#DíaDelPatrimonioEnCasa ¿Derecho o simulacro?

La subvaloración de los amplios logros conseguidos por el Día del Patrimonio a lo largo de sus años de desarrollo previo, así como el fanatismo actual del gobierno por la virtualización como cura a todos los males, se expresan en la pregunta retórica que hace la ministra Consuelo Valdés a ICOM Chile en el contexto del Covid-19: “¿Están los museos conectados con sus comunidades?”. Es paradójico que la pregunta sea realizada por la cabeza de un ministerio que ha decidido desconocer las propuestas, peticiones y críticas de la comunidad cultural que le rodea y depende de su gestión. En ella invisibiliza, además, el amplio trabajo realizado por cientos de instituciones culturales de financiamiento estatal durante la última década, de cara a la ampliación de los públicos, la diversificación de sus programas y la realización efectiva del derecho al acceso y disfrute de la cultura en Chile a través de diferentes dinámicas y plataformas participativas.

por Carolina Olmedo Carrasco

Imagen / grupo de visitantes en el Banco Central de Chile el Día del Patrimonio Cultural 2018. Fuente: Banco Central (flickr).


A mediados de esta semana, la ministra de las culturas Consuelo Valdés Chadwick dio a conocer a través de la página del Consejo Internacional de Museos en Chile (ICOM), el esperado balance del último Día del Patrimonio Cultural: conmemoración nacional celebrada los días 29, 30 y 31 de mayo de 2020, que anualmente otorga a la ciudadanía la oportunidad de acercarse, conocer y experimentar de manera presencial el patrimonio cultural, histórico, natural y urbano de nuestro país en una jornada marcada por la asistencia masiva de públicos. Una actividad que históricamente no se ha planteado desde un fin práctico o en pos de un objetivo educativo determinado, sino que más bien desde el deseo de realizar a través de una provocación estatal el derecho a la cultura en su acepción más libre, y del derecho al acceso a los bienes culturales del país en su imaginación más radical. Todo ello en un único día donde estos derechos dejan el papel, para realizarse fugazmente con el respaldo del Estado.

Es por esta vocación histórica de encuentro in situ con las mayorías y relación lúdica de la cultura con la ciudadanía, que el balance triunfalista de la ministra Valdés acerca del #DíaDelPatrimonioEnCasa y los elementos que en él se destacan llaman poderosamente la atención y alertan a los/as agentes de la cultura. En un evento marcado por el cierre del espacio público e instituciones debido al Covid-19 y la imposición de políticas públicas de confinamiento como única directriz gubernamental, Valdés celebra la nueva modalidad afirmando que a través de ella “la ciudadanía tuvo la posibilidad de estar en un solo día en innumerables museos, panorama imposible en tiempo real”. Aunque resultan incomparables, no duda en plantear un paralelo entre la versión 2019 (presencial) y la actual edición virtual a través de los números. Para ello se vale de la abultada cifra de asistentes al #DíaDelPatrimonioEnCasa (2,5 millones de personas en todo Chile), de la cual no se da respaldo alguno desde el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (MINCAP) pese a la crisis de legitimidad que sufre el gobierno por el mal manejo de cifras durante la pandemia.

Desde una idea de “consumo cultural” afín al ideal de consumo propio del neoliberalismo y su hiperproducción de mercancías, la ministra de cultura afirma que los logros de la edición virtual son “imposibles” en la habitual edición presencial, definiendo inmediatamente que el objetivo principal y “éxito” de esta conmemoración es el número de asistentes por sobre la calidad de los programas públicos, el valor integrativo de los espacios presenciales y su papel en la construcción de imaginarios ciudadanos, por dar algunos ejemplos de otros factores en juego en la realización de este evento. Así, refleja nítidamente la línea del MINCAP durante su conducción iniciada en 2018: apostar a un programa cultural basado en aspectos cuantitativos, antes que significantes, cualitativos y remitentes a una cierta noción ciudadana. De ahí su particular afinidad con la virtualización como solución propuesta ante todos los problemas de desigualdad cultural evidentes en el país, y su constante confusión entre los “museos del mundo” y las 300 instituciones de este tipo existentes en Chile, que se mezclan constantemente en sus declaraciones como si los logros en los programas de virtualización del MoMA, el MET y los Museos Vaticanos fueran los suyos propios.

