A propósito del coronavirus: una reflexión urgente

Aún estamos a tiempo de impedir que la catástrofe climática llegue. Aún estamos a tiempo de construir una nueva sociedad, cuyo motor no sea la acumulación de riquezas por parte de los privados, que no conoce del respeto por las vidas humanas ni por el balance ecológico, sino la producción y distribución colectivas de los medios necesarios para asegurar a cada ser humano un buen vivir. Necesitamos que la humanidad en su conjunto cambie el rumbo. Pero, como ya se ha hecho evidente en esta crisis sanitaria mundial, las instituciones y marcos normativos construidos bajo la hegemonía neoliberal, son impotentes para llevar a cabo dicho golpe de timón.

por Fernando Quintana Carreño

Imagen / Signs of the Coronavirus. Fuente: Flickr.


El coronavirus es una pandemia. Negar su condición es irracionalismo puro. Hay irracionalismo de derecha, a lo Trump, y también irracionalismo de izquierda, como tods quienes creen que el covid-19 es algo así como un invento de una derecha con suficiente capacidad técnica y suficiente inhumanidad como para inventar una pandemia de esta escala para detener la movilización social. Toda la población debe estar alerta y colaborar para enfrentar esta crisis sanitaria de la mejor manera. Pero también debemos reflexionar sobre aquellas verdades profundas pero ocultas presentes en nuestra sociedad, que el virus ha traído rápidamente a la luz.

La desconfianza de la población mundial en la evidencia científica, inducida por años de fomento de la cultura del irracionalismo y de la post-verdad por parte de las autoridades políticas mundiales, ha ralentizado la capacidad de reacción de la población; La ineficacia de nuestro propio gobierno, más preocupado de mantener las cuotas de poder de la clase empresarial que de contener la pandemia, nos tiene como uno de los países con las más altas tasas de propagación del virus; La cultura individualista del “sálvese quien pueda”, producida y fomentada en el contexto de precariedad que la mayoría de la población vive, ha minado los vínculos de solidaridad que se necesitan en tiempos de crisis; Una legislación laboral y de seguridad social absolutamente flexibilizadas, según los designios del fanatismo neoliberal criollo, impide la cuarentena efectiva para la mayoría de las y los trabajadores; La especulación de precios por parte de las farmacias, acostumbradas a una cultura del saqueo que siempre ha contado con el beneplácito de las autoridades, ha impedido que parte la población se abastezca debidamente de productos básicos como alcohol gel o mascarillas; Un modelo de salud que, construido desde la óptica del estado subsidiario, ha debilitado sistemáticamente la salud pública será absolutamente insuficiente para hacerse cargo de los enfermos cuando las cifras de infectados se cuenten por miles; Un marco legal en cuyo centro está la Constitución del 80’ dificultará enormemente la actuación rápida, directa y eficaz del Estado en materias tales como el congelamiento de precios o la intervención de servicios privados para garantizar cobertura en la población, lo cual sería imprescindible para enfrentar este tipo de crisis; Una comunidad internacional dividida, donde obedecer los mandatos de Estados Unidos y del FMI se ha vuelto más importante que la solidaridad internacional con los países más necesitados, hace que un escenario de colaboración internacional efectiva suene a algo casi utópico.

En fin, podríamos continuar con esta enumeración, pero creo que el punto es evidente. El tipo de sociedades que la humanidad ha construido en los últimos cuarenta años de hegemonía neoliberal nos hacen absolutamente vulnerables a crisis como ésta. Podemos plantear este problema en forma de pregunta: ¿Qué tipo de instituciones, regulaciones jurídicas, valores y conductas necesitaríamos para enfrentar exitosamente una crisis sanitaria de esta magnitud? O, de manera más directa: ¿el sistema capitalista, en su configuración neoliberal actual, está capacitado para enfrentar esta crisis?

La primera mirada a esta pregunta, a partir de las dificultades ya descritas que encontramos en la sociedad chilena y mundial, muestra un pronóstico más bien oscuro. En una sociedad cuyo motor es la acumulación de riquezas por parte de los privados, y donde la propiedad privada individual ha sido elevada al nivel de un mandato sagrado, la acción colectiva es prácticamente impensable. No olvidemos que Margaret Thatcher, una de las principales portavoces del modelo neoliberal que actualmente impera, sostenía que “no hay tal cosa como la sociedad”. Y, tomando en cuenta el ejemplo de los países en que el virus ya se ha propagado más allá de nuestras pesadillas, está claro que sólo una sociedad nacional e internacional fuerte y bien organizada podría enfrentar una crisis como ésta de manera más o menos exitosa.

