Chile no será la tumba del neoliberalismo: Breves reflexiones sobre las elecciones de consejeros constitucionales de 2023

Los sucesivos resultados de los plebiscitos y elecciones de constituyentes debieran obligar a replantearse el relato de la izquierda. Poco a poco se llegará al punto en el cual ya no tendrá más sentido reiterar majaderamente el “mantra” de que el Apruebo de entrada fue mayoritario porque, de acuerdo a las cifras, no fue del todo así. Quizás el derrotero constitucional se cerró, o pasó a otra fase, y ya no tiene sentido colocar todos los huevos y esperanzas de cambio en realización de una Asamblea Constituyente perfecta como quisieran los más puristas.

por Luis Garrido Soto

Imagen / Composición de las convenciones constituyentes de 2021 y 2023. Fuente.


Es momento de que la izquierda en Chile deje de confundir sus propios deseos y anhelos de transformación de la sociedad con la percepción de la realidad. Los resultados de ayer en realidad no eran tan sorprendentes —excepto quizá para los más ingenuos e incautos— pero sí cumplieron la función de ser un verdadero balde de agua fría especialmente con la notable producción académica que se dejó seducir quizás por la sirena del “estallido social”. Desde septiembre de 2022 al momento de llevarse a cabo el plebiscito de salida para aprobar o rechazar la propuesta constitucional de entonces ya era evidente lo muy espurio que era el relato del “estallido social” como justificación del proceso de cambio constitucional. La verdad es que efectivamente en este caso los datos si matan ese relato triunfalista y auto-complaciente sobre la revuelta y el derrotero constitucional que le sucedió. Es más, me atrevería a aseverar que lo único que aún sostiene la factibilidad de realizar más intentos de cambio constitucional son los efectos legales del plebiscito de entrada en octubre de 2020. Estas notas están inspiradas por las siguientes palabras de Immanuel Wallerstein. Aunque aluden a la crisis terminal del sistema-mundo capitalista —que es mucho más amplio que una crisis constitucional, política, o social en un país determinado— si me parecen pertinentes porque apelan al realismo:

Los análisis de la crisis, desde que comenzaron, han estado demasiado llenos de ilusiones y de aquí que hayan alimentado en forma inevitable la desilusión. Han estado demasiado llenos de triunfalismo y no han querido reconocer cómo los propios movimientos antisistémicos han sido atrapados por las contradicciones del sistema. Muchos de los analistas han tendido a utilizar un lenguaje de propaganda pour le encourager les autres y han sido presos de sus propias simplificaciones y aun de sus errores. Y, finalmente, en la atmósfera de inseguridad colectiva, que es el síntoma visible de la crisis, los analistas con frecuencia ofrecieron papilla en lugar de una medicina más dolorosa, respondiendo así a la impaciencia justificada con medios que han prolongado más que reducido la larga prueba. Nuestra necesidad colectiva no es por cierto un desdén olímpico de la crisis sino más bien un frío compromiso, una incesante búsqueda de aquellos efectos políticos que apresurarán realmente la transición, en tanto reflejan de manera constante las posibilidades a largo plazo que condicionan nuestra voluntad colectiva.[1]

En este sentido, no hay que dejarse engañar (o seducir) por las distribuciones porcentuales de votos entre partidos políticos o coaliciones partidarias. Dichas distribuciones pueden mostrar tanto como esconder realidades. Realmente fueron impresionante las cifras de distribución porcentual entre las opciones de Apruebo y Rechazo en el plebiscito de 2020. El Apruebo sacó 78,3% y el Rechazo obtuvo apenas 21,7%. Los nulos y votos en blanco apenas obtuvieron 0,4% y 0,2% respectivamente. Sobre la base de dichas cifras evidentemente la opción Apruebo le dio paliza a la opción Rechazo, especialmente considerando los bajos niveles porcentuales de nulos y votos en blanco que indicaban una alta participación en favor de alguna opción en vez de solo manifestar indiferencia frente a las opciones existentes. Un escenario similar se obtuvo en cuanto a la elección del tipo de órgano constitucional: Convención Constitucional o Convención Mixta dando por ganadora a la primera opción con el 79,2% del total frente al 20,2% para la segunda; aunque los niveles de votos nulos y blancos subieron levemente al 3,8% y 1,6% respectivamente. En suma, el Apruebo se había ganado su legitimidad electoral y con ello consiguió ser el “niño bueno” de la opinión pública. Sin embargo, aquel resultado no fue más que un castillo de naipes o un espejismo coyuntural.

