La debacle en Afganistán

En un ensayo publicado en 2008, “Afganistán: el espejismo de la guerra buena”[1], Tariq Ali hizo una extensa radiografía de la ocupación militar de Afganistán por parte de la OTAN. En él, repasó las contradicciones inherentes a la construcción de aparatos estatales por parte de una fuerza militar exógena y advirtió del fortalecimiento de los talibanes como únicos opositores a la ocupación extranjera. La presente columna publicada el 16 de agosto del 2021, que traducimos a continuación, es una triste confirmación de las peores tendencias que ya eran visibles hace más de una década. Los argumentos presentados en ambos artículos son importantes para leer la situación actual de la región desde la izquierda anti-imperialista.

por Tariq Ali

Traducción por Victor Rogie / Texto original publicado en Sidecar, de New Left Review

Imagen /  Soldados estadounidenses vigilando el Aeropuerto Internacional de Kabul durante la evacuación de personal, 22 de agosto 2021. Fuente.


La influencia cultural del imperio estadounidense ha sido tan amplificada como invisibilizada por las redes sociales y los productos culturales masivos, cuyo consumo se ha constituido casi en una identidad durante la última década. Esto, añadido a la asimilación de las elites intelectuales chilenas (que constituyen buena parte de la militancia activa de la izquierda local) a una clase media globalizada, ha contribuido a que la retirada de las tropas invasoras estadounidenses sea leída con ambigüedad y tensionada constantemente por el intervencionismo – liberal, pero intervencionismo, al fin y al cabo – implicado por el llamado constante a “hacer algo”. En poco menos de una década, Pictoline y Marvel se transformaron en los lentes con los que la izquierda procesa los ires y venires del imperialismo occidental. Tariq Ali, entre otros[2], presenta un balde de agua fría que recuerda que, a pesar de lo tentadora que resulta la dicotomía entre civilización y barbarie personificada en galerías de imágenes para compartir en Instagram, la invasión estadounidense era un enemigo, y no un aliado, del pueblo afgano. En contra de todo lo que leemos, vemos y escuchamos, debemos esforzarnos en mantener firme el compromiso con una democratización radical de la sociedad que no se termina en la frontera geopolítica de Occidente.

***

La caída de Kabul ante los talibanes el 15 de agosto de 2021 fue una derrota política e ideológica mayor para el imperio estadounidense. Los helicópteros llenos de gente escapando de la Embajada de Estados Unidos al aeropuerto de Kabul recordaron a Saigón –hoy Ciudad Ho Chi Minh– durante abril de 1975. La rapidez con que las fuerzas talibanas tomaron el país fue un shock, dejando en claro su impresionante capacidad estratégica. Una ofensiva que duró apenas una semana terminó triunfando en Kabul. El ejército afgano, con más de 300 mil integrantes, se derrumbó. Muchos de ellos se rehusaron a pelear; de hecho, miles de soldados decidieron unirse a la ofensiva talibana que exigía la rendición incondicional del gobierno marioneta. El presidente Ashraf Ghani, un favorito de los medios de comunicación estadounidenses, huyó del país y se refugió en Omán. La bandera del Emirato flamea hoy en el palacio presidencial. En este sentido, la analogía más certera no es Saigón sino Sudán en el siglo XIX cuando las fuerzas Mahdi conquistaron Khartoum y transformaron al General Gordon en un mártir. William Morris celebró la victoria de los Mahdi, considerándola una derrota del imperio británico. Sin embargo, mientras que los rebeldes sudaneses mataron una guarnición entera, la toma de Kabul no requirió derramamiento de sangre. Los talibanes ni siquiera intentaron tomar la embajada estadounidense ni mucho menos amenazar al personal que ahí se encontraba.

Así, el vigésimo aniversario de la “Guerra contra el Terrorismo” terminó en la predecible y predicha derrota de Estados Unidos, la OTAN, y otros que se sumaron a la iniciativa. Sin importar la opinión que se tenga de las políticas del Talibán –yo mismo he sido un crítico de ellas por muchos años– su éxito no puede ser negado. En un período en el que Estados Unidos ha destruido país árabe tras país árabe, no ha emergido una resistencia capaz de hacerle frente a los invasores. Esta derrota podría bien representar un punto de inflexión. Por eso se están quejando los políticos europeos. Fueron ellos los que apoyaron la invasión norteamericana de Afganistán, por lo que también se sienten humillados, y entre ellos, ninguno más que los de Gran Bretaña.

Biden no tenía más opciones. Estados Unidos había anunciado que se retiraría de Afganistán en septiembre del 2021 sin cumplir ninguno de sus objetivos de “liberación”: libertad y democracia, igualdad de derechos para las mujeres, y la destrucción del Talibán. Aunque el país siga militarmente invicto, las lágrimas amargas de los liberales confirman la profundidad de la derrota estadounidense. La mayor parte de ellos –Frederick Kagan en el New York Times[3], Gideon Rachman en el Financial Times[4]– creen que la retirada debería haberse atrasado para mantener a raya a los talibanes. Pero Biden sólo estaba ratificando el proceso de paz iniciado por Trump con apoyo del Pentágono que llegó a un acuerdo firmado por Estados Unidos, el Talibán, India, China y Pakistán en febrero de 2020. Los aparatos de seguridad estadounidenses sabían que la invasión había fallado: la resistencia talibana no podía ser subyugada sin importar cuánto durase la ocupación militar. La idea de que el retiro apresurado de Biden fortaleció de alguna manera a los militantes talibanes es una tontería.

Lo cierto es que por más de 20 años Estados Unidos falló consistentemente en sus intentos de construir cualquier cosa capaz de redimir su misión. La luz brillante de la Zona Verde estuvo siempre rodeada de una oscuridad que quienes residían ahí no podían siquiera imaginar. Se gastaron miles de millones de dólares[5] en aire acondicionado para los cuarteles de los soldados y oficiales estadounidenses en uno de los países más pobres del mundo. Se hacía entregas aéreas constantes de comida y ropa desde las bases militares en Qatar, Arabia Saudita y Kuwait[6]. Por ello, era de esperar que aparecieran ghettos enormes alrededor de Kabul poblados por quienes buscaban restos en los basureros. Los bajos sueldos ofrecidos por el ejército afgano no convencieron a nadie de pelear contra sus compatriotas. Este ejército, cuya construcción estuvo en marcha por más de dos décadas, estuvo infiltrado por simpatizantes talibanes desde un comienzo[7] quienes terminaron siendo entrenados gratuitamente en cómo utilizar equipo militar moderno aparte de actuar como espías para la resistencia afgana.

Esta fue la realidad miserable de la “intervención humanitaria”. Eso sí, hay que reconocer que el país ha incrementado radicalmente sus exportaciones. Durante los años de gobierno del Talibán, la producción de opio era monitoreada de manera estricta. Sin embargo, la invasión estadounidense provocó un incremento dramático en esta producción, y hoy Afganistán representa el 90% del mercado global de heroína[8]. Esto hace que uno se pregunte si este extendido conflicto no debería ser visto, al menos parcialmente, como una nueva guerra del opio. Los sectores afganos que colaboraron con la ocupación han compartido billones de dólares en ganancias. Los oficiales militares occidentales fueron recompensados por permitir que esta industria creciera. Uno de cada diez afganos jóvenes tiene una adicción al opio. Por el momento, no están disponibles las cifras de adicción de las fuerzas de la OTAN.

La situación de las mujeres no ha cambiado mucho. Ha habido poco progreso social fuera de la Zona Verde, infestada como está de ONGs. Una de las feministas exiliadas más importantes de Afganistán señaló que las mujeres afganas tienen tres enemigos: la ocupación occidental, los talibanes, y la Alianza del Norte. Con la partida de los estadounidenses, dijo, ahora tienen dos[9]. (De hecho, podría incluso reducirse a uno a medida que los talibanes consoliden sus avances en contra de la Alianza). A pesar de las repetidas preguntas al respecto por parte de periodistas y activistas, no existen aún cifras confiables respecto de la industria del trabajo sexual que creció para servir a los ejércitos de la ocupación. Tampoco hay estadísticas creíbles respecto a la ocurrencia de violaciones –aunque los soldados estadounidenses usaron constantemente la violencia sexual contra “terroristas sospechadas”[10], violaron civiles afganas[11], y permitieron el abuso sexual infantil cometido por sus milicias aliadas[12]. Durante la guerra civil yugoslava, la prostitución se multiplicó y la región se transformó en un centro global de tráfico sexual. El involucramiento de la ONU en este lucrativo negoció está bien documentado[13]. En Afganistán, los detalles están aún por emerger.

