Disidencia sexual y militancia partidaria: tensiones y desafíos desde la izquierda

Para nosotres la radicalidad de la disidencia está no sólo en ser un opuesto, sino en la necesidad de hacer transformaciones profundas. Y, para ello, el aparataje partidista de disputa territorial, institucional y nacional –con disciplina militante que logra abarcar desde una óptica totalizante las distintas áreas de las relaciones sociales de producción y reproducción de la vida– es una condición de posibilidad, pues es lo que permite en lo efectivo un despliegue profundamente transformador. El problema, claro está, es que se nos otorga a las disidencias una doble carga: la disputa política misma del partido en el plano externo y también dentro del mismo, teniendo que justificar recurrentemente de la relevancia de nuestras luchas.

por Leonardo Jofré y Rodrigo Mallea

Imagen / Protesta del Gay Liberation Front en Reino Unido, 1972. Fuente.


Si algún día haces una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila.

(Trailer de Tengo Miedo Torero, adaptación del libro de Pedro Lemebel).

 

La relación entre disidencias sexuales y de género y la militancia partidista ha estado llena de dificultades, desaciertos y tensiones. Por más que hoy parezca consolidarse dadas las expresiones militantes a través de frentes o comisiones en las actuales estructuras partidarias de izquierda, lo cierto es que en el presente muchas de aquellas contradicciones persisten tanto desde un plano teórico como uno práctico. Es preciso, entonces, poder abordarlas sin tabúes ni limitaciones propias de las reglas que se nos intentó imponer expresa o solapadamente para tener cabida dentro del mundo militante.

Primero, cabe destacar que desde la teorización y práctica vinculada a la Teoría de Género y al movimiento LGBTIA+ hay posiciones que, a nuestro juicio, pecan de un maximalismo que relega al cuerpo político disidente a espacios de poder reducidos. Observamos que esto se da particularmente en aquellas visiones que sostienen que no puede haber disidencia por dentro del Estado y, por ende, dentro de la institucionalidad partidaria. Si bien no compartimos tal postura, entendemos su fundamento: ¿cómo confiar en aquellos espacios que nos han relegado discriminado y históricamente? Desde una visión teórica, se entiende a la disidencia como una radicalidad que debe ser opuesta a toda estructura que intente dar cuerpo y forma a los desacatos sexuales y de género, pues ello sería normalizarlas y por ende contener su potencial disruptivo. Sería un elemento primordial de lo que denominamos disidencia y no diversidad sexual: una postura crítica y revolucionaria frente al modelo económico y social, cuya expresión actual es el capitalismo, el patriarcado y la heteronorma.

No obstante, para nosotres la radicalidad de la disidencia está no sólo en ser un opuesto, sino en la necesidad de hacer transformaciones profundas. Y, para ello, el aparataje partidista de disputa territorial, institucional y nacional –con disciplina militante que logra abarcar desde una óptica totalizante las distintas áreas de las relaciones sociales de producción y reproducción de la vida– es una condición de posibilidad, pues es lo que permite en lo efectivo un despliegue profundamente transformador. El problema, claro está, es que se nos otorga a las disidencias una doble carga: la disputa política misma del partido en el plano externo y también dentro del mismo, teniendo que justificar recurrentemente de la relevancia de nuestras luchas.

Así, en las presentes líneas deseamos exponer críticamente aquellas tensiones que día a día dificultan la reconciliación entre la militancia partidista y el movimiento de protesta y lucha de las disidencias sexuales. Con toda honestidad, surge como un llamado de atención, pero también como una propuesta para el trabajo entre compañeres en pos de la unificación de ambas posibilidades como un imperativo para la izquierda revolucionaria.

 

Las tensiones históricas con la izquierda

Las expresiones homofóbicas de la izquierda revolucionaria en Latinoamérica no son un misterio para nadie. Las disidencias sexuales hemos tenido que cargar con la herencia no sólo de la exclusión, sino la búsqueda de corrección forzada de nuestra identidad al entender la sexualidad no heterosexual como un desvío que no era soportable en la revolución. La normalización de la identidad del sujeto-hombre revolucionario desde lo masculino como prototipo hizo que tempranamente en la Cuba revolucionaria enviara a hombres homosexuales a las denominadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), que han sido descritas por quienes allí estuvieron como faenas o programas de trabajo forzado.

