Autonomía versus politización. Tensiones en la cultura política sindical entre la “vieja democracia” y el inicio de la postdictadura chilena

La hipótesis que cruza este escrito es que las nociones de “autonomía” y “politización” han sido categorías referenciales fundamentales en la cultura política sindical criolla, particularmente para dotar de sentidos la relaciones entre partido y organización laboral. […] En este proceso de continuidad y cambio, uno de los elementos explicativos fue la reflexión sobre la experiencia histórica y de lucha del movimiento sindical, particularmente en torno al papel de este durante la Unidad Popular, de allí que sea necesario remitirse brevemente a este periodo.

por José Ponce

 Imagen / Movilización mineros del carbón, contra el cierre de Enacar, 1997. Fuente: José Ponce.


Los estudios, en su gran mayoría, han tomado los conceptos de autonomía sindical y politización para caracterizar al movimiento obrero chileno[2], pero sin tomar en cuenta la historicidad de estas categorías en el desarrollo de la misma experiencia de las organizaciones laborales. Este escrito pretende indagar en esto, abordando las nociones de autonomía y politización como conceptos formulados y reformulados al calor de la misma experiencia de los propios actores. Ello porque ambas categorías han sido vectores que han perspectivado y enmarcado la acción sindical, tanto en la disputa con otros agentes como al interior de las mismas organizaciones de trabajadores.

La hipótesis que cruza este escrito es que las nociones de “autonomía” y “politización” han sido categorías referenciales fundamentales en la cultura política sindical criolla, particularmente para dotar de sentidos la relaciones entre partido y organización laboral. Esto se puede ver tanto en la experiencia sindical antes de 1973 como en el régimen postdictatorial. Ahora bien, si las ideas de “autonomía” y “politización” trataron de articularse de manera tensa hasta el golpe de Estado, en el régimen que se inició en 1990 la idea de “autonomía” se realzó como algo positivo y se expandió para incluir la idea de participación en su seno, mientras que la noción de “politización” se tendió a utilizar generalmente en un sentido estrecho (para referirse a la partidización de las organizaciones y luchas de trabajadores) y negativa (para motejar a los dirigentes que sostenían estrategias sindicales divergentes). En este proceso de continuidad y cambio, uno de los elementos explicativos fue la reflexión sobre la experiencia histórica y de lucha del movimiento sindical, particularmente en torno al papel de este durante la Unidad Popular, de allí que sea necesario remitirse brevemente a este periodo.

I

Cultura política sindical hasta la Unidad Popular

 

La cultura política sindical chilena que se configuró hacia 1973 tuvo como características distintivas su enraizamiento en los espacios mineros, industriales y en los empleados fiscales; ostentar una fuerte identidad clasista; imbricarse con los procesos sociales y políticos democratizadores vividos en el país; teniendo una estrecha vinculación con los partidos, especialmente de izquierda; siendo esta mediación que permitió al movimiento sindical relacionarse con el Estado, pero sin perder su autonomía respecto a este, dotándolo de cierta capacidad negociadora para hacer valer tanto sus demandas económico-corporativas como políticas, logrando importantes momentos de cohesión sindical, aunque sin soslayar la pluralidad de tendencias que convivían en su interior; a lo que se debía sumar una disposición a actuar tanto dentro como fuera de la ley, utilizando distintas prácticas, dependiendo del contexto socio-político en que desplegaban sus luchas[3].

Por tanto, su “autonomía” y su involucramiento con los procesos políticos del país, es decir, politización, se constituyeron en característicos en su desarrollo, tal como han señalado diversos autores[4]. En este sentido, a diferencia de otros movimientos obreros del continente, la relación entre sindicatos y partidos ostentaban algunas particularidades, que Alan Angell describió con cierta certeza como una “lealtad contradictoria”, pues si bien la precariedad de las organizaciones laborales los llevaba a tener una fuerte dependencia de las orgánicas políticas, no respondían mecánicamente a los intereses de estas[5]. Y era en este punto donde se imbricaban de forma compleja las nociones de “autonomía” y “politización” en el periodo previo a 1973, de la cual conviene entregar algunos indicios para comprender la cuestión de la cultura política sindical en la postdictadura.