Ahora bien, el desafío de enfrentar la pandemia Coronavirus, que ya es de por sí es bastante alarmante, no es la peor crisis que enfrentaremos. La crisis sanitaria mundial actual, con todas las muertes y costos que nos ha traído, no se compara con las miserias y catástrofes a las que nos enfrentaremos cuando el cambio climático haya avanzado y nos muestre sus peores consecuencias. El aumento de la temperatura, la desertificación, la falta de agua, la pérdida de biodiversidad, el encarecimiento y eventual escasez de productos básicos, el calor extremo y las enfermedades asociadas, etc., nos presentarán escenarios mucho peores que el actual. Si esta pandemia nos tiene prácticamente en jaque, y al parecer nuestras instituciones actuales no la están logrando enfrentar de buena manera en su configuración actual; ¿qué haremos con esta economía, con estos marcos legales, con estos valores y estos sistemas de relaciones internacionales cuando la crisis climática alcance grados terminales?

Aún estamos a tiempo de impedir que la catástrofe climática llegue. Aún estamos a tiempo de construir una nueva sociedad, cuyo motor no sea la acumulación de riquezas por parte de los privados, que no conoce del respeto por las vidas humanas ni por el balance ecológico, sino la producción y distribución colectivas de los medios necesarios para asegurar a cada ser humano un buen vivir. Necesitamos que la humanidad en su conjunto cambie el rumbo. Pero, como ya se ha hecho evidente en esta crisis sanitaria mundial, las instituciones y marcos normativos construidos bajo la hegemonía neoliberal, son impotentes para llevar a cabo dicho golpe de timón. Y esto no es casual: un cambio como éste tiene como primer gran opositor a los grandes capitalistas, cuyos niveles de riqueza son incompatibles con una sociedad nueva.

Que el Coronavirus nos sirva de advertencia. La capacidad de las sociedades de entregar respuestas colectivas frente a los problemas que se le presentan se ha vuelto inversamente proporcional a la cantidad de recursos técnicos y humanos disponibles. Mientras más medios tenemos, más impotentes somos. Esa es la gran miseria del capitalismo. Y esa podría ser, potencialmente, la causa del fin de la humanidad como la conocemos, cuando la catástrofe climática muestre su peor cara.

Rosa Luxemburgo, en medio de la Primera Guerra Mundial, lanzó su conocida consigna “socialismo o barbarie”. Era el año 1915, y la gran guerra amenazaba con destruirlo todo. Hoy por hoy, la crisis del coronavirus nos muestra la impotencia del sistema capitalista para ofrecer soluciones globales ante los problemas globales que se nos presentan. Los datos científicos indican que la catástrofe climática es inminente si no actuamos pronto.

Las fuerzas progresistas del mundo deben sacar las lecciones pertinentes. Debemos evidenciar que el capitalismo, la miseria de lo público, es la gran pandemia que debemos enfrentar. La población mundial en su conjunto debe darse cuenta de que no hay futuro posible bajo el capitalismo. Las izquierdas del mundo deben empujar un programa de medidas urgentes, que combine exigencias al Estado con medidas de auto organización y que contenga, al menos, los siguientes puntos: 1) suspensión de todos los lugares de trabajo que no desempeñen labores esenciales para el funcionamiento de cada país, y garantías sanitarias para éstos últimos; 2) congelamiento de todos los precios de los servicios de primera necesidad; 3) intervención estatal de todos los servicios de salud privados para abrirlos al público sin compensación alguna; 4) impuestos de emergencia sobre las grandes riquezas, y puesta a disposición de ese dinero para el abastecimiento básico de la población; 5) suspensión del pago de deudas hipotecarias, bancarias y de servicios básicos mientras dure la crisis sanitaria.

Luego, apenas haya pasado la crisis sanitaria, debemos comenzar a prepararnos con urgencia para la lucha que se viene. Y allí reside, quizás, una de nuestras más grandes problemáticas: las izquierdas aún no se recuperan completamente de la derrota sufrida el siglo pasado. Sus orientaciones políticas aún oscilan entre dogmatismos impotentes, que quieren replicar métodos ya superados por la historia, y renovaciones estériles, que renuncian a todo lo que la izquierda tenía de transformador. Una cosa es evidente: la gran deuda en la izquierda es la discusión programática. En otras palabras, la respuesta a la pregunta por cuál es el conjunto de medidas económicas y políticas, de las transformaciones culturales y morales, y de los medios necesarios para unas y otras, a través de las cuales nos proponemos la superación del capitalismo y toda su miseria.

¿Les parece que las medidas propuestas en este breve artículo son vulneradoras con el derecho de propiedad privada, y el legítimo derecho de los privados a vender sus servicios al precio que “el mercado fije”? Pues, los grandes empresarios, que se jodan. Nuestras vidas valen más que sus ganancias. Enfrentar de la mejor forma posible la crisis sanitaria actual, y la inminente crisis climática es un imperativo para la especie humana. ¿Les parece que estas medidas son utópicas? Utópico es pensar que podemos seguir viviendo con este estilo de vida, con este sistema económica, con estas leyes y con estos valores. Ser anticapitalista hoy es una cuestión de vida o muerte.

Fernando Quintana Carreño
+ ARTICULOS

Abogado y estudiante de Magister en Pensamiento Contemporáneo (UDP).