La crisis brasileña y las elecciones de 2022

Si, por un lado, el bolsonarismo es la expresión del neofascismo brasileño, como movimiento reaccionario de las masas de las clases medias y la pequeña burguesía, por otro lado, el lulismo es un fenómeno neopopulista, que representa un enorme contingente de trabajadores manuales informales, correspondiente a lo que el sociólogo argentino José Nun calificó como una “masa marginal” y el economista brasileño Paul Singer como un “subproletariado”. A diferencia del bolsonarismo, que moviliza y avanza en la organización de su base social, el lulismo es, en esencia, desmovilizador: se constituye como una relación fundamentalmente electoral, de agradecimiento de los beneficiarios de las políticas sociales a los gobiernos del PT, y que se resiste a la organización y la educación política de su base social.

por André Flores

Traducción de Claudio Aguayo

Imagen / Lula después de ganar las elecciones presidenciales 2022, 30 de octubre 2022, São Paulo, Brasil. Fotografía de Ricardo Stuckert.


Pido permiso al lector no familiarizado con la coyuntura brasileña para una breve digresión sobre la crisis que hemos vivido en los últimos años—sin la cual no es posible comprender el significado de las elecciones de 2022 y evaluar políticamente sus resultados.[1]

 

La crisis brasileña

El impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff en abril de 2016 liberó fuerzas sociales que se volvieron incontrolables para quienes decidieron perpetrarlo, especialmente para la burguesía financiera y el capital internacional. El movimiento de masas de las clases medias y la pequeña burguesía, que inicialmente salió a las calles para exigir la deposición del gobierno del PT, adquirió paulatinamente rasgos fascistas y se radicalizó, a medida que el sistema de partidos se vio afectado y desprestigiado por la operación Lava Jato, adquiriendo finalmente autonomía respecto a la gran burguesía brasileña.

La ofensiva judicial dirigida desde el Departamento de Justicia estadounidense, que se convirtió en el paradigma de la injerencia imperialista en América Latina en el siglo XXI, logró horadar la hegemonía de la gran burguesía interna para retomar, y en algunos casos profundizar, las políticas neoliberales de los años noventa. Para alcanzar este objetivo, la ofensiva judicial dependía del apoyo y movilización de las clases medias que se oponían a los gobiernos del PT, impulsadas por sus prejuicios de clase y el antiigualitarismo, cuya fuerza social era indispensable para doblegar a las demás instituciones del Estado y legitimar las arbitrariedades e ilegalidades cometidas por la acción del sistema de justicia. La intención de Lava Jato de depurar el sistema político reforzó las tendencias a la fascistización de las clases medias y la burguesía. La difusión de la ideología antipolítica agravó la crisis de representación de los partidos burgueses tradicionales, creando las condiciones “para que un personaje mediocre y grotesco desempeñe el papel de héroe” liderando un movimiento reaccionario de masas.

El ascenso de Jair Bolsonaro al gobierno, por tanto, no vino como un relámpago del cielo. Resultó de una combinación particular de contradicciones, que se identifica precisamente con lo que Nicos Poulantzas caracterizó, en Fascismo y dictadura (1970), como el tipo de crisis política que posibilita la llegada del fascismo al poder: 1) Una intensificación del conflicto distributivo de clases y de las disputas entre las fracciones burguesas por el control del aparato estatal; 2) la ofensiva del bloque de poder contra las masas populares; 3) las derrotas sucesivas y la actitud defensiva de las clases trabajadoras; 4) la irrupción del de la pequeño-burguesía y las clases medias en el escenario político; 5) la crisis de los partidos burgueses tradicionales y la ruptura de las relaciones entre representantes y representados. Se trata de una crisis de hegemonía en la que las clases dominantes cooptan al movimiento reaccionario en ascenso para garantizar el control del aparato estatal e implementar medidas regresivas contra los trabajadores, que se encuentran desmovilizados e incapaces para esbozar una reacción.

