Lastarria: un zapato chino

La naturalización del comercio como “principal protagonista” del espacio público, oblitera la urgente necesidad de la comuna de Santiago de ofrecer espacios seguros para la movilización, y poner a disposición su -aún- privilegiada infraestructura. Hace falta hacer lo que sea antes de terminar repitiendo la “mano firme” anhelada por ex alcaldes como Ravinet o Lavín, o callando por lo escueto de nuestra imaginación política en torno a lo público.

por Carolina Olmedo Carrasco

Imagen / Barrio Lastarria en 2012, 15 de septiembre 2012. Fotografía de Álvaro Vidal.


Desde su nominalidad vial -que honra al intelectual y político liberal José Victorino Lastarria- hasta el tipo de comercio y estéticas elitistas, condensadas en sus calles apenas aisladas por una ligera brisa de los abismos delictuales propios del centro de una capital latinoamericana, el barrio Lastarria tiene un estatuto simbólico de clase importante. Es una referencia simbólica y cultural concreta, tanto para quienes han podido disfrutar de su bohemia o han debido frecuentar sus calles en pos del empleo cultural y/o de hostelería; como también para aquellas poblaciones privadas económicamente del disfrute de servicios como los que ofrece este bulevar capitalino, para las que su imagen representa la peor y más frívola cara de las clases medias del Chile contemporáneo. Un barrio que en un lapso de treinta años reactualizó su dimensión simbólica tensionada por las mismas luchas de clases: el retorno burgués al centro de la ciudad, el Estado como mediación entre propietarios, trabajadores y flaneûrs, y la ingobernabilidad de una ciudad enorme, en constante expansión, proliferación demográfica y malestar social.

Por todo lo dicho, hablamos de un espacio simbólico complejo. Vamos, opinar sobre el tema es meterse en un zapato chino. Por ello resulta imposible dejar pasar las declaraciones de la alcaldesa de Santiago frente a los desmanes y sus efectos en el comercio del barrio (CNN 2021)[1]. Opiniones que recalan en referencias complejas, que es debido destacar y discutir por su propio afán de ponerse este calzado. En primer lugar, llama la atención la defensa intuitiva, como último y único recurso, de la pequeña y mediana propiedad como única postura municipal frente al vandalismo en el espacio público. La estampida del viernes es la guinda del pastel, sin embargo es necesario sopesar su espectacularidad y no desconocer que el profundo deterioro de lo público en la comuna de Santiago está lejos de depender únicamente de encapuchados que rompen vidrieras. Aunque la alcaldesa Irací Hassler hace mención de ello, hace necesario amplificar el diagnóstico de que la ruina material e intervención policial en liceos municipales del centro, la privatización de la mayor parte de los espacios culturales de la comuna, la represión brutal en manifestaciones que precisamente ocurren en el Barrio Cívico y alrededores proponen un horizonte de deterioro mucho más largo. Uno que explica el rabioso y brutal desapego de amplias franjas de la población frente a lo que otras consideran, efectivamente, patrimonio de su propia historia.

No es tiempo ni lugar para ahondar en la interesante perspectiva sobre las clases medias de Chile en tiempos de conflictividad social a mediados del siglo XX, presente en el trabajo de autores como Marcelo Casals y Azun Candina (Casals 2019; Candina 2020)[2]. Sin embargo, resulta clave rescatar en sus análisis el hecho de que la relación entre las clases medias y las mayorías populares, privadas ampliamente de sus beneficios y estilos de vida, no devendrá en una unificación política de ambos referentes por la vía moral o ideológica, esto ni aunque el Estado se involucre de lleno en limar las profundas diferencias materiales y subjetivas que demarcan a ambas experiencias de la sociedad contemporánea. Relevar la dimensión humana de los pequeños y medianos negocios de ese barrio ante una turba auto justificada en el malestar social tampoco va a contribuir a limar estas asperezas históricas. Más bien demuestra una problemática tendencia de la administración actual a naturalizar al comercio como protagonista y promotor de la comuna, omitiendo en su cuadratura tanto al esquivo posicionamiento político de los pequeños propietarios, como a la sobredimensión de su fuerza política efectiva, amplificada por su capacidad económica de ser “más audible”. Esto último resulta particularmente evidente ante la omisión en las declaraciones de Hassler de otras instancias que pudieron verse afectadas en ese sector, de mucha mayor coherencia y protagonismo en un proyecto ciudadano: las instituciones patrimoniales y públicas, el comercio ambulante y los propios sectores habitacionales. En la escueta declaración municipal parece naturalizarse al comercio como único y más importante agente para la vida del centro de la ciudad, y a la vida misma del centro desde una dimensión puramente económica. No queremos desconocer su hegemonía, por cierto, sin embargo resulta clave preguntarse ¿Son estos sectores toda la sociedad representativa del “espacio público” que queremos construir como izquierda ciudadana?