En Chile sólo basta recordar las consecuencias de aquella primera manifestación pública de la disidencia sexual un 22 de abril de 1973, en pleno gobierno de la Unidad Popular. Mientras la sensacionalista revista VEA titulaba “Rebelión Homosexual: los raros quieren casarse”, el izquierdista Clarín, defensor del gobierno de Salvador Allende, declaraba no sólo un homofóbico “Ostentación de sus desviaciones sexuales hicieron los maracos en la Plaza de Armas”, sino que se permitía con total impunidad una abierta apología de odio al comunicar un “con razón un viejo propuso rociarlos con parafina y tirarles un fósforo encendido”. Nuevamente, la asociación de la homosexualidad con lo femenino dañaba el prototipo de sujeto-hombre revolucionario recreada en el obrero masculino.

Todo lo anterior no dice sólo y exclusiva relación con un contexto donde la homosexualidad era considerada una enfermedad (como recurrentemente se le intenta explicar), sino que habla de la poca teorización y praxis militante en la temática. Sin autocrítica todo se transforma en justificación. Desde una vereda donde la explotación (apropiación del valor producido) era la piedra angular de la disputa teórica marxista, se hizo necesario relevar las implicancias de la opresión (como impedimento de valoración) y de la dominación (como contrapartida del conflicto del poder/sujeción desde unes poques a otres muches). En lo efectivo, una sociedad socialista en términos estrechos no es garantía de que no existirá opresión y discriminación hacia las disidencias sexuales y de géneros. De hecho, el patriarcado –como expresión del dominio del hombre sobre la mujer, pero también en torno a la visión hegemónica heterosexual del mismo hombre– es previo al modo de producción capitalista, existe antes que él y por ende se incurre en una imprecisón al sostener que la caída del capitalismo es la caída del patriarcado. Debemos transitar sin dudas del viejo “acabar con la explotación del hombre por el hombre” hacia el fin a toda forma de explotación y opresión del ser humano hacia otras formas de vida.

 

La relegación a lo secundario de y en la política

Para nadie es un misterio que un primer estadio la participación de las disidencias sexuales estuvo marcada por sumar a la carga militante de sus tareas el soportar la discriminación fuera y dentro del partido. Para poder elucubrar una agenda LGBTIA+ se debía expresar y hacer política desde una posición no heterosexual, lo que implicaba exponerse en el escenario público cuando ni dentro de las familias o círculos íntimos había realmente contención y protección. Bueno, hasta hoy.

Pero mientras avanzaba desde la visibilización la imposibilidad de obviar a la militancia disidente se adoptaron nuevas formas de control desde la hegemonía masculina cisgénero y heterosexual. La más clásica y reproducida decía relación con la incorporación pasiva de las demandas de la comunidad disidente mediante la continua omisión de sus luchas en las centralidades discursivas, escénicas y programáticas, hasta la actitud activa mediante la negociación de la agenda LGBTIQA+ como elemento cedible frente al poder conservador en el país. Para ello también se relegó de la figuración pública a los liderazgos disidentes, lo cual ha sido una condicionante histórica que nos lleva, por ejemplo, a una increíblemente baja participación política de las disidencias sexuales y de géneros en espacios institucionales. El mejor ejemplo de tal fenómeno es un Congreso que levanta una “bancada por la diversidad” compuesta exclusivamente de personas heterosexuales..

Desde la subyugación de la mujer a la incomprensión del movimiento LGBTIA+: ¿qué rol cabe al feminismo?

En lo que concierne a nuevas formas de subyugación, ha existido en partidos la posición de que el movimiento LGTBIA+ debe trabajar dentro de las estructuras partidarias feministas, cuestión que rechazamos. El problema no es la orgánica feminista; por el contrario, creemos firmemente que la lucha de las disidencias sexuales y de género deben ir de la mano. El problema se presenta cuando, frente a la incomprensión de la temática o lisa y llanamente su subvaloración, se le intenta someter a otro espacio, lo que redunda en la no visibilización de identidades –nuevamente– históricamente invisibilizadas. ¿A alguien hoy se le ocurriría decir que dentro del partido el Frente Feminista no debiese existir como estructura? Probablemente no. ¿Por qué nos permitimos, entonces, decir que la lucha disidente no debe tener un espacio propio, sino que debe sumarse a otro? La pregunta en cuestión es la forma más sencilla de demostrar la subvaloración que se da a las expresiones y luchas disidentes. Todo ello sin siquiera  desmenuzar, por ejemplo, por qué hombres cisgénero (bisexuales o gays) debiésemos integrarnos a un espacio que reconocemos para y por nuestras compañeras, lo que devela una abierta incomprensión de lo implica la disputa del movimiento LGBTIA+.

