La reunión y la parábola del peleador. Yo creo que olía a sangre

La reunión era una oportunidad para Piñera de mostrarse como un presidente dialogante y con liderazgo. Pero al mismo tiempo, llegaba tremendamente debilitado a ella, prácticamente sin capacidad de maniobra. Dicho de otro modo, Piñera era como un equipo grande que después de un pésimo año llegaba en los últimos lugares de la tabla de posiciones a jugar con su clásico rival el partido de vuelta. Si gana, de alguna forma sigue vivo y hasta podría salvar el año. Si lo pierde, el golpe es grande, se va a la B. Sin embargo, por algún motivo, quienes se asumen de izquierda  entendieron que ir a esa reunión era legitimar el régimen impuesto por Piñera, sin la posibilidad de ir a impugnarlo, a rechazarlo, a criticarlo en nombre de todos los demás. El Frente Amplio se asume como un producto de la crisis de representación política de este país, pero corre el serio riesgo de ser parte de ella. El 22 de octubre del año 2019, el Frente Amplio tuvo la oportunidad histórica de empujar lo viejo hacia la muerte, y ser parte de lo nuevo que quiere nacer.

 

Por Juan Pablo Vásquez Bustamante

Imagen / Represión policial en Chile, 20 y 21 de octubre de 2019. Fuente: EFE / Página12.

 


 

 

El estallido social que se vive en Chile desde, por lo menos, el viernes 18 de octubre ofrece pocas certezas. Se trata, por una parte, de un fenómeno excepcional que rompe las lógicas y las formas del ejercicio, la institucionalidad y hasta la cultura política en el país, podría hablarse de un conjunto de protestas inorgánicas y heterogéneas en desarrollo a lo largo del territorio chileno, cuyo detonante fueron las evasiones masivas de los estudiantes secundarios por el alza del pasaje del metro. Por otro lado, puede afirmarse con claridad que se trata de una revuelta popular contra los efectos materiales, concretos y hasta cotidianos del modelo neoliberal, del cual Chile parecía ser una suerte de ejemplo internacional de éxito y estabilidad, que, precisamente, presenta el complejo antecedente que se dio sin que existiese una crisis económica de por medio. Para que esto sucediese en nuestro país, no se necesitaron dos cifras de desempleo o inflación, no se precisó de un feriado bancario, una explosión migratoria al exterior o desabastecimiento y escasez de productos básicos en nuestras ciudades.

Aún está todo por estudiarse, pero desde ya puede decirse que se trata de un proceso relativamente espontáneo que es producto de un acumulado histórico de malestar de mediana duración, de ahí lo acertado del sentido de aquella frase: “no son 30 pesos, son 30 años”.

 

Otra certeza por estos días es que el Gobierno no ha tenido ni una mínima capacidad de responder, ni en el sentido de estar en cierta sintonía o sensibilidad ante las demandas populares, ni desde una mirada autoritaria efectiva que lograse controlar y mitigar toda esta conflictiva situación. Al contrario, sin miedo al error, puede decirse que cada cosa que ha hecho y dicho el Gobierno desde el mismo viernes 18 ha generado más conflictividad y caos.

La síntesis de todas estas certezas permite proponer que se trata de una crisis de régimen y una crisis de modelo. Por primera vez era, o tal vez aún es, un pequeño momento de oportunidad para hacer transformaciones estructurales, tanto al sistema político como al modelo neoliberal. Es casi imposible saber hoy la gradualidad de aquellas potenciales transformaciones estructurales, pero la ventana estaba o está abierta para aquello.

En ese marco de extrema deslegitimación del régimen político, del sistema de partidos, y especialmente del Gobierno, tras días de protestas simultáneas en todas las regiones del país, de saqueos a supermercados, farmacias, situaciones confusas de violencia, de 4 días de Estado de Excepción, Toque de queda y militares circulando por las calles y reprimiendo las manifestaciones, Sebastián Piñera convocó a una reunión transversal para el martes 22 de octubre, con todos los sectores políticos presentes en el parlamento, incluido el Frente Amplio.

Se trató de una convocatoria compleja, de la cual se restaron el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Frente Amplio, acusando que no existían condiciones mínimas para el diálogo mientras hubiese Estado de Excepción y militares en la calle. La reunión finalmente se llevó a cabo entre el Gobierno, la derecha y la antigua Concertación, menos el PS, como principales protagonistas. Si bien, aquella reunión no tuvo una mayor legitimidad ni impacto social, no obstante, aquel pueblo inorgánico y movilizado pareció reaccionar con indiferencia ante ella, esa reunión podría haber sido realmente relevante. Pues, Piñera estaba en su máximo punto de rechazo y deslegitimidad social transversal, Piñera estaba en una situación hasta donde el General Iturriaga lo había contradicho, quitándole todo piso y credibilidad después que declarara encontrarse en guerra. El país entendió con claridad el comportamiento errático del Presidente durante toda esta crisis de régimen político, y, con seguridad, sus propios grupos de apoyo en la élite y los empresarios deben haber cuestionado internamente su capacidad para salir de esto.

Es decir, esa reunión para Piñera era una oportunidad para mostrarse como un presidente dialogante y con liderazgo. Pero al mismo tiempo, llegaba tremendamente debilitado a ella, prácticamente sin capacidad de maniobra. Dicho de otro modo, Piñera era como un equipo grande que después de un pésimo año llegaba en los últimos lugares de la tabla de posiciones a jugar con su claśico rival el partido de vuelta. Si gana, de alguna forma sigue vivo y hasta podría salvar el año. Si lo pierde, el golpe es grande, se va a la B.