A pesar de haber ascendido espectacularmente a nivel nacional como representante de este movimiento reaccionario de masas, Bolsonaro solo pudo ganar las elecciones de 2018 porque Lula fue arrestado, y revocados sus derechos políticos. Incluso con todo el desgaste causado por la ofensiva judicial y con el crecimiento del antipetismo en la sociedad, Lula siguió siendo un líder político indiscutido para la mayoría de los votantes, especialmente entre los más pobres. El carácter político del arresto se hizo aún más evidente cuando el juez Sérgio Moro, autor de esta decisión, fue designado por Bolsonaro como ministro de Justicia.

Una vez en el gobierno, Bolsonaro promovió la barbarie. Continuó con las reformas neoliberales implementadas tras el golpe de Estado de 2016. Estas agudizaron dramáticamente la crisis económica y social del país, llevando a 33 millones de personas a la miseria y el hambre. Difundió el negacionismo científico durante a pandemia del Covid-19, incentivando aglomeraciones, saboteando las medidas de distanciamiento social recomendadas por la comunidad científica, y retrasando a propósito la compra de vacunas. Dicha situación convirtió a Brasil en el segundo país con más muertes durante la pandemia, sólo superado por Estados Unidos. En materia ambiental, desmanteló los principales órganos de inspección y control, fomentando la quema de bosques, el acaparamiento ilegal y la minería clandestina en tierras indígenas. En cuanto a las relaciones exteriores, Bolsonaro convirtió a Brasil en un país-paria, asociándose con el trumpismo y la internacional proto-fascista liderada por Steve Bannon y asumiendo el aislamiento diplomático como línea oficial de su política exterior. En el plano interno, alentó la violencia política y promovió el golpe de Estado de manera cotidiana, proporcionando armas a sus partidarios y convocando manifestaciones para cerrar el Congreso Nacional y el Tribunal Supremo a nivel federal.

A pesar de esto, la política de Bolsonaro sirvió a intereses sociales específicos y poderosos, lo que le garantizó impunidad. Las desregulaciones y privatizaciones laborales unificaron el apoyo del gran y mediano capital al gobierno, en especial de la burguesía comercial minorista, que mostró una adhesión orgánica y explícita al bolsonarismo. La distribución de miles de puestos civiles a los militares en el gobierno, la concesión de prerrogativas y privilegios a los oficiales de alto rango y el reemplazo de los mandos de la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea permitieron a Bolsonaro establecer su control sobre el aparato represivo. Las iglesias evangélicas conservadoras, que constituyen la base popular del gobierno neofascista, se beneficiaron del aumento de los fondos estatales para sus estaciones de radio y televisión, y de la ocupación de posiciones estratégicas para la lucha ideológica contra los movimientos feministas y LGBT (como el Ministerio de Educación y el Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos).

Los partidos clientelistas y prebendarios, característicos del sistema de partidos brasileño, y que tienen mayoría en el Congreso Nacional (conocidos como el “centro”) ingresaron al gobierno durante la crisis de la Covid-19, luego de haber obtenido un aumento significativo de recursos en el presupuesto federal para detener la apertura de solicitudes de juicio político contra Bolsonaro. Los terratenientes se vieron favorecidos por el desmantelamiento de las protecciones ambientales y la flexibilización del porte de armas, lo que llevó al recrudecimiento de la deforestación y la violencia en el campo, con la formación de milicias que constituyen la base rural del fascismo. En los centros urbanos, el bolsonarismo avanzó en la organización armada de su base militante, ampliando alarmantemente el registro de armas de fuego y clubes de tiro, y consolidando su influencia sobre los escalones inferiores de las fuerzas armadas y de seguridad (incluidos soldados, cabos, sargentos y capitanes). Emulando al duce, Benito Mussolini, el fascismo brasileño ha mantenido su base movilizada a través de desfiles de motocicletas Harley-Davidsons y otras motos de lujo que se realizan en varias ciudades del país con la participación del presidente y sus simpatizantes.

