Auschwitz y después

Una traducción inédita a un breve extracto de “Ninguno de nosotros volverá”, de Charlotte Delbo, realizada por Maria José Dominguez. Sobre los horrores de Auschwitz, las oscuridades íntimas del terror fascista y las reflexiones en la primera línea de la desintegración de la humanidad. En tiempos presentes, la memoria de los genocidios siempre es lamentablemente actual, pero también grito de alerta.

por Charlotte Delbo

Traducción de Maria José Dominguez (originalmente publicado por Las ediciones de Minuit, París, 1970; 9-19).

Imagen / Entrada del campo de concentración y exterminio de Auschwitz – Birkenau, Polonia. Fuente: Wikimedia.


Hoy día, no estoy segura de que lo que escribí sea verdad.

Estoy segura que es verídico

Calle de llegada. Calle de partida

Hay personas que llegan. Buscan con quienes esperan aquellos que los esperan. Los besan y dicen que están cansados del viaje.

Hay personas que parten. Se despiden de aquellos que no parten y besan a los niños.

Hay una calle para las personas que llegan y una calle para las personas que parten.

Hay un café que se llama “Llegada” y un café que se llama “Partida”.

Hay personas que llegan y personas que parten.

Pero hay una estación donde aquellos que llegan son justamente quienes parten.

una estación donde aquellos que llegan nunca llegaron, donde aquellos que partieron no volvieron jamás.

Es la estación más grande del mundo.

Es a esta estación que llegan, sin importar de donde vienen.

Llegan después de días y después de noches

habiendo atravesado países completos

llegan con los niños incluso los pequeños que debían estar en el viaje.

Se llevaron a los niños porque uno no se separa de sus hijos para este viaje.

Aquellos que tenían oro lo llevaron pues pensaban que el oro podía ser útil

Todos llevaron lo que tenían de más valioso porque no hay que dejar lo que es valioso cuando se va lejos.

Todos llevaron su vida, era sobre todo su vida que había que llevar consigo.

Y cuando llegan

creen que llegaron

al infierno

posible. Sin embargo no lo creían.

Ignoraban que tomamos el tren al infierno pero ya que están ahí se arman y se sienten listos a afrontarlo

con los niños las mujeres los padres viejos con los recuerdos de familia y los papeles de familia.

No saben que a esta estación no se llega.

Esperan lo peor – no esperan lo inconcebible.

Y cuando les gritan ordenarse de a cinco, los hombres de un lado, las mujeres y los niños del otro, en una lengua que no entienden, entienden a golpes de bastón y se ordenan de a cinco porque esperan cualquier cosa.

Las madres mantienen a los niños junto a ellas – se estremecieron de que les fueran arrebatados – porque los niños tienen hambre y sed y están afligidos por el insomnio a través de tantos países.

Por fin llegamos, ellas podrán ocuparse de ellos.

Y cuando les gritan de dejar los paquetes, los edredones y los recuerdos sobre el andén, los dejan porque deben esperar cualquier cosa y no quieren sorprenderse de nada. Dicen “ya veremos”, ya han visto tanto y están cansados del viaje.

La estación no es una estación. Es el fin de un riel. Miran y se sienten abrumados por la desolación que los rodea.

En la mañana la bruma les esconde los pantanos.

En la tarde los reflectores alumbran los alambres de púa blancos en una nitidez de fotografía astral.

Creen que es hacia allá que los llevan y están espantados.

En la noche esperan el día con los niños que pesan en los brazos de las madres. Esperan y se preguntan.

En el día no esperan. Los rangos se ponen en marcha de inmediato. Las mujeres con los niños primero, son los más cansados. Los hombres siguen. Están también cansados pero se sienten aliviados que hagan pasar primero sus mujeres y sus niños.

Ya que se hace pasar primero a las mujeres y los niños.

En invierno el frio se apodera de ellos. Sobre todo para quienes vienen de Candía la nieve les resulta algo nuevo.

En el verano el sol los ciega al salir de los furgones oscuros cerrados desde la salida.

