La elusiva clase media

“El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 contra el gobierno de la Unidad Popular no fue producto exclusivo de la decisión de los altos mandos de las Fuerzas Armadas de destruir la democracia chilena. También fue posible gracias a un masivo movimiento contrarrevolucionario forjado en la lucha política contra la izquierda en el poder, en el que destacaron organizaciones sociales que se entendían a sí mismas y eran reconocidas como las representantes de la clase media.” Con esas palabras en la contratapa se introduce el nuevo libro del historiador Marcelo Casals, referido a la historia política de la clase media chilena entre las décadas de 1970 y 1990. Un actor central, entonces y todavía, en el desarrollo de la historia de Chile reciente. Como revista agradecemos a Marcelo Casals por cedernos una parte de la Introducción del libro para ser publicada acá.

por Marcelo Casals Araya

Imagen / M. Casals, “Contrarrevolución, colaboracionismo y protesta. La clase media chilena y la dictadura militar” (Santiago: FCE, 2023). Fuente.


Para adentrarse en la experiencia social del autoritarismo en Chile, este libro utiliza como punto de entrada una noción histórica de la clase media a partir del estudio de distintas formas de apropiación y utilización de esa categoría por parte de un conjunto diverso de actores políticos y sociales. La clase media, en efecto, fue (y sigue siendo) una identidad colectiva con la capacidad suficiente para articular y orientar acciones de sujetos en muchos aspectos distintos entre sí. Estudiar a la clase media desde esta perspectiva, por cierto, no agota el problema del estudio social del autoritarismo, pero presenta ventajas a la hora de entender trayectorias particulares que a primera vista no parecen tener mucha relación con movimientos y desplazamientos más generales bajo la dictadura militar. En ese sentido, este libro plantea que el estudio histórico de la clase media chilena abre la posibilidad de dotar de sentido al comportamiento de franjas significativas de la sociedad en relación a dicho régimen, y avanzar hacia explicaciones históricas sobre sus opciones y decisiones ante cada coyuntura. Al mismo tiempo, permite identificar actores, voceros y organizaciones que encarnaron aspiraciones, ansiedades y expectativas comunes a quienes se identificaron con el ideario social, político y cultural de la clase media.

La mayoría de los estudios contemporáneos sobre la clase media comienzan por notar su carácter elusivo y heterogéneo, casi como si se dudara de la existencia misma del objeto de estudio. En efecto, la observación social y la evidencia histórica pueden ser confusas cuando un pequeño comerciante de alguna periferia urbana y un connotado abogado se identifican y pueden ser socialmente reconocidos como parte de la clase media. Para complicar más las cosas, lo “medio” de la clase media no dice relación con una actividad o función económica determinada, como en los casos más clásicos de clase “obrera” o “propietaria”, sino a una metáfora de la sociedad que se representa como si tuviera volumen, y en la cual pudiésemos distinguir un segmento intermedio con características propias. De allí muchas veces se deduce que, por definición, toda formación social tiene una clase media, en la medida en que es posible trazar una línea intermedia que captaría a los segmentos o estratos sociales aledaños que bajo algún criterio definido de antemano habitarían esas estructuras.

Sin embargo, la consistencia histórica de la clase media no está dada por una mera cuestión aritmética, sino más bien por la presencia verificable de un conjunto heterogéneo de sujetos que por diferentes motivos aspiran a ser reconocidos como tales. La existencia de la clase media, entonces, estaría dada más por el hecho de compartir un lugar imaginario e históricamente situado, base a su vez de demandas en torno a determinadas condiciones materiales consideradas como necesarias para habitar esa posición social1. Para efectos de este libro, entiendo a la clase media como un conjunto de comportamientos, actitudes, condiciones y exigencias normativas que conforman una identidad social a la que se aspira y que exige un grado importante de reconocimiento social para que sea efectiva. Por lo mismo, la clase media es producto de formaciones históricas determinadas, que definen en cada momento y en cada lugar cuáles son los requisitos culturales para pertenecer a ellas y cuáles son los límites que excluyen a quienes no son capaces de cumplirlos. Esas definiciones, al ser históricas, circularon con profusión en la esfera pública, siendo al mismo tiempo objeto de disputas más amplias sobre las exigencias que impone la pertenencia a la clase media. De ahí también que esas definiciones no tengan que ver sólo con la actitud de determinados sujetos, sino también con las organizaciones e instituciones que han definido y redefinido los significados históricos de la clase media. Por lo tanto, el estudio de su historia tiene que ver con los contextos políticos e institucionales en los que esos grupos se insertaron, en la medida en que la realización de las exigencias de la virtud mesocrática tuvo relación también con sus posibilidades de reconocimiento y participación política. Veamos qué significa en la práctica todo esto.

