Calibrar la brújula

El Rechazo, en última instancia, supo apuntalar su campaña en la defensa de la propiedad, de la familia y de la nación, que engloba un sentido general de lo que parecer ser todo lo que la gente tiene, cree tener o desea tener. Lo que se jugaba en la mentira de que el ahorro previsional sería expropiado no era un debate sobre el sistema de pensiones, sino un debate sobre la propiedad y la posibilidad de heredar a la familia el fruto del esfuerzo ahorrado. Lo que se jugaba en las mentiras sobre la vivienda que nunca sería propia era el deseo profundo de quienes no tienen casa propia de tenerla y de dejarla como el mayor legado a los hijos, a la familia en nombre de la cual se construye cada sacrificio diario. En un país con escasos sentidos de pertenencia a algo colectivo la nación porta un sentido de identidad, y en el caso de ciertas iglesias, especialmente las evangélicas, también lo hace la defensa de una cierta noción de la familia y del mandato patriarcal que le da forma. El 25 de octubre de 2019, miles que nunca habían marchado salieron a las calles sin más símbolos ni estandartes que la bandera chilena. Chile despertó, pero la plurinacionalidad fue mañosamente presentada como la disolución de aquella identidad.

por Alondra Carrillo y Karina Nohales

Imagen / Manifestación 8M, 8 de marzo 2020, Santiago, Chile. Fotografía de Carlos Teixidor Cadenas.


Un ciclo electoral completo

Si bien los resultados de las elecciones, en general, reflejan apenas distorsionadamente cierto estado de las cosas y de la reflexión de masas, es una de las herramientas más valiosas que tenemos a mano para tratar de comprender. Los datos que, en términos de comportamiento electoral, arroja el plebiscito del 4 de septiembre constituyen no sólo una de las radiografías más completas de la sociedad a la que hemos podido acceder en mucho tiempo, sino también una de las más complejas. Lo que se expresó el domingo antepasado aparece hoy como un puzzle sin armar.

Más de 13 millones de personas, en un país con casi 19 millones, concurrieron a las urnas para decidir sobre un texto constitucional escrito por primera vez por personas electas mediante voto popular para esa exclusiva labor. El 62% del total de votantes rechazó el texto, el 38% restante lo aprobó. En esta, la primera elección con voto obligatorio para todas las personas mayores de 18 años, el 85% del electorado concurrió a las urnas, sacudiendo, en retrospectiva, las ponderaciones hechas sobre los eventos electorales previos.

El 80% de quienes votaron a favor de escribir una nueva Constitución en octubre de 2020 eran menos personas de las que en este plebiscito votaron Rechazo. El voto obligatorio, condición puesta por los partidos de derecha en las negociaciones que habilitaron el proceso constituyente en noviembre de 2019, redireccionó lo que aparentaba ser una suerte de tendencia del comportamiento electoral más o menos asentada durante los últimos tres años en un país de voto voluntario.Sin embargo, en muchos sentidos la idea de que existiría una tendencia en el comportamiento electoral es cuestionable.

En los últimos tres años se han verificado dos plebiscitos, una elección de constituyentes, una de alcaldes y concejales, primarias presidenciales, primera y segunda vuelta en la elección de gobernadores, primera y segunda vuelta en la elección presidencial, elecciones de diputados y senadores. En este ciclo, todos los cargos de elección popular han sido sometidos a votación y el universo de votantes así como los porcentajes de participación han sido diversos en cada una de ellas. En algunas elecciones han podido competir sectores no partidarios en similares condiciones que los partidos, en otras no; en todas hubo voto voluntario, en la última no. En algunas elecciones se eligieron por primera vez algunos cargos, en otras por primera y única vez, en otras no. Algunas fueron elecciones binarias, otras con múltiples alternativas y matices. En algunas, el azar hizo lo suyo dejando competidores fuera de carrera -como fue el caso de Felices y Forrados para la elección de constituyentes-, habilitando interpretaciones que dejaban de tener en vista a quienes quedaron en el camino sin por ello haber perdido fuerza y capacidad de acción. En efecto, los resultados de las elecciones parlamentarias y presidenciales resituaron con fuerza a las “minorías” de la Convención Constitucional y dejaron en el camino -en términos de representación institucional- a quienes irrumpieron como actorías ineludibles y mayoritarias en ese mismo espacio.

