Leninismo, socialdemocracia y socialismo democrático. Centralidad en el protagonismo popular

Como ha destacado Marta Harnecker, “el paternalismo de Estado es incompatible con el protagonismo popular”, pues es este tipo de protagonismo “en todos los espacios” lo que permite a la persona desarrollarse humanamente. No se trata de agregar lo social a lo político, sino de transformar la arquitectura actual de la democracia. Esto no se debe traducir en la participación ciudadana testimonial e instrumentalizada de los últimos años en Chile, en la que solo hay derecho a opinar, pero no a decidir; sino en construir una forma de gobierno donde se entregue progresivamente el poder a la ciudadanía. En esta línea, Lebowitz menciona la necesidad de democracia protagónica en el lugar de trabajo, democracia protagónica en los barrios, en las comunidades, en los municipios. La crítica a la centralidad del Estado y del Partido debe llevarnos a reformar la vieja idea de la planificación centralizada, donde el poder efectivo recaía en la burocracia, no para ceder ante la “anarquía capitalista”, sino para avanzar a una planificación descentralizada.

por Andrés Contreras

Imagen / Escuela Rebelde Autónoma Zapatista 1 de enero en Chiapas, Mexico, 1 de enero 2018. Fotografía en Wikimedia.


Si somos capaces de transformar la lucha política entre representaciones, en una lucha política de masas, si logramos una creciente participación de masas en la lucha política, si logramos hacer determinantes a las masas en la lucha política y convertimos el poder social acumulado, en un poder político progresivo y potencialmente autónomo de la política burguesa.
Nelson Gutiérrez (2009:34-35)

 

En el presente escrito se desarrollarán algunos elementos sobre el partido, el Estado y algunos esbozos de como avanzar hacia un modelo de democracia con protagonismo popular.

Nicos Poulantzas (1979a; b; c; d)[1] desarrolló algunas ideas que pueden servir para destrabar encrucijadas actuales en el seno de la izquierda: la desconfianza frente al marxismo-leninismo y al viraje socialdemócrata. Por un lado, como temor a los resabios totalitaristas propios de una izquierda sigloveintañera que prefirió la igualdad sobre la libertad, y, por otro lado, la tendencia a la conciliación de clase propio de la socialdemocracia, que transforma dentro de los límites del capitalismo.

Las fuerzas de cambio que consideren en un mismo devenir la profundización democrática como un avance hacia el socialismo (Gutiérrez, 2009) deben despojarse de dos visiones erróneas sobre el Estado, la que lo entiende como un instrumento de clase y la que lo considera como una instancia autónoma de las relaciones de fuerzas sociales que lo animan, si desean ser trasformadoras.

En la eventualidad de un próximo gobierno de izquierda, este debe plantearse como el primero de una seguidilla de gobiernos que gradualmente aspiren al socialismo, es decir, plantear el problema de la transición al socialismo. La vía de la transición democrática al socialismo, por un lado, se diferencia de algunos aspectos del leninismo y, por otro lado -como es una vía revolucionaria- de la socialdemocracia clásica (Poulantzas, 1979b).

En primer lugar, para destrabar el problema con el marxismo-leninismo, se debe considerar que en el desafío de la transición al buen vivir, hay en la estrategia leninista ciertos elementos que favorecen -en determinados contextos históricos- la afirmación del estalinismo (Ídem), debido a su visión con respecto al Estado y al rol del partido.

La visión leninista comete un error al visualizar al Estado como un instrumento de clase, como un lugar que hay que conquistar, donde el partido tiene una misión fundamental como organización que toma la administración en nombre del pueblo, en esta lógica donde se difumina el partido y el pueblo, o se considera al primero la vanguardia que representa al segundo, bastaría con la estatización de los medios de producción para “devolver” al pueblo lo que es suyo, cuestión que solo genera un cambio de nominal: de los capitalistas a los burócratas (del partido).

Como ha mencionado Marta Harnecker (2014), debemos distinguir entre “el derecho jurídico [sobre los medios de producción, reproducción y la burocracia del Estado] y la capacidad de usar, gozar y disponer de ellos”. Así, no es lo mismo que se estatice cierta empresa estratégica, y que pase de las manos de las concesionarias a las manos de los gerentes del partido, la posesión efectiva cambiaria de unos a otros agentes, pero la propiedad real continuaría desanclada de las y los trabajadores: cuestión que plantea nuevamente la temática de la propiedad social.

Esta centralidad en el partido también genera otro problema: la cooptación de los movimientos sociales. Aunque suene contradictorio, una buena salud entre partido y movimientos sociales debe estar centrada en el conflicto permanente entre estos, no de la supeditación de los segundos a los primeros. El partido tiene que estar preocupado y ocupar su influencia política para promover la autonomía en los movimientos sociales, esto permite dejar la visión del partido político como “lugar de globalidad y síntesis” (Poulantzas, 1979a), en esta línea, no todo debe ser politizado, puesto que deben dejarse espacios para la libertad de nuevas expresiones y subjetividades (Ídem).

La centralidad en el Estado olvida la importancia de los movimientos sociales en el proceso de transición al socialismo. Si bien, en contra de una visión weberiana de autonomía total de lo político, los conflictos entre clases y fracciones de clases están presentes ya en la constitución del Estado, y no a posteriori de instituciones vacías que luego son ocupada por una u otra fracción. No puede obviarse la importancia de los movimientos sociales como contrapeso de los poderes existentes y el papel que juegan en el Estado, inclusive a distancia.

En esta línea, como ha mencionado Poulantzas, el Estado es una relación, más bien, una condensación de fuerza entre clases y fracciones de clase (2014), cambiar la correlación interna del Estado es fundamental para cambiar su arquetipo, su diseño institucional, para no solo administrar, sino que cambiar la materialidad propia del Estado, pero este es solo un aspecto para la transición al socialismo, en este sentido; la estructura de la democracia representativa se debe valorar, pero no basta, debe combinarse con instituciones de democracia directa;

“Limitarse al terreno único del Estado, aunque se adopte una estrategia denominada de ruptura, es deslizarse imperceptiblemente hacia la socialdemocracia: por el peso inherente de la materialidad del Estado, cambiar las relaciones de fuerzas internas en el Estado sólo puede lograrse apoyándose también en las luchas y movimientos que van más allá del Estado”[2] (1979c:174)

De este comentario se infiere el problema central de la socialdemocracia: su enclaustramiento en el aparato estatal. Ahora bien, no puede hablarse de una misma socialdemocracia para todos los países y todos los lugares con funciones similares, sin embargo, global e históricamente han sido una fuerza política que ha generado distintos tipos de alianzas tanto con democratacristianos como grupos conservadores. Generalmente tienen conexiones fuertes con los sindicatos y su carácter ambiguo se encuentra en querer generar una modernización del capitalismo, al mismo tiempo de mantener raíces en la clase trabajadora (1979d).

Poulantzas (1979b) menciona que, si bien en comparación con los gobiernos de derecha las condiciones de vida del pueblo han mejorado en los gobiernos socialdemócratas, el protagonismo de los sectores populares es pasivo, integrándose relativamente en la dirección de la política gubernamental, pero cercados en un nivel de defensa corporativa.

Entonces ¿Cómo avanzar a un nuevo modelo con protagonismo popular, más allá del Estado (y del partido)?

Una idea general propuesta por Poulantzas (1977; 2014), en contra de la idea de la dictadura de la dirección del partido único, es mantener la democracia representativa; a la cual se le deben agregar instituciones de democracia directa -en contra de la socialdemocracia- que propicien el protagonismo de las masas populares. En esa línea se debe articular:

“una lucha interna dentro del Estado (…) una lucha que no trata de sustituir el Estado burgués por el Estado obrero a base de acumular reformas, de tomar uno a uno los aparatos del Estado burgués y así conquistar el poder, sino una lucha (…) de resistencia (…) de acentuación de las contradicciones internas del Estado (…) Y al mismo tiempo, una lucha paralela (…) fuera de los aparatos y las instituciones, engendrando toda una serie de dispositivos, de redes, de poderes populares de base, de estructuras de democracia directa (…) lucha que (…) no puede estar dirigida a la centralización de un contra-Estado (…) sino que debe articularse con la primera” (Ídem, 1977)

Marta Harnecker (2014) ha sido clara en este tema “el paternalismo de Estado es incompatible con el protagonismo popular” (pág.: 133), es este tipo de protagonismo “en todos los espacios” lo que permite a la persona desarrollarse humanamente. No se trata de agregar lo social a lo político, sino de transformar la arquitectura actual de la democracia.

Esto no debe traducirse en la participación ciudadana testimonial e instrumentalizada que ha ocurrido en los últimos años en Chile (Carrasco, 2021) donde solo hay derecho a opinar, pero no a decidir. Sino en construir una forma de gobierno donde se entregue progresivamente el poder a la ciudadanía, en esta línea, Lebowitz menciona la necesidad de democracia protagónica en el lugar de trabajo, democracia protagónica en los barrios, en las comunidades, en los municipios (referenciado en Harnecker, 2014).

La crítica a la centralidad del Estado y del Partido, debe llevarnos a reformar la vieja idea de la planificación centralizada, donde el poder efectivo recaía en la burocracia, no para ceder ante la “anarquía capitalista”, sino para avanzar a una planificación descentralizada, en ese sentido Mezeros menciona que se debe “lograr una autonomía y descentralización genuina de los poderes de toma de decisiones” (citado en Harnecker, 2014:93).

Avanzar hacia una democracia cada vez más profunda no puede ser separado de las comunidades, de los diversos movimientos sociales, y de un pueblo heterogéneo y diverso. La libertad nunca más puede ser un elemento para transar en post de la igualdad, esa izquierda simplemente no es viable. Como menciona Elisa Loncon en su discurso inaugural como presidenta de la Convención Constitucional de la República de Chile: “Hoy se funda un nuevo Chile plural, plurilingüe, con todas las culturas, con todos los pueblos, con las mujeres y con los territorios, ese es nuestro sueño…”.

 

Referencias

Carrasco, S. (2021). Los límites de la participación: un análisis de la política de participación ciudadana en Chile (2011-2018). POLIS Revista Latinoamericana. Volumen 20, N°58. DOI: 10.32735/S0718-6568/2021-N58-1581

Gutiérrez, N. (2009) Chile en los 90: balance y perspectivas del desarrollo de la lucha democrática y la lucha socialista.  Segunda edición. INEDH/Ediciones Escaparate.

Harnecker, M. (2014). Un mundo a construir. LOM.

Poulantzas, N. (2014). Estado, poder y socialismo. Siglo XXI Editores.

Poulantzas, N. (1979a) Respuestas que son difíciles de encontrar. Entrevista por Marco Diani. Originalmente en Rinascita 12 de octubre 1979.

Poulantzas, N. (1979b) No hay que identificar socialdemocracia y Partido Socialista. Entrevista realizada por Sabbah. Diario El País 18 de junio de 1979.

Poulantzas, N. (1979c) Repère. Capítulo V: La crise des partis. Entrevista s/i. Dialectiques Interventions.

Poulantzas, N. (1979d) Entrevista a Nicos Poulantzas. Realizada por Stuart Hall & Alan Hunt. Marxism Today. Julio 1979

Poulantzas, N. (1977) El Estado y la transición al socialismo. Entrevista por Henri Weber. Revista Intersecciones. Originalmente en Critique Comuniste, n°16. junio de 1977.

 

[1] Estos escritos han sido recopilados y algunos traducidos por el Grupo de Investigación Ciencia Política 2021 Lecturas de Poulantzas

[2] Traducción propia, originalmente “Se limiter au seul terrain de l’Etat, même si l’on adopte une stratégie dite de ruptures, c’est glisser insensiblement vers la social-démocratie : en raison du poids propre de la matérialité de l’Etat, changer déjà le rapport de forces interne à l’Etat ne peut se faire qu’en s’appuyant aussi sur les luttes et mouvements qui débordent I’Etat.”

Andrés Contreras
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Administrador público y estudiante del Magíster en Ciencia Política de la Universidad de Chile.