Pero, por algún motivo, quienes se asumen de izquierda  entendieron que ir a esa reunión era legitimar el régimen impuesto por Piñera, como que no pudiesen ir a impugnarlo, a rechazarlo, a criticarlo. El PS, el PC, y sobre todo el Frente Amplio, asumieron que entrar a esa reunión, era igual a aceptar a los militares en la calle, y validar la situación que se está viviendo.

El Frente Amplio se asume como un producto de la crisis de representación política de este país, pero corre el serio riesgo de ser parte de ella. El Frente Amplio quiere ser la sangre nueva después de un cambio de sistema, pero corre el serio riesgo de ser solo un relevo generacional de la élite concertacionista. El 22 de octubre del año 2019, el Frente Amplio tuvo la oportunidad histórica de empujar lo viejo hacia la muerte, y ser parte de lo nuevo que quiere nacer.

Dicho de otro modo, esta vez en palabras de Bielsa, el Frente Amplio fue ese peleador callejero que en medio de la disputa ve que está sangrando, y en su cabeza piensa: hay sangre, huele a sangre, las opciones son solo dos, me voy a mi casa, o salgo al frente y sigo peleando. El Frente Amplio olió sangre, y se fue a su casa. Lo peor es que en este caso, no era su propia sangre, era la del otro peleador de quien, entre sus ropas finas, había alguna mancha roja.

El Frente Amplio podría haber aceptado ir a la reunión con Piñera el martes 22 de octubre del año 2019. El Frente Amplio podría haber exigido que aquella reunión se trasmitiera por TV y/o Radio y/o medio digitales, para que el encuentro y la discusión fuesen  de cara al país y frente a todos nosotros, quienes que no tenemos acceso, para que pudiésemos participar, informarnos y tener una opinión a la distancia.

El Frente Amplio  podría haber exigido, de cara al país y frente a todos nosotros, el fin del toque de queda, el fin del estado de excepción, el fin de las fuerzas armadas en la calle, el procesamiento de militares y policías involucrados en asesinatos y torturas en estos días. El Frente Amplio  podría haber exigido de cara al país y frente a todos nosotros, la renuncia de Piñera por su responsabilidad ante el asesinato de casi 20 compatriotas desde el viernes hasta ayer, y una convocatoria inmediata a nuevas elecciones generales (incluyendo parlamentarias). El Frente Amplio podría haber exigido de cara al país y frente a todos nosotros, el fin del sistema de AFP, la gratuidad en la educación en todos sus niveles, la garantización universal del acceso a los derechos básicos, una disminución de los impuestos para las pequeñas empresas y un aumento de ellos para las grandes empresas…

El Frente Amplio podría habernos hecho sentir parte de esa reunión, el Frente Amplio podría haber estado cara a cara con el poder, y con ellos nosotros. Pero el Frente Amplio prefirió salvar su dignidad y sacrificar la de todos, negándose a ir a una reunión sin condiciones porque están los militares en la calle. Sí, sabemos que están los militares en nuestras calles, asesinando a nuestra gente, lo tenemos más que claro, y queremos que eso pare, no que ustedes salven su dignidad o su coherencia.

El Frente Amplio, en vez de mirar con desprecio al poder en su propia cara, y tratar por lo menos de averiguar si tienen alguna lágrima en esos ojos intocables por más de doscientos años, prefirió salir invicto sin jugar, hacer política renunciando a la política, ponerse una polera del Subcomandante Marcos, no tomar coca cola y seguir mirándose al espejo mientras conversan entre ellos. Porque si el Frente Amplio va a hacer política desde los márgenes, entonces que lo diga, se traslade efectivamente a los barrios, organice a los vecinos o arme casas okupas, pero si decidió hacer política en la institucionalidad, que lo haga y que no corra, cuando, precisamente, tiene que hacer política.

Explicado de otro modo. En el 2003, Los Prisioneros podrían haber rechazado ir a la Teletón, porque es un negocio donde los que más ganan son las grandes empresas y los rostros de televisión que hacen carrera con un evento “solidario”, así, sin ir, no legitimarían todo ese circo. Sus fans y acólitos hubiesen (hubiésemos) celebrado su consecuencia y coherencia, como cada cosa que hacían. En cambio, prefirieron ir en la época donde todavía Don Francisco estaba intocable en su trono, y decir allí, frente a todos nosotros, todo lo que había que decir. Con aquello, nos hicieron parte de ese momento, estuvimos allí cuando Jorge González decía lo que en realidad nosotros queríamos decir, y desde allí la Teletón, por lo menos comunicacionalmente, no volvió a ser lo mismo.

Y no me refiero a la metáfora simplona, adolescente y justificadora de “entrar al sistema y explotar desde dentro”, me refiero a que esto no es un juego donde gana el que termina inmaculado, no es una pelea de boxeadores que se define por puntos o, menos aún, por quien salva de salir con la nariz rota. Es una pelea callejera contra gente armada mientras nosotros estamos a mano limpia, que llevamos perdiendo por más de doscientos años, y que requiere la suficiente madurez y frialdad para entender que cuando huele a sangre, hay que salir a la calle, no irse a la casa.

No sé si el Frente Amplio tiene su tranquilidad ahora, no sé si el poder recuperó la suya, nosotros no.

Juan Pablo Vásquez Bustamante
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Doctor en Estudios Americanos. Profesor de la Universidad Alberto Hurtado.