La disparidad en la naturaleza de los eventos, en la participación, en las condiciones de representación, etcétera, tienen que ser incorporadas al análisis del resultado del 4 de septiembre. Es necesario ampliar el puzzle interrogando el ciclo electoral completo que ha tenido lugar y que ha estado signado por la revuelta de octubre. De momento, por supuesto, nos centraremos en lo último que aconteció.

 

¿Cómo entender lo que ocurrió el domingo?

Explicar los resultados del plebiscito del 4 de septiembre será un ejercicio indispensable para calibrar la brújula del proceso político abierto en nuestro país hace ya tres años. Aunque no se trata de una tarea que pueda realizarse de un momento a otro, se han anticipado ya tesis diversas.

La primera de ellas, que fue rápidamente enunciada por los sectores de la ultraderecha que pretenden capitalizar el triunfo aplastante del Rechazo, es que no se trató simplemente de una derrota electoral sino de la derrota de un proyecto: es el conjunto del proyecto contenido en la propuesta constitucional, en su globalidad, lo que habría sido desechado por el pueblo en Chile, suponiéndose así la derrota de la orientación antineoliberal contenida en el estado social de derecho, y de los ejes transversales del feminismo, del ambientalismo y de la plurinacionalidad como horizontes de cambio.

La segunda de ellas, que ha aparecido rápidamente, es que se habrían rechazado normas o aspectos particulares del proyecto constitucional (algunos de los cuales rápidamente son tildados de “aspectos identitarios”): la plurinacionalidad y el pluralismo jurídico, el aborto, la ausencia de la palabra “propia” en la norma que consagra el derecho a la vivienda digna, u otras.

La tercera, más difundida al interior de los círculos que apoyaron la propuesta constitucional, es que este resultado se debe al éxito de la activa campaña de desinformación y difusión de noticias falsas que se desarrolló durante todo el curso del proceso constituyente por parte de las fuerzas del Rechazo y sus financistas.

Desde nuestro punto de vista, la pregunta acerca de qué rechazó la gente cuando rechazó, más que esperar a ser colmada inmediatamente de respuestas, debiese ser la interrogante que nos acompañe durante este tiempo y que nos permita reorientar nuestros análisis, apuestas y tareas de cara al nuevo escenario que se ha configurado. De momento, nos inclinamos a afirmar que no existe una respuesta unívoca y que la tarea de construir esa respuesta exige una disposición de escucha a fin de poder atender a una voz, o una pluralidad de voces, que se expresaron contundentemente el 4 de septiembre y definieron el devenir de este momento de nuestra historia colectiva.

Por nuestra parte, en relación a las tesis ya enunciadas, algunos contrapuntos. Respecto del rechazo del proyecto constitucional en su globalidad y sus diversas dimensiones, nos preguntamos si acaso quienes rechazaron el texto constitucional se oponían al reconocimiento del trabajo doméstico o al reconocimiento de los derechos de las personas con discapacidad, por ejemplo. ¿Rechazaron las personas los derechos de la naturaleza o la igualdad sustantiva, el acceso gratuito a la justicia o la educación gratuita en todos sus niveles?

Nuestra intuición es que la mayor parte de las personas no necesariamente tuvieron noticia de que estos elementos eran parte del proyecto constitucional, o bien que, conociendo un sector del electorado varias de las propuestas normativas, la adhesión que estas efectivamente concitaban tuvieron una fuerza menor que los temores que se instalaron comunicacionalmente aparejados a otras normas (lo cual fue hábilmente expresado por los sectores del rechazo en la fórmula: “tiene muchas cosas valorables, pero”, que oímos durante la campaña una y otra vez). Junto a ello, la enorme dificultad para construir un relato general que expresara el sentido global del proyecto constitucional es un punto en el que nos detendremos más adelante, pero que de todas maneras entra en juego aquí. Este punto es también especialmente relevante para responder a las voces que, desde las izquierdas y el progresismo las que velozmente han salido velozmente a señalar, como si se tratara de una muestra incontestable del desfonde del feminismo, que las mujeres no aprobaron la “Constitución feminista”. El hecho de que las mujeres puedan abrazar el eje feminista de la constitución y, al mismo tiempo, decidir rechazar la propuesta parece un sinsentido sólo para quienes olvidan que las mujeres son personas, y que como muchas otras personas, optaron por decirle que no a un proyecto que consagraba avances indudables en materia de derechos sociales y de garantías para una nueva institucionalidad y que, por lo tanto, la pregunta acerca de qué rechazó la gente cuando rechazó, y su relación con los aspectos generales del proyecto, sigue igualmente planteada.