No es ningún misterio que los significados y discusiones en torno a la clase media han estado cargados de fuertes connotaciones ideológicas y normativas, y que por lo mismo hayan estado enmarcados en debates políticos e intelectuales más amplios de cada momento. Como en otras latitudes, los estudios sobre la clase media latinoamericana comenzaron a multiplicarse en el marco del auge de corrientes desarrollistas a mediados del siglo XX. En términos esquemáticos, esos debates estuvieron atravesados por la idea de que el camino hacia la modernidad estaba dado por la trayectoria de los países centrales del capitalismo global que debería ser replicada por las naciones periféricas, muchas de ellas entonces en pleno proceso de descolonización y construcción estatal. En ese contexto, se asumió que la existencia de clases medias eran indicadores necesarios de modernidad, desarrollo económico y estabilidad institucional, por lo que debían protegerse o bien fomentarse allí donde su existencia fuese frágil2. Pocos años después emergerían corrientes interpretativas críticas -muchas de ellas identificadas con la “teoría de la dependencia”- que entenderían a la clase media en América Latina como una formación imperfecta, carente del empuje modernizador de sus pares europeos y, peor aún, como un apéndice cómplice de las oligarquías locales y el imperialismo norteamericano3. Más allá de sus diferencias evidentes, lo cierto es que este tipo de argumentos dejaba intacta la idea de que la clase media tenía una existencia natural, y que se comportaba de acuerdo a rasgos inherentes y estáticos. La clase media, entonces, se entendía como un segmento social con una misión histórica que cumplir, y su fracaso en tierras latinoamericanas sería fuente de conflicto y retrasos en la marcha de la historia hacia el desarrollo, la democracia o la superación del capitalismo, según haya sido el caso. La investigación social, entonces, sólo tenía que fijar la extensión y los límites para el estudio de la clase media de acuerdo a parámetros “objetivos” como ingreso u ocupación4.

Pero la clase media puede entenderse también desde otros registros. En consonancia con los cambios culturales e intelectuales generales a partir de los años 1990, el estudio de la clase media en América Latina comenzó a desembarazarse de esas perspectivas mecanicistas y esencialistas para empezar a tomar en cuenta su proceso político y cultural de constitución histórica y los esfuerzos desplegados en la esfera pública para dar cuenta de esas novedosas formas de identificación colectiva. El punto ya no estaba en escrudiñar las trayectorias necesarias de segmentos sociales intermedios, sino de rastrear los significados de la noción de clase media y los intentos por diferentes sujetos organizados por hacerse de la categoría en su propio beneficio. Eso fue precisamente lo que hicieron, entre muchos otros, grupos de empleados peruanos de principio del siglo XX, analizados por David S. Parker en un estudio señero 5. La clase media, en esa línea, ya no era entendida como un dato preexistente, sino como un proceso histórico contingente. En gran medida, ese ejercicio implicó la recuperación de aquella noción constructivista de clase formulada por E.P. Thompson para el caso de la clase obrera inglesa. Desde esa perspectiva, la consistencia histórica de una clase no se limita a la posición compartida en una estructura determinada, si bien esa es la condición inicial de encuentro entre sujetos diversos, sino que requiere de una experiencia en común que eventualmente puede cristalizar en una identidad social colectiva. Ello hace, una vez más, que la clase esté históricamente situada en el tiempo y en el espacio, y su análisis tenga que preocuparse más de rastrear sus manifestaciones particulares y sus cambios de sentido y composición antes que definirla desde abstracciones normativas y ahistóricas6.