Si bien las omisiones alcaldicias son comprensibles desde un horizonte político que evita solicitar la acción de cuerpos policiales represivos que han incurrido sistemáticamente en prácticas de tortura, abuso y brutalidad, se hace necesario abordar con seriedad la dimensión de la seguridad y la movilización en el centro de la capital. No rehuyendo del debate, o cayendo en los mismos discursos de la política transicional que reducían la esfera pública a una “suma de privados”, se hace necesario aparejar la solicitud de mayor orden público a una mejora en las condiciones de seguridad dentro de la movilización social: una mayor presencia de observadores de DDHH, procesos judiciales de la comuna en regla a partir del respaldo municipal como estímulo/presión institucional, un compromiso irrestricto con las víctimas de la represión policial en todas las esferas administrativas, y la disponibilidad institucional plena para seguir ejerciendo el derecho a la manifestación de manera segura, tanto en marchas como en otras formas que impliquen la concentración de personas en espacios de la ciudad. Como no toda la vida pública se juega en el momento de la movilización, es deseable pensar en otras instancias de expresión política seguras y abiertas a todas las condiciones y generaciones: esta ambición otorga a la alcaldía ciudadana un horizonte claro de desarrollo, de cara a un compromiso real de sustentación de la vida pública a través del mejoramiento de la abandonada infraestructura municipal bajo su cuidado -aún de capa caída, privilegiada en comparación al resto de las comunas del país-; y su apertura a las comunidades en su entorno inmediato, como no ha ocurrido en cincuenta años. Plantear un itinerario político claro, acompañado y estimulado desde la municipalidad, que plantee problemas a su alcance.

En esta última dimensión, y sin desconocer el meritorio apoyo que la municipalidad brinda al proceso constituyente a través de su convocatoria a Encuentros Locales Constituyentes -precisamente en escuelas públicas-, se hace necesario que el gobierno municipal inicie con urgencia una regeneración de la vida pública dentro de sus propios ámbitos de pertinencia, que no son pocos en una ciudad capital con actividades que van de lo agrícola a lo fabril, pasando por cientos de servicios. El involucramiento de las comunidades en el carácter comercial de sus barrios -que en sectores como 10 de Julio y Mapocho norte ha contribuido a su destrucción, no a su desarrollo- es un aspecto que se aproxima desde otra vereda a la cuestión de la lucha de clases en barrios comerciales, ya mencionada en relación con Lastarria. Otro tema, entre miles, es la profusa censura cultural y artística emprendida por grupos de ultraderecha a obras en espacios urbanos, que bien merece la pena revisitar a fin de comprometerse con la elaboración de unas políticas municipales de defensa activa del patrimonio barrial. Más allá de la apertura de espacios deliberantes o políticas de probada efectividad, lo que hace falta es reiniciar la vida pública “en sí misma” e iniciar un camino propio lo antes posible, poblando con todos los cuerpos disponibles el intervalo existente hoy entre las calles vacías por la pandemia, y la turba descontrolada manifestando su impotencia política por medio de la destrucción.

