La informalidad laboral: Algunas reflexiones desde la historia

El sector informal es [hoy] profundamente heterogéneo y abarca a profesionales autónomos que prestan servicios, trabajadoras y trabajadores del sector formal que realizan “pololos” ocasionales, jóvenes que no han podido ingresar al mercado laboral o personas mayores que no logran acceder a una pensión digna. El auge de la llamada economía “gig” y la subcontratación han contribuido a invisibilizar la relación laboral y crear nuevas categorías de trabajadores independientes que no tienen acceso a beneficios sociales y protecciones contractuales. Entender quiénes han sido las y los informales es fundamental para diseñar una política laboral que se centre en las personas y proteja y regularice todas las formas de trabajo, así como un sistema de seguridad social comprehensivo y solidario.

por Ángela Vergara

Imagen / Petaquero y su burro subiendo el cerro, 1899, Valparaíso, Chile. Fotografía de Harry Olds. Fuente.


Durante el trimestre junio-agosto de 2022, la tasa de ocupación informal llegó a 26.7 %. Si bien el aumento de 1.1 puntos porcentuales con respecto al año anterior pareciera ser insignificante, El Boletín de Informalidad Laboral del Instituto Nacional de Estadística (INE) señala que el número de personas ocupadas en el sector informal creció de 2.087.800 a 2.395.933. Es decir, en solo un año, un poco más de 300 mil personas se unieron al sector informal. Asimismo, el INE informó que la tasa de desempleo para este trimestre fue de un 7,9 por ciento. Para muchos estos datos auguran un panorama sombrío en materia de empleo y demuestran que los efectos de la crisis sanitaria y económica serán de largo alcance[1].

La preocupación por la informalidad no es nueva. Desde comienzo de los años setenta, intelectuales y expertos, muchos de ellos ubicados en organismos internacionales y centros de estudios en Europa y Estados Unidos, se abocaron a estudiar los déficits en la creación de empleos productivos y el enraizamiento de un sector autónomo, marginal, e informal en las economías de lo que en ese entonces se llamaba el Tercer Mundo. El término informalidad fue utilizado por primera vez por Keith Hart y los informes realizados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en África. Estos estudios reconocieron la existencia de un amplio sector de la economía urbana que funcionaba al margen de las regulaciones impuestas por el Estado y sin acceso a las instituciones de crédito o los avances tecnológicos. La informalidad incluía una diversidad de actividades, desde el comercio callejero, la venta de comida y servicios, y oficios como carpintería y transporte urbano que suplían las necesidades de los estratos más pobres de la población. Si bien actúa fuera de las normas, la informalidad no es sinónimo de ilegalidad. Con el tiempo, se reconoció que este sector no era independiente del resto de la economía, sino que se entrelazaba en forma compleja y no siempre evidente con los sectores formales.[2]

Los debates internacionales sobre informalidad resonaron con quienes buscaban comprender los desafíos de modernizar el mercado de trabajo en América Latina. A comienzos de los años setenta ya era evidente que el proceso de sustitución de importaciones se había estancado y era necesario superar una serie de cuellos de botella. El crecimiento demográfico y los procesos de urbanización creaban nuevos desafíos en materia de empleo. Si bien algunos argumentaban que el problema radicaba en las características de un sistema capitalista dependiente, otros se abocaban a diseñar reformas que desobstruyeran el proceso. En este ambiente llegaron varias misiones y organismos internacionales, entre ellos el Programa de Empleo para América Latina (PREALC), un organismo técnico multi-agencial dependiente de la OIT y con sede en Santiago de Chile. Con PREALC también llegó el concepto de informalidad que se cruzó con varios debates que tenían lugar en el continente desde la década anterior como eran las teorías de la marginalidad y la dependencia[3].

La larga crisis de los años ochenta, conocida como la década perdida de América Latina por su alto costo social, visibilizó la informalidad. De acuerdo a cifras de PREALC, la informalidad urbana aumentó de un 40.2 % en 1980 a 52.1 % en 1990, mientras el desempleo alcanzó su punto más alto en 1985. La historiadora económica Rosemery Thorp explica que el aumento de la informalidad se debió a tres causas: (1) La reestructuración de la mediana y gran empresa; (2) las estrategias de sobrevivencia familiar; y (3) la reducción del sector público. Pero la crisis del empleo no afectó a todos por igual, y ésta se ensañó con las mujeres, los migrantes y los trabajadores indígenas[4].