El primer ejemplo tiene que ver con el impacto del discurso autonomista y la crítica a la politización del movimiento sindical a comienzos de 1960. Como sabemos, el periodo anterior a esa década estuvo marcado por la constitución de la CUT y una fuerte agitación sindical, la cual se agudizó en la década posterior, teniendo su climax bajo el gobierno de la Unidad Popular. Podría creerse -tal como ha tendido a darse- que la salida de Clotario Blest de la CUT a inicios de los ´60 no solo evidenció el “giro estratégico” en la Central[6], sino que también el desplazamiento definitivo del “fugaz” discurso que enfatizaba un “autonomismo” de clase y una fuerte crítica a los partidos políticos en el movimiento sindical criollo. Sin embargo y a contrapelo de estas miradas, una perspectiva distinta nos entrega una conocida encuesta a 231 dirigentes de sindicatos base en Santiago, Concepción y Valparaíso, donde concluían que el movimiento sindical se encontraba en crisis y que las dos principales causas de ella eran la politización de las organizaciones de trabajadores (entendida como el papel de los partidos políticos, el gobierno u otras instituciones estatales) y por el descuido de las estructuras superiores del movimiento sindical (sea la CUT, federaciones y otras). Más aún, entre las “estructuras sindicales superiores”, reconocidas instancias de mayor influencia política de los partidos en el movimiento sindical, apenas un poco más de la mitad de los sindicatos declaraban estar afiliados a ellas (53%). Lo que era paradojal, pues esos mismos dirigentes reconocían que tanto la izquierda FRAP como el centro demócrata-cristiano (los partidos con mayor incidencia en el campo sindical) eran vistos abrumadoramente como las corrientes que mayormente favorecían a la clase trabajadora[7]. De esta manera en el movimiento sindical convivía una crítica a la “partidización” de las organizaciones obreras pero también una afinidad política a los partidos de centro e izquierda.

Pero esta mirada mayoritaria en el campo sindical, no solo tiene un indicio en la opinión de los dirigentes de sindicatos de base extraídos de una encuesta, sino que también en algunas resoluciones de la misma CUT. Como dijimos, esta instancia reconocida como el espacio de mayor influencia de los partidos, se movía en un terreno complejo si quería mantenerse como la principal Central de trabajadores del país y no vivir la experiencia de la CTCH[8], es decir, terminar dividida. En parte, el desplazamiento de Clotario Blest de la testera de la CUT respondió a la estrategia de la izquierda, en particular del PC[9], para mantener la “unidad” de las principales corrientes en el sindicalismo chileno, especialmente con el fin de retener a la DC al interior de la Central. Sin embargo, la nueva hegemonía en la CUT no lo hizo reemplazando totalmente el discurso del mítico líder de la central, sino que recogió algunos de sus seños discursivos, pero reformulándolos. Uno de ellos fue, en el marco de la llegada del gobierno del DC Eduardo Frei Montalva en 1964, realzar en el Congreso de 1965 su “altiva y digna posición de independencia frente a los patrones, los gobiernos y los partidos políticos”[10]. Es decir, a pesar de la salida de Clotario Blest la CUT se mantuvo el concepto de “autonomía” del movimiento sindical y una distancia respecto de los otros actores con los que interactuaba. Cuestión que se ratificó en su declaración de Principios en el Congreso de 1968, aunque con una precisión: “la Central no es una organización apolítica; por el contrario, agrupando a todos los sectores de la clase trabajadora chilena, desarrolla su acción emancipadora libre de toda tutoría ajena a sus fines específicos”[11]. De tal modo, la Central buscaba mantener su “autonomía” pero sin rechazar sus vínculos con la acción política, en particular con la posible llegada de un gobierno popular a dos años de las elecciones presidenciales de 1970.

