lizardi o de sus obreros como Germán Palominos hayan sido asesinados. La impotencia de que sus asesinos sigan gozando de buena salud, lamentándose tal vez de su desidia al permitir que se descubriera la fosa.

Iquique lloró a sus muertos, por la sencilla razón de que esos muertos eran nuestros muertos, vecinos, amigos, profesores, compañeros de idealismo, en fin, sus nombres, vivieron con los nuestros en la escuela, en el club deportivo, en el barrio, en el liceo o en el “Camino” en Cavancha o en los paseos de domingo en la Plaza Prat. Sus vidas cotidianas la tuvimos que confrontar con la muerte nada de cotidiana. Cuando los enterramos, nos fuimos un poco con ellos también.

Pero más allá de la injusta muerte de ellos, se nos impone como un deber la lección que tenemos que aprender, para que de ese modo no volvernos a tener que lamentar tanta muerte, tanto dolor, tanta injusticia. Esa es una tarea que todos, hombres de izquierda y porque no decirlo, hombres de derecha no comprometidos con la barbarie, podamos mirarnos a los ojos, y ser capaces de sacar las lecciones que la historia y nuestros hijos algún día nos reclamarán.

Frente a ello, creo que la justicia, la verdad y el castigo, por muy dolorosos que sean, es la mejor lección para ello. Parecemos que vivimos tensados entre una suerte de “realismo político” y de “excesiva ideologización” cuando tratamos temas como el de Pisagua. Y pareciera que ambos extremos han de ser necesariamente poco viables para el afán de aprender del dolor.

Este “realismo político” que nos hace pensar que cualquier acción de enjuiciamiento a los responsables de esos crímenes pueden poner en duda nuestro frágil sistema político democrático, nos hace demasiado dependiente del fantasma del golpe de Estado, que vive agazapado en cada cuartel. Este “realismo político” conduce más que nada a la inmovilidad, y favorece, por supuesto, a los sectores comprometidos con estos crímenes.

Por otro lado, y casi como respuesta a lo anterior, la “excesiva ideologización” reclama la verdad, la justicia y el castigo, pero, casi olvidando el marco político en la que se inscribe la vida nacional. De allí que muchas de sus propuestas válidas en lo ético, se convierten en inviable en lo político. El rol del gobierno de la Concertación es, pues, de suyo complicado. Anclado en su “realismo político”, pero sabedor de los costos que implica no hacerse cargo de corregir la violación de los derechos humanos, por lo mismo que su bandera de lucha fue ésa, se ve doblemente amarrada, primero por lo que prometió, y segundo por tener que gobernar en un ambiente de amarras.

Pareciera que por ahora, independiente de las consideraciones anteriores, la cultura de izquierda necesita, para su crecimiento y consolidación, asumir la experiencia de Pisagua, no necesariamente como una experiencia traumática, sino más que nada, como una experiencia que la ha de marcar para su enriquecimiento como fuerza social, política y moral.

“He vuelto a Pisagua. Sus habitantes no alcanzan a la centena. De los muelles apenas quedan los restos de uno. Muchos años que no entra un barco. Las aguas azules de su bahía solo mecen a dos maltrechos botes pescadores. Todas las semanas debe ir el camión municipal a Iquique en busca de alimentos. Pero, desde hace más de un siglo, allí, en la cúspide de la elevada torre, está el reloj. Indiferente, sigue haciendo vibrar sus campanadas con la alegre sonoridad de las épocas venturosas, sin advertir que a sus pies muere Pisagua, con la elegancia y señorío que corresponden a un Puerto Mayor”. Otra vez Alfredo Wormald Cruz y sus Historias Olvidadas del Norte Grande.

Tal vez, ese mismo reloj, guarda en sus ojos de fríos números, y en su corazón puntual, el secreto donde yacen los restos de Freddy Taberna, José Sampson, Juan Antonio Ruz, Rodolfo Fuenzalida y Michel Nash, y de otros que tal vez lo acompañan en ese sueño macabro que empezó esa mañana del once de septiembre 1973. Seguimos esperando que sus campanadas nos orienten para de una vez por todas encontrarlos.

 

Pisagua y su memoria política

Bernardo Guerrero Jiménez

Sociólogo, Doctor en Ciencias Socioculturales por la Universidad Libre de Amsterdam y docente en la Universidad Arturo Prat (UNAP). Dirige también el Instituto de Estudios Andinos Isluga UNAP y actualmente preside la Fundación CREAR en Iquique.