No todos vieron con ojos críticos la informalidad. El economista peruano Hernando de Soto, por ejemplo, publicó su polémico texto El Otro Sendero: La Revolución Informal. Para de Soto, los migrantes campesinos que llegaron a Lima se encontraron con una sociedad y un sistema legal que no los admitía y, por lo tanto, para “vivir, comerciar, manufacturar, transportar y hasta consumir, los nuevos habitantes de la ciudad tuvieron que recurrir al expediente de hacerlo ilegalmente”. Ante una formalidad que era costosa, burocrática, e inalcanzable, “los migrantes se convirtieron en informales”. Pero de Soto vio en la informalidad una suerte de promesa y emprendimiento capitalista, en el caso de la vivienda una lucha por acceder a la propiedad privada, y en el caso del comercio ambulante una expansión de las relaciones comerciales y la necesidad de satisfacer una demanda de consumo de los mas pobres[5]. En una presentación que se realizó en la Universidad Católica de Chile, Arturo Fontaine Talavera elogió el libro y subrayó que su autor ofrecía soluciones distintas que “apuntan a desburocratizar, desregular, descentralizar, simplificar, y liberar así, las energías productivas de los sectores populares con el fin de que los pobres salgan de la pobreza por sí mismos con la dignidad que es propia de los hombres libres”[6].

Después de más de cincuenta años y de profundos cambios en la economía mundial, algunos comienzan a ver un cierto agotamiento del término. Para el sociólogo Manuel Rosaldo, el desafío actual es superar las visiones que han estigmatizado u homogeneizado al sector informal o establecido una dicotomía entre lo formal y lo informal. Y a pesar de sus límites, el término sigue teniendo utilidad, ya que permite reconocer a un numeroso sector de trabajadores que son generalmente ignorados por la legislación y el mundo político[7].

Pero si bien los estudios sociológicos sobre la informalidad abundan, la disciplina histórica se ha resistido a estudiarla. Si bien existen varios estudios sobre las formas de trabajo y de vida de los sujetos populares en el siglo XIX y las distintas estrategias de resistencias a la proletarización, la historiografía laboral del siglo XX se ha volcado a entender la relación salarial. Como sugiere Gabriel Salazar, se ha privilegiado estudiar a “la clase obrera -con empleo, con trabajo, con sindicato, con partido, con leyes protectoras”[8]. Sin duda este silencio historiográfico tiene también una dimensión de género. Los estudios sobre el trabajo asalariado tienden a enfocarse en las experiencias de los trabajadores hombres en los grandes centros industriales y mineros. Cabe destacar que, en los últimos años, ha surgido un interés por comprender el impacto del modelo neoliberal en los sectores populares y varias tesis se han enfocado en la historia reciente del comercio ambulante y la economía informal[9].

Frente a la relevancia actual del tema, es urgente avanzar hacia una historia social de la informalidad, definida como una historia desde abajo y desde los propios actores que permita comprender quiénes han sido las y los trabajadores informales y cuáles sus motivos, problemas y demandas.

Hay, no obstante, algunos precedentes. Sobrevivir en la calle es un libro que rescata los testimonios de personas que trabajaban en el comercio ambulante en Santiago a fines de la década de 1980[10]. Una de las entrevistadas es una mujer, jefa de hogar, con tres hijos de nueve, siete, y seis años. Al momento de ser entrevistada, vivía con su mamá, un hermano y sus hijos. Con solo sexto básico, le resultaba difícil encontrar un trabajo estable. ¿Cómo llegó a ser vendedora ambulante? “A mi lo que me tiró a la calle”, responde, “fue que mi marido me dejó con tres niños chicos … él no me da ni un veinte”. Al igual que ella, muchas de las entrevistadas eran jefas de hogar. En la mayoría de los casos, el abandono económico, la cesantía, o un accidente o enfermedad de la pareja las obligó a aceptar condiciones de trabajo irregular. La falta de protección social no solo las precarizó a ellas sino también a su familia. Por ejemplo, un joven de 23 años relata que llevaba más de nueve años en el comercio ambulante. Se puso a trabajar “porque andábamos mal en la casa; es que murió mi papá cuando éramos chicos y somos hartos hermanos”.

En muchas de las entrevistas, la pérdida del empleo formal o la dificultad de insertarse en el mercado laboral aparecen como razones para recurrir a la informalidad. Este es el caso de un entrevistado de 18 años quien señala que “trabajaba en una mueblería, como maestro, y quedé sin trabajo, porque había un exceso de personal. Después me tiré a vender estos maceteros en la calle”.  Otros señalan que fueron despedidos por causas políticas, prácticas anti-sindicales, o decisiones arbitrarias de sus empleadores.

Un elemento común en muchos de los testimonios de trabajadoras y trabajadores informales era la falta de protección social y laboral. Por un lado, esta desprotección y vulnerabilidad es de larga data. Desde sus orígenes, el sistema de seguridad previsional chilena nunca logró cubrir todos los riesgos sociales (vejez, enfermedad/discapacidad, desempleo) y discriminó contra las mujeres y los más pobres. Asimismo, las protecciones legales frente al despido arbitrario siempre fueron escasas y difíciles de aplicar. Las reformas neoliberales que se iniciaron a mediados de los setenta y la fuerte represión desatada por la dictadura militar contra el movimiento sindical implicaron que en la práctica el mundo popular tuvo que enfrentar la peor crisis económica desde la Gran Depresión sin derechos, sin protección, y sin voz.