Viejas y nuevas lógicas masculinizadas de interacción militante

Igualmente, una vía para entender la disidencia política dice relación con la necesidad de trabajar las formas mediante las cuales se ha concebido el funcionamiento militante. Un claro ejemplo es aquella verticalidad que no dice relación exclusiva con la estructura orgánica (por cierto, siempre cuestionable cuando pasa de ser un centralismo democrático a la pura y única suplantación de los espacios de base), sino también con la reproducción de las labores militantes, donde se ha relegado históricamente a mujeres a labores de índole orgánica mientras los hombres se hacen para sí de las de pensar y ejecutar la política. El sesgo de género también se amplía hacia la orientación sexual: si la mujer es ya invisibilizada, peor aún lo será la mujer lesbiana o bisexual; mientras que al hombre gay o bisexual que hoy no cumple con los cánones de la masculinidad imperante se le sigue evitando en el rol público. La situación de las personas trans es aún más evidente: prácticamente no encuentran cabida en la organización militante.

Pero dicho patriarcado se expresa a su vez en la masculinización de las formas de interacción al interior de la militancia, con un despliegue humano marcado por la imposición, el hablar más fuerte y el minimizar posiciones no compartidas; o sus nuevas formas pasivo-agresivas desarrolladas mediante la burla o sátira, las preguntas retóricas, la interrupción, el reduccionismo o la banalización, todas formas de imponerse en el debate por fuera de los cánones argumentativos. El hostigamiento y acoso –en particular o en grupo– han sido métodos constantes usados contra las disidencias sexuales y de géneros. Vemos en dichas formas militantes la reproducción de las mismas prácticas patriarcales que tuvo la izquierda sistemáticamente con nosotres en razón de nuestra identidad de género u orientación sexual.

Los desafíos

Planteamos, entonces, ciertos puntos que creemos vitales para poder avanzar en la superación de las tensiones descritas:

  1. Fortalecer una unión teórica práctica entre feminismos y disidencias sexuales desde una visión interseccional que cuestione aquellas corrientes esencialistas de las corporalidades, enfocándose en una crítica antipatriarcal.
  2. La profundización de una agenda y articulación política disidente sexual revolucionaria, enmarcada en una contraofensiva a los emergentes fascismos latinoamericanos y al ascenso de los discursos de odio.
  3. Fomentar liderazgos disidentes a nivel externo e interno que permitan autorrepresentarnos como LGBTIQ+ y poder ser parte de la política en primera persona, con especial énfasis en terminar con la invisibilización de orientaciones sexuales bisexual y lésbica, así como de la comunidad trans, fluida y no binaria.
  4. Que dentro de la agenda del trabajo y los Frentes de Trabajadores y Trabajadoras se incluya dentro de sus centralidades la arista de las disidencias sexuales, en relación con las formas persistentes de discriminación y precarización, con énfasis en la exclusión de la comunidad trans.
  5. Establecer dentro del trabajo de formación política y militante la discusión teórica en relación a las identidades oprimidas y su historia, la teoría de género, la interseccionalidad, el capitalismo gay y el pinkwashing, entre otras.
  6. Entender la paridad como una lucha prioritaria, pero urgentemente resignificada por fuera del binarismo cisgénero, que permita dar lugar a todas las identidades que no calzan con la estructura hombre/mujer o masculino/femenino.
  7. La conformación y el respeto irrestricto a espacios separatistas de hombres cis-género que permitan el desarrollo personal y política de las diversas identidades sexo-diversas como sujetes políticos, sociales y de derecho.
  8. Cuidar ante todo la convivencia y la práctica: no dar cabida a las antiguas y nuevas formas de exclusión que describimos, como tampoco a las formas de masculinización de la política.
  9. Cuidar el no vulnerar la identidad de nadie a causa de prejuicios o ideas preconcebidas. Se recomienda preguntar antes de asumir.

Un horizonte emancipador debe contemplar una perspectiva de género LGBTIA+ que dé efectivamente cuenta de las profundas transformaciones que imaginamos desde la izquierda revolucionaria. Una que tampoco normalice a las disidencias y sus expresiones, una donde las colas, fletas, maricas y travas pasen en primera línea contra el cispatriarcado, la heteronorma y el capitalismo sin buscar normalizarles bajo los cánones de lo performativamente aceptable. Ya no hay excusas para que la izquierda pague su gran deuda.

Leonardo Jofré
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Candidato a CORE por Conchalí, Huechuraba, Pudahuel, Quilicura y Renca. Abogado, integrante del Comité Central de Convergencia Social.

Rodrigo Mallea
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Candidato a diputado por el Distrito 9. Abogado e integrante del Comité Central de Convergencia Social.