Siguiendo con la primera tesis, cabe señalar que el relato de la “derrota de un proyecto” no se sostiene realmente por quienes lo proclaman. El 9 de septiembre, en la ya tradicional sección de comentarios de Radio BioBio, Tomás Mosciatti afirmaba que “Hay que decirlo con claridad estentórea para que nadie se engañe: no es la derecha la que ganó el plebiscito. No sólo porque no tiene esa cantidad de votos, sino que tuvieron que esconder a todos sus dirigentes para que el Rechazo tuviera opciones. Estuvieron amordazados, con una especie de bozal, Sebastián Piñera y José Antonio Kast, escondidos los dirigentes de todos los partidos, Chahuán y Macaya, silenciados los parlamentarios. Cualquier olor a derecha restaba votos.” Esta cita, que constata lo que todo el país notó, omite que los artífices del Rechazo están al tanto que su 62% se erige sobre pilares de arena, porque el triunfo de su opción deja tan irresolutos como ayer los problemas y demandas sociales largamente planteadas en Chile. Por ello, a pesar del triunfalismo que enarbolan, concurren al final del día a pactar -ciertamente en sus hoy favorables términos- la continuidad del proceso constituyente.

Sobre la segunda tesis, aunque sustentada en datos preliminares que se han difundido, es sin embargo engañosa[1]. La idea de que es posible saber desde ya qué normas o aspectos de la propuesta tuvieron más peso en el resultado, y en función de ello “moderar” o corregir la propuesta constitucional y su contenido programático, más que ser un ejercicio fiable en este momento, parece expresar más bien un sesgo. Ese sesgo, amparado en la reafirmación de ideas que persisten en ciertas izquierdas, se desprende velozmente de la idea de que sería necesario que las demandas parciales, accesorias o incluso ajenas a los “verdaderos y generales” intereses populares sean desplazadas por una imaginaria titularidad universal de demandas, luchas y actorías. Estas perspectivas, que llaman a abandonar aspectos del programa que movilizaron a sectores como el feminismo o las luchas socioambientales a desarrollar la fuerza para participar del debate constituyente, no sólo son problemáticas sino en última instancia pueden resultar ineficaces para la reorientación de las tareas políticas, que serán desarrolladas por las fuerzas sociales realmente existentes. Hay mucho de triste oportunismo en algunas de estas posiciones que, en última instancia, lejos de proponer un camino, llaman a diversos sectores establemente organizados a desandar lo avanzado, a dudar de sí mismos al situarlos en un lugar de irrelevancia y a capitular en ciertas centralidades programáticas.

Respecto de la tercera de estas tesis, y aunque esta recoge una dimensión indiscutible de la disputa electoral que atravesamos, se haría necesario también poder preguntarnos qué determinó que esas mentiras ampliamente difundidas fuesen acogidas tan sensiblemente por la población. Cuáles fueron los temores profundos que estas mentiras lograron tocar, activar y hacer aparecer como certezas que fundaron la decisión de rechazar. Volveremos sobre este punto.

A la valoración de estas tesis se suma también la ponderación del efecto que pueden haber tenido las declaraciones del gobierno, a través del Presidente, que aseguraban que en caso de rechazarse el texto constitucional, el proceso debía continuar mediante una nueva Convención Constitucional. La forma en que estas declaraciones se encontraron con el relato de que era posible rechazar con la perspectiva de una mejor no puede ser dejada de lado. Pese a que el objetivo declarado de estas declaraciones era contribuir a la opción por la aprobación de la nueva Constitución, éstas parecen expresar uno de los rasgos que caracterizaron a la campaña desplegada: la falta de una sensación generalizada de urgencia que situara el carácter irrepetible del proceso en curso, y que lograra mostrar ampliamente el efecto del Rechazo, a saber, el traslado pleno de la iniciativa hacia los sectores que impusieron la Constitución vigente y que se han negado a todos los esfuerzos de cambio o reforma sustantiva del régimen que los sostiene.

 

Dos tácticas que fraguaron el resultado

La elección de convencionales del 15 y 16 de mayo fue un hito decisivo, porque allí quedó definida la correlación interna de fuerzas sobre la que se levantarían tácticas diferenciadas en relación al proceso constituyente, entre quienes estaban por una nueva constitución y quienes desde un inicio se negaron a ello. Luego de las elecciones, siendo una súper mayoría del órgano constituyente, los sectores populares, progresistas y de centroizquierda se abocaron, durante un año completo, a la labor de disputar los contenidos del texto constitucional. En esa actividad se volcaron tanto los sectores directamente representados en el órgano constitucional, como aquellos sectores sociales que encontraron en su composición la habilitación política necesaria para plasmar allí cuestiones programáticas largamente elaboradas.

