¿Y después del plebiscito? A propósito de la unidad política de la clase obrera

Por lo tanto, hoy todo posicionamiento positivo sobre el qué hacer, debe arrancar de la crítica a su hacer táctico existente, a los modos de posicionarse en la producción de esa unidad y a los resultados producidos por su acción. Si el plebiscito es expresión de una fuerza todavía débil, incapaz de tomar el poder político o siquiera tirar al gobierno en curso, habrá que preguntarse por las acciones que mediaron efectivamente la construcción de una fuerza que, a la hora de su prueba efectiva, demostró ser limitada como forma de potenciar la capacidad de lucha política obrera. Problema que apunta entonces hacia las fuentes de su fuerza y si aquello que se hizo permitió o no avanzar en potenciar su capacidad transformadora. Pero, sin más poder que el ser una fuerza económica, la clase obrera sólo podrá contestar esa pregunta si conoce sus propias determinaciones como tal fuerza.

por Gabriel Rivas

Imagen / Celebración por el triunfo del Apruebo en Concepción, 25 de octubre 2020, viciovillano. Fuente.


“No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aún el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser. Su finalidad y su acción histórica le están trazadas, de manera tangible e irrevocable, en su propia situación de existencia, como en toda la organización de la sociedad burguesa actual” Marx y Engels, La Sagrada Familia

 

Arrancando de sus formas más inmediatas, el triunfo del plebiscito abre un escenario que pone el problema del poder y de su organización política delante de la clase obrera bajo n modo específico nuevo. La considerable participación en términos cuantitativos muestran un cambio cualitativo en sus formas de acción. Tan marcado fue el cambio que hasta los anarquistas fueron a votar. Después del 18-O este sector movilizado de la clase obrera busca multiplicar sus modos de acción, ampliar su set de tácticas. A pesar de que algunas de sus direcciones estuvieran reñidas con los métodos electorales, los sectores movilizados usan las urnas como medio de lucha política.  De lleno abocada a los conflictos de la vida pública, la clase obrera movilizada desde la huelga general política de noviembre, sin dejar totalmente la calle, avanza un paso mas en obligar a las clases y fracciones obreras rivales a establecer un nuevo marco de negociación el cual tiene a la votación del 25 de Octubre como su primera sanción legal.

En lo inmediato, para el conjunto de la clase obrera parece abrirse el camino para avanzar en la “justicia social”, en el “reparto equitativo”, en “la nivelación de la cancha”. Pero si esto es el supuesto inicio de una nueva distribución de la riqueza ¿Cómo se impone dicha necesidad económica?, y luego ¿Qué escenario genera esta votación histórica? ¿A qué abre paso? ¿Qué desafíos le esperan a la clase obrera quien, con su acción, ha dado curso a una nueva serie de contradicciones? Contestar la primera pregunta demanda un rodeo más largo y que quedará planteado como desafío al final, pero conecta con el problema que se desprende si avanzamos sobre las demás cuestiones planteadas. Dicho de otro modo, será la misma pregunta por la potencial de la forma que nos lleve a la pregunta por su contenido material. Lo que pasó el 25 de octubre, por su magnitud, abre obligadamente un nuevo debate táctico dentro de los diversos agrupamientos obreros. No sólo de quienes buscarán entrar en el proceso, sino también de los que decidan no hacerlo o bien caigan en el campo de batalla de la competencia por acceder. Negar la relevancia del nuevo espacio político sería negar el elefante en la habitación. Pero, también lo es no ver la forma que tomará la lucha intestina que supone su realización como nuevo escenario.

Poder contestarnos sobre nuestra conducta táctica no es algo inmediato, sino que implica arrancar del resultado de las acciones anteriores  que imponen el nuevo escenario. Si bien toda acción política se presenta bajo la urgencia de la coyuntura, como la resolución de una contradicción inmediata, ella misma no se agota ahí. Fue Hegel el primero en poner en evidencia que “en la acción inmediata puede darse algo más de lo que se da en la voluntad y en la conciencia del agente”, al punto de que “la sustancia de la acción, y con esto, la acción misma, se vuelve contra aquel que la lleva a cabo, convirtiéndose en una reacción en contra suya que lo quebranta” (Hegel, Lecciones de la filosofía de la historia). Si bien con este texto no es posible dar con precisión con “la sustancia de su acción”, nos limitamos a indicar cómo aquello que la enfrenta como un problema táctico no es sino el producto de su propia acción, transformándose ella misma y abriendo una serie de cuestiones organizativas claves y sobre las cuales esperamos poder decir algo.

