Rabia contra las máquinas: crónica de una revuelta en desarrollo

Tanto el gobierno como el espectro social movilizado empezaron a trazar posibles resoluciones del conflicto. El primero reforzó la tesis del “pacto social” al interior de la elite política, además del intento por dividir la revuelta, enfatizando en el saqueo y difundiendo el terror en las poblaciones. Los sectores movilizados han impulsado una salida social del conflicto: promovieron una huelga general productiva; la instalación de un “pliego del pueblo” a partir de las reivindicaciones maceradas en las últimas luchas contra el neoliberalismo; y un acuerdo garantizado por dirigentes de organizaciones sociales. Así, tras el llamado inicial de los “estratégicos” trabajadores portuarios y otras plataformas (feministas, estudiantiles y ambientales), se fortaleció la iniciativa de “Unidad Social”, donde se venían articulando distintas organizaciones, aunque de carácter principalmente laboral. Los trabajadores públicos, de la salud, profesores y mineros del cobre, entre otros, se plegaron al llamado, evidenciando que diferentes fracciones de la clase trabajadora han buscado unificarse y ponerse a la cabeza de una volcánica movilización.

 

Por José Ignacio Ponce

Imagen / Manifestantes trasladan un herido del enfrentamiento con carabineros durante las protestas por el alza del pasaje del transporte público en Santiago, 1957. Wikimedia.org

 


 

 

Track 1: Know Your Enemy (Conociendo tu enemigo)

El fin de semana del 18 al 20 de octubre pasará a la historia como los días de mayor beligerancia social y política de la postdictadura chilena. La evasión del pasaje del metro en las jornadas previas escaló a la destrucción de los torniquetes para ingresar a los vagones y llegó hasta la quema de las mismas estaciones del tren subterráneo de la capital chilena. Pero estas demostraciones de rabia contra las máquinas no respondían a beneficios individuales, pues se daban en medio de mutuas solidaridades. Si los jóvenes movilizados ayudaban a “evadir” el metro para que los trabajadores y trabajadoras que se trasladaban hacia sus lugares de trabajo y hogares, estos últimos respondieron ayudando a los estudiantes para abrir las estaciones a resistir la represión policial y abrir las estaciones cerradas. Esto, porque la respuesta inicial del gobierno cercar y restar legitimidad a la acción.

 

Pero las personas movilizadas correrían el cerco a nivel nacional los días siguientes. En efecto, luego de años de expoliación de derechos sociales y económicos, expresados cotidianamente en distintas zonas (urbanas y rurales) de sacrificios, hicieron que la rabia coyuntural, que estalló focalizadamente en las principales articulaciones subterráneas de la capital, incendiara con sus esquirlas una pradera de descontento en el resto del país. Así, yendo más allá de los recelos entre capitalinos y habitantes de regiones, la solidaridad se empezó a expresar en llamados a manifestarse en otras ciudades de Chile el sábado 19 de octubre.

 

Ese día la movilización no solo adquirió ribetes nacionales, sino que también un carácter muy dinámico y beligerante. Si en la mañana el gobierno trató de sofocar el incendió capitalino sacando los militares a la calle, la llama de la movilización se prendió en la portuaria ciudad de San Antonio y en Concepción. Probablemente la imagen de los militares en medio de las protestas santiaguinas, mientras en otros lugares los trabajadores se movilizaban, viralizadas a través de las redes sociales, empezaron a asemejar a Piñera con Pinochet. La definición del gobierno fue usar una represión rápida como cortafuego en las regiones para frenar la expansión de la movilización. Sin embargo, la espontaneidad de estas, la explotación estructural, la rabia coyuntural desatada, la memoria de resistencia y las “redes sociales” que multiplicaban imágenes represivas, derivaron en que mientras las fuerzas de orden actuaban, llegara más gente a las calles y se extendieran las protestas. Desbordados los Carabineros en regiones y junto a ellos los militares en Santiago, la otra cara de las revueltas en la historia de Chile se manifestó: el saqueo.

 

Los destrozos y desabalijamientos de supermercados, farmacias y bancos -símbolos de la colusión y endeudamiento en el neoliberalismo chileno- se dio en distintas zonas del país, de manera nunca antes vista en los últimos 30 años. Por horas, ciudades enteras fueron territorios sin control policial. El gobierno definió inútilmente “congelar” el precio del metro y aplicar más represión, decretando el “Estado de Emergencia” y el “toque de queda” en las regiones de Valparaíso y Concepción. El desbande brutal de la fuerza militar para “apoyar” la acción policial en regiones, seguía asimilando a Piñera con Pinochet, ahora a escala nacional.

 

La “autocrítica” que se esbozaba desde los sectores del gobierno hasta la “oposición”, y el llamado al “diálogo social” entre estas fuerzas políticas, no tuvieron efecto en la población movilizada. Entre otras cosas, porque el mismo Presidente guardó silencio hasta la noche del domingo. Los sectores de izquierda en la oposición condicionaron sus conversaciones al retiro de las fuerzas armadas de la calle. Otros posicionados de forma más “dura”, como el PC, siguiendo el ambiente movilizado, llamaron a que Piñera renunciara. Esto le refirmó al tradicional imaginario autoritario y anti-popular de la derecha su convicción de que la revuelta era producto de un “poderoso enemigo” (aún indescifrable) externo que agitaba a las masas. Por lo mismo, su respuesta fue “criminalizar” la protesta social y buscar derrotar a ese supuesto adversario, declarando al país en “guerra”. De allí que al mismo ritmo en que se multiplicaban las imágenes de la represión militar y policial, se repetirían espontáneos llamados a la renuncia del Presidente. Piñera, el hijo pródigo del sistema y expresión clara de la fusión entre el poder empresarial y político, se había transformado en el enemigo de la movilización.

