Tras la ruptura: hacia un cambio democrático revolucionario

Aun considerando la correlación de fuerzas desfavorable en términos estructurales y el programa de corte democrático popular habilitado por el pueblo, las fuerzas de cambio en Chile se debaten entre ejecutar un proyecto de revolución pasiva y eventualmente renunciar al programa instalado en la ruptura popular de octubre de 2019, o proyectar un cambio democrático de carácter revolucionario es decir, que en poco tiempo logre instituir un nuevo modo de producción de realidad, distinto al del capital, en tanto socialice en el pueblo el poder político concentrado en el Estado. Creemos que la única manera de que un proyecto político responda a la demanda refundacional del Estado y a las contradicciones de largo y corto plazo desnudadas, es realizando una verdadera revolución desde el Estado.

por Benjamín Infante

Imagen / Gabriel Boric recibe un dibujo de regalo, 13 de julio 2021, Rancagua, Chile. Fuente: Wikimedia.


“- Hola, Neo. Soy El Arquitecto. Yo creé Matrix. He estado esperándote.
Has sido más rápido que los otros.
– ¿Otros?
– Matrix tiene más años de los que crees.
Prefiero contar desde el advenimiento de una anomalía integral hasta la siguiente,
en cuyo caso esta es la sexta versión”.
Dialogo entre Neo y el Arquitecto, Matrix: Reloaded.

 

El principal peligro de lo que está por venir en Chile es que nos entrampemos en una revolución pasiva, elitista y sin pueblo. Para ello, proponemos en esta columna abrazar el desafío de hacer una revolución en Chile que permita la creación de un nuevo modo de producción de la realidad, es decir, que no solo instale, sino que reproduzca nuevos sentidos comunes. Y a la vez incluya, dando facilidades para su organización, a las fuerzas sociales subalternas de las reformas democrático populares por venir.

Pese a las apariencias, el dilema entre reforma y revolución está más vigente que nunca, y aunque no lo notemos, tenemos enfrente el desafío de hacer una revolución en Chile tras el enfrentamiento de proyectos de sociedad durante el ciclo corto electoral 2020-2021. Pero, ¿qué es una revolución en el siglo XXI?

Aun considerando la correlación de fuerzas desfavorable en términos estructurales y el programa de corte democrático popular habilitado por el pueblo, las fuerzas de cambio en Chile se debaten entre ejecutar un proyecto de revolución pasiva[1] y eventualmente renunciar al programa instalado en la ruptura popular de octubre de 2019, o proyectar un cambio democrático de carácter revolucionario[2], es decir, que en poco tiempo logre instituir un nuevo modo de producción de realidad, distinto al del capital, en tanto socialice en el pueblo el poder político concentrado en el Estado. Creemos que la única manera de que un proyecto político responda a la demanda refundacional del Estado y a las contradicciones de largo y corto plazo desnudadas, es realizando una verdadera revolución desde el Estado.

En Venezuela, como en Ecuador y Bolivia, se vivió un proceso de ruptura popular y cambio democrático, en el cual el pueblo desbordó los estrechos límites institucionales que fijó el neoliberalismo y tras la destitución de ese régimen, instituyó un nuevo orden con correlaciones de fuerza diferentes. Como describe Íñigo Errejón en la ponencia “Ruptura popular y cambio político”[3], lo que se instala en los procesos ‘post capitalistas’ de ruptura democrática, es un concepto de comunidad aglutinadora de la nación, que esconde tras de sí, un nuevo modo de producción de realidad. El factor clave, es el cambio en la representación de clase del Estado y el protagonismo popular en las transformaciones democráticas. Por ese nuevo modo de producción material y simbólico, es muy difícil volver a instalar el neoliberalismo, o volver a gobernar para las viejas élites, sin otra revolución. Como hemos visto en el caso de Bolivia con el golpe militar y en Ecuador con la infiltración de un agente imperialista en la representación del Estado.

Según la descripción de Álvaro García Linera, en el momento de ruptura popular asistimos a una crisis del Estado oligárquico caracterizada por la confluencia entre las contradicciones de largo plazo[4] con las de corto plazo[5] donde se expresa por un momento circunstancial un empate catastrófico[6] entre las fuerzas populares emergentes y el bloque en el poder. Dicho empate es la manifestación de la contradicción entre soberanía (democracia) y neoliberalismo (capitalismo), y su única resolución posible es la lucha electoral descampada por el poder estatal entre el proyecto neoliberal de las clases dominantes y el proyecto antineoliberal de las clases subalternas. En esa lucha, se presentó la oportunidad para que las capas medias desplazadas del poder político y la clase trabajadora desplazada del poder económico, se articulen en una sola expresión orgánica para luchar en contra de los proyectos que presentó un bloque en el poder dividido entre un proyecto restauracionista de la aristocracia terrateniente y un proyecto neokeynesiano de la oligarquía financiera que buscaba “nacionalizar la bancarrota del capital”[7].

Creemos que las claves para que ese proyecto de poder de las fuerzas subalternas tenga la potencia de una revolución, en el sentido de su irreversibilidad frente a la beligerante asonada reaccionaria pasa por instituir, en un corto tiempo, un nuevo modo de producción de realidad. Sobre todo, mediante el cambio de la representación de clase del Estado y la socialización del poder político en las clases populares y trabajadoras.

 

Notas

[1] “Revolución pasiva” es un término acuñado por Antonio Gramsci en los Cuadernos de la Cárcel 15 de 1933 que se refiere a inaugurar un período de concesiones de la clase dominante para que ésta no pierda su hegemonía utilizando a su favor las fuerzas del pueblo.

[2] En resumidas cuentas, si bien no hay diferencias programáticas entre reforma o revolución en este momento dado que las demandas populares son por derechos sociales universales, una idea de la dicotomía se expresa en la clásica propuesta leninista de “destrucción del Estado burgués una vez conquistado el gobierno y el paso a un semi-Estado que socialice el poder armado y de gestión a la sociedad” (Lenin, Estado y Revolución, 1918).

[3] Ver presentación de Íñigo Errejón en Izquierda Castellana, 2013, en https://www.youtube.com/watch?v=ioanaBvu7bA&ab_channel=TuerkaGuerrilla. Esta presentación se sustenta sobre su tesis doctoral “La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS (2006-2009)”.

[4] Vamos a entender contradicciones de largo plazo como aquellas imposiciones de clase que dieron origen al Estado oligárquico, muchas de las cuales dicen relación con el legado colonial, tales como el colonialismo interno o el modelo extractivista.

[5] Contradicciones de corto plazo son aquellas que configuran este período político particular, en específico, la imposición violenta de un régimen neoliberal que subordina de manera grotesca el ejercicio de la democracia y de la soberanía popular.

[6] García Linera, A., 2008, “Empate catastrófico y punto de bifurcación”. En: Crítica y emancipación. Revista latinoamericana de Ciencias Sociales. Buenos Aires: CLACSO.

[7] Istvan Mészáros, La crisis estructural del capital (Caracas: Ministerio del Poder Popular para la Comunicación, 2009), 29.

Benjamín Infante
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Profesor de Educación Media, Licenciado en Historia, y Coordinador de la Cooperativa de Unidad Social de Coyhaique.