El gobierno de Boric y el concepto generación. Sobre una categoría adorada y ninguneada

Lo generacional en los procesos políticos y emergencias militantes ha sido una realidad histórica. Nadie puede desconocer la impronta generacional en cuadros DC que llegan al poder en 1964 habiéndose socializado políticamente durante su juventud en los años 30, como tampoco en los fundadores de la UDI que venían construyendo militancia nacional desde que a partir de 1973 (e incluso antes) los fuera convocando un veinteañero Jaime Guzmán, o en quienes quiebran la JDC, fundan el MAPU y luego son centrales en la conformación de la Concertación. Esas improntas generacionales existen porque hubo identidades políticas que configuraron un relato en que las experiencias juveniles y autorepresentaciones en la historia se hicieron considerando contextos y edades que daban lugar a representaciones de “nosotros” y “otros”. La idea de generación fue parte del proceso en tanto se echó mano a ella para construir militancia, identidad y proyecto.

por Víctor Muñoz Tamayo

Imagen / Marcha por la educación, 7 de agosto 2011, Santiago, Chile. Fotografía de Álvaro.


En relación con la interpretación de nuestra contemporaneidad hay quienes creen que desde lo generacional se explica mucho, mientras otros sostienen que desde lo generacional no se explica nada. Por un lado, han proliferado miradas simplistas que mediante términos que no tienen su origen en las ciencias sociales y humanidades como “millennials”, “generación X, Y, Z” mencionan características de comportamiento social que se suponen universales, sin ningún consenso sobre tramos etarios ni marcas socio históricas casi como un horóscopo contemporáneo que comparte espacio en suplementos misceláneos, estanterías de autoayuda y por cierto la televisión. Por otro lado, algunas voces alarmadas con estas observaciones tan “poco científicas” prefieren llevar todo el debate sobre el concepto “generación” a la condición de superchería. Quizás la irrupción del nuevo gobierno de Gabriel Boric con cuadros que manifiestan explícitamente una identidad generacional y un modo de entender la política como diálogo entre generaciones, sea la oportunidad para revisar las posibilidades y límites del concepto.

Es importante atender a que lo generacional en los procesos políticos y emergencias militantes ha sido una realidad histórica. Nadie puede desconocer la impronta generacional en cuadros DC que llegan al poder en 1964 habiéndose socializado políticamente durante su juventud en los años 30, como tampoco en los fundadores de la UDI que venían construyendo militancia nacional desde que a partir de 1973 (e incluso antes) los fuera convocando un veinteañero Jaime Guzmán, o en quienes quiebran la JDC, fundan el MAPU y luego son centrales en la conformación de la Concertación. Esas improntas generacionales existen porque hubo identidades políticas que configuraron un relato en que las experiencias juveniles y autorepresentaciones en la historia se hicieron considerando contextos y edades que daban lugar a representaciones de “nosotros” y “otros”. Es decir, la idea de generación fue parte del proceso en tanto se echó mano a ella para construir militancia, identidad y proyecto.

Dicho eso, es cierto que no hay un consenso absoluto en las ciencias sociales y humanidades en torno a la categoría generación, como tampoco lo hay sobre el concepto juventud. El qué son las generaciones es objeto de una constante problematización. De hecho, uno de los principales referentes en la sociología del estudio de esta categoría, Karl Mannheim, propuso un abordaje que se basaba en criticar las tradiciones positivistas e histórica romántica que eran, de hecho, la base de otro referente del concepto “generación”: Ortega y Gasset. Mientras aquellas tradiciones y Ortega se enredaban en cuentas de 30 o de 15 años que, cual “compás de la historia”, separarían a las generaciones entre sí, Mannheim declaró que nada de eso tenía sentido, que las generaciones no tenían una duración predeterminada, que no suponían un “ritmo” de la historia, que no eran una llave maestra para explicar grandes procesos universales sino tan solo suponían una clave de análisis, entre otras, que permitía entender el peso de la experiencia socio histórica en cruce con la edad y su influencia en la conformación de determinados sujetos colectivos que disputaban la construcción de la historia en diversos contextos. Sujetos que, por lo demás, tenían en la experiencia juvenil un momento fundante de determinada trayectoria que marcaría de modo indeleble su conciencia social aun cuando todo el decurso sucesivo de la vida fuera de lucha contra elementos que conformaron aquella experiencia juvenil.

Esta idea en torno al peso distintivo y marcador de la experiencia juvenil Mannheim la llamó “estratificación de la vivencia” y consideró que ella era clave para entender las distinciones entre generaciones, que no eran universales ni giraban en torno a zonas de fechas esenciales (ni 15 ni 30), sino que se configuraban a partir de las diferencias entre las vivencias no acumuladas sino “estratificadas” (con diferente peso o incidencia) en la conciencia socio histórica de cada sujeto. Es decir, en un mismo presente, sujetos de distinta edad estratificaron sus vivencias en su conciencia histórica de manera diferente dependiendo de los contextos, posiciones y redes en que las experiencias juveniles tuvieron un efecto particularmente marcador. Ahí, el viejo podía decir al joven que él había vivido cosas que el joven no vivió, del mismo modo que el joven le podía decir al viejo que era imposible que éste viviera el presente desde una conciencia histórica de persona joven, con otra disposición en torno a lo que se conservaba y transformaba en sociedad pues no contaba con aquella vivencia del viejo en donde era más sólido aquello que en el presente se desvanecía.

En definitiva, para valorar un enfoque generacional no es necesario pensar que la categoría de generación es hiper explicativa, menos lo es dar a una supuesta “lucha de las generaciones” un carácter determinante como el que el marxismo dio a la “lucha de clases”. El concepto generación no es imprescindible a todo evento, pero en circunstancias históricas determinadas sí puede ser central, sobre todo si queremos conocer a sujetos, grupos y proyectos determinados que han apelado a la idea de generación para explicar su identidad y proponer modos de articulación política.

No cabe duda de que, en el Frente Amplio, particularmente en partidos como Convergencia Social y RD hay una impronta generacional que tiene como referencia el movimiento universitario del 2011. Son partidos que nacen de ahí, y en donde la incorporación de otros se entendió justamente como diálogo de aprendizajes intergeneracionales. Por otro lado, no fue casual que un tema recurrente de la campaña de Boric fue aclarar que la propia identidad generacional de los marcados por el 2011 rechazaba ser “soberbia generacional” y que por ello era imprescindible el diálogo con “el otro” de “otra edad” que cargaba con otras experiencias o, en términos de Mannheim, otra “estratificación” de sus vivencias que determinaban un posicionamiento subjetivo ante la historia reciente. Visto así, el concepto generación resulta de gran utilidad para leer el presente político, lejos de esencias, universalizaciones insostenibles, pero también de un injusto ninguneo epistemológico.

Víctor Muñoz Tamayo
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Historiador, académico e investigador de la Universidad Católica Silva Henríquez. Autor de "Historia de la UDI. Generaciones y cultura política" y "Generaciones. Juventud universitaria e izquierdas políticas en Chile y México".