La carne y los huesos de la lucha de clases

Si ampliamos nuestra mirada al panorama global, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que en 2018 casi tres millones de trabajadores murieron en el mundo por causas de enfermedades profesionales (86%) y de accidentes ligados al trabajo (14%). Cada día, los expertos de OIT estiman que 7.500 trabajadores mueren en el mundo debido a condiciones inseguras y dañinas para la salud: 6.500 debido a enfermedades laborales, 1.000 por accidentes laborales. Un goteo incesante que muestra cómo las exigencias de productividad y crecimiento necesitan de la carne y huesos de los trabajadores para desplegarse, cortando dedos, manos y piernas, encorvando espaldas y articulaciones, desgastando ojos, oídos y pulmones, estresando cerebros.

por Patrizio Tonelli

Imagen / Encargado de rescate en minas de carbón, EEUU, 1911. Fuente: Wikimedia.


“La mina no soltaba nunca al que había cogido y, como eslabones nuevos, que se sustituyen a los viejos y gastados de una cadena sin fin, allí abajo, los hijos sucedían a los padres y en el hondo pozo el subir y bajar de aquella marea viviente no se interrumpía jamás. Los pequeñuelos, respirando el aire emponzoñado de la mina, crecían raquíticos, débiles, paliduchos, pero había que resignarse, pues para eso habían nacido”[1].

La actual discusión sobre el proyecto de adaptabilidad laboral presentado por el gobierno el 2 de mayo nos recuerda, una vez más, que el discurso dominante erradicó de nuestros horizontes de comprensión de la realidad categorías tan históricamente significativas como “lucha de clases” o “conflicto capital/trabajo”. Ello por cierto contribuye a la despolitización de los temas laborales y los reduce a una visión meramente funcionalista y en línea con las exigencias de los mercados. Todo tipo de categoría o herramienta que hace referencia a una acción o poder autónomo y colectivo de los trabajadores ha sido abandonada y relegada a un pasado que se considera cerrado y lejano.

¿Qué pensar, de hecho, de un proyecto de reforma que permite negociar individualmente cambios en la jornada laboral que podrían significar para los trabajadores la posibilidad de trabajar más de 12 horas diarias? Se trata de permitir un uso más flexible de la fuerza de trabajo, suponiendo que los trabajadores serían individuos dispersos en los vaivenes del mercado laboral, que tendrían intereses comunes con los empleadores, y que cualquier acuerdo o eventual divergencia con la contraparte serían solamente un problema de buena voluntad individual.

Pero este discurso comienza a balbucear al enfrentarse con el problema de la salud de los trabajadores. Al contacto con los cuerpos reales de las personas que trabajan, con su carne y sus huesos, caen los velos de la ideología dominante y vuelve a cobrar visibilidad la lucha de clases.

Una simple mirada a los datos de accidentes y enfermedades laborales permite darnos cuenta porqué esa lucha es un fenómeno absolutamente actual, vivo y urgente.

Los datos oficiales publicados este 29 de abril por la Superintendencia de Seguridad Social (SUSESO) informan que en Chile, en 2018, se contabilizaron 218.002 accidentes laborales, sumando accidentes del trabajo y de trayecto. Esto significa que el año pasado hubo diariamente casi 600 accidentes asociados al trabajo, considerando a nivel agregado todas las ramas económicas. La SUSESO destaca que esta cifra representa una disminución respecto del año anterior, señalando, sin embargo, que aumentó la gravedad de los accidentes laborales: en el caso de accidentes de trabajo (en el lugar de tareas) hubo un promedio de 20.3 días perdidos por accidente (+1.5% respecto de 2017), mientras que en el caso de los accidentes de trayecto el promedio fue de 26.4 días perdidos por accidente (+1.8%).

Por otro lado, los accidentes que causaron la muerte del trabajador (accidentes fatales) alcanzaron un total de 355 (208 en el trabajo y 147 en el trayecto), significando que en 2018 todos los días ha fallecido 1 trabajador.

Respecto de las enfermedades profesionales, los datos oficiales contabilizaron el año pasado 6.914 enfermedades de este tipo (+8% respecto de 2017), asociadas especialmente con problemas musculo-esqueléticos (43%) y de salud mental (36%). Cabe destacar, sin embargo, que el cálculo de las enfermedades profesionales representa un problema especialmente complejo y espinoso, que ayuda a focalizar de mejor forma el carácter político de la salud de los trabajadores. A nivel internacional, y en Chile también, existe un problema importante de sub registro de las enfermedades profesionales, debido básicamente a la dificultad de diagnóstico y a la escasa propensión de los organismos administradores para calificar las enfermedades como laborales. Esto significa que, en realidad, una buena parte de las enfermedades originadas en el trabajo quedan ocultas y consideradas como enfermedades comunes. Los datos para 2018 nos dicen, por ejemplo, que los 6.914 casos de enfermedades calificadas como profesionales representaron solo el 16% del total de enfermedades denunciadas por trabajadores en Chile, mientras que el 84% fue calificada como común[2].