Desde la inapropiabilidad de los bienes comunes como el agua, el reconocimiento constitucional de la agricultura familiar campesina y de las semillas, la construcción de una perspectiva de género transversal al texto constitucional, la disputa por el financiamiento basal y permanente del sistema nacional de educación pública, la consagración de los derechos laborales que echaran abajo el Plan Laboral de la dictadura, la definición del sistema de seguridad social hasta la caracterización del sistema de salud pública universal e integrado, por sólo nombrar algunas, luchas de décadas tuvieron a las organizaciones sociales peleando cada palabra de cada norma del texto constitucional, aprendiendo a construir los acuerdos necesarios para darles viabilidad y garantizando su incorporación en el proyecto.

Mientras tanto, atestiguando su plena impotencia al interior del órgano constituyente y viendo impedida la tesis del “tercio de veto” que defendió un sector previo a las elecciones, la derecha decidió abandonar de plano la tarea de disputar el contenido del texto y optó, en cambio, por ordenar el conjunto de su táctica en función del plebiscito de salida. Para ello, su primer objetivo fue impugnar el valor político y representativo del órgano constituyente. Luego, introducir elementos de incertidumbre en las principales normas constitucionales que expresaban los avances programáticos más sentidos para los sectores populares y las fuerzas sociales que habilitaron, a punta de movilización, el proceso constituyente mismo.

A diferencia de la derecha, las representaciones expresivas del campo popular, incluyendo a los movimientos sociales y a los pueblos originarios, poco y nada de atención prestamos al plebiscito de salida. La dimensión de la obligatoriedad del voto era considerada sólo en la medida en que introducía un factor de misterio en el resultado, pero no era tratada como una dimensión que nos llamara a darle forma a una táctica electoral especialmente pensada con la perspectiva de disputar a nivel de masas, la orientación de un proceso de politización que tendría una magnitud que nunca antes habíamos tenido que abarcar. Los resultados del plebiscito de entrada, así como el estricto respeto al mandato político y programático a ser desarrollado en la constituyente que defendieron fuertemente los movimientos sociales en su interior, infundía en nuestros sectores un elemento de certidumbre que no fue activamente puesto en duda. Los alineamientos políticos que empujaban la posición del Rechazo, desde la derecha hasta los sectores de “centro” para los cuales su primera lealtad estaba con la posición de poder que ostentaron durante las últimas décadas, y que la nueva Constitución ponía en entredicho, reforzaban esa sensación de estar avanzando en la dirección correcta.

El triunfo electoral del Rechazo, por los niveles de participación electoral y por la contundencia del resultado obtenido, ha sido presentado como el triunfo de la democracia. Si bien la táctica centrada en el resultado de la elección se demostró efectiva, esta estuvo lejos de desplegarse por los carriles de una pretendida y abstracta rectitud democrática. Muy por el contrario. Sin el poder del dinero y del monopolio de los medios hegemónicos de comunicación, la campaña fundada en noticias falsas no podría haberse impuesto como lo hizo en cada televisor y en cada radio de cada casa de Chile. No es una novedad ni una sorpresa, pero es necesario decirlo: este resultado se sostiene sobre una profunda desigualdad. No se trata únicamente de las desiguales condiciones de despliegue de una u otra alternativa en campaña, sino de la posibilidad de los sectores más empobrecidos y marginalizados de la sociedad -que esta vez sí debieron concurrir a  las urnas- de informarse para ejercer su derecho a decidir. Nada garantiza que de haber conocido toda la población el proyecto de nueva Constitución éste hubiera ganado, pero lo cierto es que no sólo no existió para muchos la posibilidad de conocerlo, sino que fue masivamente falseado desde todos los dispositivos del poder.

Es posible vencer esos dispositivos, lo hemos visto e incluso hemos logrado en ocasiones hacerlo, pero para cuando las fuerzas populares organizadas tras el Apruebo se abocaron al momento electoral -dos meses antes del plebiscito-, la situación ya era irremontable. “Llegamos tarde” es lo que en muchas organizaciones se repite por estos días, y es cierto. En importante medida, la posibilidad de vencer la hegemonía comunicacional transcurre por la capacidad organizativa y militante, y el movimiento social ha debido asumir en este ciclo tareas de naturaleza y magnitud que no se condice con sus todavía rudimentarias herramientas organizativas. Así y todo las asumió y hoy está más lejos de partir de cero.