Más de 775.000 soldados estadounidenses han peleado en Afganistán desde el 2001. De ellos, 2.448 murieron, junto a casi 4.000 contratistas. Aproximadamente 20.589 fueron heridos según el Departamento de Defensa[14]. Las bajas afganas son difíciles de calcular dado que las cifras de “muertes enemigas” no incluyen civiles. Carl Conetta, del Project on Defense Alternatives, estimó que a mediados de enero del 2002 ya había al menos entre 4.200 y 4.500 muertes de civiles debido tanto a los bombardeos como a la crisis humanitaria que estos provocaron[15]. Para el 2021, la Associated Press informó[16] de 47.245 muertes civiles debido a la ocupación. Mientras tanto, activistas afganos han entregado un total más alto, insistiendo que ha habido 100.000 afganos muertos y al menos el triple de heridos, muchos de ellos no-combatientes.

En el 2019, el Washington Post publicó un informe de 2.000 páginas encargado por el gobierno federal de Estados Unidos para entender el fracaso de su guerra más larga: los Afghanistan Papers[17]. El informe se basó en entrevistas con generales estadounidenses (activos y en retiro), asesores políticos, diplomáticos, y trabajadores humanitarios, entre otros. Su evaluación conjunta fue lapidaria. El general Douglas Lute, el “zar de la guerra en Afganistán” bajo Bush y Obama, confesó que “teníamos una falta de entendimiento fundamental respecto a Afganistán –no sabíamos lo que estábamos haciendo… No teníamos ni la más mínima idea de lo que estábamos tratando de hacer… Si el pueblo estadounidense supiera de la magnitud de esta disfunción…”. Otro testigo, el Navy SEAL retirado parte del equipo de gobierno de Bush y Obama, Jeffrey Eggers, destacó el desperdicio de recursos: “¿Qué obtuvimos a cambio de este esfuerzo de un trillón de dólares? ¿Valió la pena gastar ese trillón de dólares? … Después de matar a Osama Bin Laden, dije que Osama probablemente se estaba riendo en su tumba considerando la cantidad de dinero que hemos gastado en Afganistán”. Al final, podría haber dicho también: “Y aun así perdimos”.

¿Quién era el enemigo? ¿El Talibán, Pakistán, todos los afganos? Un soldado estadounidense que ha servido por mucho tiempo estaba convencido de que al menos un tercio de la policía afgana tenía una adicción a las drogas y otra porción considerable era simpatizante de los talibanes. Esto constituyó un problema mayor para los soldados estadounidenses, como atestiguó un jefe anónimo de las Fuerzas Especiales el 2017: “pensaban que iba a llegar con un mapa y mostrarles dónde vivían los buenos y los malos… Se demoraron varias conversaciones en entender que yo no tenía esa información. Al principio, sólo me preguntaban ‘pero ¿quiénes son los malos? ¿Dónde están?’”.

Donald Rumsfeld expresó lo mismo en 2003. “No tengo visibilidad de quiénes son los malos en Afganistán o en Irak”, escribió. “Leo toda la inteligencia de la comunidad, y suena como que sabemos mucho, pero, de hecho, cuando presionas un poco, te das cuenta de que no tenemos nada que sea útil. Tenemos una falta lamentable de inteligencia”. La incapacidad de distinguir entre amigo y enemigo es un problema grave –no sólo en el nivel schmitteano, sino también en el práctico. Si no se puede diferenciar entre aliados y adversarios después de un ataque con una bomba improvisada en un mercado urbano lleno de gente, se responde atacando a todos, y con ello se terminan creando más enemigos.

