La precarización de la vida

Así el endeudamiento nos hace vivir en una hipoteca del futuro, una cápsula distópica de plástico que nos entrega las pesadas riendas de la independencia en la posdictadura. Nuestra diferencia específica en Chile –una de las grandes diferencia– es que cuando se habla de inseguridad o precarización de la vida en cierta bibliografía crítica, se piensa en las políticas de austeridad de la última crisis europea. Se piensa en el rigor del déficit fiscal cero y en el desbancamiento del Estado de Bienestar del occidente de Asia, esa civilización llamada Europa. El caso chileno es excepcional, lo sabemos con su rigor, las reformas neoliberales comenzaron con los clarines de la sonrisa pepsodent de Reagan y el Brushing de Thatcher acompañados de la melenita de Buchi y sus comparsas de Chicago, y  por acá el rumbo de las cosas fue más feo y sigue feo, basta con repasar como el ímpetu reformista y securitario de la derecha arremete contra las tímidas reformas vía voucher hechas por el gobierno de la Nueva Mayoría.

por Nicolás Román

Imagen / mochila de repartidor en llamas. Fuente: Comité de imagen ROSA.


Estar una hora en micro, o una hora y media, hacer tres transbordos, estudiar una carrera con un futuro incierto por saturación del campo laboral o por incertidumbre en el mundo del trabajo, por la tarde trabajar para pagar lo que no cubre el CAE o trabajar para comprar materiales, trabajar en un trabajo que no tiene acceso a salud, que no tiene acceso a una pensión de jubilación, un trabajo donde el sueldo es una propina por lo que no sería tanto un trabajo. ¿Cómo se llama la serie? Chile. Chile, el “Westworld” del capitalismo, Corea del Norte neoliberal y, por qué no, la versión distópica de “Los cuentos de la criada”, y eso que “Los cuentos de la criada” son una versión distópica de los cuentos del patriarcado y el capital.

¿Cómo se llama la serie? Precarización de la vida, fragilización del Estado, capitalismo de servicio público, acumulación por desposesión, se llama neoliberalismo, se llama Chile, se llama cincuenta por ciento de les trabajadores ganando trescientos ochenta mil pesos.

¿Cuántas estrellitas lleva la serie del uno al cinco?, ¿una o dos?, ¿estará en Netflix?. La trama de la serie enseña que la precarización de la vida es un acuerdo de las nuevas formas de dominación social. La reorientación del Estado hacia el aseguramiento de la renta del capital y la jibarización de las condiciones de la reproducción social de la vida[1]: educación y salud, qué decir de vivienda y trabajo. La película tiene que ver con algunas cosas que Isabel Llorey en Estado de inseguridad[2] dice que suceden por “maximizar la ganancia a razón de maximizar el riesgo y la inseguridad”. El riesgo y la inseguridad impuestos para la reproducción de la vida, el desbancamiento de lo que el sonriente Foucault llama biopolítica, es decir, la gestión del cuerpo, la gestión de la vida, la gestión de la población, ahora cobra otras condiciones, se vuelve tanatopolítica o en otros casos necropolítica, una gestión de la muerte y del riesgo, “esta ampliación de la racionalidad económica implica la implementación de un modo débil de gobernabilidad por parte del Estado y su flexibilización, de tal suerte que sea la economía quien se ponga a la cabeza de la gubernamentalidad” [3], todo lo contrario del aseguramiento de la vida, una predicción sobre maximizar y contener una población precarizada, pero no empobrecida. La precarización tiene que ver con el hiperconsumo, con el endeudamiento, con la catástrofe socioambiental… al fin y al cabo, los súper ricos, esos que están entre el uno y el diez por ciento de la población prefieren colonizar la luna antes que fijar un impuesto a sus exorbitantes tasas de ganancias[4].

Qué efectos prácticos tiene en este Westworld largo y angosto esta forma de dominación. En este paraíso del riesgo de los trabajadores pero seguridad para las ganancias, esto significa que ante la nula garantía de asegurarse el sustento el 73.3%  de los hogares chilenos destina sus ingresos a pagar deudas[5], de esta manera, la deuda –la nueva clave financiera y neoliberal– es una herramienta de dominación y sujeción. En este sureño país, esto significa pagar por la educación y por la salud, significa que las pensiones de ahorro privatizado, forzado e individual no alcanzan para sostener la vida de los adultos jubilados. En relación con la deuda y la escasa garantía de la reproducción social, se nos presenta la posibilidad del crédito.

Así el endeudamiento nos hace vivir en una hipoteca del futuro, una cápsula distópica de plástico que nos entrega las pesadas riendas de la independencia en la posdictadura. Nuestra diferencia específica en Chile –una de las grandes diferencia– es que cuando se habla de inseguridad o precarización de la vida en cierta bibliografía crítica, se piensa en las políticas de austeridad de la última crisis europea. Se piensa en el rigor del déficit fiscal cero y en el desbancamiento del Estado de Bienestar del occidente de Asia, esa civilización llamada Europa. El caso chileno es excepcional, lo sabemos con su rigor, las reformas neoliberales comenzaron con los clarines de la sonrisa pepsodent de Reagan y el Brushing de Thatcher acompañados de la melenita de Buchi y sus comparsas de Chicago, y  por acá el rumbo de las cosas fue más feo y sigue feo, basta con repasar como el ímpetu reformista y securitario de la derecha arremete contra las tímidas reformas vía voucher hechas por el gobierno de la Nueva Mayoría.

La inseguridad en la Corea del Norte neoliberal sumada a las condiciones de expansión crediticia significa disciplinamiento, el estrés y el malestar. La deuda como castigo, el consumo como goce[6]. Una relación ambivalente de un deseo y una satisfacción castigada. El endeudamiento vital para el consumo de alimentos, de servicios básicos y del descanso. La expansión del consumo se combina con la peste de la deuda como una tendencia global del capitalismo financiero en una espiral donde los economistas desconocen cómo salir de un colapso financiero con dinero barato para el capital que no se reinvierte en las formas clásicas de la producción[7]. Asimismo, el consumo en estas condiciones significa desidentificación social, consumo caníbal y destrucción sádica. La individualización propuesta por el consumo privatiza los problemas sociales, prepara nuestras subjetividades como retículos aislados en una sociedad que se nos vuelve hostil y extraña. Un hostilidad calculada por la implementación de la competencia en todos los niveles, “lo social contemporáneo puede entenderse como una aglutinación de individuos encapsulados en sí mismos que comparten un tiempo y espacio determinados, y participan de forma activa o pasiva (radical o matizada) de una cultura de hiperconsumo”[8], asimismo, desde niveles prescolares hasta laborales se impone una cultura de la competencia, el rendimiento y la selectividad, cuya vuelta de lo reprimido es la descarga de una tensión consumista. El contrapunto de precarización y consumo orquestan un ritmo para olvidar el pasado de la pauperización de las clases populares.

La desidentificación de esos sujetos excluidos, ahora incluidos vía consumo, son la moneda corriente de una nueva forma de descomposición de lo social, la moneda corriente del neoliberalismo es la integración por el consumo ante ciclos previos de pauperización masiva, aunque los costos de crecimiento económico por desigualdad social amplían la precarización de la vida.

La privatización de la reproducción social pone a los individuos en un desierto, un desierto copado de voluntades extrañas, exógenas, hostiles enfrentadas unas con otras, donde el intercambio solidario se minimiza ante la verticalidad del individualismo y la desmantelación de lo público como un espacio de encuentro y de deliberación, lo colectivo, corre la misma suerte con la reformulación del trabajo. La producción social se ha fragmentado con la externalización de servicios, con la precarización de los contratos, con la implementación de un boletariado sin derechos, tanto en el Estado como en los servicios privados[9], la globalización en su versión doméstica nos muestra la alianza de los capitalistas nacionales con un outsourcing global.