Que la clase y la clase media sean procesos y no simples constataciones no responde necesariamente la pregunta sobre sus dimensiones, comportamientos y dinámicas internas. Es decir, no nos dice mucho sobre las posibilidades de la clase media de actuar sobre sus condiciones como un actor relativamente unificado. Para ello tenemos que tomar en cuenta el hecho de que el proceso de constitución histórica de una clase media implica también la creación de fronteras simbólicas que la doten de consistencia, y que a su vez marque e individualice a aquellos sujetos que logran ser reconocidos como tales7. En el caso latinoamericano, esas fronteras de clase se han explicitado en ciertos modismos locales, como “siútico” en Chile o “huachafo” en Perú, para denotar a aquellos advenedizos acusados de buscar infructuosamente imitar las formas y costumbres de los grupos dominantes8. Los contenidos y formas que esas fronteras y distinciones asumen no están delimitadas solo por el nivel de ingreso, sino que se entremezclan con las creencias raciales y de género dominantes en cada época. De allí que, por ejemplo, la identidad de clase media argentina se haya construido en parte desde la exhibición de sus orígenes blancos y europeos, o bien que la inclusión de mujeres como empleadas estatales de clase media en el México de principios de siglo XX haya estado marcada por normas de comportamiento y decoro asociada a las ideas conservadoras dominantes de virtud femenina9. La estabilidad o crisis de ese tipo de fronteras simbólicas formaron parte de conflictos sociales más amplios, y la forma en que estas cambian -como veremos también en el caso de la clase media chilena durante la dictadura militar- nos abre una ventana de análisis privilegiada para el estudio de crisis sociales y reestructuraciones generales de fuerzas.

Por todo esto es que la clase media no puede ser asumida simplemente como una categoría descriptiva, sino más bien como un “ideal social”10 al cual aspirar en la medida en que contiene rasgos reconocidos como virtuosos y distinguidos. Obviamente, esa relación entre clase media y virtud cívica y moral no es una cuestión natural, aún cuando sean creencias que hunden sus raíces en la filosofía clásica -las tesis del “justo medio” de Aristóteles en su Política-, y que fueran rescatadas en el siglo XIX por intelectuales liberales europeos. Por el contrario, fueron productos históricos en distintas sociedades modernas en la búsqueda incesante de nuevas formas de estructuración y valoración social11. Fue, de hecho, esa valoración positiva de la clase media la responsable de la pervivencia y difusión del concepto durante el siglo XX, moldeando con ello moralidades, comportamientos e identidades sociales. En Chile, como en otras partes, la idea de clase media estuvo asociada a la sobriedad, la dignidad y la solidaridad, todo ello encuadrado en códigos de conducta específicos y no siempre explícitos que funcionaban como mecanismos de reconocimiento entre pares12. La clase media, entonces, existe en la medida en que sea una categoría disponible, significativa y valorada, y existan sujetos que puedan aspirar y reconocer a otros en ella de acuerdo a los significados históricos y marcos morales implícitos que dicha noción asume.

Ahora bien, esas valoraciones y contenidos de la idea de clase media no obedecen exclusivamente a fenómenos locales sin relación con procesos más generales. Si es que podemos hablar de clase media en lugares y épocas distantes entre sí es porque en algún grado obedecen a fenómenos y problemas comunes. No por nada un conjunto creciente de investigaciones ha puesto el énfasis en la constitución transnacional de la clase media, en decir, en la articulación de distintas escalas espaciales -desde la local a la global- a la hora de explicar el surgimiento de grupos particulares que hacen suya la identidad de clase media. La propia noción de clase media, como es sabido, se popularizó en Europa en el siglo XIX y se expandió por el globo de la mano de la expansión imperial de sus países centrales. De distintas formas, la multiplicación de experiencias de clase media fue de la mano de la masificación de procesos de modernización capitalista y del predominio de la cultura europea en tanto vara de medición del grado de “civilización” de cada sociedad. Por cierto, esto no significa que las clases medias “periféricas” hayan sido meros reflejos o imitadores de sus pares europeos -acusación tradicionalmente recibida por estos grupos-, ya que sus desarrollos y características estuvieron también informadas por características locales. El ideal de clase media en América Latina, como en otras partes, participó de estos procesos de conexión y circulación con otras experiencias mesocráticas, moldeando sus expectativas y demandas a la luz de lo que en cada momento se consideró “avanzado”, “civilizado” o “virtuoso”. Una serie de estilos de vida, pautas de consumo, moralidades y expectativas identificadas con la clase media se han replicado en distintas latitudes, articulándose con resultados disímiles con condiciones y marcos culturales locales. Esas reverberaciones han sido claves para darle a la clase media el prestigio y las valoraciones positivas que suele recibir. Si ese ideal de clase media fue particularmente atractivo en Chile fue porque logró capturar anhelos comunes y cosmopolitas de distinción y modernidad13.