La subvaloración de los amplios logros conseguidos por el Día del Patrimonio a lo largo de sus años de desarrollo previo se expresan también en la pregunta retórica que se hace la ministra en el contexto del Covid-19: “¿Están los museos conectados con sus comunidades?”. Es paradójico que lo pregunte la cabeza de un ministerio que ha decidido desconocer las propuestas, peticiones y críticas de la comunidad cultural que le rodea y depende de su gestión. En ella invisibiliza, además, el amplio trabajo realizado por cientos de instituciones culturales de financiamiento estatal durante la última década, de cara a la ampliación de los públicos, la diversificación de sus programas y la realización efectiva del derecho al acceso y disfrute de la cultura en Chile a través de diferentes dinámicas y plataformas participativas. No es motivo de este escrito detallar la trayectoria comunitaria de dichos museos y espacios culturales, de la cual sobran antecedentes en el propio MINCAP, pero sí destacar que en el contexto de una errada consideración de “éxito” del #DíaDelPatrimonioEnCasa, constituyen una señal preocupante para el ámbito local de la cultura en las zonas más aisladas y/o perjudicadas económicamente. Transparenta asimismo el hecho de que la acción cultural ministerial va a centrarse a partir de la crisis en la funcionalización de los museos en torno a la labor educativa, la virtualización y el aumento del “contador de visitas” gracias a estos nuevos ejes, cuestión que ya venía impulsando el gobierno en materia cultural desde sus inicios, e incluso durante el primer periodo presidencial de Sebastián Piñera.

Incluso aunque convengamos en que estos ejes son una posibilidad de aproximación a la democratización de la cultura desde un horizonte liberal -cuya efectividad es cuestionable ante la definición plural realizada por comunidades de creación, gestión y difusión cultural (Olmedo, 2017: 19)-, cada uno de estos lineamientos presenta importantes dificultades de implementación en el contexto local que matizan el entusiasmo de la ministra, y muestran su desconocimiento de los procesos que se han venido desarrollando en los programas museales y en el propio ministerio durante la última década.  Afirmando que “cada día se valora más el rol de los museos como espacios al servicio de la educación informal, mitigando las brechas creadas por desigualdades educativas”, Valdés propone como función comunitaria primordial de los museos la “compensación” de un sistema educativo que naturaliza como desigual. Resulta inevitable imaginar a partir de su propuesta un ideario conservador que considera a la cultura aún como un simulacro de la política, y que oculta precisamente en sus formas simbólicas la ausencia de una democracia real. En esta senda, el MINCAP redunda en un proyecto museal propio del siglo XX basado en la educación como único vínculo posible entre el patrimonio y las mayorías, apostando por reestablecer una relación cultural vertical entre instituciones y sujetos/as extinta hace décadas. Al mismo tiempo, desconoce una prolífica discusión contemporánea y metodologías internacionales de implementación local en torno a la aproximación entre instituciones culturales, patrimonio y ciudadanía (Margulis, Urresti y Lewin, 2014; Russell y Winkworth, 2009; Ossa, 2016; Gutiérrez et al., 2018). Un debate activo y plenamente vigente, a años luz del vínculo jerárquico sugerido por Valdés en su idea del museo como “espacio al servicio de la educación informal”, y que además incluye como esenciales a los ámbitos con los que la ministra prefiere ironizar en su escrito: el goce, la crítica de arte, la investigación y la memoria de las  comunidad especializada en el entorno de dicho patrimonio.