 

La fuerza política de la clase obrera y la salida plebiscitaria

La movilización de Noviembre del 2019 impone un pacto entre las distintas facciones de la clase obrera -que comprende a los obreros a cargo de la gestión estatal- y los capitalistas a través de una fuerza que no necesitó más que su manifestación extensiva, su número, para imponerse. El divorcio declarado entre la mayoría de la clase obrera frente a los demás “grupos de interés”, obliga a una nueva negociación. Pero, la huelga general de masas que tiene su potencia en el simple hecho de ser fuerza de mayoría en un actuar conjunto  -con el copamiento de las calles como principal demostración de fuerza política-, se topa con el límite que tiene como táctica. Puesto sobre la mesa su poder como clase mayoritaria de la sociedad, se topa con el límite de su forma. La masividad callejera no puede ser sujeto de su propia acción sin un órgano independiente, producto de su actividad consciente y organizada con capacidad de negociación. Pero la clase obrera, movilizada, pone también a los partidos -el órgano más adecuado para la tarea- como adversarios políticos. Los ve como aparatos burocratizados, a cargo de profitar de la gestión estatal, un conjunto de grupos privados más enfrentado a ella, al resto de la clase obrera, reconocida para sí misma como aglomeración indistinta de grupos también privados, pero que no usufructúan del aparato público. Dicho de otro modo, la clase obrera que salta a la lucha política se enfrenta a los partidos ya existentes agrupada como “pueblo”. “¡Los partidos no son asunto del pueblo!”, parece clamar. Pero se olvida que los partidos también son obreros y agrupan a más de alguno. Este diferenciarse de los partidos excluye, entonces, la realización cualitativa de su propia fuerza. Su virtud, su masividad, choca entonces con la forma jurídica necesaria para llevar adelante la asamblea constituyente, aparente contenido motor de la movilización. “Unidad Social”, quizás lo que más aparentaba ser organización política propia con intenciones de darle unidad, fue más bien impotente y estalló, incapaz de conciliar al conjunto de facciones. No logro ser más que una aglomeración partidista. Como conjunto de organizaciones particulares, no dejaron de ver en las otras también particularidades. Pero, a pesar de sí misma, la necesidad política de la clase obrera movilizada se abre paso como un acuerdo de “la elite” -extendida a algunos sectores del FA- que tenían un vínculo aparente igual de exterior. La “clase política” sólo podía estar aterrorizada por la fuerza de la clase obrera que, sin dirección con la cual poder negociar, aparece como “el terror”, una fuerza abstracta e indómita. El “procedimiento plebeyo” para ajustar las cuentas con sus rivales (Marx, Nueva Gaceta Renana) se vuelve la principal palanca de negociación. Mutuamente ajenos el Pueblo y el Estado se imponen a través del otro su propia dependencia social. Pero ninguno ve en el otro un modo de su propio accionar: la clase obrera legitima el proceso, sin que ello excluya despreciar a quienes lo gestionan. Es más, los obliga a las patadas, movilizada. Quiere sus cabezas, pero sin llegar a decapitar a muchos en el camino.

En resumen, es el límite de la forma de acción política propia de la huelga general la que explica el “Acuerdo Por la Paz Social y la Nueva Constitución”. No es tanto “la traición” o la firma a “espaldas del pueblo” que brota del intento de “la clase polític” por salvarse (aunque también eso, ya que la política sin pasión, sin interés personal realizado, es inexistente), como la imposición de una forma que tuvo más fuerza para hacerlo, en contra de sus formas alternativas que le compiten como potencialidad histórica. ¿Pero por qué se logra imponer una de las formas? No es posible saberlo de inmediato, no hay nada en la forma que grite directamente su necesidad. Si la dice, está ya realizada y todo se muestra invertido. Y es que si todo lo que es se redujera a su apariencia, no haría falta la ciencia.

 

La débil fuerza de la fragmentación y una autocrítica pendiente.