Pensar la informalidad desde la historia social también requiere preguntarse por las formas de organización y resistencia. En su ensayo sobre los trabajadores sin salario, Michael Denning nos recuerda que los estudios clásicos de la izquierda tendieron a ver a los informales como un sector peligroso socialmente, con escasa conciencia política o de clase. Sin embargo, en distintos lugares y distintos momentos históricos han existido importantes experiencias de organización[11]. Denning menciona el caso de SEWA en Ahmedabad, India. Fundada en 1972, esta organización representa a las mujeres que trabajan en empleos informales o en o forma independiente. Uno de sus más grandes obstáculos, señala Ela Bhatt ha sido el hecho de no son consideradas trabajadoras: “sin un empleador, no se puede ser clasificado como trabajador, y como no es un trabajador, no puede formar un sindicato”.[12]

Existen varios ejemplos de organizaciones de trabajadores informales. En su tesis de licenciatura, Danilo Canales Contreras analizó el caso de los vendedores ambulantes en el transporte público. Es una tesis rica en entrevistas y con un sólido marco teórico e historiográfico, que destaca además la experiencia organizativa del Sindicato Nacional de Trabajadores Independientes Ambulantes del Transporte y Anexos (SINTRALOC). Como señala Canales, SINTRALOC luchó por regularizar el trabajo de las y los vendedores y obtener un permiso que les permitiera trabajar sin ser perseguidos[13].

Hoy en día, el sector informal es profundamente heterogéneo y abarca a profesionales autónomos que prestan servicios, trabajadoras y trabajadores del sector formal que realizan “pololos” ocasionales, jóvenes que no han podido ingresar al mercado laboral o personas mayores que no logran acceder a una pensión digna. El auge de la llamada economía “gig” y la subcontratación han contribuido a invisibilizar la relación laboral y crear nuevas categorías de trabajadores independientes que no tienen acceso a beneficios sociales y protecciones contractuales. Entender quiénes han sido las y los informales es fundamental para diseñar una política laboral que se centre en las personas y proteja y regularice todas las formas de trabajo, así como un sistema de seguridad social comprehensivo y solidario.

 

[1] Desde el año 2017, el INE comenzó a publicar los datos sobre informalidad. Estos se encuentran disponibles en https://www.ine.cl/estadisticas/sociales/mercado-laboral/informalidad-laboral

[2] Paul E. Bangasser, “The ILO and the Informal Sector: An Institutional History.” (ILO, 2000).

[3] Ángela Vergara, “”Trabajadores pobres e informales”: economistas, organismos internacionales y el mundo del trabajo en América Latina (1960-1980),” Revista Latinoamericana de Trabajo y Trabajadores, no. 4 (2022): 1–25.

[4] Rosemary Thorp, Progress, Poverty, and Exclusion: An Economic History of Latin America in the 20th Century (Washington, D.C.: Inter-American Development Bank, 1998).

[5] Hernando de Soto, El Otro Sendero: La Revolución Informal (México: Diana, 1987).

[6] Arturo Fontaine Talavera, “Hernando de Soto: El Otro Sendero,” Estudios Públicos, no. 30 (1988): 19–22.

[7] Manuel Rosaldo, “Problematizing the ‘Informal Sector’: 50 Years of Critique, Clarification, Qualification, and More Critique,” Sociology Compass 15, no. 9 (September 2021), https://doi.org/10.1111/soc4.12914.

[8] Gabriel Salazar Vergara, El poder nuestro de cada día: pobladores, historia, acción popular constituyente, Primera edición, Colección Bolsillo (Santiago: LOM ediciones, 2016).

[9] Véase por ejemplo, Rodrigo Assef Saavedra, “Los trabajadores informales urbanos en Chile neoliberal: el caso de los trabajadores ambulantes en Santiago 1978-2004” (Santiago, Chile, Universidad de Chile, 2005); Danilo Canales Contreras, “Comercio informal urbano en Chile neoliberal: el caso de los vendedores ambulantes en el transporte público (Santiago, 1990-2017)” (Seminario de grado, Santiago, Chile, Universidad de Chile, 2017).

[10] PREALC, Sobrevivir en la calle. El comercio ambulante en Santiago. (Santiago, Chile: Organización Internacional del Trabajo, 1988).

[11] Michael Denning, “Wageless Life,” New Left Review, no. 66 (2010): 79.

[12] Citado en Denning.

[13] Canales Contreras, “Comercio informal urbano en Chile neoliberal: el caso de los vendedores ambulantes en el transporte público (Santiago, 1990-2017)”

Ángela Vergara

Historiadora y académica en California State University, Los Angeles.