Si ampliamos nuestra mirada al panorama global, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que en 2018 casi tres millones de trabajadores murieron en el mundo por causas de enfermedades profesionales (86%) y de accidentes ligados al trabajo (14%). Cada día, los expertos de OIT estiman que 7.500 trabajadores mueren en el mundo debido a condiciones inseguras y dañinas para la salud: 6.500 debido a enfermedades laborales, 1.000 por accidentes laborales[3]. Un goteo incesante que muestra cómo las exigencias de productividad y crecimiento necesitan de la carne y huesos de los trabajadores para desplegarse, cortando dedos, manos y piernas, encorvando espaldas y articulaciones, desgastando ojos, oídos y pulmones, estresando cerebros. Como Baldomero Lillo narraba a comienzos del siglo XX, el trabajo atrapa y consume los cuerpos de los que tienen la necesidad de vender su fuerza de trabajo y condena al mismo destino a hijos, nietos y bisnietos.

Respecto de aquellos tiempos, poco ha cambiado en lo referido de la salud de los trabajadores. Las políticas neoliberales, permitiendo restaurar el poder de las elites económicas por sobre la clase trabajadora[4], han representado la versión más actualizada de una histórica lucha de clase que sigue deteriorando la salud de una parte importante de nuestras sociedades capitalistas[5].

Un famoso sociólogo italiano, Luciano Gallino, escribía en 2012 que las víctimas de accidentes y enfermedades son casi exclusivamente obreros y obreras, al estar más cerca de las máquinas, de las herramientas de trabajo, de los materiales, de todo lo que puede explotar, incendiarse, intoxicar, caer encima. Ningún empresario o gerente de empresa, por ejemplo, muere aplastado por un cajón de planchas de acero o cayendo de un techo o respirando polvo de sílice. En esta óptica, la lucha de clase se expresaría en la falta o insuficiencia de medidas de protección en los lugares de trabajo por parte de aquellas empresas que quieren ahorrar en sus gastos, y en la fatiga física y mental causada por la organización y los ritmos de trabajo, que imponen a los cuerpos de trabajadores y trabajadoras, durante muchas horas diarias, movimientos y tiempos de ejecución prestablecidos sobre la base de técnicas de medición internacionales[6].

Sin embargo, los problemas para la salud de los trabajadores no se deben solamente a los peligros y riesgos que caracterizan las condiciones de trabajo inmediatas. En los últimos años se ha afirmado una línea de pensamiento que destaca que la salud de los trabajadores, su integridad, su bienestar, su calidad de vida, depende fuertemente del tipo de relaciones de empleo en las cuales se desempeñan. Con ese término se hace referencia a la relación entre el empleador, que contrata trabajadores para que produzcan bienes o servicios rentables a vender en el mercado, y el trabajador, que contribuye con su trabajo a la empresa en cambio de un salario. Componente esencial de esta relación es la distribución de poder entre las dos partes y el nivel de protección social garantizado para los trabajadores, que durante los últimos 30 años se han visto fuertemente afectados a nivel global por el predominio de las políticas neoliberales y la consecuente reducción de los servicios de bienestar para desempleados o desventajados, el crecimiento del empleo precario, y la reemergencia de la economía informal[7].

Se ha demostrado, entonces, que estas crecientes desigualdades en el mercado laboral están provocando resultados desfavorables para la salud de los trabajadores: el desempleo se asocia con más altos índices de mortalidad; la precarización del empleo se asocia con condiciones peligrosas de trabajo y creciente desigualdad de ingresos, provocando mayores riesgos de accidentes y enfermedades; la informalidad se asocia con mayores niveles de mortalidad respecto de los que trabajan en condiciones formales, así como problemas de salud mental y estrés vinculado a la inseguridad laboral[8].

Resumiendo, en los cuerpos de los que trabajan se marca un estigma que decide de su destino y de su esperanza de vida, ya que la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, se distribuyen según la posición ocupada en la jerarquía social[9]. En esta visión, los accidentes o enfermedades no son eventos naturales e inevitables sino que son la expresión más clara y evidente de la lucha de clase que funda y configura nuestra sociedad. Rescatar esta “economía política de la salud”[10] y tomar partido en ella, finalmente, es el paso esencial para plantear una verdadera defensa de la salud de los trabajadores.

 

Notas

[1] Baldomero Lillo (2008). Obra completa. Santiago, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, p. 103.

[2] SUSESO (2019). Informe anual. Estadísticas de seguridad social 2018. Santiago, Superintendencia de Seguridad Social.

[3] International Labor Organization (2019). Safety and Health at the Hearth of the Future of Work. Building on 100 Years of Experience. International Labour Organzation.

[4] Harvey, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Ediciones Akal.

[5] Navarro, V. (ed.) (2002), Neoliberalism, Globalization, and Inequalities: Consequences for Health and Quality of Life. New York, Baywood.

[6] Gallino, L. (2012). La lotta di classe dopo la lotta di classe, Roma-Bari, Laterza.

[7] Benach, J. et al. (2010). Empleo, trabajo y desigualdades en salud: una visión global. Icaria Editorial.

[8] Benach, J. et. al. (2007). Employment Conditions and Health Inequalities. Final Report to the WHO Commission on Social Determinants of Health (CSDH). Employment Conditions Knowledge Network (EMCONET).

[9] Benach, J.; Muntaner, C. (2005). Aprender a mirar la salud. ¿Cómo la desigualdad social daña nuestra salud? Instituto de Altos Estudios en Salud Pública “Dr. Arnoldo Gabaldon”, Maracay, Venezuela.

[10] Navarro V. (ed.) (2002). The Political Economy of Social Inequalities: Consequences for Health and Quality of Life. New York, Baywood.

Patrizio Tonelli

Investigador del Programa Trabajo, Empleo, Equidad y Salud (TEES) de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).