Desde esta ambición, un ejemplo posible es la construcción de una “cultura pública de izquierdas” durante la campaña de Manuela Carmena por el liderazgo del Ayuntamiento de la Comunidad de Madrid, que resultó en un triunfo en las urnas en junio de 2015. En pos de una carrera estratégica por la obtención administrativa de la capital del país, diversos sectores de izquierda, ecologistas y progresistas utilizaron sus diversos recursos -desde gestores independientes hasta eurodiputados- para realizar actividades políticas abiertas en todos los espacios de administración pública a su alcance, tales como parques, museos y espacios de cultura integrados en la ciudad. En este contexto, se realizaron en Madrid un sinnúmero de encuentros convocados por Ahora Madrid y Podemos en parques fuera del centro, como Madrid Río, el Tierno Galván y el Cerro del Tío Pío. Encuentros que revivieron en las memorias de miles las experiencias políticas del 15M (en los más jóvenes) y las luchas obreras adormecidas durante la transición (en los más viejos). Luego del triunfo de Carmena, aconteció también el masivo Plan B: encuentro de las izquierdas y organizaciones por el cambio, contra las políticas de austeridad y la firma del TPP por la Unión Europea, llevado a cabo con respaldo del Ayuntamiento en la Instalación Deportiva Municipal Nave de Terneras y en el Centro Cultural Matadero, en el inicio de la periferia sur de la ciudad. En este encuentro hablaron a un público abierto figuras políticas como Yanis Varufakis, Susan George, Julian Assange, Oskar Lafontaine, Alberto Garzón, Miguel Urbán, Mònica Oltra y Gerardo Pisarello, entre otras que se reunieron en un encuentro que debatió con quien quiso asistir problemas como la deuda externa, la crisis ambiental, el auge del feminismo, las lucha contra la xenofobia y los tratados de libre comercio.

Aunque la investidura de Carmena como alcaldesa anunció simbólicamente el inicio de una nueva administración “ciudadana”, su contradictorio posicionamiento frente a actos de censura sobre sus antiguos aliados radicales, como la censura a la obra La Bruja y Don Cristóbal de Los Titiriteros en el Teatro del Pueblo[3], minaron por completo su capacidad inicial de generar nuevas alianzas políticas hacia el futuro. Su encierro en las clases medias y su confianza (injustificada) en su fortaleza “por sí mismas”, sin alianzas con los sectores obreros de la ciudad, hicieron de su gestión edilicia un debut y despedida. Sin embargo, pese a la incapacidad de Carmena y Más Madrid de hacer algo más allá de redundar en su propia identidad clasemediera y céntrica -perdiendo la reelección en 2018-, la potencia inicial de su ocupación y apertura de lo público desde la izquierda es un antecedente interesante ante los posibles paralelismo existentes entre esta experiencia y nuestras “alcaldías ciudadanas” de izquierda. Más aún constatando en la propuesta comunista para Santiago el abigarramiento propio de una alianza de clases que busca sobrellevar la desigualdad, pero que bajo ningún motivo debe permitirse invisibilizarla.

La naturalización del comercio como “principal protagonista” del espacio público, oblitera la urgente necesidad de la comuna de Santiago de ofrecer espacios seguros para la movilización, y poner a disposición su -aún- privilegiada infraestructura. Hace falta hacer lo que sea antes de terminar repitiendo la “mano firme” anhelada por ex alcaldes como Ravinet o Lavín, o callando por lo escueto de nuestra imaginación política en torno a lo público.

 

Notas

[1] “Tras destrozos en Barrio Lastarria: Irací Hassler llama al “Estado de Chile a estar a la altura”, CNN Chile, 31 de julio de 2021 https://www.cnnchile.com/pais/barrio-lastarria-iraci-hassler-estado-a-la-altura_20210731/

[2] Marcelo Casals, “Estado, contrarrevolución y autoritarismo en la trayectoria política de la clase media profesional chilena. De la oposición a la Unidad Popular al fin de los Colegios Profesionales (1970-1981)”, Izquierdas no. 44, Santiago, 2018, pp. 91-113; Azun Candina, “Las clases medias como territorio en disputa: la Unidad Popular y los futuros posibles”, Anales de la Universidad de Chile séptima serie no. 18, Santiago, 2020, pp. 155-164.

[3] “Carmena, sobre la obra de los titiriteros: Perdón a los padres, el espectáculo fue deleznable”, 20 minutos, 8 de febrero de 2016, Madrid, https://www.20minutos.es/noticia/2667605/0/carmena/titiriteros/perdon-padres-espectaculo-deleznable/

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Historiadora feminista del arte y crítica cultural, integrante fundadora del Comité Editorial de Revista ROSA.