China y el sistema de pensiones ¿creó el gigante asiático un sistema de AFP?

El sistema chino continúa siendo mixto, con un componente de reparto importante y un aporte obligatorio por parte de los empleadores que es sustancial, y donde la inversión de los fondos de pensiones que se acumulará en el “Pilar 3” irá, explícitamente, a fondos de bajo riesgo, aunque ello pueda significar un retorno menor a que pudiera alcanzarse con instrumentos financieros más riesgosos.

por Felipe Ramírez

Imagen / Movilización por el fin de las AFP, 21 de agosto 2016, Valparaíso, Chile. Fotografía de Jorge Barahona.


Hace poco más de una semana se generó algo de polémica tras difundirse el anuncio por parte de China de la implementación de un nuevo sistema de pensiones privado, lo que fue utilizado por algunos en la derecha no sólo para atacar a la izquierda por esta “reivindicación” desde un país comunista de algo que pudiera ser similar al sistema de AFP, si no también para criticar el trabajo de la Convención Constituyente.

Ante ello, me parece importante aclarar algunos puntos de manera de despejar cualquier duda que pudiera haber surgido, ya que la decisión implementada por China -y anunciada ya hace tiempo- no tiene casi ningún punto de comparación concreto con la situación en Chile.

En primer lugar, hay que tener presente que luego de la proclamación de la República Popular China en 1949, y hasta el inicio del proceso de “Reforma y apertura” impulsado por Deng Xiaoping a principio de los años 80, el país contaba con un Sistema de Seguridad Social (SSS) que abarcaba varios niveles y prestaciones, pero que en general se limitaba a quienes trabajaban en el sector estatal de la economía y en algunas empresas colectivas, que, si bien era grande, no abarcaba ni a la mitad de la población.

Era lo que se conocía como el “tazón de arroz de hierro”, y que le aseguraba a la clase obrera china trabajo estable, beneficios sociales y pensiones, a partir de prestaciones que dependían de lo que se denominaba en ese momento “unidad de trabajo”, o sea, de la empresa en la que uno se desempeñaba.

Esto, por supuesto, generaba diferencias entre las personas, ya que la realidad entre empresas era diferente: había unidades de trabajo que podían ofrecer a sus trabajadores jardines infantiles, clínicas médicas y escuelas para sus hijos, mientras otras podían entregarles mucho menos. Sin embargo, era un elemento fundamental del modelo igualitario sostenido por el radicalismo maoísta.

Lamentablemente, quienes no trabajaban en el sector estatal no contaban con acceso al SSS, en especial los millones y millones de campesinos chinos, y quienes trabajaban como autoempleados, los que dependían de sus familias y sobre todo de sus hijos para poder hacer frente a cualquier necesitad especial que tuvieran respecto a salud, y también para enfrentar la vida una vez jubilados.

Este sistema comenzó a hacer crisis debido a las constantes tensiones internas que vivió el país en el conflictivo clima de China en los años 60, en particular durante la Revolución Cultural, momento en que gran parte del entramado institucional de la RPCh se vio desarticulado, incluyendo el SSS, las empresas, sindicatos y hasta el Ejército Popular de Liberación, afectados por las luchas de poder y oleadas de radicalismo que azotaron el país.

Tras la muerte de Mao, la derrota de la “Banda de los 4” -que fue identificada con algunos de los mayores errores y excesos cometidos en la Revolución Cultural- y el desplazamiento de Hua Guofeng del poder, Deng Xiaoping impulsó un importante proceso de reformas.

Así, tras fines de los 70 e inicios de los 80 el nuevo gobierno chino implementó lo que se conoció como las “Cuatro modernizaciones” y el proceso de “Reforma y apertura”, que incluyó la privatización de partes del sector estatal de la economía y la liberalización de parte de ella, realizándose cambios estructurales que desarmaron el “tazón de arroz de hierro”.

Entre los cambios que se realizaron entre 1986 y 1990 se incluyen la introducción de un sistema de contratos, una ley de quiebras de empresas del Estado, y la autorización de despidos, eliminando por lo tanto la estabilidad laboral, pero también se inició un programa de seguridad social a distintos niveles para cubrir accidentes laborales y atención médica, en un esfuerzo por reemplazar el para ese entonces inexistente SSS.

Estos primeros esfuerzos continuaron siendo desiguales, como no podía ser de otra forma en una China en rápido proceso de transformación con un potente desarrollo de grandes sectores industriales privados, la entrada de grandes cantidades de inversión extranjera directa, fuertes oleadas de migración interna desde el campo a las ciudades, y un novedoso proceso de inflación que elevaba los precios de los artículos de consumo.

Como telón de fondo se encontraba la noción planteada por Deng Xiaoping de impulsar preferentemente el desarrollo económico del país y que en ese prceso algunos se enriquecerían antes que los demás, como parte de la consolidación de lo que se denominaba desde el 12° Congreso Nacional del Partido Comunista como “socialismo con características chinas”: la apuesta por aplicar el marxismo a las condiciones locales para lograr cuadruplicar en 20 años el valor total de la producción anual de la industria y la agricultura, haciendo coexistir la economía estatal -que retendría una posición de liderazgo- y la privada, incorporando factores de regulación del mercado.