En resumen, Bolsonaro formó un frente político poderoso, que involucró a su base pequeñoburguesa y de clase media alta, terratenientes, mediano y gran capital (especialmente la burguesía comercial minorista), las fuerzas armadas, las iglesias evangélicas conservadoras y algunos partidos prebendarios-clientelistas.

Sin embargo, debido a su carácter pequeñoburgués y de clase media, los conflictos entre el bolsonarismo y el gran capital no tardaron en desarrollarse. El conflicto por el manejo pandemia del Covid-19, negacionista de suyo, implicó que 3 de cada 4 muertes pudieron ser evitadas, agravando también la crisis económica del país; el conflicto por la política ambiental depredadora, que provocó represalias de la comunidad internacional y perjudicó al sector agroexportador, que depende de los compromisos ambientales que adopte el gobierno para ingresar al mercado europeo; el conflicto por la política de precios de los combustibles de Petrobras, que afecta directamente a los camioneros (base pionera del bolsonarismo) en beneficio de los accionistas del Estado; y el conflicto por la cuestión democrática, que provocó una inestabilidad política permanente y contribuyó a ahuyentar la inversión extranjera: dichos conflictos precipitaron la ruptura de parte del gran capital y la formación de una oposición burguesa al gobierno, la autodenominada “tercera vía”.

El conflicto entre la burguesía y el bolsonarismo también tuvo repercusiones dentro de las instituciones estatales, oponiendo el gobierno de Bolsonaro al Supremo Tribunal Federal (STF) y al Congreso Nacional. A lo largo de 2020, 2021 y 2022, el bolsonarismo realizó manifestaciones multitudinarias en todo el país, sacudiendo sus bases por el cierre de las instituciones democráticas y por el golpe de Estado. En medio de estas asonadas, en abril de 2021, luego de una serie de notas de prensa que expusieron intercambios ilegales de mensajes entre el juez Sérgio Moro y los fiscales de Lava Jato—que hicieron aún más evidente el carácter fraudulento y político de esta operación—el STF anuló los procesos contra el expresidente Lula y le devolvió sus derechos políticos. Desde entonces, se anticipó la campaña electoral de 2022 y se estableció un cuadro de aguda polarización entre Lula y Bolsonaro, siendo cada uno de ellos la expresión de fenómenos de masas distintos y contrapuestos.

Si, por un lado, el bolsonarismo es la expresión del neofascismo brasileño, como movimiento reaccionario de las masas de las clases medias y la pequeña burguesía, por otro lado, el lulismo es un fenómeno neopopulista, que representa un enorme contingente de trabajadores manuales informales, correspondiente a lo que el sociólogo argentino José Nun calificó como una “masa marginal” y el economista brasileño Paul Singer como un “subproletariado”. A diferencia del bolsonarismo, que moviliza y avanza en la organización de su base social, el lulismo es, en esencia, desmovilizador: se constituye como una relación fundamentalmente electoral, de agradecimiento de los beneficiarios de las políticas sociales a los gobiernos del PT, y que se resiste a la organización y la educación política de su base social. Por eso, según el politólogo Andre Singer, autor de este concepto, el lulismo no es necesariamente un fenómeno de izquierda, sino un fenómeno popular.

Apoyado en la fuerza electoral de los trabajadores marginales, la clase media baja, la clase obrera y el campesinado organizados en los movimientos sindicales y campesinos, Lula pasó rápidamente a la cabeza de las encuestas, limitando las posibilidades de crecimiento para una candidatura de la “tercera vía”. Ante esto, la oposición burguesa comenzó a presionar a Lula para que se comprometiera a mantener las reformas neoliberales de los gobiernos de Temer y Bolsonaro, poniendo precio a su eventual apoyo político. Paralelamente, parte del gran capital nacional que había sido beneficiado por la política económica de los gobiernos del PT comenzó a declarar abiertamente la posibilidad de apoyar a Lula, en respuesta a la política de aperturismo económico impulsada por el gobierno neofascista de Bolsonaro. De esta manera, la fuerza electoral del lulismo prevaleció sobre los deseos de la burguesía, provocando importantes realineamientos en la cúpula y la reactivación de lo que el politólogo Armando Boito conceptualizó como un frente político neodesarrollista: un frente policlasista que involucra a parte del gran capital nacional, la clase media baja, el proletariado y el campesinado organizado, y los trabajadores no organizados del subproletariado y las masas marginales.