            El segundo ejemplo lo tomamos precisamente a partir del balance de actores involucrados en el movimiento sindical durante la UP. Bajo el gobierno de Allende se dieron dos procesos novedosos para el movimiento obrero chileno: colaborar directamente con un gobierno y la toma de un número significativo de industrias en el país. Ambos, creemos, evidenciaron las tensiones entre la idea de “autonomía” y “politización” del movimiento sindical. Por un lado, el apoyo a la UP y el ingreso del Presidente de la CUT, Luis Figueroa, al Ministerio del Trabajo generó la crítica de la oposición de centro al gobierno, por la pérdida de autonomía de la central, mientras que la estatización y tomas de fábricas generaron la crítica de este mismo sector a la radicalización de la “revolución chilena”. De allí que, a nivel de base, en nombre de la independencia sindical algunas organizaciones obreras se resistieron a la estatización de importantes empresas, tal como ocurrió en la Papelera y la CRAV de Viña del Mar[12]. También al interior de la izquierda se generaron críticas a la acción de los partidos durante la UP, tal como han rememorado quienes participaron en los cordones industriales:

“La CUT, a pesar de su fortaleza, a esa altura creo que tenía rasgos de burocratización y, desde luego, muy controlada por los partidos de la UP….En el momento, entonces, se requería una organización más ágil, territorial, y que se hiciera cargo de los problemas en la calle…

No, era relativamente autónomo el movimiento del cordón…

Nosotros fuimos muy respetuosos (el partido y quienes participamos allí) de la participación y la independencia del movimiento. Teníamos la idea de que poner un comisario o burocratizar la participación era encaminarlo hacia un mal desenlace”[13].

Vemos que dentro de los sectores cercanos al gobierno también aparecían críticas a la “politización” o “partidización” del movimiento obrero. Por lo mismo, no fue extraño que hasta los sectores más “leales” al proyecto de la UP, realizaran una autocrítica respecto al compromiso con el gobierno. En efecto, el mismo Luis Figueroa haría un balance: “cometimos otro error durante el gobierno de la Unidad Popular llevando la CUT al gobierno y amarrándola, por así decirlo, a toda alternativa del gobierno de la Unidad Popular y enfrentándonos al peligro de la división”.[14]

La pérdida de la “autonomía” del movimiento sindical y su “partidización” con el gobierno de Allende terminaron viéndose como uno de los errores de la UP, al posibilitar una erosión de la unidad de clase. Así, la lealtad conflictiva entre sindicatos y partidos terminaba teniendo como elementos prioritarios y positivos la “autonomía” y la “unidad” de clase, por sobre la “politización”. ¿Cómo operaría esta tensión entre autonomía y politización bajo la “nueva democracia”?

II

La Postdictadura

 

Nos detuvimos en lo anterior porque -como veremos- los balances sobre la experiencia de la UP fueron parte de una lectura más general de las vivencias sindicales, a las cuales se sumaban los cambios que vivió la clase trabajadora al alero de las políticas neoliberales, tanto en la Dictadura cívico-militar de Pinochet como bajo los gobiernos de la Concertación. Si la represión permitió los cambios en la legislación laboral-sindical y las transformaciones económico-sociales que impactaron en el mercado laboral, en conjunto terminaron transformando la morfología de la clase trabajadora[15]. Ello también impactó en el peso de los sectores sindicales, reforzándose la relevancia del sector servicios, en particular de los trabajadores públicos, y los actores laborales vinculados al esquema productivo exportador-extractivo, es decir, la minería, portuarios y forestales (en menor medida los salmoneros). Todo lo cual posibilitó el trasladó de los liderazgos sindicales hacia estos sectores.