La estrecha relación entre la multiplicación de experiencias mesocráticas en el mundo y la inserción de sociedades en distintas latitudes en las lógicas del sistema capitalista global dan cuenta al mismo tiempo de que el “ideal social” de la clase media no es una mera formulación discursiva sin ataduras con las condiciones materiales de existencia. Si bien, como ya señalé, la constitución de una clase no se reduce a la ubicación común de un conjunto de sujetos en una estructura productiva, eso no quiere decir que esas condiciones cambiantes no sean importantes a la hora de explicar los usos y disputas en torno al ideal mesocrático. Por una parte, los procesos de modernización, masificación y expansión del Estado han sido claves en Chile, América Latina y otras partes del mundo en la emergencia de grupos mesocráticos. A través del empleo, la educación pública, el fomento a la industrialización o los servicios sociales, el Estado ha inducido la aparición de nuevos sujetos sociales con posibilidades de reclamar para sí una condición social diferenciada tanto de los sectores obreros y populares como de los círculos oligárquicos. Por otro lado, la afirmación de esa identidad mesocrática pasa también por la formulación de demandas al Estado para el cumplimiento de condiciones materiales “dignas” o acordes a las prescripciones implícitas de la clase media. De allí, como veremos, la organización de gremios y otras organizaciones para influir en instancias de decisión estatal a través de exenciones, privilegios y políticas sectoriales de todo tipo. De allí también la importancia del consumo como mecanismo de distinción y diferenciación social, y la centralidad de esta dimensión de la vida social para el Estado y las políticas públicas durante el siglo XX14. Las condiciones materiales, entonces, influyen directamente en la conformación de la clase media, pero no como el sustrato que determina su existencia -es decir, no como si la clase media fuera un mero “epifenómeno” de ciertas estructuras económicas-, sino más bien como las condiciones defendidas o anheladas que posibilitan apelar al “ideal social” mesocrático y la materialidad que es significada y valorada en términos de clase15.

Es por estas razones que este libro estudia a la clase media chilena tanto desde sus organizaciones más representativas y sus vinculaciones -conflictivas o colaborativas- con el Estado, como también de la lucha pública por sus contornos y significados. Es una opción metodológica que, como toda opción, deja afuera otras posibilidades, como el estudio etnográfico de las subjetividades de clase media o los mecanismos domésticos de reproducción16. En contraste, esta historia está centrada en la proyección pública de prácticas y significados de clase media por parte de quienes asumieron con éxito su representatividad social. Más aún, se preocupa de las posibilidades de acción e influencia propiamente políticas de la clase media organizada, asumiendo que la política posee una autonomía relativa en relación a otras esferas de la realidad social, y que allí también se construyen y disputan identidades y jerarquías de clase a través de distintas formas de conflicto. En otras palabras, este libro parte de la base de que la clase media es más observable allí donde más se invoca su nombre, y en el caso chileno del siglo XX -como también en otras experiencias- ese fenómeno se dio en la esfera política y en los medios de comunicación de masas. No por casualidad la clase media fue más nombrada y utilizada en momentos de alta conflictividad política, porque son precisamente esos momentos en los cuales sus límites, posibilidades y significados se ponen en cuestión17. De hecho, en no pocas ocasiones la clase media fue (y sigue siendo) invocada desde el discurso político más como un mecanismo de legitimación de intereses y de esquemas ideológicos antes que como una descripción neutra de la realidad social18. Esos intentos han tenido niveles variables de éxito, pero cuando determinados actores políticos logran instalarse como representantes de la clase media -como lo hiciera el radicalismo en Chile y Argentina19– no solamente ganan en prestigio e influencia, sino que también logran ser decisivos en dotar de significados coherentes al conjunto diverso de sujetos que se identifican con el ideal mesocrático. De ese modo, en el ámbito de la política y el conflicto político se deciden aspectos centrales de los contenidos y formas de la clase media. La organización social, su mediación política y la presión negociada o conflictiva por demandas concretas y relacionadas con las posibilidades de vivir una vida acorde al ideal mesocrático, entonces, son aspectos centrales de la aproximación aquí asumida para el estudio de la clase media.