El trabajo a boleta, el trabajo free lance, el trabajo por faena, el trabajo solo por el fin de semana, el part time, el trabajo sin jefe en el Uber o en Rappi[10], se suma a un escenario complejo donde la búsqueda por conquistar derechos sociales mínimos: la educación, la salud, la vivienda y el trabajo, que aseguran la reproducción de la sociedad están cuesta arriba. El aislamiento de esta situación en el trabajo y en las condiciones para reproducirlo se conciben bajo la premisa de que los trabajadores son empresarios de sí mismos, siendo esta la clave de una relación de poder que implica una producción de un tipo de sujeto y una forma de valor específica[11].

La sociedad privatizada, la sociedad de la competencia, la sociedad no solidaria, la sociedad como una agrupación desagregada de sujetos puestos en convivencia de manera accidental y nefasta, eso es lo que los neoliberales crearon y sus consecuencias inmediatas son: la competencia, la desconfianza, el exitismo, el arribismo. El peor de los derroteros, o uno de las peores versiones de esta versión del capital autoritario, se condice con el surgimiento de nuevas derechas neoliberales, no fascistas –de ningún modo–, porque las vueltas de tuerca de la derecha contemporánea, en su versión moderada y maximalista, enfrentan el escenario de inseguridad social y desconfianza con la renovación de sus dispositivos securitarios que ellos mismos han administrado por años. Enfrentan la migración y la movilización social con el garrote[12]. Los derechistas actuales están movilizados en contra de los derechos sociales, se oponen a los derechos de identidad, a los derechos sexuales y reproductivos, al derecho a la educación y a la salud, ellos están en contra del derecho a la migración. Son la misma derecha antiderechos: oportunista, rígida, recalcitrante y hacendal. Son los administradores de un parque de diversiones del sufrimiento, lo rigen desde arriba en sus caballos desbocados de acumulación financiera, cimentan las condiciones de opacidad social y aplacan sus consecuencias con el azote de las mismas: competencia, represión, desigualdad.

 

Notas

[1] Grupo de Economía y tranajo, “Radicalización del consenso neoliberal en Chile (2006-2017)”, Cuadernos de coyuntura, Fundación Nodo XXI, http://www.nodoxxi.cl/radicalizacion-del-consenso-neoliberal-en-chile-2006-2017/

Balance y perspectivas para las fuerzas de cambio

[2] Isbel Llorey. Estado de inseguridad. Gobernar la precariedad. Madrid; traficantes de sueños. https://www.traficantes.net/libros/estado-de-inseguridad

[3] Sayak Valencia, Capitalismo gore (España: Melusina, 2010), 30.

[4] “Jeff Bezos jefe de Amazon presenta su nave espacial blue moon para volver a la luna” https://www.biobiochile.cl/noticias/ciencia-y-tecnologia/astronomia/2019/05/10/jeff-bezos-jefe-de-amazon-presenta-su-nave-espacial-blue-moon-para-volver-a-la-luna.shtml

[5] “El bolsillo en problemas. Deuda de hogares chilenos sube y alcanza máximo histórico en 2018”https://www.elmostrador.cl/mercados/2019/04/18/el-bolsillo-en-problemas-deuda-de-hogares-chilenos-sube-y-alcanza-maximo-historico-en-2018/

[6] Verónica Gago. Lo común en disputa. https://www.youtube.com/watch?v=VwQDtD6JvNI

[7] Bryant Srnicek, Capitalismo de plataformas, (Buenos Aires: Caja negra)

[8] Sayak Valencia, Capitalismo, 32

[9] https://radio.uchile.cl/2019/03/04/duoc-uc-mas-de-130-docentes-despedidos-por-unirse-al-sindicato/

[10] “Plataformas 4: Las bases del freelanzariado”, Plataformas: una serie documental de anfibia. https://www.youtube.com/watch?v=UJFArBMVAZo

[11] Matías Saidel, “La fábrica de la subjetividad neoliberal: del empresario de sí al hombre endeudado”, Revista Pléyade 17, 2016. http://www.revistapleyade.cl/wp-content/uploads/7.-Matias-Saidel_17.pdf

[12]  ​Branko​ Milanović, “Esta vez es diferente”, Revista Nueva Sociedad, https://nuso.org/articulo/fascismo-liberalismo-iliberalismo-socialismo-politica-analisis/

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Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.