#3 Impreso: Editorial

El resultado de esta filtración ideológica liberal en la izquierda es que el copamiento del instrumento reemplaza a la estrategia, la separación entre política y economía especializa a los usuarios del instrumento y su deriva mesocrática termina por afirmar dicha separación, pues insiste en un partido que represente ciudadanos movilizados y no sectores sociales claros.

por Comité Editor revista ROSA

Imagen / portada #3, en base a acuarela de Magdalena Jordán.


En medio de un año azotado por la pandemia, se cumplieron 50 años del triunfo de la Unidad Popular. Aunque en diversos círculos intelectuales el asunto dio para largas horas de discusión, un balance del proceso sigue estando pendiente. Y no nos referimos a una sintética Historia general o un detallado análisis de coyuntura, sino que a un aprendizaje sustantivo de la que fue la mayor experiencia revolucionaria de nuestro país y, por lo tanto, la mayor derrota. En particular, creemos que el problema de la izquierda, el poder y el Estado sigue siendo un asunto pendiente. Sería deshonesto negar que esfuerzos de este calibre ya han existido, pues son casi tan viejos como el golpe. El problema es que estos esfuerzos se ven ofuscados por su incapacidad de penetrar efectivamente en la memoria de la izquierda y de la sociedad.

Desde la Transición la Concertación y la derecha se unieron para cerrar la memoria de la UP. Prefigurando la moda liberal hasta hoy, se insistió en que el problema no era de implementación, sino que de estrategia: el quiebre de la democracia fue producto de sobreexigirle reformas radicales, por lo que cualquier horizonte de cambio radical de la sociedad quedaba vedado. A partir del ciclo de protestas del 2011, y con especial nitidez en la conmemoración de los 40 años del Golpe, este cierre por la derecha de la memoria de la UP fue duramente cuestionado y la viabilidad histórica del proyecto restituida, por lo menos para la nueva izquierda en formación. Sin embargo, esto no significó que las discusiones críticas del proceso retornaran a la palestra de la izquierda. Por el contrario, la memoria que restituyó la izquierda fue una altamente fetichizada. A un ritmo conocido en el país de los triunfos morales, se rescató la posibilidad de un gobierno de izquierda y popular, sin cuestionar mayormente el problema que supuso el Estado en un sentido ampliado. Para la memoria izquierdista, los problemas de la administración pública, de los gremios profesionales o de la política económica pasaron a segundo lugar frente a la posibilidad truncada de una sociedad diferente. La traumática experiencia del golpe y la dictadura, así como las promesas incumplidas de su contrarrevolución neoliberal, han habilitado este abandono de la discusión sobre la naturaleza del Estado y los problemas que este supuso para tal posibilidad truncada.

Ahora bien, en este punto -la teoría sobre el Estado- se evidencia que, a pesar de sus falencias estructurales, el neoliberalismo ha logrado rescatar e instalar ideas liberales fundamentales para contener alternativas revolucionarias, incluso dentro de la izquierda. La despreocupación teórica frente a lo estatal se empalma con una extendida comprensión instrumental, sectorial y mesocrática del Estado. En primer lugar, se opera bajo una neutralidad esencial del Estado. Aunque se reconoce que el aparato estatal está cruzado con relaciones de clase, se cree que, en última instancia, es posible tomarlo y gatillar transformaciones sociales, siempre y cuando se reconozcan los límites generales del instrumento (en un extremo moderado, no atentar contra la propiedad privada; en el otro, confundir propiedad estatal con propiedad social). Entre compromiso y autoritarismo, las políticas redistributivas focalizadas son privilegiadas como campo de acción estatal. El problema de esta visión instrumental es evidente en su principal consecuencia: la separación entre política y economía, como si fuesen esferas ontológicamente distintas. Si creemos que podemos tomar el Estado para transformar la economía, ignoramos que el Estado es parte de la producción de la sociedad y que la economía se sostiene en relaciones que, en la medida que sustentan experiencias enfrentadas sobre cómo debiese ser la sociedad, son políticas. A su vez, esta abstracción de política y economía encuentra su razón de ser en la naturalización del ideal neoliberal, según el cual las sociedades avanzan desde clases enfrentadas a una sola gran clase media. Esta clase media soluciona de manera privada sus asuntos económicos y, si es que quiere, participa como individuo en el espacio político público.