Ahora bien, logrando girar el escenario, poniendo una nueva diferencia cualitativa en la mediación de su acción y de las demás clases, se ha dado cuenta de su fuerza política. Pero queda preguntarse ¿en qué situación llega a esta nueva escena de su propio teatro? Chile no está excluido del proceso de fragmentación de la reproducción de la clase obrera que se impone como tendencia desde 1970. Antes de las reformas que suceden a lo largo de la mencionada década y la posterior, aspectos como la salud, la educación y otros beneficios que median su reproducción eran entregados directamente por el Estado, a precio de costo, subsidiando directamente a los capitales nacionales. Centralizada en el Estado su gestión, como resultado de la lucha política, esta última estaba concentrada en igual escala. La clase obrera intervenía directamente con partidos en el aparato estatal que mediaba su reproducción. Esta Centralización crece junto a la expansión de la participación política de la clase obrera en el Estado, desde el Frente popular (1939) hasta Allende (1973). Después de las reformas, habiéndose transformado la base industrial -siempre traccionada por los cambios en la nueva división internacional del trabajo-, la reproducción de la clase obrera se fragmenta[1]. En lo inmediato, al cambiar cualitativamente la demanda por fuerza de trabajo y al descentralizarse su producción tiene lugar su diferenciación. A partir de ahí, la fragmentación de la vida social, la llamada “mercantilización” de la vida, no es sino la expansión cuantitativa de una contradicción que es propia de la organización privada del trabajo y la consecuente fragmentación de la clase obrera que emerge como una necesidad propia de la reorganización de la división internacional del trabajo. No se trata de “un modelo” contra otro sino de las transformaciones en la organización mundial de los modos en que el capital produce la clase obrera y la especificidad que toma cuando el espacio nacional en cuestión se reproduce de manera sostenida sobre la base de renta de la tierra[2]. La novedad que se impone desde entonces no es el absurdo de que la contradicción dentro de la sociedad haya sido suprimida -y con ello la política- sino que cambió su forma, apareciendo hoy como una multitud de conflictos apartidistas. La competencia (y con ello la política) nunca dejaron de existir. Sólo se fragmentó. La pérdida de centralidad del Estado en su reproducción determina la pérdida de importancia relativa de los partidos políticos como órganos consustanciales o propios de la reproducción normal de la clase obrera y la expansión de la población sobrante limita y restringe a ciertos sectores obreros su capacidad de organización sindical. Crece la desafección política hacia los gestores del representante político del capital social (el Estado), la clase obrera se organiza “sola” y sólo al nivel capilar de la sociedad civil. El Estado parece que se aleja cada vez más, pero la movilización obrera logra sujetarlo a través de su lucha política que florece alrededor de la administración “flotante”. Establece durante todos los ´90 y los 2000 luchas políticas parciales. La generalización de las mismas alcanza su frágil unidad general en la consigna por la Asamblea Constituyente y su enfrentamiento a los partidos en su conjunto -caracterizados como un grupo de interés más-, quienes se limitan a esperar tras bambalinas su momento.

Es esta fragmentación la que explica el que, habiendo dado la espalda a sus propias formas superiores[3] de organización de la vida política como son los partidos, la clase obrera movilizad estalle en una serie de efervecentes organizaciones “civiles” al momento de intervenir en el curso de la vida Estatal, junto a los partidos (que siguen siendo sus partidos, aunque no lo quiera) y demás organizaciones existentes. Asociaciones privadas agrupadas según diversos criterios que rigen el interés de cada quien, son la base -junto a las simples familias- de la organización de la fuerza social que conforma la huelga política que se impone en noviembre. Como ya dijimos, esa fuerza que alcanza un nuevo triunfo político, se enfrenta ahora a sus enemigos en el proceso de formación de una instancia constituyente; de un rin formal para mediar la fuerza puesta en la calle y en el parlamento. Ahora tendrá que entrar en un nuevo campo de lucha política que, en su forma concreta, brota como un enfrentamiento por el acceso a los puestos desde los cuales se abrirá la disputa por el nuevo margen constitucional y para ello debe organizarse como partido. Enfrentada a sí misma como fracción de múltiples intereses, a las demás fracciones y representantes de los capitalistas, la competencia no puede sino ser feroz. La violencia como fuerza económica rápidamente florece como realización jurídica. Pero la vieja forma jurídica que da curso a la nueva, la calle como espacio público, como el ágora en las entrañas del Estado, se choca con su propio contenido al ser incompatible -inmediatamente- con el nuevo envase político que florece de los combates. Pero, considerando que habrá sectores que seguirán recurriendo a la calle, habría que decir, más exactamente, que las formas jurídicas se han multiplicado y a la lucha callejera y al parlamento se le agrega un nuevo frente. El triunfo unitario del plebiscito deja ver el contenido -su fragmentación- en lo multiplicado no sólo de sus organizaciones, sino también de los espacios de lucha política. El reordenamiento táctico se impone en el enfrentamiento de la clase obrera contra sí misma y los capitalistas. Pero, al mismo tiempo, descubrimos que llega al combate debilitada por su propio éxito político. Nuevamente ¿Por qué es débil? o, dicho de otro modo ¿Porta la clase obrera potencia alguna que le permite superar su fragmentación? ¿Dónde está puesta su potencial unidad?.