Pero entrando a la década de los 90, y luego del “Viaje al sur” de Deng Xiaoping -en donde pronunciaría su famosa frase sobre que “enriquecerse es glorioso”- las diferencias entre el campo y la ciudad, entre el este costero y el oeste del interior, se transformaron en una preocupación para el liderazgo comunista, que definió como prioridad para la década mejorar y estandarizar el Sistema de Seguridad Social.

Así, en 1997 se promulgó la “Decisión del Consejo de Estado sobre el Establecimiento de un sistema Unificado de Pensión Básica para Trabajadores de Empresas”, que estableció las bases del que se conoce como “Pilar 1” del SSS actual, que combina un sistema de reparto en el que los empleadores aportan un 16% de los salarios que entregan, con un aporte a cuentas personales de los trabajadores en que aportan un 8 por ciento del sueldo que reciben, en un sistema que peculiarmente no es administrado centralizadamente si no que de forma local, mediante los gobiernos a nivel de condado, provincia o ciudad.

Este plan de pensiones, que abarca sobre todo a trabajadores urbanos, se combina con otro plan de pensiones para trabajadores rurales o autoempleados, que recurren al “Pilar 2”: donde pagan a una cuenta personal durante al menos 15 años para poder jubilarse, con el compromiso del Estado de entregar los fondos necesarios para sostener las pensiones que sean demasiado bajas, en el marco del esfuerzo de la RPCh por eliminar oficialmente la pobreza extrema -un logro anunciado por Xi Jinping a inicios de 2021.

Sin embargo, la combinación de ambos pilares ha sido insuficiente para eliminar la disparidad de pensiones que reciben unos y otros, así como para poder abarcar a la totalidad de la población, en particular trabajadores migrantes que se han desplazado hacia las ciudades y quienes trabajan en empleos flexibles, ya que tienen grandes dificultades para ser cubiertos por la seguridad social.

En parte, esto se debe a que hay empresas pequeñas y medianas, pero también grandes, que no pagan sus contribuciones al SSS, muchas veces amparados por dirigentes locales que buscan así “estimular” a las empresas a mantenerse en la zona, generándose distorsiones negativas en las pensiones que se entregan. Un factor adicional es el progresivo envejecimiento de la población, lo que aumenta la presión sobre el SSS, sobre todo tomando en consideración que en China los hombres se jubilan a los 60 años y las mujeres a los 50 si trabajan en empresas o a los 55 si lo hacen en el sector público chino.

En este marco, el Secretario General del PC desde 2012 y Presidente de la RPCh, Xi Jinping, asumió en su Informe al 19° Congreso del Partido Comunista en 2017 que, como parte de los esfuerzos del país por concretar el “sueño chino”, y por alcanzar un nivel de vida moderadamente próspero para toda la población, se impulsaría un SSS de carácter “universal y equilibrado”. Ello abarcaba no sólo las pensiones, sino que también cobertura médica, accidentes laborales, desempleo y seguro de maternidad, en una red “de múltiples niveles caracterizado por su cobertura de toda la población, con una coordinación entre las zonas urbanas y rurales” y sostenible.

Este es el contexto en que se anuncia este año el lanzamiento de lo que sería el “Tercer pilar” del sistema de pensiones, que complementa de forma voluntaria los otros dos mencionados anteriormente, y que incorpora empresas aseguradoras privadas que pondrían a disposición de los trabajadores una cuenta individual de capitalización que sea sencilla de utilizar por los involucrados, que tenga un esquema de aportes flexible, y cuyos rendimientos estables -a través de la inversión de los fondos  que consisten en un máximo de 12 mil yuanes anuales por trabajador, en productos financieros de “bajo riesgo” y a largo plazo- permitan una capitalización progresiva.

Por supuesto, no hay que ser ingenuos. Esta medida, que transforma en mixto el SSS chino, liberaliza el mercado financiero local y buscaría también permitir que inversionistas locales accedan a los mercados financieros internacionales. Es evidente la intención de mejorar la competitividad del sistema económico chino en tiempos en que ha tenido que enfrentar fuertes presiones por la guerra comercial con Estados Unidos y las consecuencias de la crisis sanitaria por el COVID-19.

Sin embargo, comparar el paso dado por China, que como comentábamos antes, había sido anunciado ya hace un año, con el sistema de AFP chileno como una forma de reivindicarlo tras las duras críticas que se le han dirigido durante los últimos años debido a las pensiones miserables es algo que no se sostiene, ya que las diferencias entre ambos son enormes.

El sistema chino continúa siendo mixto, con un componente de reparto importante y un aporte obligatorio por parte de los empleadores que es sustancial, y donde la inversión de los fondos de pensiones que se acumulará en el “Pilar 3” irá, explícitamente, a fondos de bajo riesgo, aunque ello pueda significar un retorno menor a que pudiera alcanzarse con instrumentos financieros más riesgosos.

Habrá que observar la evolución de la propuesta que comienza a concretarse en China, como un elemento más a tomar en consideración en el marco de los esfuerzos en nuestro país por tener pensiones dignas para nuestra población.

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Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).