Por qué quiebran las democracias: la encrucijada chilena

La derecha supuestamente liberal ha dejado abierta la puerta a un gobierno de tintes fascistas. Esto nos deja una lección inequívoca: una contradicción histórica del componente ideológico del liberalismo chileno radica en que ponen la libertad económica y la libertad de propiedad por delante de la realización democrática; o peor aún, que sostienen que son su condición de posibilidad, cuando la dictadura de Pinochet demostró precisamente lo contrario. Los sectores liberales en Chile probablemente asuman la misma hipótesis contra-democrática en la cual más vale un gobierno autoritario que salvaguarde la libertad de los grandes capitales a un gobierno democrático que los limite; y ese es, pues, el principal pecado original de la derecha. Sus bases ideológicas dejan la democracia supeditada a las posibilidades de reproducción del capital.

por Felipe Ponce Bollmann

Imagen / Vanguardia durante la Marcha por el Rechazo, 7 de marzo 2020, Santiago, Chile. Fuente: Wikimedia.


Las causas de la fragilidad de las democracias son un tópico ubicuo y de sobra conocido entre los estudiosos de los sistemas políticos comparados y de las teorías de la democracia, preocupados principalmente por la experiencia de los regímenes totalitarios en el largo y oscuro siglo XX. Los resultados de la investigación politológica coinciden en que se trata de un fenómeno multicausal resultado de una serie de transformaciones sociales, culturales, económicos y políticos; y agregaría, que propician una subducción de elementos ideológicos reaccionarios en las capas más profundas de la sociedad, que eventualmente terminan por erosionar en forma de revueltas sociales. Enfoques próximos al materialismo histórico destacan que un factor determinante de esa subducción es la incapacidad distributiva mantenidas por los regímenes socialmente organizados en torno a la economía típicamente capitalista. Pero en los fenómenos de los populismos de ultraderecha contemporáneos hay un factor mundanamente político, o ideológico, al que hay que prestar atención.

Luego que la ultraderecha haya encontrado la fórmula mágica para seducir a los sectores populares más golpeados por el sistema, el trumpismo también llegó a Chile de la mano de José Antonio Kast del Partido Republicano, hijo de un afiliado al partido Nazi. El Partido Republicano no es un fenómeno novedoso en la política internacional, ya que elementos de la misma talla los encontramos en Brasil, Alemania, Francia o España, por nombrar algunos. A diferencia de los fascismos de entreguerras, no tienen en su propósito político un gobierno militar o la instauración de una dictadura, sino que vemos más bien la voluntad de constituir un gobierno tradicionalista y autoritario bajo una amenaza militar latente. Elementos fascistas como el nacionalismo, la xenofobia, el odio a las minorías y la reacción contra los cambios sociales progresistas son los elementos comunes entre el viejo fascismo y la reacción contemporánea que representa Kast. Pero más allá de la regresión de los derechos y libertades civiles- que no es poco- lo que más nos debería preocupar de estos partidos populistas de extrema derecha es la inestabilidad social que provocará la división de Estado reducido entre beneficios del gran capital. Esa fórmula la conocemos hace más de cuarenta años en nuestro país y es lo que nos ha llevado hasta aquí. Imaginemos cuatro años más y pensemos, pues, si podemos caer aún más bajo, a ese punto de subducción cada vez más peligrosa para nuestra convivencia.

El riesgo de las bases organizativas de nuestra convivencia civil descansa en el débil compromiso histórico del liberalismo con la democracia. Creo que al menos cada cuatro años debemos recordar lo que es una democracia: un régimen de derechos y libertades. En la teoría política es un concepto mucho más complejo, pero con esa mínima definición de lo que deberíamos entender como democracia podríamos saber qué defender y qué debemos combatir. Hay que partir por afirmar que para que haya libertades deben existir derechos. De lo contrario, la libertad sería una entelequia. Las libertades civiles como el matrimonio homosexual o el aborto seguro y gratuito, por ejemplo, son posibles siempre y cuando existan derechos que la consagren como libertades; por ejemplo, de amar a quien quieras amar, o de decidir sobre tu propio cuerpo. En nuestro ordenamiento social y económico, muchas libertades dependen rigurosamente de la capacidad económica de quien tiene que tomar esa decisión. Eso supone que probablemente una proporción significativa de la población no tiene la libertad que disponen las clases privilegiadas. Por lo tanto, para que exista una democracia, tiene que serlo en todos sus aspectos: sociales, culturales, económicos y políticos.

La derecha supuestamente liberal ha dejado abierta la puerta a esta forma de gobierno. Esto nos deja una lección inequívoca: una contradicción histórica del componente ideológico del liberalismo chileno radica en que ponen la libertad económica y la libertad de propiedad por delante de la realización democrática; o peor aún, que sostienen que son su condición de posibilidad, cuando la dictadura de Pinochet demostró precisamente lo contrario. Los sectores liberales en Chile, Renovación Nacional, Evópoli, y veremos al Partido de la Gente liderado por Parisi, probablemente asuman la misma hipótesis contra-democrática en la cual más vale un gobierno autoritario que salvaguarde la libertad de los grandes capitales a un gobierno democrático que los limite; y ese es, pues, el principal pecado original de la derecha. Sus bases ideológicas dejan la democracia supeditada a las posibilidades de reproducción del capital.

Tenemos que hacer un llamado a los decisivos votantes de Parisi a pensar el momento histórico actual donde nos jugamos la democracia. A todos quienes dudan por quién votar en segunda vuelta, o si acaso vale la pena ir a votar por alguno de los dos candidatos. A todos ellos, debemos decir sin ambages que no resolveremos los problemas de fondo de la sociedad si no entendemos que los mecanismos de estabilización democrática, de paz social, son los conflictos distributivos, de desarrollo social, las medidas que permitan un crecimiento con equidad y la profundización de nuestros derechos sociales y libertades civiles. Hemos pasado más de cuarenta años hablando de economía, pensando que nos hablaban a las mayorías sociales, cuando lo que en realidad buscaban era, como decía lúcidamente Karl Marx, convertir los intereses de unos pocos en los intereses de todos. La revuelta popular de octubre de 2019 dejó un importante precedente: no podremos hablar de paz social ni estabilidad económica si no somos capaces de hablar primero de nuestro pueblo.

Felipe Ponce Bollmann

Sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid.