Editorial #4: Ojo que no mira más allá no ayuda al pie

La imaginación de la izquierda ha sido capturada por el dogma de que el vacío y la indefinición son siempre oportunidades. Que los costos de toda definición hacen siempre más conveniente quedarse quietos. Mientras tanto, la calle ya parece haber tomado estas definiciones: el programa está en todas partes, es simple, son dos o tres cuestiones básicas que se vienen pronunciando en cada marcha, en cada arremetida de la calle. Son cuestiones simples, pero sustantivas. Pero, por sobre todo, representan lo mejor con lo que siquiera podríamos haber soñado hace algunos años: la oportunidad de seguir luchando, la posibilidad de nuevas aperturas, la fuerza para cavar nuevas y más fuertes trincheras. En el fondo, es la coyuntura inesperada para consagrar en una Constitución la subordinación de la propiedad al bienestar de la mayoría.

por Comité Editorial Revista ROSA

Imagen / Cristián Inostroza, “Trincheras”, 2013. Fuente.


Cuando Joaquín Lavín salió a reventar el concepto “socialdemocracia”, puso luminaria pública sobre una franja de confusión que la izquierda inútilmente ha tratado de cerrar.

Inútilmente, porque sus reacciones corrieron por dos vías igualmente inconducentes. Por un lado, se abalanzó a ofrecer definiciones asépticas de la socialdemocracia, como si el asunto se tratara de un problema conceptual. El único saldo de ese gesto podía ser la condena de la historia reciente como una historia de traición, vocalizando en otro tono un tropo a estas alturas desgastado y que ofrece poca o nula claridad hacia el futuro. A estas alturas, defender lo que de verdad es la socialdemocracia no sirve a nadie más que quienes buscan sólo entender el mundo.

Por otro lado, se entregó al reflejo moralizante de la historia –como si todo lo que pasó ayer no pudiera resignificarlo el presente– y desempolvó de sus archivos de derrotas las postales del Lavín pinochetista, el de la revolución silenciosa, de esos días en que caminaba como ese animal puro del gremialismo que fue. Y lo hizo desconociendo que no hay personaje más inmune a la historia que Lavín, más aún cuando quien está del otro lado no usa más herramientas que apuntar con el dedo.

El resultado es indesmentible: la cancha de la confusión sigue abierta. Y es preocupante, porque Lavín es capaz de producir mayores niveles de confusión de los que la izquierda está dispuesta a asumir. La misma izquierda sufrió esta confusión cuando Lavín llegó nuevamente a la Municipalidad de Las Condes y el mantra de “no estoy de acuerdo en todo, pero…” se transformó en rutina al evaluar la “buena pega” del alcalde.

Mucho de la futilidad de esta situación tiene que ver con la inexistencia de aduanas políticas, que solo se sostienen cuando uno sabe lo que es o al menos tiene una idea de lo que quiere ser. De este lado de la política, esas aduanas son hoy ruinas y cualquier incursión adversaria parece avalada y hasta estimulada por esa indefinición. ¿Qué acaso la derecha no puede cantar “El derecho de vivir en paz” sin Ho Chi Minh y napalm? Claro que puede hacerlo. De hecho, fue la izquierda quien neutralizó antes la letra de la canción para luego sorprenderse al ver la osadía de la UDI en utilizarla para defender el Rechazo. Las recientes editoriales de La Tercera abogando por el Apruebo, la repentina visibilidad del conflicto estratégico en el que el plebiscito constituyente puso a la derecha, revelan también, con todavía más intensidad, esta incapacidad que tiene hoy la izquierda para rayar la cancha, concentrar esfuerzos y aclarar intereses. Nos escandalizamos cuando otros llenan el vacío que nosotros mismos hemos contribuido a crear.

El tiempo pasa y parecemos aún afanados en no tomar en serio el problema del programa. Esa parece ser la militancia más firme. Y a estas alturas eso no es otra cosa que pereza o síndrome bartlebiano. La imaginación de la izquierda ha sido capturada por el dogma de que el vacío y la indefinición son siempre oportunidades. Que los costos de toda definición hacen siempre más conveniente quedarse quietos. Mientras tanto, la calle ya parece haber tomado estas definiciones: el programa está en todas partes, es simple, son dos o tres cuestiones básicas que se vienen pronunciando en cada marcha, en cada arremetida de la calle. Son cuestiones simples, pero sustantivas. Pero, por sobre todo, representan lo mejor con lo que siquiera podríamos haber soñado hace algunos años: la oportunidad de seguir luchando, la posibilidad de nuevas aperturas, la fuerza para cavar nuevas y más fuertes trincheras. En el fondo, es la coyuntura inesperada para consagrar en una Constitución la subordinación de la propiedad al bienestar de la mayoría.

Pero las demandas no se recogen.

Y entonces tenemos a una izquierda que se concentra en un triunfo hoy bastante probable y con el que después no sabrá qué hacer. ¿Por qué? Porque se resiste a definir y orientar sus pasos según un programa estratégico.

Y puede darse ese lujo porque encontró un lugar cómodo de despliegue de todo lo que la izquierda con megáfono es: una argamasa clasemediera sin urgencia política alguna, solo con imposturas ideológicas de corto rendimiento. Es, en el fondo, una izquierda cosista, una izquierda que hace cosas, pero que no fabrica instrumentos. 

Una izquierda atrapada en el presente que se niega a aceptar que lo que nos depara el futuro es más conflicto, y nada de lo que hagamos hoy tiene sentido si no mejora nuestra posición al enfrentar al enemigo. Actúa como si se viera fuera de las luchas sociales que la forjaron los últimos 10 o 15 años, de las organizaciones de masas. Y eso termina por impedir que lea el papel que deberán cumplir necesariamente esos espacios en la intensa lucha política que se viene luego del 25 de octubre, no sólo en la eventual Convención Constitucional sino en la pelea por imponer nuevos términos respecto a materias fundamentales como la propiedad o la naturaleza del Estado y la(s) nacion(es) en Chile.

Es una izquierda como Lavín, dando vueltas al mantra de los problemas reales de la gente. Por eso no es capaz de cerrar las arterias de su propia sangría. Por eso le cuesta tanto diferenciarse del original. Y eso no sería nada si no fuera por nuestra condición fundacional: al contrario de Lavín, nosotros vamos perdiendo, y hoy, por primera vez en mucho tiempo, está en nuestras manos retomar el ímpetu y la iniciativa.

 

Comité Editor revista ROSA, septiembre 2020.

Un Comentario

  1. En el largo ,sinuoso pero correcto camino,el mas complejo,a saber ;una definiciòn estratègica para las pròximas decadas( pròxima quizà, hoy todo muy ràpido) por ahora observo una candidatura,pero no veo una campaña con contenidos,claros y definidos para la constituciòn que queremos,estamos entrampados en los % de los dos alcaldes cosistas en carrera . una trampa en la cual es fàcil caer.

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