Observando los resultados, a partir de los datos del Servicio Electoral,[2] no solo en términos porcentuales se puede apreciar que el Apruebo nunca fue realmente masivo. Mejor dicho, funcionó más que nada como una muestra del universo electoral que no indicaba realmente las opciones de los potenciales votantes. En otras palabras, ese casi 80% en el 2020 nunca representó una mayoría social. Si lo fue en términos de los votantes efectivos (5.899.683 del Apruebo frente a 1.634.506 del Rechazo dando el total de 7.573.914), pero no lo fue considerando el total de inscritos que podían ir a las urnas pero que decidieron abstenerse de sufragar (14.855.719). En otras palabras, casi la mitad de los 14 millones de votantes decidió no ejercer su derecho con lo cual el casi 80% del Apruebo se desinfla realmente a casi el 40% considerando el total de inscritos. El Rechazo también se deflacta al 11% de acuerdo a esos parámetros, pero esta opción apostaba por enterrar el cambio constitucional de modo que es irrelevante si esa opción era representativa o no. El resultado 80/20, por tanto, fue logrado mayormente porque el voto fue ejercido bajo régimen de voto voluntario con lo cual la “mayoría silenciosa” podía seguir siendo silenciosa.

Los resultados, por tanto, fueron totalmente diferentes y alejados de lo esperado en 2022. El Apruebo apenas sacó 38,1% frente a la apabullante mayoría del Rechazo con 61,9%. Prácticamente se invirtieron las posiciones (aunque no tanto así las distribuciones porcentuales). Lo llamativo es que las cifras del Apruebo se acercasen a la cifra desinflada de aproximadamente 40% si se hubiese considerado el total de inscritos para el plebiscito de 2020 en vez de sólo los votantes efectivos o como lo dijera una Editorial de esta revista: “Aunque el plebiscito de entrada, realizado el 25 de octubre de 2020, confirmó esa abrumadora mayoría por la reforma, escondió el hecho ahora visible de que aquella masa era una minoría ante la mayoría no votante”.[3] Y en este caso el resultado fue una real hecatombe para la izquierda ya que la representatividad del Rechazo en este plebiscito es mucho mayor (con 7.891.415) que la del Apruebo en el plebiscito de entrada (con 5.899.683) al considerar el total de votos que fue de 13.028.739 descontando los votos nulos y blancos efectivamente que alcanzaron 1,6% y 0,6% respectivamente. Esto obviamente indica la mucho mayor participación electoral en el plebiscito de septiembre de 2022 de 85,9% frente al 51% para el plebiscito de entrada en 2020 dado que en aquella ocasión el voto fue obligatorio. En otras palabras, solo 2.145.166 electores se excusaron de no votar en 2022 frente a los 7.281.805 que decidieron voluntariamente no ejercer el sufragio en 2020. Desinflando los porcentajes (con el total de inscritos) para el plebiscito de salida el 32% optó por el Apruebo, mientras el 52% optó por el Rechazo.

¿A dónde se va con todo esto? Que el Apruebo nunca tuvo realmente la certeza de haber ganado el plebiscito de salida. ¿Se hubiese ganado con voto voluntario en vez del voto obligatorio? Eso ya es política-ficción pero las cifras indican que el Apruebo nunca ha sido mayoría realmente excepto bajo ciertas condiciones. Algunos miraron los resultados del plebiscito de salida con cierto optimismo considerando los resultados de la segunda vuelta electoral de inicios de 2022 al ser electo Gabriel Boric con 4.621.231 votos, de modo que de ahí al plebiscito de salida la coalición de gobierno pudo movilizar apenas 237.872 votos a favor de la nueva constitución. Pero me parece que es una forma errada de analizar estos resultados, salvo que se quiera hacer hincapié en la “presidencialización” de este tema. A decir verdad, la votación absoluta por la opción Apruebo a medida que van transcurriendo los plebiscitos entre 2020 y 2022 avanzaba en un evidente declive. En el plebiscito de 2020 se logró la cifra de 5.899.683 mientras que en septiembre de 2022 se consiguió apenas 4.859.103 (frente al Rechazo que se expandió desde 1.634.506 a 7.891.415). En otras palabras, en todo este lapso temporal la opción Apruebo perdió poco más de un millón de votantes mientra que la opción Rechazo creció ¡casi cinco veces! Esto deja muy mal parada a la izquierda como tal ya que realmente no tiene mayoría.

En la última elección de ayer se llega prácticamente al mismo resultado que en septiembre de 2022 puesto que sumados el Partido Republicano, el Partido de la Gente, y Chile Seguro obtuvieron en conjunto el 62% de los votos. En cambio las listas Todo por Chile y Unidad para Chile lograron en conjunto 37,5%. Todo este resultado se dio con una alta participación aunque con votos nulos y blancos que llegaron al 16,7% y 4,6% respectivamente. Algunos podrían pensar que los votos nulos y blancos fueron altos el día de ayer, pero me inclinaría a pensar exactamente lo contrario dado que esta democracia —como tendencia— ha despolitizado a los potenciales votantes mediante su no inscripción en registros electorales.[4] En esto concuerdo con Thielemann quien sostiene que en Chile

la participación siempre fue baja, y su aumento siempre estuvo asociada a lo que se podía obtener votando. Era un interés frío y calculado. La diferencia con el presente no estaba en la ciudadanía ideal, sino en que los votantes actuaban organizados, como grupo, se hacían valer y como en otras instancias de la vida en sociedad —como sindicato, como comité de pobladores, o como organización estudiantil— y desde allí incidían en la política, también en las elecciones. La lucha de clases no se abandonaba, se practicaba civilizadamente a través y más allá de las instituciones. Por poco más de una década, la democracia fue decidir y algo mucho más grande que votar. Eso es lo que se perdió en el entremedio, y no es posible recuperarlo solo con reformas electorales.[5]