El resultado de esta filtración ideológica liberal en la izquierda es que el copamiento del instrumento reemplaza a la estrategia, la separación entre política y economía especializa a los usuarios del instrumento y su deriva mesocrática termina por afirmar dicha separación, pues insiste en un partido que represente ciudadanos movilizados y no sectores sociales claros. Esto se puede ver nítidamente en tres campos de inserción izquierdista en el Estado, y de manera alarmante en un cuarto. En primer lugar, el espacio parlamentario es quizás el más fácil de criticar. La centralidad que tienen individualidades y la inexistencia de problemas directamente administrativos permite centrar la discusión en su labor ideológica y legislativa de ls legisladores izquierdistas. En el caso del FA, el avance hacia el parlamentarismo se produjo con una constante tensión entre la concertacionista vocación de “madurar” y el legítimo deseo de apoyar a las diversas movilizaciones sociales desde el parlamento. No obstante, los quiebres y disfunciones del bloque parlamentario izquierdista han mostrado que, en su composición, se antepuso el obtener el instrumento antes que el insertarlo dentro de una estrategia general. Si en cada quiebre se reclama que el FA perdió su sentido original, es que este nunca fue claro. Lo que no se reconoce es que esta vaguedad fue constitutiva del proyecto y que, así como la confusión entre representación ideológica y territorial, eran cosas de las que mejor no hablar.

En el segundo espacio, los municipios, la idea de que es posible tomar un instrumento estatal y resignificarlo toma más peso, pues la administración es más amplia y goza de mayor poder redistributivo. Por lo mismo, la deriva clientelar y localista está a la orden del día si es que la municipalidad no se inserta en un proceso general de transformación social. Este mismo problema administrativo se conjuga con el problema ideológico del parlamento en las apuestas presidenciales. Estamos en un momento de descomposición tal de la clase política que es posible pensar un triunfo izquierdista. Sin embargo, ¿qué poder de cambio tendría? Si en la derecha la posibilidad evoca sus peores terrores de la Guerra Fría, en la izquierda se mezcla la esperanza de reconocer la posibilidad de un gobierno izquierdista con la angustia de aceptar la no factibilidad de una alternativa revolucionaria. Debido a la ampliación del Estado durante la transición, también es difícil pensar que ese posible gobierno izquierdista no tenga que sacrificar algo de su autonomía frente a los cuadros administrativos de la Concertación.

Este último punto, la hegemonía administrativa de la concertación, nos lleva a un último espacio de inserción izquierdista en el Estado: sus trabajadores. Debajo de toda la maquinaria representativa electoral, el proletariado estatal se ha ampliado y movilizado intensamente durante los últimos años. Factores como la diferencia funcionaria, la fragmentación y tercerización de las funciones estatales y las trabas legales a la organización sindical, han dificultado que estas fuerzas impulsen sus propias reformas generales al Estado. La izquierda, por su parte, no ha ayudado mayormente a combatir esta fragmentación y se ha insertado principalmente en espacios de dirección gremial del Estado, sin una política clara de construcción social en ese ámbito o, si quiera, una teorización clara sobre la función productiva de ese campo.

Es importante destacar que este balance crítico no pretende desconocer los avances que ha traído conquistar posiciones reales o simbólicas en dichos campos estatales. La bancada parlamentaria del FA y del PC ha logrado impulsar legislaciones fundamentales como la ley de 40 horas o el acuerdo constituyente. Sin embargo, no podemos dejar de preguntarnos qué perdemos cuando ganamos. Si entendemos que los avances en política son en función de una estrategia delimitada, no pueden considerarse en términos meramente cuantitativos. Cuando avanzamos en una línea, dejamos otras de lado. Hacerse cargo del cuadro entero es responsabilidad de los partidos de izquierda. Estos son los intelectuales orgánicos de las clases subalternas. El esfuerzo de esta revista es brindar un espacio para que estos asuntos se debatan.

En ese sentido, los artículos que forman este número tienen como fin complejizar e inteligir la relación entre izquierda y Estado, en torno a la invitación a pensar que ha sido la conmemoración de los 50 años del triunfo electoral de Salvador Allende y la Unidad Popular en Chile.