En suma, esta es una historia política, social y cultural de la clase media bajo el autoritarismo militar. Sus protagonistas serán aquellas organizaciones y sus miembros que lograron hacerse de la representatividad de la clase media chilena en las décadas anteriores, y que como tales pudieron avanzar posiciones en instancias de decisión estatal. El prestigio y la legitimidad de ese tipo de prácticas estuvo dado en buena medida por su adhesión a la virtud mesocrática, y con ella navegaron a través de años tumultuosos que incluyeron desde la movilización contrarrevolucionaria contra la Unidad Popular hasta la construcción de un bloque de oposición más o menos moderada al régimen de Pinochet.

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Notas

1 Ezequiel Adamovsky, Historia de la clase media argentina: apogeo y decadencia de una ilusión, 1919 – 2003 (Buenos Aires: Planeta, 2009), 13 y ss.

2 Ejemplos paradigmáticos de este tipo de aproximaciones son Theo R. Crevenna, ed., Materiales para el estudio de la clase media en la América Latina. (Washington: Unión Panamericana, Departamento de Asuntos Culturales, 1950); y John J. Johnson, Political Change in Latin America: The Emergence of the Middle Sectors (Stanford, Calif.: Stanford Univ. Press, 1958).

3 Probablemente los trabajos mejor logrados en esta línea sean los de Fredrick B. Pike, “Aspects of Class Relations in Chile, 1850-1960”, The Hispanic American Historical Review 43, No. 1 (febrero de 1963): 14–33; y José Nun, “The Middle-Class Military Coup”, en The Politics of Conformity in Latin America, ed. Claudio Véliz (London: Royal Institute of International Affairs – Oxford University Press, 1967). Para estudios históricos de este tipo de debates, véase J. Pablo Silva, “Rethinking Aspects of Class Relations in Twentieth-Century Chile”, en Latin America’s Middle Class: Unsettled Debates and New Histories, ed. David S. Parker y Louise E. Walker (Lanham: Lexington Books, 2013), 176–91; y David S. Parker, “Asymmetric Globality and South American Narratives of Bourgeois Failure”, en The Global Bourgeoisie: The Rise of the Middle Classes in the Age of Empire, ed. Christof Dejung, David Motadel, y Jürgen Osterhammel (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2019).

4 Por supuesto, esos debates fueron mucho más extensos y complejos de lo aquí reseñado. Afortunadamente, el campo de estudios históricos de la clase media en América Latina ya cuenta con varios textos de balances bibliográficos y análisis históricos de sus distintas formulaciones a los que el lector puede acudir. Véase, entre otros, Sergio Visacovsky y Enrique Garguin, “Introducción”, en Moralidades, economías e identidades de clase media: estudios históricos y etnográficos, ed. Sergio Eduardo Visacovsky y Enrique Garguin (Buenos Aires: EA, 2009); David S. Parker, “Introduction: The Making and Endless Remaking of the Middle Class”, en Latin America’s Middle Class: Unsettled Debates and New Histories, ed. David S. Parker y Louise E. Walker (Lanham: Lexington Books, 2013); David S. Parker, “The All-Meaning Middle and the Alchemy of Class”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe 25, No. 2 (diciembre de 2014); Michael F. Jiménez, “The Elision of the Middle Classes and Beyond: History, Politics, and Development Studies in Latin America’s ‘Short Twentieh Century’”, en Colonial Legacies: The Problem of Persistence in Latin American History, ed. Jeremy Adelman (New York: Routledge, 1999); e Isabella Cosse, “Las clases medias en la historia reciente latinoamericana”, Contemporánea 5. Dossier “Clases medias, sociedad y política en la América Latina contemporánea” (2014): 13–16. Véanse también los estudios compilados en Ezequiel Adamovsky, Patricia Beatriz Vargas, y Sergio Visacovsky, Clases medias: nuevos enfoques desde la sociología, la historia y la antropología (Buenos Aires: Ariel, 2014).

5 David S. Parker, The Idea of the Middle Class: White-Collar Workers and Peruvian Society (University Park, Pa.: Pennsylvania State University Press, 1998). Esta línea de análisis ha traído resultados fructíferos en las últimas décadas. Probablemente los estudios más destacados al respecto sean los de Brian Philip Owensby, Intimate Ironies: Modernity and the Making of Middle-Class Lives in Brazil (Stanford, Calif.: Stanford University Press, 1999); Patrick Barr-Melej, Reforming Chile: Cultural Politics, Nationalism, and the Rise of the Middle Class (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2001); Adamovsky, Historia de la clase media argentina; A. Ricardo López, Makers of Democracy: The Transnational Formation of the Middle Classes in Colombia (Durham, NC: Duke University Press, 2019); Louise E. Walker, Waking from the Dream: Mexico’s Middle Classes After 1968 (Stanford, Calif.: Stanford University Press, 2013); y Azun Candina, Por una vida digna y decorosa: clase media y empleados públicos en el siglo XX chileno (Santiago: Frasis – Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, 2009).