Volviendo a las cifras, puede que no sean tan decidoras, pero contrastan enormemente con la participación que se dio en la elección de constituyentes en 2021. En el plebiscito de ayer votaron en total 12.484.109 personas (o el equivalente al 84,9% de los inscritos) mientras que en la elección de 2021 votaron solo 6.190.448, (o el equivalente al 41,6% de los inscritos). Este resultado es paradójico considerando las pretensiones del Apruebo que apuntaban a una menor abstención electoral. Más específicamente, a diferencia de la elección de constituyentes de 2021 en esta ocasión no se podría patalear seriamente que la derecha está sobre-representada y la izquierda sub-representada. Aquí de nuevo es impresionante el crecimiento del Partido Republicano pasando desde 43.982 votos en 2021 a 3.468.258 votos en 2023 a nivel nacional. El Partido Comunista de Chile si bien también creció en el mismo lapso su ritmo no es tan impresionante: desde 207.563 a 791.533. Para decirlo más crudamente entre 2020 y 2023 el partido de Kast creció poco más de 78 veces en captación de votos frente a las casi 3 veces que creció el PC.

Los sucesivos resultados de los plebiscitos y elecciones de constituyentes debieran obligar a replantearse el relato de la izquierda. Poco a poco se llegará al punto en el cual ya no tendrá más sentido reiterar majaderamente el “mantra” de que el Apruebo de entrada fue mayoritario porque, de acuerdo a las cifras, no fue del todo así. Lo único que sostiene ese discurso del Apruebo es el efecto legal de haber sido logrado bajo voto voluntario en 2020 ya que en términos representativos no representaron —valga la redundancia— a una gran mayoría de electores que decidieron no acudir a las urnas; y aunque la mayoría circunstancial del Apruebo de 2020 todavía fuese jurídicamente válida la correlación de fuerzas se ha vuelto gradualmente en su contra. Quizás el derrotero constitucional se cerró, o pasó a otra fase, y ya no tiene sentido colocar todos los huevos y esperanzas de cambio en realización de una Asamblea Constituyente perfecta como quisieran los más puristas. Quizás lo que queda hacer, por ahora, es llevar a buen puerto este proceso significando con ello eliminar el principio de subsidiariedad en la Nueva Constitución y lograr/forzar efectos políticos que lleven en esa dirección. Pero el bloque Unidad para Chile la tendrá muy difícil con 16 consejeros contra 23 del Partido Republicano y 11 de Chile Seguro. Es decir, la izquierda tendrá en dicha instancia la misma posición que la derecha tuvo en la Convención Constitucional de 2021/22 sin capacidad efectiva de veto. Por tanto, Unidad para Chile o sería marginada o tendría que ser el vagón de cola en este proceso. Por último, si se rechaza nuevamente lo que salga de este segundo intento (que es lo más probable que suceda) no veo cómo podría realizarse así como justificarse un tercer intento de cambio constitucional considerando los antecedentes aquí mencionados.

 

Notas

[1] Immanuel Wallerstein, “La crisis como transición”, en: Samir Amin, Giovanni Arrighi, Andre Gunder Frank, e Immanuel Wallerstein, Dinámica de la crisis global, Siglo XXI editores, 1° edición, 1983, México, p. 38.

[2] https://www.servel.cl

[3] Comité Editorial Revista ROSA, “¿Cómo llegamos a esto?, Revista ROSA, https://www.revistarosa.cl/2022/12/18/editorial-15-como-llegamos-a-esto/

[4] Marcela Ríos, Diagnóstico sobre la participación electoral en Chile, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 2017, Chile, pp. 13-16. Según este documento, la participación era de 87% en las elecciones presidenciales de 1989. 20 años después la participación había bajado al 59% para las presidenciales de 2009. Con el voto voluntario, la participación descendió aún más llegando a 43% en la segunda vuelta de la elección presidencial de 2013.

[5] Luis Thielemann, “De patoteros a consumidores: sobre las razones parciales para votar”, Rosa, una revista de izquierda, https://www.revistarosa.cl/2023/05/02/patoteros-o-consumidores/

Luis Garrido Soto
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Licenciado en Historia y estudiante del Doctorado en Sociología, SUNY - Binghamton.