Un capitalismo más agresivo

Un colapso económico, el deterioro de las instituciones públicas, una clase obrera desorganizada y orgánicamente dependiente de la clase dominante, y un Estado neoliberal actuando como un negocio y un aparato de seguridad privado de la clase dominante: esto es lo que el pueblo libanés, los trabajadores migrantes y los refugiados enfrentan, en medio de una pandemia global.

por Comité Central del Partido Comunista Libanés

Imagen / Partido Comunista Libanés

Este artículo es parte del Dossier: Medio Oriente a 10 años de la Primavera Árabe, una mirada desde la izquierda.


El pasado año 2020 fue uno duro para la humanidad, especialmente para la clase trabajadora y las poblaciones marginadas, con la expansión del COVID-19 y sus impactos sanitarios, económicos y sociales. La pandemia ha sido el mayor reto para la humanidad este año, pero no por el virus en sí, sino por el sistema capitalista: hizo que la mayoría experimentara de primera mano qué es y qué tan mortífero es el capitalismo.

La situación en El Líbano ha sido más desafiante debido a una más aguda crisis económica y al colapso total iniciado en 2019 como resultado de más de treinta años de políticas neoliberales extremistas y clientelismo sectario.

A partir del fin de la guerra civil, la posición del Líbano entre los países de la región fue decidida por las fuerzas imperialistas lideradas por Estados Unidos, así como por los poderes regionales, para convertirse en el modelo neoliberal por excelencia. Por más de tres décadas la economía libanesa jugó el rol de un mercado privado para los señores de la guerra libaneses y sus padrinos foráneos, lo que llevó a la destrucción de la estructura productiva y de las instituciones estatales del país. Adicionalmente, una serie de guerras sionistas, asaltos y agresiones infringieron un profundo sufrimiento, asesinatos masivos y una amplia destrucción de la infraestructura en varias ocasiones.

Para que la clase dominante lo lograra, construyeron una economía rentista basada únicamente en servicios -a saber, el sector turístico, el bancario y los bienes raíces- mientras desmantelaba activamente el sector agrícola, industrial y cualquier forma de sector artístico y cultural. Esto produjo una complete privación de derechos de una gran mayoría de la clase trabajadora, así como una migración del sector productivo a los servicios, en el que el sistema estaba más dispuesto a explotar a los trabajadores.

Esto sucedió en paralelo a un desmantelamiento completo del movimiento sindical a través de diferentes tácticas antisindicales, que condujeron al desmantelamiento de los derechos y el sistema de apoyo de los trabajadores. Además de esto, se implementó un debilitamiento bien planeado de la institución del Estado extendiendo el control de los partidos políticos sectarios burgueses sobre los ministerios y aparatos del Estado, pero también revocando las leyes y programas estatales que constituían la red social en que las comunidades de la clase trabajadora confiaban para su supervivencia.

En este sentido, el Estado lanzó a la clase trabajadora directamente al regazo de la clase dominante: el acceso a los servicios y a la red social solo podría lograrse a través de una relación clientelar con los partidos sectarios de la clase dominante. Consecuentemente, esta clase construyó activamente una dependencia duradera hacia sus instituciones proveedoras de servicios, y controló el dinero que la clase trabajadora produce a través de los bancos. Así, el colapso económico de 2019 no es la falla si no la imagen real del sistema capitalista y sectario: es el destape de lo que una economía rentista improductiva genera.

Comenzando en octubre de ese año, una rebelión popular -intifada- barrio el país de una manera y con una propagación que nunca antes habíamos experimentado. El discurso radical, la amplia participación y la innovación de las acciones políticas, así como las discusiones políticas que se desarrollaron en los diferentes pueblos y villas señalaron un nuevo nivel de conciencia política, radicalismo y actividad política. Por menos de un año la intifada se desarrolló y se transformó, y subsecuentemente fue infiltrada por la derecha y atacada -física y políticamente- por la clase dominante, a saber los partidos en el poder, desde Hezbollah hasta el Movimiento Futuro.

La rebelión enfrentó un punto muerto por la pandemia de coronavirus, los ataques políticos y físicos, el despliegue de un régimen casi dictatorial utilizando todos los aparatos de seguridad del Estado contra cualquiera que hablara y se organizara en su contra, y su misma incapacidad de negociar o forzar cambios estructurales en el Sistema económico y político de El Líbano.

Un colapso económico, el deterioro de las instituciones públicas, una clase obrera desorganizada y orgánicamente dependiente de la clase dominante, y un Estado neoliberal actuando como un negocio y un aparato de seguridad privado de la clase dominante: esto es lo que el pueblo libanés, los trabajadores migrantes y los refugiados enfrentan, en medio de una pandemia global.

El plan para enfrentar la crisis sanitaria ha sido similar a todas las otras políticas públicas: el Estado actuando en respuesta a las necesidades corporativas. Luego de meses con cuarentenas y reaperturas, el Estado decidió abrir los bares y restaurantes 10 días antes de Navidad y las celebraciones de Año Nuevo, llevando al país a transformarse en el peor caso entre los países árabes y uno de los peores del mundo, casi imitando el caso irlandés.

El 14 de enero, el número de casos registrados se alzó a casi 5 mil diarios, en un país con 5 millones de habitantes. El Estado libanés está listo para sacrificar a su población, a la clase trabajadora, por el beneficio de los negocios.

Las repercusiones de la pandemia y las cuarentenas han estado claras en varios niveles, incluyendo el deterioro del sector sanitario y el estrés que han sufrido sus trabajadores (que ya sufrían de una grave disminución en su número porque muchos  abandonan el país debido a la crisis económica) debido a las políticas sanitarias irresponsables, la pérdida de trabajo por quienes tienen jornadas diarias, trabajadores migrantes en general y específicamente quienes laboran en el sector doméstico, el deterioro del sistema educacional -ya sometido a una gran tensión por los recortes- específicamente en el caso de comunidades de bajos ingresos que no pueden acceder a tecnología, y el despojo absoluto de los derechos de los inquilinos frente a los terratenientes.

La clase obrera está actualmente enfrentando un bloqueo económico, una pandemia mal gestionada por uno de los sistemas más explotadores, un sector de la salud en deterioro, un sistema educativo débil y amenazas diarias de expulsión que hacen de la vivienda un privilegio. En este sentido, no nos estamos muriendo por el virus, el capitalismo nos está matando.

El rol del imperialismo en la región está entrelazado con la situación libanesa. Los EE. UU. son responsables por la situación de inestabilidad, conflictos y guerras que plagan la región durante las últimas décadas. La lucha por el control sobre el petróleo, los oleoductos, la hegemonía geoestratégica y la explotación de mercados indujo varias guerras regionales masivas, incluyendo la invasión y ocupación de Irak, el terrorismo patrocinado por el Estado, las intervenciones en Siria y Libia y las guerras contra Yemen y El Líbano. La ocupación israelí continúa expandiéndose en Jerusalén, Cisjordania, los Altos del Golán sirios, las granjas de Shebaa en El Líbano, además del permanente bloqueo y las guerras contra Gaza y la discriminación contra los palestinos en las tierras ocupadas desde 1948. Todo bajo el patrocinio de Estados Unidos y la Unión Europea.

Nuestra lucha en El Líbano tiene dos caras: contra el imperialismo y el sionismo, y contra el régimen capitalista y sectario. Es por esto por lo que nuestro Partido ha levantado el eslogan de lucha por un Estado resistente, secular y democrático que garantice la justicia social y económica para sus ciudadanos.