Por otro lado, la fijación del MINCAP en la digitalización / virtualización de contenidos culturales como cura a todas las desigualdades resulta inédita en su inocencia, o extremadamente frívola en sus omisiones frente a la realidad concreta en que viven las mayorías del país: una realidad evidenciada con la irrupción de la pandemia en la enorme brecha tecnológica y de alfabetización digital que persiste entre la población urbana y rural, así como los altos grados de hacinamiento y precarización de los/as sujetos/as en sus espacios de desenvolvimiento cotidiano. En el seminario organizado por el propio ICOM Chile con motivo del último día internacional de los museos (18 de mayo), una de las cuestiones centrales fue precisamente la desmitificación del Internet como herramienta de democratización de la cultura, ello a partir del propio balance realizado por diferentes espacios museales y especialistas a nivel latinoamericano de los primeros meses de confinamiento masivo, en que las instituciones se volcaron en su mayoría a digitalizar contenidos, invisibilizando y desprotegiendo en este gesto a las amplias franjas de la población sin acceso pleno a Internet. Al mismo tiempo, se acusaba lo enormemente conflictivo que resultaba la “virtualización” de instituciones que cotidianamente tienen un rol de vinculación ciudadana y además constituyen en lo habitual un espacio de encuentro en la ciudad: en dichos casos, los costos sociales del cierre de las instituciones a público y su vuelco en programas de educación remota (siempre imperfectos por la urgencia) se evidenciaban como un precio demasiado alto a pagar para museos que ya atravesaban una crisis financiera y de sentido. En su repliegue al Internet y a la “educación informal”, el museo se asume pasivamente como un “espacio no esencial”: justo lo contrario a lo planteado durante la última década por el trabajo de ICOM interancional y su estímulo a la diversificación de las funciones sociales en los museos. Al mismo tiempo, los museos nacionales pierden una oportunidad única de mostrar a las instituciones culturales como espacios de aporte concreto frente al Covid-19 y la crisis de legitimidad política, saliendo del ensimismamiento en lo educativo como forma de autopreservación funcional propuesta por el MINCAP.

Aún pese a que la ministra Valdés declara su deseo de aumentar audiencias y facilitar los accesos, lo cierto es que hasta ahora no ha propuesto nada sustancial para acabar con el principal factor de alejamiento de las mayorías al disfrute cultural: el elevado pago de impuestos por el llamado “consumo cultural”, que opera en la práctica como un verdadero impuesto al disfrute, la producción, la educación y la comunicación de la cultura, sin considerar la diversidad de sus usos comerciales y no comerciales. Tampoco ha intervenido en el álgido debate reciente acerca de la censura de obras en el espacio público, y el reclamo de la ciudadanía por un mayor respaldo a los medios independientes en el contexto de la actual crisis sanitaria, entre ellos decenas de revistas y suplementos culturales hoy en el mayor de los desamparos. Si este acceso a la cultura no deja de concebirse únicamente desde lo educativo (hoy única “tregua” con el capital), desconoce el derecho al carácter libre o “de ocio” en el disfrute cultural, así como el debido fomento de “la cultura del tiempo libre” como parte fundamental en la vida ciudadana.

Finalmente, resulta preocupante que Valdés afirme “garantizar la bioseguridad de funcionarios y visitantes, cuando la autoridad sanitaria permita la reapertura” de museos e instituciones culturales, más si sabemos por diversos alegatos durante los últimos meses que su actitud ha sido eludir la formación de una mesa social e institucional desde el ministerio para el manejo social y económico de la pandemia. Mal será una “apertura segura” si no se incluye en su itinerario a las organizaciones de trabajadores/as de la cultura. Al mismo tiempo, resulta gravísimo que utilice el espacio de ICOM Chile -dependiente de la UNESCO- para advertir cuál será el proceso de apertura de estas instituciones incluso antes de que la dirección de los museos nacionales y regionales se manifieste en ese espacio sobre el tema. La actitud de Valdés constituye un gesto invasivo, irrespetuoso de espacios históricamente autónomos debido a su especialización y lenguaje comunitario. De buena fe, podemos pensar que la ministra siempre fue una experta en museos, pero resulta sospechoso no haberlo sabido sino hasta ahora, cuando utilizó esta plataforma especializada para imponer un itinerario de apertura de los museos vertical, desde el ministerio, absolutamente discordante con lo que ICOM Chile venía planteando en sus seminarios sobre nuevas estrategias museales durante la cuarentena en arraigo a las comunidades locales.

