Un camino bloqueado: el diálogo imposible entre el Vaticano y los católicos de la diversidad sexual

Los problemas que la Iglesia tiene con la gente LGBT+ no están aislados. Se conectan estrechamente con prejuicios irracionalmente sostenidos respecto del cuerpo, el sexo y el género. Mientras la Iglesia no admita que el placer sexual es un don de Dios, que las relaciones sexuales pueden tener fines morales e incluso santos al margen de la función reproductiva, difícilmente podrá abrirse a discutir con seriedad respecto de nuestro lugar en el mundo y en su seno. Mientras la Iglesia siga afirmando que “lo femenino” y “lo masculino” (más allá de las funciones biológicas y las características fisiológicas) son categorías creadas por Dios como parte de ‘su’ plan para la humanidad, difícilmente podrá empezar a entender nuestras experiencias que desafían el binarismo.

por Exequiel Monge Allen

Imagen / Cristianos gay en la marcha nacional del Orgullo Gay en Roma, 16 junio 2007, Giovanni Dall’Orto en Wikimedia. Fuente.


La última declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe que niega la bendición a parejas del mismo sexo aludiendo a que “Dios no puede bendecir el pecado” da la oportunidad para reflexionar sobre el estado de la relación entre la jerarquía de la Iglesia Católica Romana con aquellas personas LGBT+ que se consideran aún entre sus fieles. Numerosas agrupaciones de “Católicos Arcoíris” han expresado su decepción ante esta sentencia, pero ciertamente no puede decirse que sea una sorpresa. La incapacidad del magisterio para aceptarnos no es un asunto que pueda resolverse desde lo pastoral, dado que tiene raíces profundas que se hunden en el campo de la doctrina.

Cuando la Iglesia Romana ha expresado su parecer respecto de nosotres, ha aducido argumentos de variado tipo. Algunos se basan en la Sagrada Escritura, otros en la tradición de la Iglesia, y otros en la “ley natural”. Lo cierto es que cualquier persona que se anime a estudiar estos temas con cierta detención descubrirá que en esto la Iglesia enseña mala doctrina: los textos bíblicos están interpretados en forma antojadiza y descontextualizada, la tradición está motivada por prejuicios filosóficos y pseudocientíficos de épocas pasadas, y la ley natural, de la que se ocupa una razón rectamente aplicada, debiera admitir un diálogo abierto con los nuevos conocimientos. Pero el problema más grave radica en que estos prejuicios han sido recogidos e informalmente dogmatizados por el magisterio de los papas del siglo XX, especialmente por el pensamiento de Juan Pablo II y su “teología del cuerpo”. Desde esta posición es extremadamente difícil desandar el camino errado.

Más aún, los problemas que la Iglesia tiene con la gente LGBT+ no están aislados. Se conectan estrechamente con prejuicios irracionalmente sostenidos respecto del cuerpo, el sexo y el género. Mientras la Iglesia no admita que el placer sexual es un don de Dios, que las relaciones sexuales pueden tener fines morales e incluso santos al margen de la función reproductiva, difícilmente podrá abrirse a discutir con seriedad respecto de nuestro lugar en el mundo y en su seno. Mientras la Iglesia siga afirmando que “lo femenino” y “lo masculino” (más allá de las funciones biológicas y las características fisiológicas) son categorías creadas por Dios como parte de Su plan para la humanidad, difícilmente podrá empezar a entender nuestras experiencias que desafían el binarismo de género.

En realidad, no sería difícil: podrían leer con apertura la ingente literatura experta producida por generaciones de mujeres y personas LGBT+, o, mejor aún, podría escucharnos con ánimo humilde y dispuesto. Somos millones en todo el mundo: tenemos testimonios de bondad, de generosidad, de gracia, de bendición y también de santidad. Y estas no son cosas que ocurren “a pesar” de nuestras orientaciones sexuales e identidades de género, sino “a través” de ellas.

Son muchas las denominaciones cristianas en el mundo que, menos apegadas a su propia estructura, se han abierto con magníficos resultados: iglesias que cuentan en su feligresía familias homoparentales, clero trans y no binario… Estas personas en realidad destacan por su amor y su compasión, como es común entre quienes han sido víctimas de discriminación y violencia.

El padre James Martin, jesuita y connotado aliado de la gente LGBT+ en la Iglesia Católica Romana, dice que “el camino de la reconciliación es largo”. En efecto, es largo, pero más aún, está bloqueado. Personalmente lo veo difícil de recorrer, y creo que los atajos pastoralistas no llevan a ninguna parte. En efecto, “Dios no puede bendecir el pecado”. Pero es que nuestras identidades y nuestras relaciones no son inherentemente pecaminosas. Entre tanto, nosotres seguimos viviendo nuestra fe y nuestra fidelidad al Evangelio. Poca falta nos hacen sus bendiciones y permisos. Ellos se lo pierden.

Exequiel Monge Allen

Historiador y escritor.

Un Comentario

  1. La soberbia de dictaminar en terminos tan definitivos lo que es pecado hace dudar del magisterio de la minstitucion Catolica. Especialemnte hoy dia cuando se han develado doctrinas que alientan una alineacion de la verdad y el evangelio porparte de las practicas de los clerigos del Vaticano.

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