Incluso frente a esta polarización, la oposición burguesa mantuvo la defensa de su propia candidatura, aunque algunos grandes capitalistas declararon su apoyo a Lula en la primera vuelta. Por izquierda, organizada en torno a Lula, las elecciones de 2022 se asumieron como la principal (por no decir exclusiva) trinchera de enfrentamiento al bolsonarismo, lo que llevó a la priorización de acuerdos y la ampliación de alianzas con la derecha como eje de su línea política. La designación de Geraldo Alckmin como candidato a vicepresidente en la boleta de Lula puede haber sido la principal señal de moderación en la candidatura de la oposición burguesa. Exopositor del PT y competidor de Lula en las elecciones de 2006, Alckmin ha venido actuando como interlocutor del gran capital en la candidatura y como garantía de que un eventual gobierno del PT no será de izquierda, sino que de centro.

El bolsonarismo, por su parte, mantuvo una táctica doble: continuó con la lucha ilegal, amenazando la democracia y desacreditando el sistema electoral, atacando la confiabilidad de las máquinas de votación electrónica; e invirtiendo en luchas de carácter más lega, aumentando las prestaciones sociales durante el período electoral para fracturar los votos de la base de Lula. Recientemente, el 7 de septiembre, Bolsonaro aprovechó las celebraciones del bicentenario de la Independencia para organizar nuevas manifestaciones golpistas, que sirvieron como demostración de fuerza y como propaganda electoral. Considerando el golpe como un proceso, el objetivo principal de estas manifestaciones no era convocar a las masas para un asalto inmediato al poder, sino poner a prueba los límites y la capacidad de reacción de las instituciones democráticas, mantener las bases movilizadas y anticipar el no reconocimiento de un resultado electoral que le sea desfavorable.

En esta dinámica llegamos a la primera vuelta de las elecciones de 2022. En el contexto del recrudecimiento de la crisis política, económica, social y ambiental, las elecciones de 2022 adquirieron un carácter plebiscitario—además de su trascendencia internacional e histórica. Sus resultados influyen decisivamente en el destino de la lucha contra el calentamiento global, continúe o no la política de deforestación amazónica; la lucha por la integración regional y el multilateralismo, ante la creciente división entre los estados de la OTAN y el bloque liderado por Rusia y China; y la lucha contra el fascismo, ante la posibilidad de un golpe de Estado y la instauración de Brasil como epicentro de la extrema derecha mundial. Para los brasileños, se trataba ante todo de decidir si continuar o no con el neoliberalismo, el oscurantismo y el autoritarismo, que empujó a amplias masas populares a la miseria, fomentando la intolerancia religiosa y la violencia política, y colocando a la población bajo la amenaza constante de una clausura autoritaria del régimen democrático.

 

Notas

[1] Este artículo se realizará por entregas, debida su amplia extensión. En este primer artículo, que puede considerarse una pieza independiente del resto por su contenido, André Flores explica el contexto y la coyuntura brasileña actual a partir de un análisis de las demandas clasistas y la intervención organizada del fascismo bolsonarista en Brasil. En posteriores entregas, se explicarán los avatares de la actual elección brasileña que, pese a haber sido ganada para la izquierda encabezada por Lula, ofrece interrogantes y situaciones problemáticas. (C.A.)

André Flores

Universidad Estatal de Campinhas.