Sin embargo, estos cambios “estructurantes” no derivaron en una disolución total de la cultura política sindical y de estos conceptos que hemos venido planteando. Pues la tensión entre “autonomía” y “politización” no solo se mantuvo, sino que se enfatizó, evidenciando las continuidades y cambios que experimentaba el sindicalismo chileno.

            En general, la dictadura se entendió por parte de los trabajadores como un momento “excepcional” del desarrollo sindical, postergando sus demandas y desplegándose para luchar por el fin del régimen de Pinochet. Por lo mismo, entendieron que su devenir “normal” y el logro de sus reivindicaciones serían resueltas bajo un régimen democrático post-dictatorial. De allí que sería bajo la “nueva democracia” el momento cuando se podría desplegar en toda su plenitud el sindicalismo. Fue en ese marco, que mezcló la reflexión sobre la experiencia en la “vieja democracia” previa a 1973 y la expectativa en torno al nuevo contexto político donde reapareció la tensión entre “autonomía” y “politización”.

Si bien la prioridad de la “autonomía” por sobre la “politización” sindical fue impulsada por quienes promovían la estrategia de “concertación social”, esto no solo fue tributario de los líderes laborales vinculados a la coalición de gobierno, sino que se volvió transversal al movimiento de trabajadores. En efecto, el sindicalista cuprífero pinochetista Guillermo Medina, en el contexto de la huelga legal de El Teniente en 1991, calificaba como un elemento “negativo” en la historia sindical la cuestión de su politización: “existe bastante politización en los sindicatos. Lamentablemente este lastre lo venimos arrastrando desde hace muchos años”. Y, para superar esto, la receta era la “autonomía sindical”: “al movimiento sindical hay que darle autonomía, lo que no significa que cada persona no sea militante del partido que sea”[16]. De tal forma, si bien precisaba que no era negativo en sí que un sindicalista militara en un partido, lo que parecía criticar era que la acción sindical se subordinara a los intereses partidarios. Tal como lo planteó un dirigente del carbón de Lota, quien a partir de una mirada con proyección histórica que criticaba el “sectarismo” durante el gobierno de la UP, sostenía: “yo he conversado con dirigentes de todos los partidos, y de otras organizaciones sindicales y hay algo nuevo en la actitud de los dirigentes. Lo nuevo es que hay una defensa más decidida de la autonomía y capacidad de decidir”. Aunque precisando, al igual que Medina: “no se trata de estar en contra de los partidos, pero sí de decir: los asuntos sindicales son sindicales. Aunque la mayoría de los dirigentes pertenecen a partidos, dentro del movimiento sindical no quieren que el partido o los partidos se inmiscuyan”[17].

Pero no solo estos gremios emblemáticos del movimiento sindical a lo largo del siglo XX eran tributarios de estas ideas, sino también otros, con una trayectoria y simbolismo menor, pero que ostentarían un liderazgo importante en la postdictadura, como los profesores y los trabajadores de la salud. Por un lado, el presidente del Magisterio durante el gobierno de Aylwin, Osvaldo Verdugo, reafirmó el compromiso gremial con el régimen democrático, “pero como organización social mantendremos una relación autónoma y franca con ellos”, aludiendo a “los errores del pasado” (la mencionada subordinación sindical bajo la UP), precisó que: “en estos 16 años aprendimos que es importante la independencia entre el mundo social y el político. Aunque a futuro hagamos algunas cosas en forma concertada, nos reservaremos el derecho a hacer cosas propias del gremio”[18]. Esto último, a su vez, a partir del rescate de la “autonomía”, se abría la puerta a posibles movilizaciones para plantear las demandas de su sector laboral.