Parten de Francia de Ucrania de Albania de Bélgica de Eslovenia de Italia de Hungría del Peloponeso de Holanda de Macedonia de Austria de Herzegovina de las costa del mar Negro de las costas del Báltico de las costas del Mediterráneo y de las costas de la Vístula.

Quisieran saber dónde están. No saben que este es el centro de Europa. Buscan el nombre de la estación. Es una estación sin nombre.

Una estación que para ellos no tendrá nunca nombre.

Hay quienes viajan por primera vez en sus vidas.

Hay quienes han viajado por todos los países del mundo, comerciantes. Todos los paisajes les resultan familiares pero este no lo reconocen.

Miran. Sabrán decir más tarde como era.

Todos quieren acordarse de la impresión que tuvieron y como sintieron que no volverían.

Es un sentimiento que se puede haber tenido ya en la vida. Saben que hay que desconfiar de los sentimientos.

Están aquellos que vienen de Varsovia con grandes chales y sus bultos amarrados.

están aquellos que vienen de Zagreb las mujeres con los pañuelos en la cabeza

están aquellos que vienen del Danubio con chalecos hechos en la vigilia en lanas multicolores

están aquellos que vienen de Grecia, trajeron aceitunas negras y lokum

están aquellos que vienen de Monte Carlo

estaban en el casino

visten de frac con una pechera destruida por el viaje

tienen panzas y son calvos

son grandes banqueros que jugaban al banco

hay maridos que salían de la sinagoga con la esposa de blanco y con el velo todo arrugado por haber dormido en el piso del vagón

el marido de negro y en sombrero de copa con los guantes sucios

los padres y los invitados, las mujeres con carteras de perlas

todos se lamentan de no haber podido pasar a casa para ponerse un traje menos frágil.

El rabino erguido camina primero.

Siempre fue un ejemplo para los otros.

Hay niñas de un pensionado con sus faldas todas iguales, sus sombreros con una cinta azul que flota. Se suben bien los calcetines cuando bajan. Y van amablemente de a cinco como al paseo del jueves tomadas de las manos y sin saber ¿Qué se les puede hacer a unas niñas de un pensionado que están con su maestra? La maestra les dice : “Seamos buenas, niñitas”. No tienen ganas de ser buenas.

Hay personas viejas que recibían noticias de los hijos desde América. La idea que tienen del extranjero viene de cartas postales. Nada se parece a lo que ven aquí. Los hijos jamás les creerán.

Hay intelectuales. Son médicos o arquitectos, compositores o poetas, se les distingue por su forma de caminar y por los lentes. Ellos también han visto demasiado en sus vidas. Estudiaron mucho. Algunos incluso imaginaron muchas cosas para hacer libros y nada de lo que imaginaron se parece a lo que ven aquí.

Están todos los obreros peleteros de las grandes ciudades y todos los sastres de hombre y mujeres, todos los confeccionistas que habían emigrado hacia Occidente y que no reconocen aquí la tierra de sus ancestros.

Está el pueblo incansable de las ciudades donde los hombres ocupan cada cual su casilla y aquí y ahora esto da lugar a interminables filas y uno se pregunta de qué manera todo esto podía resistir en las casillas superpuestas de las ciudades.

Hay una madre que abofetea a su hijo de cinco años quizás porque no quiere darle la mano y que quiere que se quede quieto a su lado. Podríamos perdernos no debemos separarnos en un lugar desconocido y con todas esas personas. Ella abofetea a su hijo y nosotros que sabemos no se lo perdonamos. Por cierto sería lo mismo si lo cubriera de besos.

Están aquellos que habían viajado dieciocho día que se volvieron locos y se entremataron en los vagones y

aquellos que se asfixiaron durante el viaje de tan apretados que estaban

evidentemente que ellos no se bajaron

Hay una niñita que tiene su muñeca contra el corazón, asfixian también a las muñecas.

Hay dos hermanas con abrigos blancos que se paseaban y que no regresaron a cenar. Los padres están aún preocupados.

De a cinco toman la calle de llegada. Es la calle de partida no lo saben. Es la calle que se toma solo una vez.

Caminan ordenados – para que no tengan nada que reprocharles.