6 E. P Thompson, The Making of the English Working Class (New York: Pantheon Books, 1964). Para un brillante análisis de las implicancias teóricas de los planteamientos de Thompson, véase Ellen Meiksins-Wood, “The Politics of Theory and the Concept of Class: E.P. Thompson and His Critics”, Studies in Political Economy 9, No. 1 (1982): 45–75. El rescate de estas ideas, por cierto, ha estado en la base de la mayoría de las aproximaciones contemporáneas al problema histórico de las clases medias. Parker, “Introduction: The Making and Endless Remaking of the Middle Class”, 10 y ss. Y para una reflexión coincidente aplicado al caso chileno y latinoamericano: Patrick Barr-Melej, “Vistas mesocráticas: apuntes sobre el estudio de las capas medias en América Latina”, en La frágil clase media: estudios sobre grupos medios en Chile contemporáneo, ed. Azun Candina (Santiago: Programa UREDES, Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo – Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile, 2013).

7 Ese tipo de inquietudes se han rastreado muchas veces desde la investigación antropológica, mejor equipada para la identificación de creencias sociales implícitas que definen diferencias y jerarquías. Por ejemplo, en su clásico estudio sobre grupos de clase media-alta en Estados Unidos y Francia, Michèle Lamont identificó las formas en que distintos sujetos construían fronteras hacia “arriba” y hacia “abajo” a partir de valoraciones -muchas de ella de tipo moral- sobre otras personas y ocupaciones, dando cuenta además de las diferencias culturales entre un país y otro al respecto. Michèle Lamont, Money, Morals, and Manners: The Culture of the French and the American Upper-Middle Class (Chicago: University of Chicago Press, 1992).

8 David S. Parker, “Siúticos, Huachafos, Cursis, Arribistas, and Gente de Medio Pelo: Social Climbers and the Representation of Class in Chile and Peru, 1860-1930”, en The Making of the Middle Class: Toward a Transnational History, ed. A. Ricardo López y Barbara Weinstein (Durham: Duke University Press, 2012); Para el caso chileno, véase el sugerente y original estudio de Diego Araya Cisternas, “Lo siútico. La estructura social según la élite. Adjetivación, distinción y ridiculez. 1862-1961” (Tesis de Licenciatura en Historia, Santiago, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2003).

9 Las investigaciones recientes sobre la clase media en América Latina están asumiendo estas preocupaciones de manera cada vez más decidida. Véase al respecto, entre muchos otros, Enrique Garguin, “‘Los argentinos descendemos de los barcos’. Articulación racial de la identidad de clase media en Argentina (1920-1960)”, en Moralidades, economías e identidades de clase media: estudios históricos y etnográficos, ed. Sergio Eduardo Visacovsky y Enrique Garguin (Buenos Aires: EA, 2009); y Susie S. Porter, From Angel to Office Worker. Middle-Class Identity and Female Consciousness in Mexico, 1890–1950 (Lincoln: University of Nebraska Press, 2018); y el texto ya citado de López, Makers of Democracy.

10 La acertada expresión es de Azun Candina, “La clase media como ideal social. El caso de Chile contemporáneo”, ed. Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, Dossier Chile contemporáneo. Programa Interuniversitario de Historia Política, www.historiapolitica.com, 2012.

11 Para un análisis detallado de esta vinculación histórica, política e intelectual, véase Ezequiel Adamovsky, “Aristotle, Diderot, Liberalism and the Idea of ‘Middle Class’: A Comparison of Two Contexts of Emergence of a Metaphorical Formation”, History of Political Thought 26, No. 2 (2005): 303–333.

12 La antropóloga Larissa Lomnitz estudió el punto a partir de las redes de “compadrazgo” al interior de la clase media chilena, es decir, aquel conjunto de prácticas de ayuda mutua entendidas como legítimas, y en las que la reciprocidad era un factor fundamental. Larissa Adler de Lomnitz, “El ‘compadrazgo’. Reciprocidad de favores en la clase media urbana de Chile”, en Redes sociales, cultura y poder: Ensayos de antropología latinoamericana (Ciudad de México: FLACSO-México, 1994), 19–46.