Desde los trabajadores de la salud, el combativo y comunista dirigente de la FENATS (uno de los gremios más movilizados en la década de 1990), Humberto Cabrera afirmó cosas similares a lo planteado por los dirigentes derechistas y concertacionistas. Aunque en un contexto que lo acusaban del “uso político” de su gremio a favor de la estrategia de agitación del PC, Cabrera afirmó respecto a las luchas y demandas que ellas tenían un carácter “absolutamente gremial”, contraargumentando: “no soy terrorista, ni un mirista, como dicen por ahí los que me colocan camiseta. La única camiseta que tenemos los dirigentes es la camiseta blanca de la salud”. Contrarrestando a sus opositores que le criticaban la intervención del PC en las propuestas de las movilizaciones de 1991, afirmaba que en ellas “no participó el Partido Comunista, fue elaborada por los trabajadores de la Salud, por moros y cristianos”[19]. De allí que retrucara, en la misma clave, sosteniendo que dichos calificativos tenían “un móvil absolutamente político”[20]. Es decir, respondía en la misma lógica que sus rivales: estos últimos eran los que politizaban las diferencias internas del gremio.

Lectura y disputa parecida a la que se dio en otros gremios y sindicatos, entre ellos, los profesores. Esto se dio en una creciente y cada vez más bulla disputa por el liderazgo de la principal organización de trabajadores del país, como era el Colegio de Profesores, entre Osvaldo Verdugo y Jorge Pavez. Si el primero desde 1991 empezó a criticar que en las movilizaciones “han existido personas ajenas a los profesores que han tratado de alterar la movilización gremial y que son responsables de esto quienes han tratado de politizar los hechos”[21], haciendo alusión claramente al PC, derivó en 1993 con la acusación a Pavez de que buscaba utilizar y dividir al gremio[22]. Mientras que este último, de forma irónica pero en la misma lógica respondió que, durante la movilización de 1993 se habían visto “a altos jefes políticos de la Concertación aquí presionando por el acuerdo, pero no se vio a Volodia Teitelboim ni a Gladys Marín”[23]. En tal sentido, desde ambos sectores se motejaban de subordinar los intereses del magisterio a otras pretensiones, sea de un partido político o del gobierno.

De tal forma, la noción de “autonomía sindical” se transformó en un concepto transversal y valorado de manera positiva por los dirigentes de las organizaciones de trabajadores, mientras que la noción “politización” empezó a ser visto de modo negativo. Aunque cabe precisar que el reclamo por incidir en el desarrollo de políticas públicas o los vínculos con parlamentarios u otros cargos políticos para alcanzar sus demandas se mantuvo entre estos mismos dirigentes, ello se hizo más como un reclamo de participación bajo la “nueva democracia” que como una disputa para reivindicar la politización del movimiento sindical o sus luchas, como sí lo habían buscado en la “antigua democracia”.

En este escenario, la idea de “autonomía sindical” se transformó en un término utilizado casi como “sentido común” por las diversas estrategias sindicales que se desarrollaron en la postdictadura chilena. Así, desde las distintas organizaciones política con inserción y en todas las estrategias desplegadas al interior del movimiento sindical, es decir, desde la propuesta “concertación social” hasta las distintas variantes de sindicalismo “socio-político”, pasando por las tesis que planteaban una “confrontación clasista” o, incluso, de los “colectivos de trabajadores”, asumieron como idea gravitante la independencia o la “autonomía” como condición sine qua non para el desarrollo óptimo del sindicalismo[24]. Sin embargo, aunque algunos trataron de reposicionar la acción política de las organizaciones laborales y rearticular ambas categorías, tal como se trató de hacer previo a 1973, la noción de “politización” quedó generalmente en un segundo plano y la preponderancia discursiva de la “autonomía” se mantuvo, a pesar de que en la práctica esta distaba de implementarse. Por esto último, entre otras razones, los actores sindicales al ver la distancia entre este discurso “autonomista” y la práctica sindical efectiva, acusaran a sus adversarios de “politizar” o subordinar a otros intereses externos a sus respectivas organizaciones.