Llegan a una vivienda y suspiran. Al fin llegaron.

Y cuando gritan a las mujeres de desvestirse ellas desvisten a los niños primero teniendo cuidado de no despertarlos totalmente. Después de días y de noches de viaje están nerviosos y mañosos

y ellas comienzan a desvestirse delante de los niños sin que les importe

y cuando se les da una toalla se preocupan ¿Estará caliente la ducha porque los niños van a pasar frio?

y cuando los hombres por otra puerta entran en la sala de duchas también desnudos ellas ocultan sus hijos contra ellas.

Y quizás entonces todos entienden.

Y no sirve de nada que entiendan ahora porque no pueden decirlo a quienes esperan sobre el anden

a quienes ruedan en los vagones apagados a través de todo el país para llegar hasta aquí

a quienes están en los campos y temen partir porque les asusta el clima o el trabajo y que tienen miedo de abandonar sus bienes

a quienes se ocultan en las montañas y en los bosques y que ya no tienen paciencia de esconderse. Pasará lo que tenga que pasar volverán a sus casas ¿Por qué vendrían a buscarlos a sus casas nunca le hicieron mal a nadie?

a quienes no quisieron ocultarse porque no se puede abandonar todo

a quienes creían haber protegido a los niños en un pensionado católico donde las señoritas son tan buenas.

Vestiremos una orquesta con faldas plisadas de niñitas. El comandante quiere que toquemos valses vieneses el domingo por la mañana.

Un jefe de bloque hará cortinas para dar a su ventana un aire de habitación con una tela sagrada que el rabino llevaba sobre si para celebrar el oficio pase lo que le pase en el lugar en que se encuentre.

Una kapo se disfrazara con la ropa y el sombrero de copa del marido su amiga con el velo y jugarán a la boda en la noche cuando los otros estén acostados muertos de cansancio. Las kapos pueden divertiste ellas no están cansadas por la noche.

Se distribuirá a las Alemanes enfermas aceitunas negras y lokum pero no les gusta las aceitunas de Calamata ni las aceitunas en general.

Y todo el día y toda la noche

todos los días y todas las noches las chimeneas ahúman con este combustible de todos los países de Europa

hombres cerca de las chimeneas pasan sus días filtrando las cenizas para encontrar el oro fundido de los dientes de oro. Tienen todos oro en la boca, esos judíos, y son tantos que son toneladas.

Y en la primavera hombres y mujeres esparcen las cenizas sobre los pantanos secos trabajados por primera vez y fertilizan el suelo con fosfato humano.

Tienen una bolsa atada al vientre y sumergen la mano en el polvo de huesos humanos que lanzan al vuelo difícilmente en los surcos con el viento que les devuelve el polvo a la cara y en la tarde están todos blancos, con arrugas marcadas por el sudor que ha goteado sobre el polvo.

Y que no se tema que falten llegan trenes y trenes llegan todos los días todas las noches todas las horas de todos los días de todas las noches.

Es la estación más grande del mundo para las llegadas y las partidas.

Hay solo aquellos que entran en el campo que saben enseguida lo que les pasó a los otros y que lloran de haberlos dejado en la estación porque aquel día el oficial mandaba a los más jóvenes formar una fila aparte.

Tienen que haber para secar los pantanos y para esparcir la ceniza de los otros.

Y se dicen que hubiese sido mejor nunca entrar aquí y no saber nada.

Charlotte Delbo

(1913-1985) Escritora, militante comunista y resistente francesa que fue detenida y deportada en enero 1943 junto a 230 otras mujeres al campo de concentración y de exterminio Auschwitz-Birkenau donde fue sometida a realizar trabajos forzados y luego al campo de retención de mujeres de Ravensbrück de donde es liberada gracias a la acción de Cruz Roja en abril 1945. La publicación de su trilogía Ninguno de nosotros volverá sobre su experiencia como deportada ocurrió 20 años más tarde, motivada por su lucha contra la guerra en Argelia. Sus escritos tienen un carácter formal heteróclito que busca restituir lo inconfesable dando una dimensión universal a la experiencia traumática vivida por la autora y por todas sus compañeras de detención.