 

Volver sobre octubre

Para desencriptar los mensajes contenidos en el espeso ciclo electoral que se ha cerrado con el plebiscito del 4 de septiembre vale la pena volver al origen, a octubre, a la revuelta. Revisitar las lecturas e interpretaciones planteadas en esos primeros momentos a la luz del presente, en la certeza de que lo que nos llevó hasta allí y lo que allí se expresó sigue a la orden del día, con o sin estallido.

Dijimos entonces que el 18 de octubre contenía un balance histórico de lo que ha sido la experiencia de la clase trabajadora con el modelo posdictatorial. Dijimos que este balance no se traducía inmediatamente en una demanda o grupos de demandas concretas, menos aún en un proyecto alternativo. Dijimos también que lo que había de ser dicho en ese balance era demasiado y que el pueblo, en esas jornadas fue encontrando su forma de hablar. Planteamos que la revuelta no tenía en su base la exigencia constituyente sino las crecientemente insoportable condiciones de vida y que el primer itinerario constituyente propuesto, el del Acuerdo del 15 de noviembre que se acaba de cerrar, no atendía las urgencias planteadas respecto de esas condiciones de vida.

Con el paso del tiempo dijimos más cosas. Dijimos, por ejemplo, que la revuelta había abierto un ciclo de politización de masas y, si bien nos acompañaba una lectura optimista acerca de la orientación por izquierda de dicha politización, asumimos en todo momento que esa politización lejos de ser algo dado, estaba en abierta disputa. Es por ello que, cuando se habilitó la posibilidad de participar en la Convención Constitucional en paridad y autorepresentadamente desde el movimiento social, sin la mediación ni bajo subordinación partidaria, -pandemia y desmovilización mediante- decidimos estar allí, pues pensábamos que el proceso constituyente sería una importante tribuna para disputar, desde el feminismo que había impulsado el proceso de la Huelga General Feminista, la orientación de la politización en curso en el sentido que nos interesaba hacerlo.

La Convención Constitucional no se desarrolló en el marco de una dinámica que supusimos e imaginamos. Las movilizaciones de masas no la rodearon ni acompañaron el trabajo y el debate. Sólo algunos de los sectores más o menos establemente organizados, a punta de enorme esfuerzo, estuvieron al pie del cañón, pero de manera amplia la tónica fue más bien de desafección y luego de descrédito. A pesar de todo, lo obrado por la Convención se fue afiatando en sectores numéricamente nada despreciables de la población, pero no aconteció lo mismo respecto de otros sectores todavía más amplios. El sentido común neoliberal, profundamente asentado, logró reponerse de algunas de sus trizaduras a través de políticas tan regresivas y populares como los retiros del 10%. Kast perdió la elección, pero fue primera mayoría en primera vuelta y su partido obtuvo una bancada. El Partido de la Gente se constituyó como el más numeroso del país, obtuvo tercera mayoría presidencial y en términos parlamentarios hizo lo propio. El Frente Amplio, en coalición con el Partido Comunista, ganó las presidenciales. El curso de la politización se sigue desenvolviendo muy enconadamente, sigue desplegándose y desnudando, en lo que refiere a los desafíos de disputa por izquierda, algunos de sus pilares más persistentes.

El Rechazo, en última instancia, supo apuntalar su campaña en la defensa de la propiedad, de la familia y de la nación, que engloba un sentido general de lo que parecer ser todo lo que la gente tiene, cree tener o desea tener. Lo que se jugaba en la mentira de que el ahorro previsional sería expropiado no era un debate sobre el sistema de pensiones, sino un debate sobre la propiedad y la posibilidad de heredar a la familia el fruto del esfuerzo ahorrado. Lo que se jugaba en las mentiras sobre la vivienda que nunca sería propia era el deseo profundo de quienes no tienen casa propia de tenerla y de dejarla como el mayor legado a los hijos, a la familia en nombre de la cual se construye cada sacrificio diario. En un país con escasos sentidos de pertenencia a algo colectivo la nación porta un sentido de identidad, y en el caso de ciertas iglesias, especialmente las evangélicas, también lo hace la defensa de una cierta noción de la familia y del mandato patriarcal que le da forma. El 25 de octubre de 2019, miles que nunca habían marchado salieron a las calles sin más símbolos ni estandartes que la bandera chilena. Chile despertó, pero la plurinacionalidad fue mañosamente presentada como la disolución de aquella identidad.

