Jaime Guzmán Reloaded

En cada rincón de esta propuesta constitucional se subraya y se exagera la “libertad de elegir”. Por supuesto que esa libertad de elegir se restringe no solo al ámbito económico sino también a un orden, el orden que ellos mismos han decidido y que consideran el “correcto” orden social, un derecho natural inmutable por los hombres. Un “bien común” de unos pocos opuesto al bien de las mayorías. Desde luego en esa jerarquía social son ellos y no otros los que ocupan un lugar privilegiado, son ellos los que tienen un llamado supremo y sagrado.

por Tomás Cornejo Cuevas

Imagen / Entrada al Memorial a Jaime Guzmán. Fotografía de Rodrigo Fernández.


Este martes 7 de noviembre el presidente Gabriel Boric recibirá la propuesta de nueva Constitución aprobada por el bloque derechista del Consejo Constitucional. Sin novedad respecto de lo que se podía esperar de un órgano nacido ya antidemocráticamente, en un proceso pactado con complicidad de la izquierda parlamentaria y el progresismo, el texto recoge y se afana en reivindicar la política reaccionaria y contra revolucionaria de la derecha más intransigente que ya hace un tiempo decidió apartarse del partido fundado por Jaime Guzmán. Si en diciembre el “a favor” triunfa, el presidente deberá firmar la consagración e institucionalización del Chile de facto, del Chile antidemocrático y neoliberal que en la Constitución del 80 solo quedo en los principios, pero que se consagro al nivel de la minuciosa administrativa, reglamentos y decretos ley, y que ahora pasaran a formar parte del texto cuya legitimidad ya no podrá ser puesta en duda y cuya reforma se avizora casi imposible.

Con la mayoría en el Consejo, el Partido Republicano tuvo vía libre para imponer (de suyo con la complicidad de la derecha tradicional), la visión de sociedad que han reivindicado siempre, una sociedad a la luz del pensamiento religioso del Opus Dei y el tradicionalismo contra revolucionario que aboga por la preminencia del orden y el derecho natural, por ende, de la preminencia de la persona sobre la comunidad, del individuo sobre el Estado.

Una preocupación principal (y la razón de que la comisión la integrara Luis Silva) fue reforzar el ideario de Estado subsidiario presente ya en la Constitución del 80. Por supuesto, al igual que el texto actual, el vocablo “subsidiario” no se encuentra. No hace falta, lo importante es la estructura del texto y los principios que lo consagran. Así la propuesta recoge en su primer artículo la idea por al cual la persona humana es lo central. La enmienda por la que luchó la derecha fue aclarar que el ser humano es persona. A primera vista esto parece obvio y banal, pero la doctrina que alimenta a estos fanáticos sabe muy bien que es decisorio. El primer artículo se refiera a la dignidad humana y la enmienda de presentada por los Republicanos buscaba aclarar aún más esta noción al indicar que “todo ser humano es persona”. Le blanc (presidenta de la organización de derecha Chile Siempre), en un artículo publicado en el pasquín de la derecha extrema -El Libero- lo explica de manera mañosa y engañosa, pero demuestra lo esencial que es para su doctrina. Dice: “Su inclusión en el texto constitucional brindaría un marco conceptual adecuado a la interpretación de todas las garantías constitucionales y estaría en perfecta concordancia con la tradición jurídica nacional y los compromisos internacionales de derechos humanos asumidos por Chile.”

La dignidad es solo predicable de la persona y la persona es un ser humano. Se quiere dejar claro que la dignidad no es predicable de otros seres vivos, ni mucho menos de entelequias como la naturaleza, la vida, y un largo etcétera. A su vez, la calidad de persona y todo lo que ello implica es solo predicable del ser humano, no existen personalidades de los animales como postulan ciertas corrientes de avanzada en el ámbito animalista y por ende la posibilidad de reconocimiento de derechos a los mismos o, en el caso del ecologismo, la dignidad y el derecho de la naturaleza, el medio ambiente, etc. Pero más allá de esta pugna casi jurídica, lo que interesa a este sector es plasmar el ideario Guzmaniano de sociedad, el que no es otro que la idea del Estado subsidiario a la luz de la enseñanza de la iglesia católica y la tradición.

Gonzalo Jara, en un reciente libro (Ensayos desde la Incertidumbre: escritos sobre acción y reacción, 2023, Ediciones Voces Opuestas) que recoge dos artículos publicados en esta misma revista, explica que el pensamiento reaccionario de Jaime Guzmán se juega precisamente en los primeros artículos de la Constitución y refleja la lucha de toda su vida frente a cualquier tentativa de fomento de la actividad estatal, sea de parte del progresismo de la social democracia (Frei Montalva) o contra las afrontas revolucionarias marxistas o comunistas. La idea de persona humana y el Estado subsidiario son tomados de la encíclica Mater et Magistra (Juan XXIII) que a su vez es un compendio de la doctrina social de la iglesia y el pensamiento tomista.