 

¿Por dónde seguir? Poder político y programa

Dicho de modo sintético, el resultado del plebiscito impone un espacio de deliberación política nacional que, por su naturaleza, demanda la delimitación cualitativa de los actores políticos. Demanda su organización como partidos, no como organizaciones políticas apartidistas. Lo que hoy existe está obligado a reinventarse. La competencia indirecta, realizada en su forma directa, como política, ha tomado un nuevo curso. Si lo que se pretende es entrar en el aparato a cargo de un nuevo régimen constitucional, no existe otro modo. Las alternativas que optan por posicionarse desde fuera, en este caso concreto, parecen sólo confiesan su fetichismo, sin ver que es la misma lucha política callejera la que ha dado un salto. Seguros de que serán totalmente aplastados, prefieren marginarse y marginar a otros con ellos. Pero el nuevo escenario es ineludible, lo que obliga a una reformulación táctica de todos los agrupamientos políticos de la clase obrera. Incluso si no reconocemos más realidad que la de un engaño, esta llega a ser tan grande que nos obliga a actuar al menos como si de algo real se tratara. La nueva contradicción se impone como una práctica. La acción política de la clase obrera le plantea una nueva necesidad: reorganizar sus actuales formas de acción. La necesaria delimitación cualitativa pondrá sobre la mesa la capacidad de la clase obrera para sostenerse en su aparente unidad política. Su efectiva unidad de propósito plasmada en el genérico “Apruebo” aparece en su verdad, como una consigna genérica que anida contradicciones por venir. Unida en el plebiscito, desde el 26 de octubre da rienda suelta a la multitud de intereses que empujaron por alcanzar la meta ya consumada. Pero la rueda que mueve a la lucha de clases no se detiene. Ahora, mientra baja la polvareda, se abre la pregunta por las condiciones de la unidad y de las alianzas. Por las propias fuerzas y las ajenas. Quien compita tendrá que dar muestras de lo que es como fuerza organizada, enfrentada a todo aquello que la clase obrera produjo para sí misma como forma de su acción política, como son sus viejos y actuales partidos con sus programas que agrupan. Y si es una fuerza que se pretenda consciente de sus capacidades y límites, no puede saltarse la pregunta por su misma fuente. Fuerza material, la política no se puede saltar entonces la pregunta por su propio ser social, fuente de su poder y su capacidad para negociar. Siempre y cuando no sólo se busque ensanchar el quiosco para subirse al carro de las nuevas instituciones, la pregunta por su fuerza material, por su ser determinado es punto de partida obligado para quien quiera dar un paso adelante.

Para nosotros, la discusión del contenido, entonces, no puede estar disociada de su forma. El nuevo escenario también pone delante -con mayor urgencia que antes- evidenciar las causas de la débil unidad política de la clase obrera chilena, lo que es un punto de partida crítico necesario para avanzar en el camino inverso. Si el plebiscito mostró algo, es que sólo de su unidad como clase obrera brota su poder político. Es decir, no se trata tanto de la actividad de los sectores estratégicos, ni de tal o cual sector de la clase obrera; al contrario, en los mismos hechos la clase obrera doblega el mito, tan arraigado en los grupos de izquierda de que hoy, en Chile, algún sector obrero tenga un peso relativo superior, contracara de su realidad fragmentada. Ha sido ella, en parte organizada pero en una dispersa unidad, la que se ha impuesto como una fuerza general. Pero si la clase obrera quiere usar el poder que ha manifestado, está obligada a organizarlo también como una fuerza general unitaria. Dicho problema la pone, también, en frente de lo que efectivamente hizo; la pone frente a los demás partidos de la clase obrera, a su repertorio táctico y a los programas existentes. Se abre un proceso de crítica a sí misma. Crítica que es inseparable de su propia organización.