En una acepción ampliada, la cultura es la dimensión más significativa de los hechos sociales, y la huella en la esfera pública del acontecimiento de estos hechos en años posteriores (Margulis, Urresti y Lewin, 2014: 9). Es innegable como en las últimas décadas, la cultura ha cortado también con su matriz decimonónica, anclada a las instituciones constructoras de la nación, y se ha redefinido en la región sudamericana como una práctica de construcción plural y autónoma, dinámica y transformadora, que precisamente denuncia los estrechos e insuficientes límites institucionales existentes, decretando su bancarrota ideológica y cultural (García Canclini, 1984: 25-27). En su avance extramuros, esta cultura incorpora todo aquello que le es servible y se cruza a su paso, tal como hicieran las vanguardias históricas de inicios del XX en Europa ante la decadencia y crisis de su tradición cultural debido a la destrucción de la guerra. El declive de las instituciones de cultura como espacios en la ciudad, acelerado en el contexto actual por su cierre salubre, es decretado por la imagen que Valdés proyecta de los museos nacionales como grandes “servidores” de almacenamiento y acceso a la información patrimonial por vía remota. De esta forma, se establece que hay unos usos “presenciales” del patrimonio y otros “remotos”, alienando la interacción ofrecida por el museo / biblioteca como espacio de producción de nuevas relaciones sociales, libres, electivas, no marcadas por la funcionalización educativa y abiertas a diversos grupos de la sociedad. Se restituyen así las distintas barreras intermedias entre sujeto/a y patrimonio cultural a las que esta conmemoración buscaba precisamente disolver como política pública.

En este sentido, un derecho efectivo a la cultura debe trascender los usos habituales de la cultura promovidos por la derecha en el gobierno, enfocados únicamente en sus aspectos ilustrados, elitistas y/o funcionales. Una cultura inclusiva, necesaria ante su exigencia como derecho inalienable para las mayorías, debe abandonar la constante impugnación a los sectores sociales como subalternos, que deben “aprender”, “educarse” y “ponerse al día” ante las obras, pues desde su ignorancia no podrían disfrutarlas y/o auto reconocerse en ellas, mucho menos reconocerlas como herramientas de su propia narrativa. Una invisibilización tosca y desinformada de la sensibilidad y conciencia histórica de las mayorías en Chile, al punto de la frivolidad, o más bien de la brutal ajenidad del gobierno de Sebastián Piñera frente a las vidas y experiencias de dichos sectores sociales. Una ajenidad que Valdés profundiza en cada maniobra suya tratando de transformar a las instituciones de arte en centros de educación informal, a la vez que impulsa en ellas medidas que contribuyen a la precarización laboral para conseguir estos fines. La virtualización no es sino la cara iluminada de un cuerpo celeste que en su espalda oculta el empobrecimiento del acceso a la cultura, la creación y la memoria patrimonial. Para quienes la producen, así como para quienes la disfrutan.

 

Bibliografía

Néstor García Canclini, Las culturas populares en el capitalismo, Ciudad de México, Nueva Imagen, 1984.

Javiera Gutiérrez et al., “Declaración del significado de las obras de Gracia Barrios y José Balmes. El valor del arte político en Chile”, en 19a Jornada de Conservación de Arte Contemporáneo en el Museo Reina Sofía, Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2019, pp. 137-146.

Mario Margulis, Marcelo Urresti y Hugo Lewin eds., Intervenir en la cultura. Más allá de las políticas culturales, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2014.

Carolina Olmedo Carrasco, “Ministerio de las Culturas, las artes y el patrimonio: descomposición del debate público vs. ficción participativa”, en revista Cuadernos de Coyuntura no. 10, Santiago, Fundación Nodo XXI, 2017, pp. 17-25.

Carolina Ossa, “Historia de una copia”, en Copias y citas, Santiago, Museo Nacional de Bellas Artes, 2016, pp. 37-47.

Roslyn Russell and Kylie Winkworth, Significance 2.0: a guide to assessing the significance of collections, Sidney, Collections Council of Australia, 2009.

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Historiadora feminista del arte y crítica cultural, integrante fundadora del Comité Editorial de Revista ROSA.