Esta encíclica expresa: “109. Esta duda (el carácter natural del derecho de propiedad) carece en absoluto de fundamento. Porque el derecho de propiedad privada, aún en lo tocante a bienes de producción, tiene un valor permanente, ya que es un derecho contenido en la misma naturaleza, la cual nos enseña la prioridad del hombre individual sobre la sociedad civil, y , por consiguiente, la necesaria subordinación teológica de la sociedad civil al hombre”.

Lo relevante desde el punto de vista religioso y conservador de Guzmán era mantener lo sagrado del ser humano, al tratarse de la unificación de la persona con lo trascendental, del cuerpo con el alma, “lo que hace al hombre libre de otros hombres” (Jara, p. 118). Esto es lo relevante como principio de su doctrina que fundamenta el individualismo y el orden social preestablecido por Dios, un orden jerárquico, o sea fundamenta la contraposición con la idea de comunidad y de igualdad. Ante los principios liberales de igualdad, libertad y fraternidad, el tradicionalismo hispánico opone la triada familia, propiedad y tradición.

Ese principio de subsidiariedad, el bastión de la derecha chilena, encuentra aquí su fundamento: en el pensamiento de fanáticos religiosos y reaccionarios que antes y hoy imponen su visión de sociedad. Una sociedad con jerarquías estables, en donde los “grupos intermedios” (organizaciones de la sociedad civil como las empresas, sindicatos, etc.) tengan un rol primario, por sobre el Estado, el cual debe limitarse a una labor auxiliadora.

Pero ¿Qué idea de Estado es la que combaten estos fanáticos de derecha? Esta pregunta es vital, porque a primera vista todas estas ideas no parecen tan descabelladas, ni se oponen a un sentir común que ve en el Estado a una casta o clase que utiliza la administración pública para buscar sus propias ventajas. El sentido común chileno forjado desde la dictadura coincide con esta idea de subsidiariedad, a muchos chilenos les parece adecuado que el foco sea la persona, que la empresa privada actúe en todo ámbito que le sea posible. Para responder esta pregunta se puede rastrear el cambio de Guzmán desde un corporativismo filonazi hacia un neoliberalismo implementado por los Chicago Boys o, siguiendo la tesis de Villalobos-Ruminott, cómo el neoliberalismo es sino un fascismo acomodado: “En el fondo, lo que está en juego en esta disputa es la caracterización crítica del neoliberalismo no solo como un modelo económico-político de democracia formal y limitada, sino como una configuración efectivamente articulada en formas diversificadas de explotación, discriminación y dominación. Son esas manifestaciones diversificadas las que nos permiten hablar del carácter fascista del neoliberalismo.”

Si en un principio Guzmán abrigó el corporativismo (católico), posteriormente se sumó a la doctrina de Chicago, pues esta nueva forma de acumulación no se contrapone a la subsidiariedad, sino todo lo contrario, al menos formalmente. Sin embargo, la constitución de Guzmán no se casa con un modelo económico y por tanto le es útil, pero no esencial, al igual que la democracia, y de ambos se puede desertar si dejan de serlo (al respecto se puede leer esta columna de Renato Cristi). En efecto, el neoliberalismo es formalmente anti Estado, o mejor dicho, es contrario a una cara del Estado, que es la misma cara que sus seguidores de hoy aborrecen. El Estado como organización suprema de la colectividad, como comunidad política, es la que se rechaza, pero no el Estado como aparato del poder, represivo y sancionador. Por supuesto que tampoco el Estado como garante de sus monopolios corporativos, del régimen de propiedad y, si se necesita, de su impunidad.

El interés de Guzmán, y que hoy los Republicanos reivindican (ante el peligro refundacional de la izquierda dicen ellos), es establecer un texto en el que la idea de libertad individual quede claramente comprometido, asegurado. Por ello en cada rincón de esta propuesta se subraya y se exagera la “libertad de elegir”. Por supuesto que esa libertad de elegir se restringe no solo al ámbito económico sino también a un orden, el orden que ellos mismos han decidido y que consideran el “correcto” orden social, un derecho natural inmutable por los hombres. Un “bien común” de unos pocos opuesto al bien de las mayorías (Ver Jara, p.137). Desde luego en esa jerarquía social son ellos y no otros los que ocupan un lugar privilegiado, son ellos los que tienen un llamado supremo y sagrado. El carácter fanático que auto-sustenta estas ideas se puede ver en el perfil de Silva, o en estudios acerca del Opus Dei.

En definitiva, la propuesta que tenemos es sin sorpresa una reivindicación de la Constitución del 80, su resurrección normativa y espiritual. Una vez más el destino de Chile queda redactado por fanáticos religiosos, profundamente reaccionarios y a su vez entregados a un modelo de desarrollo que les asegura sus privilegios. En base a esta idea de libertad se construye la imposibilidad misma de comunidad, de ayuda mutua y lo más importante, de lucha, pues la lucha es siempre la de un pueblo.

Tomás Cornejo Cuevas
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Abogado y magíster en Filosofía.