¿Esto quiere decir que no existieron procesos de politización sindical que no fuera solo una “partidización”? Sí existieron procesos de politización en un sentido amplio (es decir, incorporar demandas más generales en torno al proceso de trabajo y desarrollo social[25]) discursivamente no subvirtieron de forma radical esta relación antagónica entre “autonomía” y “politización” que se fue instalando en la postdictadura, estrechando la “politización” para leerla como “partidización” y extrayéndole la idea de participación política e incluyéndola en un concepto más “amplio” de autonomía sindical.

De tal modo, distintas “rebeliones de las bases” se fueron sucediendo en varios momentos y gremios, impugnando liderazgos y erigiendo a otros dirigentes en nombre de la tan ansiada “autonomía sindical”. Así mismo, contribuyó a instalar luchas más en nombre de la dignidad del trabajo o de la reivindicación gremial que en torno a la otrora poderosa identificación de clases del movimiento sindical chileno. De esta forma, se han ido proyectando en el tiempo organizaciones laborales que luchan, que a veces logran triunfos o derrotas, pero lo hacen de forma fragmentaria, sin reinstalar a la clase trabajadora como un actor colectivo relevante en el quehacer político nacional.

Para terminar, cabría preguntarse ¿a quiénes ha terminado favoreciendo este énfasis en la autonomía sindical?, ¿a los trabajadores, a los empresarios, a los partidos, al gobierno o a las organizaciones sindicales? ¿Podrán existir proyectos de clase que se declaren autónomos o apolíticos? ¿No terminó siendo más funcional la “autonomía sindical” a los actores en el poder durante la posdictadura, al descrédito de los partidos políticos y a la fragmentación de las organizaciones de trabajadores? ¿La izquierda más radical podría desarrollar un proyecto teniendo como categoría central la “autonomía sindical“? ¿Cómo podría darse esto último con la experiencia histórica del movimiento obrero del siglo XX y XXI?  Con todo, estas preguntas de marcado carácter político son difícil de resolver acá, pues tal como demuestra la misma experiencia de los trabajadores, es al calor de la misma lucha de clase que se van abriendo y cerrando camino para sus respuestas.

*(Ponencia presentada en la I Jornadas de Estudios del Trabajo, realizadas en Santiago el 22 y 23 de agosto de 2019. Agradecemos los comentarios de Jorge Navarro, Aníbal Pérez y Camilo Santibáñez, aunque lo escrito es exclusiva responsabilidad del autor).

Notas

[1] Estudiante Doctorado en Historia USACH e integrante de “CLASE. Centro de estudios de la izquierda y la clase trabajadora”.

[2] Algunos ejemplos clásicos son: Alan Angell, Partidos Políticos y Movimiento obrero en Chile, ERA, México, 1974; Francisco Zapata, Autonomía y subordinación en el sindicalismo latinoamericano, Fondo de Cultura Económica y Colegio de México, México, 1993.

[3] Esto lo hemos desarrollo, a partir de otros autores, en José Ponce, “Movimiento sindical en transición. Conflictividad y cultura política sindical en la postdictadura chilena (1990-2010)”, en José Ponce, Aníbal Pérez y Nicolás Acevedo (comp.), Transiciones. Perspectivas historiográficas sobre la postdictadura chilena, 1988-2018, América en Movimiento, Valparaíso, 2018.

[4] Alan Angell, op. cit.; Francisco Zapata, op. cit.; y Rolando Álvarez, “¿Represión o integración? La política sindical del régimen militar. 1973-1980” en Historia, N° 43, Vol. II, julio-diciembre, Universidad Católica de

Chile, 2010, pp. 325-355.

[5] Alan Angell, op. cit.

[6] Augusto Samaniego, Unidad Sindical desde la base. La Central Única de Trabajadores de Chile, 1953-1973, Ariadna, Santiago, 2016.