13 Al respecto véase el espléndido volumen dedicado a este tema de Christof Dejung, David Motadel, y Jürgen Osterhammel, eds., The Global Bourgeoisie: The Rise of the Middle Classes in the Age of Empire (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2019). El carácter transnacional de la constitución de la clase media ha sido también trabajo en otros volúmenes colectivos, como el de A. Ricardo López y Barbara Weinstein, eds., The Making of the Middle Class: Toward a Transnational History (Durham: Duke University Press, 2012); y el de Rachel Heiman, Mark Liechty, y Carla Freeman, eds., The Global Middle Classes. Theorizing Through Ethnography (Santa Fe, N.M.: School for Advanced Research Press, 2012).

14 Sobre la relación entre consumo y exigencias materiales de clase media, véase Maureen O’Dougherty, Consumption Intensified: The Politics of Middle-Class Daily Life in Brazil (Durham: Duke University Press, 2002). Y sobre el consumo como problema político en el caso chileno, véase los estudios de Rodrigo Henríquez Vásquez, En “Estado Sólido”: políticas y politización en la construcción estatal Chile 1920-1950 (Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2014); y Joshua Frens-String, Hungry for Revolution: The Politics of Food and the Making of Modern Chile (Oakland, Calif.: University of California Press, 2021). El punto lo trato con algo más de detalle en el capítulo 4.

15 Por supuesto, reconozco aquí mi deuda con el trabajo de Pierre Bourdieu y su énfasis en derribar aquellas distinciones absolutas entre discurso y materialidad para entenderlas en su relación dinámica y recíproca. Al respecto, véase Pierre Bourdieu, Distinction: A Social Critique of the Judgement of Taste (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1984), 488 y ss.

16 Este tipo de aproximaciones ha demostrado su utilidad en obras como Larissa Adler de Lomnitz y Ana Melnick, Neoliberalismo y clase media: el caso de los profesores de Chile (Santiago: DIBAM – Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1998); y Carla Freeman, Entrepreneurial Selves. Neoliberal Respectability and the Making of a Caribbean Middle Class (Durham NC: Duke University Press, 2014). También ha evidenciado sus límites cuando no existe una claridad conceptual suficiente sobre el objeto de estudio: cfr. Claudia Stern, Entre el cielo y el suelo: las identidades elásticas de las clases medias (Santiago de Chile, 1932-1962) (Santiago: RIL Editores, 2021).

17 Para la relación entre construcción de clases medias y conflicto político me inspiré en los trabajos de Robert D. Johnston, Radical Middle Class: Populist Democracy and the Question of Capitalism in Progressive Era Portland, Oregon (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 2013); Adam Przeworski, “Proletariat into a Class: The Process of Class Formation”, en Capitalism and Social Democracy (Cambridge; Paris: Cambridge University Press; Editions de la Maison des Sciences de l’Homme, 1985); y Soledad Loaeza, Clases medias y política en México. La querella escolar, 1959-1963 (Ciudad de México: Centro de Estudios Internacionales – El Colegio de México, 1988).

18 Este punto ha sido bien tratado por Klaus-Peter Sick, “El concepto de clases medias. ¿Noción sociológica o eslógan político?”, en Clases medias: Nuevos enfoques desde la sociología, la historia y la antropología., ed. Ezequiel Adamovsky, Sergio Visacovsky, y Patricia Vargas (Buenos Aires: Ariel, 2014).

19 Por cierto, el éxito del radicalismo en constituirse en representante de la clase media a ambos lados de los Andes no fue un proceso lineal, y en no pocas ocasiones implicó una invención de una tradición en términos retrospectivos para intentar persuadir que esa relación era antigua y natural. Al respecto véase Ezequiel Adamovsky, “Acerca de la relación entre el radicalismo argentino y la ‘clase media’ (una vez más)”, Hispanic American Historical Review 89, No. 2 (mayo de 2009): 209–251; y, con muchos más problemas, Jaime García Covarrubias, El Partido Radical y la clase media en Chile: la relación de intereses entre 1888-1938 (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1990).

Marcelo Casals A.
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Historiador, Doctor en historia por la Universidad de Wisconsin - Madison.

Un Comentario

  1. Bueno como que el fascismo llegó aleteando en todas partes así, podrán discutir si eran o no fascistas pero llegaron así aquí, allá y en todas partes llegarán así en donde sea

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