Por lo tanto, hoy todo posicionamiento positivo sobre el qué hacer, debe arrancar de la crítica a su hacer táctico existente, a los modos de posicionarse en la producción de esa unidad y a los resultados producidos por su acción. Si el plebiscito es expresión de una fuerza todavía débil, incapaz de tomar el poder político o siquiera tirar al gobierno en curso, habrá que preguntarse por las acciones que mediaron efectivamente la construcción de una fuerza que, a la hora de su prueba efectiva, demostró ser limitada como forma de potenciar la capacidad de lucha política obrera. Problema que apunta entonces hacia las fuentes de su fuerza y si aquello que se hizo permitió o no avanzar en potenciar su capacidad transformadora. Pero, sin más poder que el ser una fuerza económica, la clase obrera sólo podrá contestar esa pregunta si conoce sus propias determinaciones como tal fuerza. Y es sólo como resultado de contestarse esa pregunta, como eje sobre el cual organiza su acción, que emerge el programa y un partido capaz de dirigirla hacia algo que sea diferente de la mera reproducción de su impotencia y el choque sistemático con su empobrecimiento relativo. Dicho de otro modo, la pregunta por su programa no se puede separar de la pregunta por su poder real y la pregunta por el poder real no es diferente a la crítica de su poder efectivo y las diversas personificaciones del mismo (partidos, sindicatos y demás organizaciones partidistas).

Más allá del reparto efectivo de los puestos constituyente, ha quedado de manifiesto que la discusión por la unidad, la pregunta por el programa y las formas de organización que aseguren una salida progresiva para la clase obrera, se expresa como la médula ósea de cualquier organización que pretenda actuar sobre los caminos de la centralización del poder político de la clase obrera. La acción unitaria del proletariado sigue dependiendo de su programa, única forma de avanzar de modo organizado sobre las fuentes materiales de su poder político. Único modo de darle la fuerza de la coherencia a su unidad. Si bien esto resulta paradójico frente la urgencia de algunos por la unidad a toda costa, no parecen haber más caminos convincentes. Y es que, parafraseando a Lenin, hoy, quienes menoscaben las tareas de la lucha política de la clase obrera -que comprende la crítica a su propio hacer, sus organizaciones, partidos y programas- convierten a los comunistas, de tribunos populares, en secretarios de sindicatos. Hoy, si la clase obrera quiere dejar de soñar despierta, deberá despertar de las ilusiones de su propia lucha bajo la forma objetiva de un programa, sin atajos. Decidirse por su construcción, si se quiere avanzar de modo consciente sobre su propio poder, es uno de los cambios tácticos urgentes.

 

Notas

[1] Sobre estas transformaciones, que ameritan todo un desarrollo a parte, se pueden consultar: Iñigo Carrera, J. El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia. Buenos Aires: Imago Mundi. Capítulos 02 y 06 y Charnock, Greig & Starosta, Guido (2016), The New International Division of Labour: Global Transformation and Uneven Development. Palgrave Macmillan.

[2] Para ver el efecto de la renta de la tierra en otros países de la región, ver  Iñigo Carrera, J. (2007b). La formación económica de la sociedad argentina. Volumen 1: Renta agraria, ganancia industrial y deuda externa. 1882-2004. Buenos Aires: Imago Mundi. Kornblihtt, J. & Dachevsky, F. (2017). Crisis y renta de la tierra petrolera en Venezuela: crítica a la teoría de la Guerra Económica. Cuadernos del CENDES, 94, 1-30. Grinberg, N., & Starosta, G. (2015). From global capital accumulation to varieties of centre-leftism in South America. En S. Spronk & J. R. Webber (Eds.), Crisis and Contradiction: Marxist Perspectives on Latin American in the Global Economy (pp. 236–272). Leiden: Brill. Kornblihtt, J., Seiffer, T., Mussi, E. (2016). Las alternativas al Neoliberalismo como forma de reproducir la particularidad del capital en América del Sur. Pensamiento al margen, 4, 104-135.

[3] Carácter superior que les brota de ser la profesionalización de la intervención en la vida pública, de actuar sobre la conciencia de los demás en la circulación de manera organizada.

Gabriel Rivas
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Doctorando en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires y miembro del Centro para la Investigación como Crítica Práctica (CICP).