¿Cómo se verbaliza, en adelante, un proyecto de ruptura a partir de los pilares que deja al desnudo esta elección? Fue en estos sentidos comunes tan amplios, puestos en juego cruelmente, donde más falló la capacidad de comunicar el relato general sobre el sentido global contenido en el proyecto de nueva Constitución. En parte, porque dicho sentido global resultaba inaprensible, y el nuevo texto se presentó como una suma de normas sobre temáticas fragmentadas que, por deseables que fueran incluso para muchos de quienes votaron Rechazo, en su conjunto no resultaban suficientemente fuertes para arriesgar el esfuerzo de toda una vida y la nación que mediante él se construye y se sostiene.

Por lo pronto las tareas son muchas y desafiantes. Las centralidades, pensamos, han de estar puestas en la construcción de espacios orgánicos con inserción efectiva y por abajo, el lento y paciente trabajo para el cual no hay atajos y que tiene que saber ir de la mano con la tarea de organizar respuestas a las urgencias cotidianas; la construcción de herramientas comunicacionales de alcance de masas; el no retroceso respecto de las orientaciones propuestas en las más relevantes materias contenidas en la propuesta elaborada por la Convención Constitucional así como la defensa del derecho a la autorrepresentación popular en los espacios de la institucionalidad política; la articulación de lo avanzado todavía fragmentariamente en un proyecto general; el desarrollo de un programa económico, capaz de responder a la insistente pregunta, formulada por derecha, pero tan ineludible: ¿Cómo pagamos los derechos sociales?

El piso para el desarrollo de estas tareas es notoriamente superior a todas las condiciones para la acción política que los movimientos sociales conocimos hasta el momento, aunque el escenario sea particularmente adverso. No sólo se han alcanzado nuevos niveles de articulación de amplio alcance territorial al calor de un trabajo político compartido y se ha podido constituir la base de un programa común por el cual organizarnos y luchar. Este proceso ha mostrado también los primeros contornos del proyecto que con tanto esfuerzo ha tomado forma. El horizonte de transformación histórica que han impulsado, junto a otras, las fuerzas feministas han permitido inscribir en la imaginación política general una posibilidad de futuro. De a poco se ha encendido una luz, desde este rincón del mundo, que ilumina el trayecto posible de una vida radicalmente distinta.

 

Del nuevo proceso constituyente

El gobierno ha convocado a todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria a negociar los términos de un nuevo proceso constituyente en un escenario, hoy, de profecía autocumplida. La convocatoria ha depositado en el Congreso Nacional la iniciativa de lo que viene y el Servicio Electoral ya ha adelantado que en términos de logística este no podría tener lugar en lo que queda de este año. Estas negociaciones se asientan sobre un balance que hacen sectores del propio gobierno sobre el proceso que se acaba de cerrar: el mayor error de diseño de la Convención Constitucional fue permitir la participación de independientes.

La continuidad del proceso constituyente se asienta sobre una derrota electoral en que los vencedores buscan castigar a los sectores del pueblo organizado por reclamar y acaso soñar con tener un lugar en la construcción del país. Por nuestra parte, estaremos llamadas a tomar posición sobre este asunto prontamente, a partir de la deliberación de nuestras organizaciones y espacios de articulación, en la certeza de que el movimiento social debe sostener la capacidad de plantear los mínimos democráticos de ese proceso, a la vez que reconocer que la disputa del programa construido no puede agotarse en ese nivel del que se buscará activamente excluirnos, y en el equilibrio de las tareas planteadas, que no pueden consumir toda nuestra energía y despliegue nuevamente en el exclusivo plano constitucional.

 

Notas

[1] Como el ampliamente citado sondeo de Ciper: https://www.ciperchile.cl/2022/09/07/120-residentes-de-12-comunas-populares-de-la-region-metropolitana-explican-por-que-votaron-rechazo/

Un Comentario

  1. Excelente, me quedo con los desafíos y tareas planteadas para los movimientos sociales de levantar su fuerza propia y con el párrafo final: de no “consumir toda nuestra energía y despliegue nuevamente en el exclusivo plano constitucional”….bien!!! Alondra y Karina

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