El coronel Christopher Kolenda, un asesor de tres generales activos, apuntó a otro problema de la misión de Estados Unidos. La corrupción estaba desatada desde el principio: el gobierno de Karzai “se autoorganizó en una cleptocracia”. Esto perjudicó la estrategia post-2002 de construir un Estado que pudiera sobrevivir más allá de la ocupación militar. “La pequeña corrupción es como el cáncer de piel: hay formas de lidiar con ella, y probablemente vas a estar bien. La corrupción de mayor nivel dentro de los ministerios es como el cáncer de colon: es peor, pero si la descubres a tiempo probablemente vas a estar bien. La cleptocracia, sin embargo, es tan fatal como el cáncer cerebral”. El estado pakistaní –donde la cleptocracia existe en todo nivel– ha sobrevivido por décadas. Pero no era tan fácil lograrlo en Afganistán, donde los esfuerzos de construir una nación estaban siendo liderados por un ejército invasor y el gobierno central tenía escaso apoyo popular.

¿Y qué con los informes falsos de que las fuerzas talibanas habían sido derrotadas y no volverían jamás? Una figura mayor del Consejo de Seguridad Nacional reflexionó acerca de las mentiras transmitidas por sus colegas:

“Eran sus explicaciones. Por ejemplo, si empeoraban los ataques talibanes, se debía a que ‘tienen más objetivos disponibles, por lo que la cantidad de ataques es un falso indicador de estabilidad’. ¿Siguen empeorando los ataques tres meses después? ‘Es porque los talibanes se están desesperando, así que de hecho es señal de que estamos ganando’… Esto siguió y siguió por dos razones: para que los involucrados se vieran bien, y para que pareciera que las tropas y recursos estaban teniendo un efecto tal que retirarlas haría que la situación país se deteriorara.”

Todo esto era un secreto a voces en las cancillerías y ministerios de defensa de la OTAN europea. En octubre de 2014, el Ministro de Defensa británico Michael Fallon admitió que “se cometieron errores militares, y los políticos también cometieron errores, y esto lleva 10, 13 años… No vamos a enviar tropas de combate a Afganistán en ninguna circunstancia”[18]. Cuatro años después, la Primera Ministra Theresa May desplegó nuevamente tropas británicas en Afganistán, doblando su número “para ayudar a controlar la frágil situación de seguridad”[19]. Ahora los medios del Reino Unido están repitiendo lo que dice la Oficina de Asuntos Exteriores (FCDO), criticando a Biden por haberse equivocado. El comandante de las Fuerzas Armadas británicas, Sir Nick Carter, sugirió que podría ser necesario invadir Afganistán nuevamente[20]. Los comandantes de sillón del partido conservador, los nostálgicos de la colonia, los periodistas cómplices y los secuaces del blairismo se están coordinando para demandar una presencia británica permanente en Afganistán.

Lo más sorprendente es que ni el General Carter ni sus asesores parecen haber reconocido la magnitud de la crisis que enfrenta la máquina de guerra estadounidense como la mostraron los Afghanistan Papers. Mientras que los planificadores militares estadounidenses han reconocido lentamente la realidad, sus contrapartes británicas aún se aferran a una fantasía. Algunos argumentan que el retiro va a poner en riesgo la seguridad de Europa a medida que al-Qaeda se reagrupa en el nuevo Emirato Islámico. Pero estas predicciones son insinceras. Estados Unidos y el Reino Unido llevan años armando y ayudando a al-Qaeda en Siria, tal como lo hicieron en Bosnia y en Libia. Infundir temor de esta manera sólo puede funcionar en un pantano de ignorancia. Al menos en el público británico no ha funcionado. La historia a veces arroja verdades a un país demostrando vívidamente los hechos o revelando los defectos de las élites. El retiro de las tropas de Afganistán probablemente sea un momento de este tipo. Los británicos, que ya tenían una actitud hostil frente a la Guerra contra el Terrorismo, podrían oponerse incluso más a conquistas militares en el futuro.