 

 

Track 2: We gotta take the power back (Tenemos que recuperar el poder)

 

Todo esto ocurrió mientras las formas de protestas se mantuvieron intensa y dinámicamente. En la gran mayoría, estos llamados habían pasado sin pena ni gloria, evidenciando la tensión de largo plazo existente en el país entre las organizaciones partidarias y las movilizaciones sociales. Por ello, aún cuando la fraseología piñerista que cerró el domingo buscó reiniciar la semana laboral con cierta “normalidad”, hizo resonar las “cacerolas vacías” que se venían usando desde el viernes y provocó que la gente saliera a la calle desobedeciendo el “toque de queda” y el decreto de “Estado de Emergencia” en otras 8 regiones del país.

 

Lejos de la normalidad pretendida, el lunes se mantuvo plagado de protestas. En Santiago se movilizaron miles de personas, no para trabajar, sino con el fin de mantener la protesta, evidenciándose el descontento con la politica gubernamental. Mientras en Valparaíso se tramitaba con una rapidez pocas veces vista el proyecto que congelaba los precios del “metro”, las principales calles de la ciudad eran copadas con protestas o al mediodía eran desoladas por miedo a destarse nuevos saqueos. En Concepción, se mantuvieron enormes contingentes movilizados, al igual que en la gran mayoría de regiones. En paralelo se conocía en redes sociales los nombres de decenas de muertos y  centenares de heridos, producto de graves atropellos de las FF.AA y de “orden público”.

 

Tanto el gobierno como el espectro social movilizado empezaron a trazar posibles resoluciones del conflicto. El primero reforzó la tesis del “pacto social” al interior de la elite política, además del intento por dividir la revuelta, enfatizando en el saqueo y difundiendo -junto a los medios de comunicación masivos- el terror en las poblaciones. Los sectores movilizados han impulsado una salida social del conflicto: promovieron una huelga general productiva para el 23 y 24 de octubre; la instalación de un “pliego del pueblo” a partir de las reivindicaciones maceradas en las últimas luchas contra el neoliberalismo; y un acuerdo garantizado por dirigentes de organizaciones sociales. Así, tras el llamado inicial de los “estratégicos” trabajadores portuarios y otras plataformas (feministas, estudiantiles y ambientales), se fortaleció la iniciativa de “Unidad Social”, donde se venían articulando distintas organizaciones, aunque de carácter principalmente laboral. Los trabajadores públicos, de la salud, profesores y mineros del cobre, entre otros, se plegaron al llamado, evidenciando que diferentes fracciones de la clase trabajadora han buscado unificarse y ponerse a la cabeza de una volcánica movilización.

 

Horas antes de la “Huelga”, Piñera trató de frenar su impacto anunciando una “agenda social”, que fue rápida y transversalmente críticada por sus insuficiencias, aunque también morigeró su mano represiva en las concentraciones en torno a la movilización. A pesar de esto, las convocatorias fueron un rotundo éxito, sacando a la calle a millones de chilenos y chilenas en todo el país. A ello se ha sumado en las últimas horas el llamado a “reservistas” para que se agreguen al trabajo de las desgastadas fuerzas militares y policiales, tanto por su labor de varios días como por las críticas por los abusos realizadas por ellas.

 

Dado el sorpresivo y coyuntural equilibro de fuerzas entre la elite política y social versus los sectores movilizados, encabezados crecientemente por las organizaciones vinculadas a la clase trabajadora, nadie tiene la certeza de cómo terminara este “estallido” social de rabia, que puso en jaque a un gobierno que se creía omnipotente en un “oasis democrático” y “ejemplar” en el continente; y que ha escalado hasta masificar una crítica al modelo, poniendo como enemigo principal a su hijo pródigo (el autoritario Presidente-empresario Piñera). De tal modo, mientras por varios meses la oposición discutió quién lideraría la alternativa a Piñera, o cuando algunos sectores más críticos trataban de proyectar una estrategia político-social de “ruptura democrática” al neoliberalismo, el estallido mostró una vía “desde abajo”, beligerante, radical y con capacidad de torcerle la agenda al gobierno, evidenciándose en el desbloqueo de leyes sociales importantes como las 40 horas laborales. Pero como una movilización social no es eterna, está por verse qué nivel de fuerza y poder es capaz de cuajar la clase trabajadora y los demás sectores expoliados por el neoliberalismo para afrontar un nuevo ciclo histórico. Pues si algo tenemos claro y donde todos coincidimos, es que Chile ahora sí no volverá a ser igual que antes del fin de semana en que se desató la rabia contra la máquina y que terminó convirtiéndose en una masiva impugnación al sistema neoliberal.

José Ignacio Ponce
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Historiador, estudiante del programa de Doctorado en Historia de la Universidad de Santiago (USACH) e integrante de “CLASE. Centro de estudios de la izquierda y la clase trabajadora”.