[7] Henry Landsberger, Manuel Barrera y Abel Toro, Abel, El pensamiento del dirigente sindical

chileno. Un informe preliminar¸ INSORA, Santiago, 1963. Una mirada matizada sobre esta encuesta en Luis Thielemann, “La rudeza pagana: sobre la radicalización del movimiento obrero en los largos, 1957-1970” en Revista Izquierdas, N° 44, junio 2018, Universidad de San Petesburgo.

[8] Existen pocos estudios sobre la CTCH. Uno de ellos es el clásico trabajo de Mario Garces y Pedro Milos, Las Centrales Unitarias en la historia del sindicalismo chileno, ECO, Santiago, 1988.

[9] Franck Gaudichaud, Mil días que estremecieron al mundo. Poder popular, cordones industriales y socialismo durante el gobierno de Salvador Allende, LOM Ediciones, Santiago, 2016.

[10] “Memoria del Consejo directivo al 4to Congreso Nacional Ordinario de la Central Unica de Trabajadores”, del 25 al 28 de agosto de 1965, p. 27.

[11] “Declaración de principios y Estatutos Central Única de Trabajadores de Chile”, 1968, p. 1.

[12] Sobre la Papelera, ver Edgardo, La Rosa, “Los trabajadores del papel y su rechazo a la estatización de la Industria Papelera durante la Unidad Popular: Testimonios sobre la identidad, el sindicalismo y la sociabilidad obrera. Puente Alto (1920-1973)”, Tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Santiago, 2010. Y sobre la CRV ver, Robinson Lira, “Un modelo de relaciones industriales y orientación sindical. El caso de la Refinería de Azúcar de Viña del Mar, 1930-1973”, en Proposiciones, SUR Ediciones, Santiago, 1996.

[13] Franck Gaudichaud, Poder popular y Cordones Industriales. Testimonios sobre el movimiento popular urbano, 1970-1973, LOM Ediciones, Santiago, 2004. p. 296-300

[14] Citado en Augusto Samaniego, op. cit., p. 165.

[15] Carlos Ruiz y Giorgio Boccardo, Los chilenos bajo el neoliberalismo. Clases y conflicto social, NODO XXI y El desconcierto, Santiago, 2015.

[16] La Tercera, 28 de julio de 1991, segundo cuerpo, p. 7.

[17] Fernando Echeverría y Jorge Rojas Hernández, Añoranzas, sueños y realidades, SUR, Santiago, 1991, p. 116.

[18] El Educador, enero de 1990, p. 3.

[19] La Tercera, 5 de septiembre de 1991, p. 5.

[20] La Tercera, 27 de jullio de 1990, p. 12.

[21] La Tercera, 28 de septiembre de 1991, p.9.

[22] La Tercera, 28 de septiembre de 1993, p. 4.

[23] La Tercera, 24 de septiembre de 1993, p. 4.

[24] Un análisis sobre las principales estrategias sindicales en postdictadura en general puede verse en José Ponce, op. cit; y en la CUT en particular, Sebastián Osorio, “De la estrategia concertacionista al sindicalismo de contención. Un balance de la CUT en la postdictadura, 1990-2016”, en Ponce, José; Santibáñez, Camilo y Pinto, Julio, Trabajadores y trabajadoras. Procesos y acción sindical en el neoliberalismo chileno, 1979-2017, América en Movimiento, Valparaíso, 2017

[25] Karim Campusano, Franck Gaudichaud, Sebastián Osorio, Pablo Seguel et Miguel Urrutia, “Conflictividad laboral y politización en los procesos de trabajo. Una propuesta teórica para el análisis de la trayectoria reciente del movimiento sindical chileno”, en Nuevo Mundo/Mundos Nuevos, Questions du temps présent, junio de 2017.

José Ignacio Ponce
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Historiador, estudiante del programa de Doctorado en Historia de la Universidad de Santiago (USACH) e integrante de “CLASE. Centro de estudios de la izquierda y la clase trabajadora”.