¿Qué se puede esperar del futuro? Replicando el modelo que desarrollaron en Irak y Siria, Estados Unidos ya anunció una unidad militar especial permanente de 2.500 soldados basada en Kuwait, que estará preparada para volar a Afganistán a bombardear, matar e incapacitar si es que fuera necesario. Mientras tanto, una delegación talibana visitó China en julio pasado prometiendo que su país no sería usado nuevamente como base para ataques a otros estados. Aparentemente, hubo discusiones cordiales con el Ministro del Exterior chino sobre temas económicos y comercio. La cumbre recordó reuniones similares entre los muyahidines y líderes occidentales durante los años 80, con el contraste chocante entre los trajes Wahabi y las barbas de largo regulado de los primeros y los fondos espectaculares de la Casa Blanca o 10 Downing Street. Pero ahora, con la OTAN en retirada, los actores clave son China, Rusia, Irán y Pakistán (que sin duda ha proporcionado apoyo estratégico al Talibán y para quien la retirada es un enorme triunfo político-militar). Ninguno de ellos quiere una nueva guerra civil, en contraste con Estados Unidos y sus aliados después de la retirada soviética de Afganistán. La cercana relación entre Teherán, Moscú y China le permiten asegurar un poco de paz frágil para los ciudadanos de este país traumado, con la ayuda de la influencia rusa desde el norte.

Se ha hecho mucho énfasis en la edad promedio de Afganistán: 18, en una población de 40 millones. Por sí mismo, este número no significa nada. Pero hay esperanza de que los jóvenes afganos van a esforzarse por tener una vida mejor después de un conflicto que duró 40 años. Para las mujeres afganas, la lucha no está ni cerca de terminarse, incluso si ahora queda tan sólo uno de sus enemigos. En Gran Bretaña y el resto del mundo, todos los que quieran seguir luchando deberían enfocarse en los refugiados que pronto estarán tocando la puerta en los países de la OTAN. Como mínimo, refugio es lo que Occidente les debe: un pequeño desagravio por una guerra innecesaria.

 

Notas

[1] https://newleftreview.es/issues/50/articles/tariq-ali-afganistan.pdf

[2] https://www.revistarosa.cl/2021/08/17/caos-en-afganistan/

[3] https://www.nytimes.com/2021/08/12/opinion/biden-afghanistan-taliban.html

[4] https://www.ft.com/content/71629b28-f730-431a-b8da-a2d45387a0c2

[5] https://www.npr.org/2011/06/25/137414737/among-the-costs-of-war-20b-in-air-conditioning

[6] Nota del traductor. Por ejemplo, en el 2010 el comandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán tuvo que prohibir explícitamente el consumo de comida chatarra en la base militar de Kandahar https://www.theguardian.com/world/2010/mar/25/us-commander-afghanistan-bans-burger-pizza.

[7] https://www.reuters.com/article/us-afghanistan-taliban-infiltration-idUSTRE82208H20120303

[8] https://www.bbc.co.uk/news/world-us-canada-47861444

[9] N. del T. https://www.theguardian.com/world/2010/apr/30/afghanistan-women-feminists-burqa

[10] https://nypost.com/2016/11/14/us-troops-may-have-committed-war-crimes-in-afghanistan-icc/

[11] http://peacewomen.org/content/afghanistan-afghan-girl-raped-killed-us-troops

[12] https://www.nytimes.com/2015/09/21/world/asia/us-soldiers-told-to-ignore-afghan-allies-abuse-of-boys.html

[13] N. del T. Ver, por ejemplo, los testimonios de Kathryn Bolkovac respecto a la ocupación militar en Bosnia https://www.huffpost.com/entry/talking-with-kathryn-bolk_b_926772

[14] https://www.washingtonpost.com/graphics/2019/investigations/afghanistan-papers/afghanistan-war-confidential-documents/

[15] http://www.comw.org/pda/0201strangevic.html

[16] https://apnews.com/article/middle-east-business-afghanistan-43d8f53b35e80ec18c130cd683e1a38f

[17] https://www.washingtonpost.com/graphics/2019/investigations/afghanistan-papers/documents-database/

[18] https://www.theguardian.com/uk-news/2014/oct/26/uk-troops-camp-bastion-afghan-forces-13-years-helmand

[19] https://www.reuters.com/article/us-nato-summit-britain-afghanistan-idUSKBN1K02WM

[20] https://www.standard.co.uk/news/uk/nick-carter-taliban-qatar-kabul-british-b950402.html

Victor Rogie

Estudiante de musicología en Yale University.

Tariq Ali

Activista, historiador y escritor británico, autor de, entre otros, Conversations with Edward Said (2005), The Obama Syndrome (2010) y The Extreme Centre: A Warning (2015).